Jorge Ibargüengoitia es un autor guanajuatense, quien en 1977 dio a conocer su obra Las muertas, la historia de las hermanas Baladro. Dos mujeres que al llevar una vida de prestamistas reciben como pago una propiedad, la cual resulta ser en realidad un prostíbulo. Decididas a obtener el mayor provecho, crean una red de prostitución. En ese momento ser proxenetas se convierte en el siguiente negocio familiar.
Si bien ese es el argumento principal de la obra, esta comienza in medias res; la narración surge en medio de los hechos, durante el altercado con Simón Corona, pues para abordar la novela, el autor ingresa desde un ángulo exterior y de forma gradual va entrelazando la vida de este personaje con las hermanas Baladro.
El escritor construye la narración a partir de testimonios, al igual que en un caso policial, como una forma de retrocesos o una narración intercalada. Dado que la obra está narrada con estos recursos, se pudiera intuir que en ella se mantendría el suspenso propicio para una novela policial, sin embargo, esto no funciona de esa manera. Como sabemos gracias a los postulados de Lauro Zavala, el suspenso nos mantiene en un estado de incertidumbre; nos invita a anticipar un posible desenlace, apelando a su curiosidad y su imaginación.
Comprendida de esa manera, es perceptible que la técnica de narrar carece del suspenso de la novela policial, debido a que no es el eje de la obra; es decir, el punto clave de la novela no es el altercado con Simón Corona, ni la relación que pudiesen tener las hermanas Baladro con el capitán Bedoya, sino cómo se relacionan y cómo responde su comportamiento al entorno; este recurso funciona a la manera de un punto de apoyo para el elemento que se destaca aún más en la obra: la ironía.
Para comprender el porqué de la ironía en la novela, podemos abordarla de forma sencilla, como el empleo de una frase en el sentido opuesto al que se tiene ordinariamente, el cual es posible advertirlo por el contexto, ya que el texto dejará un rastro, una marca que como lectores seamos capaces de seguir para intuir y construir el verdadero sentido.
Así pues, la manera de tratar la ironía en la novela son los escenarios y el lenguaje. Algunas situaciones o circunstancias, como los castigos por el robo de los dientes de oro, encerrar a las mujeres en una propiedad diferente aislándolas del mundo, hacer que las trabajadoras se golpeen entre ellas, o también una muy destacable: la ayuda del capitán Bedoya para enterrar el cuerpo de las mujeres, como si de cualquier favor se tratara, son formas de representación irónicas. Tal vez no en un lenguaje crudo y descriptivo, sino de un modo cotidiano a través de los diálogos.
De igual manera, el lenguaje en la novela incluso da señales claras de manejar tintes irónicos, tanto que algunos de estos espacios responden a nombres como “México Lindo”. A propósito de los nombres, algunos personajes como Arcángel o Serafina son claras contradicciones en el lenguaje; son antífrasis, como lo recuerda Beristáin y otros analistas del lenguaje y sus alcances sígnicos.
Esta forma de decir, y el ángulo desde el que ingresa al argumento, hacen que los verdaderos tintes crudos y reales que no se vislumbren en la palabra sean captados por el lector, pues en algunas escenas como las de las fosas clandestinas, las deudas imposibles de pagar, el casino como una cárcel, la imposición del aborto para las mujeres embarazadas, la falta de servicios médicos o la corrupción de la ley del pueblo, no desligan el sentimiento de urgencia del suspenso en el lector, sino que se perciben como algo cotidiano, común.
A manera de conclusión, la compenetración de estos dos elementos, la ironía y el suspenso ―este último como complemento y no como una estrategia principal― permiten que la obra de nuestro autor adquiera un carácter verosímil, independientemente de ser un texto basado en hechos verídicos ―caso de Las Poquianchis, hermanas que engañaban a jovencitas mexicanas para iniciarlas en el negocio de la prostitución―. A través de la tradición realista, el autor trabaja con un aspecto de la ciudad que no se percibe a simple vista, sino que se desarrolla detrás de una suerte de señal de clausura.