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Migrar
Del lat. migrāre.
Trasladarse desde el lugar en que se habita a otro diferente.
Real Academia Española
Las personas migrantes están en todas partes. Incluso ―tremendo― ya viven entre nosotros, los orgullosos nativos del Nuevo Reyno de León, este territorio que durante siglos ha asumido cómodamente el mito de una fundación en medio de la nada, colgándose la ingenua medalla de haber creado vida en medio del desierto, brillantemente impulsada por intereses empresariales porque pues, la casa nunca pierde. Así, los nativos deben (debemos) sentirnos orgullosos y comunicarlo en todo lo que hacemos, porque representamos la actitud de trabajo y esfuerzo que desde nuestra corta mira, falta en el resto del país.
Hace años, en algún taller de periodismo del cual ya olvidé su nombre, alguien mencionó una frase que no tuvo la misma suerte: el norte es acción, el centro tradición y el sur creación. Quizá en la época cuando fue dicha por primera vez tuvo alguna explicación, no puedo asegurarlo, pero desde entonces por más vueltas que le doy, no le encuentro sentido más que por el lado de una nostalgia nacionalista que me sabe a absurdo en el siglo XXI. Cada quien sus filias, fobias y circunstancias.
¿A qué viene esto? A un esfuerzo por reflexionar en medio de un montón de sentimientos ante las reacciones de muchas personas ―tal vez más de las que alguien podría imaginar― que desde esa fantasía made in orgullosamente regio, ven a los migrantes como la representación de la pesadilla, el caos, el crimen, lo peor de la condición humana. Porque una vez más, para el regiomontano promedio, todo lo malo e indeseable viene de afuera. No importa si fuera del país o de Nuevo León, al final se trata de una amenaza para sus fuentes de empleo, espacio vital, seguridad, costumbres, estilo de vida y forma de ver el mundo.
Pero, noticia de última hora: Monterrey, así como el Estados Unidos por el cual según El Bronco nos sentimos “un poquito más gringos que mexicanos”, son lo que son gracias a la migración, una realidad que aplica para todo el planeta.
Antes de poner los párrafos anteriores en la amplia bolsa de lo políticamente correcto para salir del paso, un ejercicio elemental en el contexto regio: que cada quien repase, por un momento, dónde nació, dónde nació su madre, su padre, sus abuelos y más allá. La revelación: nadie se salva (salvamos). Y qué bueno.
Yo soy nativa del Reyno, mi madre igual. Mi padre nació en Coahuila (un migrante), mis abuelos paternos también (dos migrantes), mis abuelos maternos en Jalisco y Michoacán cada cual (dos migrantes). La mayoría de mis parejas han sido migrantes, al igual que mis mejores amigas y amigos, más un elevado porcentaje importante de colegas y colaboradores. Sin ir más lejos, Revista Levadura es el producto del esfuerzo, las ideas, el compromiso y entusiasmo de un grupo de migrantes.
Sin proponérselo, las historias de cada una de estas personas aportan algo a mi vida y a las de otros y otras, y viceversa, en un intercambio interminable, profundo, ante el que cualquier vanagloria basada en provenir de una localidad (porque, sí, Monterrey es una localidad y nada más) se tambalea y cae, con bastante poca gracia, hay que decir.
Entonces recuerdo los comentarios de los nativos de mi ciudad (porque es mía aun y con mis antecedentes), precisamente la ciudad que en 2014 ostentó el primer lugar en discriminación según la Conapred; la misma ciudad en la que se fundó el barrio de San Luisito (otra noticia de última hora: el nombre provino de la comunidad de personas que migraron de San Luis Potosí para los trabajos de construcción del Palacio de Gobierno y se asentaron en el Cerro de la Independencia); la misma a la que llegaron migrantes asiáticos y europeos con diversas vocaciones, saberes, oficios y objetivos; la misma a la que arribaron migrantes judíos sefaradíes y esclavos africanos; la misma en la que hoy viven extensas comunidades indígenas de varias partes del país. Por desesperación, por huir de algo, por deseo de aventuras o de una vida mejor, qué más da. Les guste o no a los “nativos”, aquí sí, con comillas, esos que hablan de “chiriwillos”, “foráneos”, “oaxaquitas”, “sanluiseños”, “pipopes”, “chilangos”, “jalisquillos”, “chihuahuitas”, “sudacas”, “guadalupekes”, “indios”, Monterrey existe por, gracias, a costa e incluso para algunos, a pesar, de los migrantes.
Ante la abrumadora realidad de las crisis humanitarias que estamos viviendo y con los fundamentalismos levantando muros, ¿qué significa ser de tal o cual parte?