La memoria tiene extrañas formas de colarse por cualquier rendija, casi podemos decir que es líquida y si algo la bloquea se trasmina aún entre el material más sólido. Como la gota que cae en la piedra durante siglos hasta horadarla, así funciona el mecanismo incesante de nuestros procesos sociales. Y la sociedad actual, como piedra y sin saber nada de su pasado, es horadara pequeña, íntimamente, hasta que se logra un hoyo tan profundo que un cambio se produce. Estamos hablando de un ajuste de cuentas, una clase de justicia poética en este retorcido bucle de nuestro tiempo relativo. Por eso no es factible eso que habla el actual presidente electo Andrés Manuel López Obrador sobre el perdón, sin memoria y justicia no hay transformación, pero AMLO puede estar tranquilo, las cuentas se ajustarán tarde o temprano, el presidente electo sólo tendrá que elegir de qué lado de la historia quiere estar.
El líquido trasminante de nuestros recuerdos sociales también se filtra en el cine. A veces como vendaval, a veces como gota escurrida en años, pero siempre cayendo. Cuando las otras formas estéticas de reflexión son cooptadas, el cine surge como efervescencia de ecos del pasado. Por eso es interesante la convergencia que ha venido fraguándose durante el 2016 y 2017 a nivel producción cinematográfica latinoamericana. No es casualidad que cada vez más, los países se vayan sumando a la tradición de recuperación de la memoria, como los siguientes que, por ser nuevos, con formas y momentos muy diferentes se convierten en un torrente con una plasticidad única. Estoy hablando de Los perros de Marcela Said del 2017 en Chile, Migas de pan de Manane Rodríguez del 2016 en Uruguay, Santa y Andrés de Carlos Lechuga del 2016 en Cuba y La última tarde de Joel Calero del 2016 en Perú. Simplemente por escuchar la procedencia de cada uno de los filmes se torna interesante revisar sus temáticas.
En Migas de pan (2016), su directora Manane Rodríguez se enfoca en la vida de Liliana, una fotógrafa uruguaya que de joven, en los años setenta y ochenta, se involucró en grupos estudiantiles contra la dictadura en Uruguay y por lo mismo fue secuestrada, torturada y encarcelada por varios años con otras mujeres. La vida de Liliana es vista en dos tiempos, el actual interpretada por Cecilia Roth y la de finales de los años setenta por Justina Bustos. En Migas de pan está presente en todo momento el tema de la maternidad. Liliana es separada de su hijo y se le quita la patria potestad al ser secuestrada y encarcelada. Así que una tortura más, adicional al encarcelamiento y las vejaciones, es el saber que está perdiendo a su hijo, pues la familia de su esposo lo estará criando en su contra.
Así que por un lado tenemos la historia actual de Liliana que regresa a Uruguay para participar en una denuncia colectiva con sus ex compañeras de presidio, al mismo tiempo que intenta acercarse a su hijo con quien está distanciada pues no le perdona haberse involucrado en los grupos estudiantiles y poner en peligro su relación de madre e hijo. Y por otro lado tenemos a Liliana de joven viviendo su encarcelamiento. Uno de los temas más relevantes es que toda la historia está contada desde el punto de vista femenino. La directora nos cuenta los avatares de las mujeres en la dictadura y todas las formas de terror psicológico con el que eran amenazadas en las cárceles. También nos habla de las secuelas, de que las heridas están ahí. El propio hijo de Liliana intenta hacerla desistir de la denuncia para no crear mayores problemas, pero ella continúa, está convencida que no puede callar sobre lo que pasó y el gran daño que hizo la dictadura. Es así que la metáfora de la división social y las secuelas las encarna la propia Liliana y la relación con su hijo, en esto se refleja la confrontación que todavía impera en la sociedad uruguaya y por tal motivo la película juega con el tema del quedarse callados o hablar, de quedarse exiliado y en paz o enfrentar el pasado. Es importante resaltar esto último, pues Uruguay empieza en este etapa de buscar el destape de todas las atrocidades cometidas. Esto lo podemos ver también en el número de películas dedicadas a este tema, Migas de pan es apenas la quinta película dedicada a este tema. Uruguay empieza a revisar con más fuerza su historia.
En La última tarde de Joel Calero, a diferencia de Migas de pan, el ajuste de cuentas no es entre madre e hijo, sino entre una pareja. Laura y Ramón están en un juzgado para concretar lo que pasó hace diecinueve años, su separación. Ambos pertenecían a una célula de la guerrilla en Perú, pero ella huyó dejándolo. Ahora Ramón ha accedido a firmar el divorcio para que ella pueda acreditar temas administrativos. Joel Calero usa el pretexto del divorcio para tener este reencuentro que poco a poco se va convirtiendo en un ajuste de cuentas. Pero lo particular de esta historia es que nos habla sobre dos guerrilleros, dos que estaban del mismo bando, uno que dimitió y otro que permaneció hasta el final. Y para terminar de condensar el relato, ella viene de una clase acomodada, lo cual hace que la lucha de clases sea un tema que incida fuertemente en la narrativa.
Siguiendo con la trama, debido a un error en el acta, Laura y Ramón tienen que esperar a que regrese el juez, así que inician una caminata por el centro de Lima. Todo el tiempo la cámara se dedica a seguirlos. Al principio la plática es tersa y podemos ver la intimidad que alguna vez tuvieron, pero luego, va surgiendo el elefante en la habitación, los temas políticos se suceden tras los temas amorosos, y las ideologías confluyen para que se alcen los reclamos y el confrontar el pasado se vuelve algo inevitable. Doloroso, descarnado, casi podría decir que sangrante resulta este ajuste de cuentas, pues al situarse en lo mas íntimo el conflicto se vuelve más complejo, y es así como sucede en la realidad social de nuestros países al darnos cuenta que las dictaduras las ejercieron nuestros propios compatriotas, que los errores y las matanzas las llevaron a cabo nuestros vecinos, que las divisiones más fuertes son entre familias. Calero logra situarse en lo particular para llegar a lo general y así lograr una fotografía de la situación que se vive en Perú.
Santa y Andrés (2016) es una historia de amor, sí de amor, de amor a Cuba, de amor a los que aman al mismo país. Carlos Lechuga, su director, es de los primeros directores que a través de la ficción se encarga este cuestionar el pasado reciente en el marco del cambio de régimen en la isla.
La historia se desarrolla en los años ochenta, donde Santa, miembro del Partido Comunista de Cuba y fiel creyente en los valores de la revolución cubana y en Fidel Castro, es mandada a cuidar que Andrés no se acerque a un evento internacional a donde la prensa extranjera estará presente; Andrés es un escritor homosexual disidente que sigue en la isla por amor a su patria a pesar de estar completamente acosado y con la prohibición de escribir.
Santa no le quita el ojo a Andrés, pero poco a poco va naciendo entre ellos una empatía que se convertirá en cariño. Santa se da cuenta que Andrés también ama profundamente a Cuba aunque no piense como ella, pero sobretodo la mujer cubana irá descubriendo que ella, al igual que él, es una relegada del propio sistema que defiende; al ser mujer y sin marido la convierte en un objeto para la burocracia revolucionaria. El gran acierto de Lechuga es contar la historia de lo más duro del gobierno de Castro a través de los ojos de una mujer y un homosexual.
Santa y Andrés inicia un proceso que esperamos sea de muchos filmes para así confrontar el pasado cubano. Es la cinematografía más joven en este proceso y se encontrará con momentos complejo pues apenas se están fraguando los cambios políticos y sociales.
Los perros (2017) de Marcela Said es un nocaut fulminante a las clases altas colaboracionistas de la dictadura de Augusto Pinochet que ahora son más ricas por los favores que hicieron al dictador en aquellos tiempos. Chile tiene una filmografía sobre el tema de la dictadura que los tres países mencionados con anterioridad, pero la novedad en esta película radica en la claridad con que nos refleja la directora el conflicto en lo más profundo de la sociedad chilena y en el énfasis en los roles que ciertas clases sociales tuvieron.
La historia es contada a través de Mariana, hija de un pudiente empresario de Santiago de Chile. La mujer vive una vida despreocupada y toma clases de equitación con Juan, un ex-militar interpretado por el gran actor Alfredo Castro. Mariana se da cuenta de que su entrenador está acusado de crímenes durante la dictadura y decide investigar. Al principio, para ella es un juego banal que le hace pasar sus ratos de aburrimiento, pero al involucrarse se da cuenta del pasado, de las atrocidades de la dictadura y de las implicaciones en la que estuvo envuelto su entrenador. Mariana deambula de un lado a otro, se acerca al policía que conduce la investigación contra su maestro de equitación, este policía es parte de la nueva administración emanada de la izquierda que busca cierta justicia sobre los crímenes del pasado, pero también termina por abusar sexualmente de ella. Luego se involucra sentimentalmente con su entrenador mientras es usada como objeto para poder procrear artificialmente por su marido que no le pone atención. También está el padre, quien sólo la utiliza para conducir a su antojo el emporio que también le pertenece a ella.
Los perros es un cruente relato del rol de la mujer en la sociedad acomodada de Chile. Aquí el ajuste de cuentas no es para pasar a algo mejor, es para quedarse empantanado en medio de todas las situaciones complejas, el pasado surge tan fuerte que el personaje principal se queda en la inmovilidad, no sabe a qué lado hacerle caso y no llega a una epifanía sino a un desapego emocional, a una evasión que nos deja ver la actual situación del país en referente con su proceso de memoria.
La convergencia en los temas relacionados con la recuperación de la memoria es muy clara: en Cuba, Santa y Andrés contada desde las minorías y dándonos un pincelazo sobre la reconciliación del pueblo cubano; En Perú, La última tarde con su ajuste de cuenta de pareja que sigue con las heridas abiertas; En Uruguay, Migas de pan con madre e hijo puestos en bandos confrontados e intentando acercarse con timidez; En Chile, la desconsoladora Los perros donde parece que no hay esperanza, sino inmovilidad. El calidoscopio se va consolidando poco a poco a nivel latinoamericano y el cine nos va dando gota tras gota de memoria en la piedra de las sociedades latinoamericanas. Estas películas sólo son un ejemplo de convergencia que cada vez será más frecuente y que nos dan cuenta de miradas femeninas, de miradas LGBT, de miradas de parejas, de miradas de otros ángulos que abonan a la memoria de nuestros pueblos. Cabe mencionar que puede haber más películas latinoamericanas con temas de memoria que abarquen los años 2016 y 2017, sólo que estas cuatro confluyeron juntas en muchos festivales internacionales, tanto en Europa como en América formando un bloque muy particular.
*Imagen de portada: Tomada de https://losinterrogantes.com.