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La amapola silvestre. Mensajes para Brasil

octubre 30, 2018Deja un comentarioArtículos, Entre númerosBy Levadura

Fotografía: Isaumir Nascimento

En 1933, cuando era embajador de México en Brasil, Alfonso Reyes escribió un breve texto para su correo literario Monterrey, lo tituló: “La amapola silvestre, símbolo de la amistad entre México y Brasil”, en él indagaba el inicio de las relaciones diplomáticas entre ambos países. Dio entonces con un curioso personaje, el Dr. Duarte da Ponte Ribeiro, primer representante diplomático en México por parte del Imperio del Brasil en 1833. La primera misión de Ponte Ribeiro fue encontrar ejemplares de una planta mexicana: la amapola silvestre, pues entonces se creía que servía para curar el cólera morbo. “Es así –dice Reyes- nuestra amapola silvestre la primera flor de amistad cambiada entre México y Brasil.”

Hoy, cuando tiempos difíciles asoman a la hermana república del sur, enviamos una renovadas amapolas silvestres: mensajes de solidaridad y apoyo.

 

Consejo Editorial Revista Levadura

 

 

Brasil

Víctor Barrera Enderle

 

Una condición peculiar parece definir a este país suramericano: la desmesura. Para bien y para mal. No hay medias tintas, ni tonos pálidos. O se pone toda la carne al asador o no se pone nada. Su posición geográfica, factible de reducir a esta fórmula: estar rodeado de países hispanohablantes, obliga al autoconocimiento. A veces, esta manera de observarse a sí mismo puede llevar a la distorsión (es el riesgo del ensimismamiento); otras, a la clarividencia. Hoy Brasil comienza a vivir un periodo de combustión. Los desafíos se anuncian inmensos. Resistir un gobierno de ultraderecha, nada menos. Confiamos en los recursos, culturales, intelectuales y políticos de su sociedad. Hoy comienza una historia. O mejor dicho, una nueva serie de historias y contrahistorias. Por un lado, tendremos las previsibles habladurías de un gobierno impositivo, con su aparato de coerción; pero, por el otro, las múltiples respuestas de un pueblo que se reorganiza en todos sus niveles.

 

Este es el momento de apelar a la coherencia, a la discusión organizada, a la autocrítica. Tal como dice el poema de Carlos Drumond de Andrade, “La máquina del mundo”: “Ves aquí la gran Máquina del Mundo, / etérea y elemental, que fabricada / así fue del Saber, alto y profundo, / que es sin principio y meta limitada.” El principio y el fin serán el resultado de las acciones humanas. Convoquemos a las voces más claras, a los brazos más diligentes, a toda la inteligencia del Brasil para que estas acciones (principios y finales) terminen por trascender el oscuro presente que nos acecha.

 

Testimonio del nordeste

Marina Porcelli

 

 “… esta prosa que se desparrama como la lluvia de las sierras”, anota Graciliano Ramos en 1934, concretamente, en el último capítulo de su novela San Bernardo, que cuenta con humor, crueldad e ironía, el ascenso económico de un ranchero. Antes, en el mismo libro, dejó asentado: Escribir como se habla, ¿por qué no? Las citas vienen al caso, singularizan la propuesta del escritor brasilero, tanto en lo que refiere a la obra mencionada como a su narrativa posterior. Graciliano Ramos —que nació en Alagoas en 1892 y murió de cáncer en Río de Janeiro en 1953— integró el grupo de escritores del nordeste, vale decir, la corriente que incluyó a José Lins do Rego y Raquel Queiroz y que instaló la sequía de las regiones rurales como problemática central de su literatura. Así, contando la pobreza ligada a esa sequía —y su angustia y su desesperación—irrumpió en la década del 30, y dio formas nuevas proponiendo, a través de un determinado tratamiento del lenguaje, una suerte de regionalismo sin tierra. De hecho, Ramos creció en Pernambuco, tuvo, de chico, crisis de ceguera provisoria, trabajó en Río de Janeiro como corrector de pruebas de varios periódicos y, desalentado frente a las escrituras de moda, se fue a vivir a Palmeira dos Indios, junto a su padre, luego de que murieran sus hermanos de peste bubónica. Se casó dos veces, crió varios hijos, fue, por un breve lapso, director de prensa oficial del estado. Sin embargo, durante el régimen de Getulio Vargas quedó encarcelado aunque sin cargos concretos: se supone que lo encerraron por comunista. Para esta fecha, ya había publicado su primera novela, Caetés (1933), la mencionada más arriba y Angustia (1936). Pero es justamente después de la cárcel cuando la prosa de Ramos asienta su giro buscando un trazo más transparente, cuando gesta su obra magistral, Vida secas (1938), y se vuelca de lleno en la confesión y la autobiografía. Escribe Historias de Alexandre (1944), Infancia (1945) e Insomnio (1947); póstumamente, se publica Memorias de la cárcel. La parquedad de su estilo y sus capítulos breves, la ausencia casi total de adjetivos, y la limpieza extrema de la oralidad son constantes en esta obra. Tanto, como ese plano infinito de dolor y tristeza que atraviesa invariablemente las historias: aunque al final del camino, en el fondo del terreno yermo, aparece siempre una grieta, una perforación que da más sensibilidad a los personajes, que hace posible la piedad y cierta esperanza. Esto último ayuda, sin duda, a entender por qué Graciliano Ramos es uno de los escritores más notables de la lengua portuguesa.

 

Fotografía: Isaumir Nascimento

 

Otra promesa de vida

Roberto Kaput

 

Para Alvaro, Ricardo e Ivana

 

La obra de Jorge Amado fue mi primer contacto con la literatura brasileña. Tendría 16 años, poco más: por la mañana, la desmesura del folletón de Gabriela, clavo y canela incendiaba mi imaginación; por la noche, la actuación de Betty Faria en Tieta, primera telenovela brasileña transmitida por Imevisión, tiñó mis sueños con los tonos más alegres del erotismo.

 

Para hablar de lo que Elis Regina significó en mi vida tendría que comenzar por hablar del otoño en Tampico: días nublados, con los puños en los bolsillos del rompevientos, la humedad en los tenis, las hojas pudriéndose en el chapopote. Entonces, de un walkman gigante surgen las primeras notas de Águas de março, la voz amable de esa mujer valiente, la poesía desnuda de Antônio Carlos Jobim: “es un palo, una piedra, el final del camino; es el resto de un tacón, algo solitario, un trozo roto de cristal, la vida, el sol, es la noche, la muerte…”

 

Después llegó el cine de Glauber Rocha, las novelas de Rubem Fonseca, la poesía de Vinicius de Moraes, las palmeras de Guimarães Rosa en la orilla contraria del río Sepotuba, el área de recreo de Salto das nuvens donde brindé con Sylvia por la memoria de Brás Cubas, escuché los acentos musicales de Aroldo, la risa franca de Tieko, celebré los detalles con que Helvio sazonaba las historias de sus compañeros, cinco profes de literatura hablando de política universitaria, cobijados en el campo de energía hidráulica de la cachoeira.

 

Pero Brasil sigue siendo un misterio profundo, al menos para mí. A lo mejor por eso, ahora que los resultados electorales situaron a esta república como uno de los escenarios latinoamericanos a los que más atención se le debe prestar, he regresado a la lectura de António Cândido. En “La nueva narrativa brasileña” (1981), enumera algunos de los rasgos que comparten las literaturas ibéricas del subcontinente:

 

1) nuestros países fueron colonizados por las dos monarquías de la península, de diferencias marcadas tanto como de  afinidades evidentes; 2) como régimen de trabajo, conocieron la esclavitud; 3) como actividad económica, el monocultivo y la minería; 4) en general, pasaron por un proceso amplio de mestizaje con pueblos llamados de color; 5) produjeron una élite criolla que encabezó los procesos de independencia en periodos sensiblemente paralelos, protagonismo que situó en primer plano los intereses de este sector; 6) en el plano literario, la imitación de tendencias europeas fue un factor de unificación, sobre todo la francesa, aún en los casos en que la crítica habla de enajenación; 7) urbanización acelerada por procesos de industrialización similares; 8) la transformación de poblaciones rurales en masas marginadas, despojadas de sus costumbres, reducidas a la neurosis del consumo; 9) el capitalismo predatorio de compañías trasnacionales que favorece gobiernos militares o militarizados en la región, capaces de garantizar los intereses de las clases local e internacionalmente dominantes; 10) en el campo cultural, la hegemonía de Estados Unidos, lo mismo en la cultura letrada que en las inculcaciones de los medios de comunicación de masas.

 

El sistema que configura el listado anterior debiera enriquecerse con la crítica de Mariátegui o Cornejo Polar, ambos peruanos, los aportes de la colombiana Helena Araujo. El pensamiento latinoamericano, entonces, estaría en condiciones de contribuir al acercamiento informado de nuestros países, situándonos a ras de suelo, listos para enfrentar los retos del presente.

 

Es hora de construir otra promesa de vida para América Latina. En Levadura nos dedicaremos a construir ese diálogo.

 

Fotografía: Isaumir Nascimento

 

Homenaje a Brasil en cuatro tiempos (Mitos)

Coral Aguirre

 

La huella

Mi infancia se coloreaba cada noche con las historias de mi abuela materna. Venía del Chaco, era correntina, sus hijos como mi madre nacieron al borde del Santa Lucía afluente del Paraná. Llevaba trenzas enroscadas en la nuca y era flaca y morena. Con los años di por invención todo lo que me contó en esas noches de fábulas y sustos.

 

Hoy busco el mapa y advierto que Corrientes al norte es un corredor que alcanza al Mato Grosso. La selva espesa. Y me consterno porque llevo prendido en el alma ese paisaje, y para mí decir Brasil se conecta con la reciedumbre de los árboles cubriendo el cielo, los timbós, los ninhais, las plantas carnívoras. Se conecta con la hondura del lodazal, de la laguna que te atrapa y te desaparece. Te come, te traga, decía mi abuela Coralía.  Se conecta con lo que de más hondo tiene la naturaleza portentosa.

 

Y yo soñaba por las madrugadas entre espantada y gozosa, el miedo siempre me ha dado un raro placer, con enredaderas que bajaban de esos mismos árboles con inmensas garras, con perfumes que al inclinarse sobre el cáliz de las flores, envenenaba, o bien adormecían al punto de llevarte a otros mundos, como decía mi abuela, con serpientes blanquísimas que tenían alas y volaban y eran tan bellas pero tan bellas que a uno, decía mi abuela, se le cortaba la respiración.

 

De tal modo que vengo a dar con que el Mato Grosso es mi raíz de lenguaraz, de fabuladora, de esta que escribe e inventa y siempre sueña con lo más viejo de la tierra, la espesura, y en medio de la espesura el sendero, y en el sendero uno que va y otro que viene y se encuentran y se reconocen y entrelazan en la voz y los gestos lo que han vivido, que es contar de lo que uno está hecho. Y siempre para mí mientras fui niña, Brasil era el Mato Grosso. Y los cuentos.

 

El amor

¿Encontraría a Dardo? Me preguntaba a la manera del Oliveira de Cortázar. Por dónde aparecería, por qué lado habrá de alcanzarme. Llegó del Norte, cruzando la frontera, de paso por Paraguay donde estuvo preso algunos días ya no recuerdo por qué, y desde San Pablo donde residió dos años. A los 18 años para escapar de la ley militar el mejor lugar del mundo le pareció Brasil.  Dardo cuya voz según él, pasó de ser aguda, de tanto hablar portugués a un tono  grave y hondo, con resonancias de espesuras como las que me había enseñado mi abuela. Y como ella, Brasil cantaba su nostalgia todo el tiempo. Bajar con la imaginación por sus ríos fue mi costumbre. Le pedía siempre que me hablara en esa lengua que me sonaba amorosamente gutural. Y a pesar de cierta irritación de mi parte, siempre terminaba cantando los goces de la mujer brasileña, de su negritud, de sus culos que me enseñó a reconocer: ¿Ves? me decía, fijate ese culo, esas caderas anchas, ese porte, y ni te cuento al caminar, caminan con ritmo ¿entendés? Con cadencia, como si bailaran…y se quedaba soñando.  Luego me contaba de la nueva capital, de Brasilia, lejos de todo, como un gran elefante blanco, y deshabitada, sólo los ministerios. Y de Quadros a Goulart a quien había seguido en mitines, porque era otra cosa, decía pero que no lo habían dejado gobernar…o algo así. Lo cierto es que los años en Brasil labraron en Dardo, mi compañero, una rara condición de extranjero que todavía hoy, al recordarlo, agradezco.

 

La política

Y de pronto desde Brasil, la novedad. Un candidato a presidente surgido de las bases obreras. Pero nosotros ya lo conocíamos, por obrero metalúrgico, por ejemplo, por coincidencias con el SMATA cordobés que había hecho saltar al dictador Onganía e inventado el Cordobazo: estudiantes y obreros hombro con hombro. Seguimos paso a paso la “pasión” de ese nuevo líder. Nos habíamos politizado mucho después del asesinato del Che y como él, soñábamos con una América Latina libre y hermana. Lula fue uno de nuestros paradigmas. Cada vez que se presentó a la dirigencia sindical, ganó. Y luego aquel paro general y por fin la aventura de inventar un partido y candidatearse y presentarse cuatro veces a la presidencia de su país. Ay, cada vez que perdía, nosotros perdíamos esperanzas. Mientras se sucedían los golpes militares, los asesinatos de líderes populares, la represión progresiva a los estudiantes y la mordaza generalizada para silenciar a los pueblos y sus demandas, Lula se presentaba una y otra vez como candidato a la presidencia y perdía también una y otra vez. Por fraude, por venir de las barriadas, por no haberse cultivado en las universidades, por ser un hijo de nadie, un bruto, un ignorante.

 

Pero así como otros líderes auténticos han visto por fin concretarse sus aspiraciones y trabajar desde y por su clase, Lula da Silva llegó al poder y Brasil fue entonces el país que cumplió parte de nuestras utopías.

 

La profesión

Nuestro teatro, vale decir nuestra profesión de teatristas se vio confrontada con el Teatro del Oprimido, nacido del mismo corazón que Pedagogía del Oprimido de Paulo Freire. Era el comienzo de los años setenta, y se estrenaba en Buenos Aires El gran acuerdo internacional del tío Patilludo obra escrita y dirigida por Augusto Boal de quien no sabíamos nada y de pronto comenzamos a saber todo: perseguido político, torturado, encarcelado, era un guiñapo sacudido por el gobierno fascista del   que había huido a nuestro país. La intelectualidad teatral porteña, lo acogió, lo cuidó y ayudó a encontrar los medios para  seguir su carrera teatral. Casi nos resultaba imposible imaginar que a un artista se lo destrozara de tal forma. Con una inocencia rayana en la idiotez no percibíamos que nosotros íbamos directo a lo mismo. Ya había 1200 presos políticos que quedarían en libertad al final de esa primera dictadura de los años setenta en Argentina; pero no habíamos llegado a la desaparición en masa de comunidades enteras en las diversas profesiones. El terrorismo de Estado no había plantado aún la procacidad de su rostro.

 

Con Torquemada  su siguiente obra, donde había dejado el humor por la crueldad más rigurosa, comenzamos a copiar sus acentos, las canciones, los versos, las imágenes que jalonaban sus puestas. Y la violencia de sus escenas.

 

Y por un tiempo fuimos hermanos y cómplices en los signos y la teatralidad que este brasileño vino a regalarnos. Mucho más fuerte que las novedades teatrales  europeas, nos hizo dar un giro tan grande que fuimos de su grey desde entonces. Y gracias a él fuimos latinoamericanos por primera vez.

 

Así, Brasil, confluye como una columna vertebral en las cuatro estaciones de mi vida.

 

Fotografía: Isaumir Nascimento

 

Fotografías

Isaumir Nascimento

 

Nació en São Sebatião, Estado de São Paulo, Brasil, en 1971. Concluyó su formación como arte educador en la Universidad Federal del Espirito Santo (UFES), teniendo como especialización la fotografía. Como periodista publicó su trabajo varias revistas y periódicos en Brasil. Su trabajo como artístico fotógrafo se basa en el trípode formado por el uso intensivo del color, la percepción del viajero – hoy, después de siete años en Alemania la del migrante – y del desmontaje creativo de la malla simbólica que sostiene las imágenes. En 2006 Isaumir hizo un viaje de algunos meses por países de América Latina, llevando películas vencidas con el fin de obtener fotos con distorsión de color. En 2009 hizo un viaje de seis meses por la región norte y nordeste de Brasil, durante el proyecto llamado Expedición Gráfica Isaumir realizó varias series y proyectos fotográficos que le rindieron premios nacionales como el Premio Brasil de Fotografía de aquel año. Un año después, en 2010 Isaumir viaja a México, como artista residente, premiado por el del Fondo de Cultura de México. Durante cuatro meses desarrolla el proyecto “del Kariri a Oxaca”, donde se afirma una vez más como un fotógrafo del color, que opta por hacer documentales usando la ficción y la creación de terceros lugares, poética que marca su trabajo posteriormente hasta hoy. Desde 2011 Isaumir vive en Berlín, Alemania, se dedica a proyectos independientes y administra un taller de fotografía, además de dedicarse a investigar sobre la imagen y cómo en ella se revelan las relaciones históricas de poder.

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