Escribir no tiene nada que ver con significar, sino con deslindar, cartografiar, incluso futuros parajes.
Gilles Deleuze y Félix Guattari
La ciencia ficción es el género más joven que se adscribe a lo fantástico, su madre es, sin duda, Mary Shelley, ha surgido de la novela gótica y de un cuestionamiento al progreso. En 1818 es publicada la novela Frankenstein o el Moderno Prometeo, la que según Brian Aldiss:
“Es la primera obra de ciencia ficción en sentido estricto. Nacida de lo gótico, utilizando la técnica del suspenso creada por Scott y uniendo todo a los nuevos descubrimientos científicos, Mary Shelley, construye una obra totalmente original, anticipa los métodos de Wells, crea un mito perdurable, el del ‘monstruo’ Frankenstein, —que hasta despoja de su nombre a su creador—, primer abanderado de la posterior hueste imponente que amenaza desalojar al hombre de su sitial en la tierra”[1]
Y si su madre es Mary Shelley, por otro lado, comparten la paternidad Julio Verne (Veinte mil leguas de viaje submarino o Viaje al centro de la tierra) y Herbert G. Wells (La máquina del tiempo, el hombre invisible o la guerra de los mundos).
En Verne y en Wells ya aparecen planteamientos científicos destacados para su época, pero todavía son escritores considerados dentro del género de lo fantástico, ya que es hasta el siglo XX que el género recibe su nombre a través de Hugo Grensback, editor de la popular revista Amazing Stories, quien denominará Science Fiction a los relatos que publica desde 1926 y los cuales presentan un romance encantador entrelazado con hechos científicos y visión profética.
Dentro de los clásicos de la ciencia ficción en el siglo XX, Un mundo feliz (1932), de Aldous Huxley, retrata un mundo perfecto y limpio en el que las personas son creadas mediante tecnología reproductiva y en el que los medicamentos controlan las emociones. En ese mundo ya se han extinguido la familia, el amor, la literatura y el arte.
Otro libro clásico son las Crónicas marcianas (1950) del escritor norteamericano Ray Bradbury, quien en un impresionante despliegue de imaginación narra las diversas expediciones de humanos que llegaron a colonizar el planeta rojo. La obra es una mezcla de tristeza, desolación y crítica a una plaga humana destructiva.
Isaac Asimov escribió Fundación (1942), pero mi relato favorito es La última pregunta (1956), relato que también, por cierto, como las Crónicas marcianas, da impresionantes saltos temporales sin perder su leitmotiv, una especie de cuento en espiral acerca de los últimos días del ser humano en la tierra. Asimov también escribió non-fiction, y en otro de sus libros dice:
“A lo largo de la historia siempre han existido los agoreros de la destrucción. Todos hemos oído hablar de Casandra, la hija de Príamo de Troya, que no dejó de advertir a los troyanos de que su ciudad sería destruida, aunque nunca la creyeron. Sin duda, antes de ella tuvo que haber profetas de la destrucción entre los egipcios y los babilonios, y la historia de los judíos está especialmente plagada de estos temas… Sin embargo, muy poca gente tomó alguna vez en serio a estos agoreros de la destrucción, por la sencilla razón de que muy poca gente estuvo de acuerdo con la religión y porque, de todas maneras, miles de años de amenazas del justo castigo divino nunca se habían cumplido. Pero ahora la situación ha cambiado. Lo que amenaza a la humanidad no son el adulterio y la fornicación, sino la contaminación física. No es un dios furioso el que nos amenaza con destruirlo todo, es un planeta envenenado por sus propios habitantes”.[2]
En estos clásicos la ciencia ficción trabaja bajo la mirada anticipatoria. Por ello se le conoce como un género conjetural, que admite la conjetura científica o la filosófica y cuestiona o se cuestiona dimensiones humanas, políticas y éticas de una sociedad en permanente construcción.
Podríamos decir que detrás de robots y viajes interestelares se esconden cuestionamientos sobre la vida humana en el planeta que trascienden la ficción para instalarse en las posibilidades de lo real. Desde las ideologías transhumanistas en boga, hasta las consecuencias devastadoras de las políticas ambientales. No hay tema que escape al radar de la ciencia ficción siempre que se pueda poner en perspectiva.
Pero también los viajes interplanetarios están desfasados de nosotros, es decir, siguen siendo posibles, poblarán los relatos futuros sin duda, pero ya causaron todo el furor que debían causar, ya no sorprenden a nadie.
Para una generación posterior de escritores la anticipación sigue operando, pero ya no es el centro de atención.
Philip K. Dick escribió algunas novelas que sacudieron el género, muy pocos escritores han trabajado tanto y tan bien con las realidades aparentes como el autor de Sueñan los androides con ovejas eléctricas (1968). Una constante en sus relatos es que toda realidad es aparente, los humanos podrían ser androides, el tiempo que vivimos podría ser un bucle temporal, la política podría estar siendo controlada por extraterrestres… Paranoia, depresión, locura, I Ching y teología. En K. Dick el misticismo mezclado con las ideas paranoides o conspiratorias llega a su límite en Valis (1981). Una novela que retrata la década de la droga, los años 60 y en la que Dios es protagonista.
Para mi gusto es mejor novela Laberinto de muerte (1970), en la que el misticismo aparece en personajes como el Mentufactor, el Intercesor y el Caminante que parecen la traspolación de la trilogía cristiana en un futuro distante.
Sin duda alguna Philip K. Dick lleva el género más allá de sus predecesores, ya que no hay en él una perspectiva anticipatoria, y sin embargo sigue siendo arrobador. Fredric Jameson advierte un cambio en la función histórica de la ciencia ficción:
“Podría señalar una transformación de la función histórica de la ciencia ficción actual. En realidad, la relación de esta forma de representación, de este aparato narrativo específico, con su supuesto contenido —el futuro— siempre ha sido más compleja. Porque el realismo, o figurativismo, aparente de la ciencia ficción siempre ha ocultado otra estructura temporal mucho más compleja: no darnos “imágenes” del futuro, sino, por el contrario, desfamiliarizar y reestructurar la experiencia que tenemos de nuestro propio presente, y hacerlo de modos específicos, distintos de todas las demás formas de desfamiliarización.”[3]
Desfamiliarizar, o hacer extraño algún objeto es un procedimiento literario, los formalistas rusos usaron el término para referirse a los modos de proceder en el lenguaje literario que tiene como fin dar una nueva perspectiva de la habitual visión de la realidad. Bertolt Brecht lo llamo “distanciamiento”.
Hoy en día que las relaciones humanas están trastocadas, volver a pensar en estos procedimientos me parece una buena manera de sacudirse ante la “epidemia de lo mismo”, ante la falta de crítica a la realidad. La “mismisidad” es un cáncer. La imaginación actual se encuentra al límite porque el futuro ya nos alcanzó y la perspectiva no es muy alentadora.
Nuestro presente, no sólo exuda decadencia, sino precariedad, éxodos masivos, migraciones de gente huyendo de países donde su vida está en peligro y se agotaron las alternativas, podría atreverme a señalar que hay un ataque sistemático a la vida humana en muchas de sus manifestaciones en el planeta.
El mapa global está cambiando y la configuración del mundo también, no sólo hacen falta nuevas economías, es decir, nuevas miradas sobre los intercambios comerciales, sino también nuevas estéticas, es decir, nuevas maneras de abordar la vida en la ficción.
Ahora no nos impacta tanto un viaje interestelar, ni que los viajes espaciales sean posibles, sino la condicionante de que sólo serán posibles para una minoría multimillonaria. Tampoco vemos como algo milagroso la cura a terribles enfermedades, la mejora o sustitución de órganos por prótesis u otros órganos; sin embargo, ninguno de nosotros tiene los recursos de David Rockefeller para hacerse siete trasplantes de corazón y así vivir ciento dos años.
Lo que tenemos frente a nosotros es un mapa que todavía no hemos recorrido, un cambiante territorio por explorar que además está mutando. Hay una reconfiguración total del mundo y también hay una gran resistencia a estas nuevas configuraciones.
La relación entre mapa y territorio puede considerarse paradigmática en una semántica no lingüística: las reglas del juego dicen que no debe confundirse lo denotado con el conjunto de signos que lo denotan. Según estas reglas, el mapa representa siempre un conjunto de menor nivel; no tiene ni la extensión, ni el detalle, ni el volumen de aquello que intenta reproducir. Redundando en ello, el sentido común nos dice que es imposible perderse -al menos literalmente- en un mapa del Sahara, o ahogarse en uno de cualquier océano. La cartografía, así, no es más que una aproximación, limitada e imprecisa, de ese conjunto casi infinito de elementos llenos de matices que es lo cartografiado.[4]
En las Crónicas marcianas, libro de Ray Bradbury que ya hemos mencionado, la tecnología ocupa muy poco espacio, no así la imaginación más descabellada y un tratamiento elegíaco acerca de la conquista del espacio. En Ray Bradbury aparece una humanidad vulnerable, al mismo tiempo conquistadora y desolada. Su grandeza radica en la forma de sus crónicas, en el tiempo diegético que abarca y en la velocidad y ritmo de los relatos. Su conjetura temática es el humano en busca de nuevos territorios.
La ciencia ficción este año cumple 200 años de vida, podríamos darle un reconocimiento como género prospectivo y enrarecido de la realidad, cuya importancia radica en que todavía nos puede ayudar a dibujar los mapas del territorio desconocido que tenemos por delante.
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[1]ALDISS, Brian, El cuento de ciencia ficción del siglo XIX. Centro Editor de América Latina, 1978.
[2] ASIMOV, Isaac. La ira de la tierra.Co-autor Frederick Pohl. Ediciones B. 1994.
[3]JAMESON, Fredric.Arqueologías del futuro. Akkal, ed. 2007.
[4] TORRIJOS, Fernando, Estéticas transhumanas: del cyborg al androide, Scripta Nova, 2004.