El Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA), cumplirá el mes de marzo sus 30 años de vida bajo fuego cruzado. Los disparos vienen, como es costumbre, de los cientos de solicitantes que no lograron la beca, pero los bazucazos son por cuenta de personalidades muy cercanas al presidente López Obrador y comentaristas de la prensa cultural que consideran un abuso la utilización del erario público en beneficio de una élite intelectual y artística[1].
Mientras algunos países de Latinoamérica toman el modelo del Fonca para crear su propio apoyo a la invención artística, aquí se le quiere borrar de la faz de la tierra. Parafraseando una de las sentencias del Primer Mandatario de la Patria; no puede haber un grupo de gente ilustrada en un pueblo sin lustre. Para acceder al Fonca tienes que tener algún mérito artístico. Los jóvenes deben mostrar que ya iniciaron su entrenamiento en la cuerda floja de la ficción y tienen facultades para no romperse el cuello, y los mayores de 35 años exhibir la obra realizada y los reconocimientos obtenidos por ella.
Para darle contexto a la creación del Fonca hay que considerar lo improbable que resulta vivir de la creación artística en un país en el que el consumo cultural es ridículo[2]. La gran literatura mexicana se hizo robándole tiempo a la diplomacia o a la carrera burocrática. Los impulsores del Fondo que pasaron por tal experiencia consideraron pertinente crear un organismo independiente del Aparato Cultural que en los años 70 ya se comía el 85 por ciento del presupuesto a la creación artística, para apoyar directamente a sus artífices. Lo grave fue que aquellos mandarines repartieron el pastel primero entre ellos y luego con sus cofradías, provocando la percepción de una mafia cultural que se premia a sí misma, condena pública que pervive hasta ahora a pesar de los controles que se han creado para evitarlo.
En una encuesta que realicé el año pasado entre 150 artistas, académicos y gente de cultura, el 70 por ciento aceptó desconocer las actuales reglas del Fonca, un 30 por ciento consideró que era un programa de captación gubernamental, pero 60 por ciento lo vio como un proyecto de política pública. Aunque el 40 por ciento de los entrevistados no habían solicitado la beca ni pensaban hacerlo, sólo el 3 por ciento de los encuestados pidió la desaparición del Fondo. En lo que hubo más discrepancia fue en el número de años que debe otorgarse el apoyo; la minoría dijo que sólo un año, el siguiente porcentaje fue por 3 años, luego por cinco años y el porcentaje más alto, marcado por gente que ya había recibido la beca, fue por tiempo indefinido.
A la intemperie
Los críticos radicales del Fonca pasan por alto que los llamados artistas no cuentan con trabajo fijo y por lo tanto no perciben servicios médicos ni prestaciones laborales como la jubilación, vacaciones, horas extras, reparto de utilidades. Vivimos a la intemperie, auto explotándonos con meses de ensayo o de creación de obra que nadie paga; pisando un escenario sólo una o dos temporadas al año; escribiendo un libro que toma uno o dos años en ser escrito y sabrá cuantos en publicarse; preparando una película por cinco años; haciendo cola en las galerías por meses; esperando lustros para llegar a las salas de concierto.
El País publicó el año pasado diversos reportes de las condiciones laborales de los artistas españoles, concluyendo que sólo una minoría puede vivir de su trabajo artístico. Esa minoría se reduce en México y uno de los indicadores de esa realidad son las miles de solicitudes que año con año recibe el Fonca en su conjunto. Como su presupuesto sólo alcanza a cubrir entre el 17 y el 22 por ciento de las peticiones, el número de resentidos del Fondo supera con creces a sus beneficiados. Aunque debo matizar esta frase porque me consta que en diversos gremios se reconoce que la mayoría de los premiados merecen el apoyo. Esta consideración alcanzó el año pasado su lado chusco y convenenciero cuando los institutos culturales de diversos estados publicaron desplegados de prensa felicitando a los creadores nativos o afincados ahí, por el merecimiento.
Por cierto, el Fonca tiene dos pendientes históricos: el centralismo cultural y la cuestión de género. En el primer rubro ha mejorado notablemente porque en sus primeros años sólo el 4 por ciento de los apoyos eran para artistas regionales y actualmente ronda en el 37 por ciento[3]. No tengo el dato del porcentaje de becarias de los primeros diez años del Fondo pero en 2017 el 34 por ciento de las becas fue para mujeres, cuya ala radical pide la mitad de los apoyos sin otra consideración que la cuota de género, alegando que hay menos féminas solicitando las becas y con menor trayectoria que los señores por la jodida dominación masculina que han padecido desde que se extinguió el matriarcado (salvo en tierra juchiteca).
La cuarta
El Fonca ha sobrevivido a la reiteración de las mismas críticas y a los ascos de Hacienda y otras dependencias federales porque nació con el presidencialismo mexicano de Salinas de Gortari, se afianzó con Zedillo, creció con Fox y Calderón —gracias, hay que reconocerlo, a Sari Bermúdez y Consuelo Saizar—, y alcanzó su dimensión actual con Peña Nieto, más la clave de su expansión y sobrevivencia tienen nombre y apellido: Rafael Tovar y de Teresa. Sin tal respaldo político y nobiliario y con las huestes de la Cuarta Trasformación buscando fifís para mandarlos a la sierra a reeducarse, el Fondo corre peligro.
Lo civilizado sería criticar al Fonca con datos duros y argumentos sólidos[4], porque incluso uno de los primeros y más fundamentados estudios críticos que se hicieron desde la Academia sobre el Fondo, Poder y creación artística en México, del doctor Tomás Ejea, publicado en el 2011, debe ser puesto al día porque uno de sus argumentos centrales fue que el Fonca es endogámico por la repetición de becarios, que es posible por la repetición de los jurados que son nombrados por el secretario en turno del fideicomiso. Ya no es así. Acaso uno de los reales avances del Fondo sea que actualmente hay una heterogénea selección de jueces que son escogidos por su trayectoria, cuyos nombren entran a una tómbola por disciplina, que se abre ante notario para ver qué dijo la suerte. Si revisamos los nombres y el currículo de los jurados de los últimos años veremos la diversidad de edades, tendencias, filiaciones, que han diversificado en tal medida la selección de los becarios, aunque sin resolver una cuestión irresoluble: la subjetividad del arte.
Sólo diré aquí que en el anecdotario del Fonca hay casos tragicómicos de solicitantes que piden audiencia para que les expliquen por qué demonios fueron rechazados si en la cuartilla en la que resumieron su propuesta está la salvación de la cultura mexicana. O reclamos más dolorosos porque el solicitante tiene una obra comparable a la de fulano que sí fue seleccionado, pero no hay presupuesto para todos. Si a esto le agregamos la crítica feroz y llena de sentido que le hace una corriente de pensamiento al mérito artístico, que es el fundamento del Fonca, cuestionando sus valores como una forma de dominación cultural en favor del capitalismo que en su renovada maldad nos hace creer que somos libres de ser esclavos de nosotros mismos, la casa pierde[5].
Ciertamente hay formas muy simples de acotar la endogamia del Fonca. Por ejemplo, que no se le otorgue el SNCA al solicitante que tiene un trabajo fijo o medios de vida equivalentes al monto de la beca. Actualmente esa restricción es sólo para funcionarios de la SC[6]. Otra: que los apoyos del Fondo no puedan repetirse de por vida sino un número limitado de años. En el caso de México en Escena, esta medida es compleja porque se hizo para propiciar la emancipación económica de los colectivos de las artes escénicas, que en teoría deberían logar su independencia económica en tres años, bueno, en seis, pero la necia realidad ha demostrado que esa emancipación del dinero público es imposible no sólo en México sino incluso en los países con tradición cultural como los europeos, cuyas grandes compañías y los grupos experimentales no saldrían adelante sin fondos del erario.
La controversia sobre lo que ha aportado el Fonca a la vida cultural del país es otro nudo gordiano, que como se sabe, es un problema que sólo se puede resolver cortándolo de tajo, como quieren los detractores del Fonca. Aunque en este punto tengo una sospecha: creo que el verdadero propósito de los resentidos del Fonca no es desaparecerlo, sino ser ellos los becarios. En mi estudio sobre el Fondo, aun inédito, he llegado a la conclusión de que el mérito artístico no debe ser el único parámetro para las becas, porque además de la subjetividad del enunciado es un principio cruel para el talento menor, pero obstinado, de los artesanos de la invención artística, y para la justicia social de quienes han dedicado la vida a la cultura de las orillas, de las comunidades, de los olvidados. No se trata de una dádiva —como no lo es el apoyo al mérito artístico—, sino el reconocimiento de un prejuicio de clase que ve por encima del hombro la cultura popular.
Es un hecho que el Fonca debe refundarse, pero lo peor que le puede pasar a un país en el que se lee, en el promedio de su población, medio libro al año, donde la inmensa mayoría de sus habitantes no ha entrado a un teatro, a un museo, a una sala de concierto, a una conferencia, a un taller de actividades artísticas; en un país en el que la educación artística de la escuela primaria a la universidad es un desastre, en el que sus artistas mueren de soledad y falta de trabajo, donde hay que hacer coperacha para el entierro, matar al Fonca por pura venganza social será, está sí, una traición a la cultura.
Imagen de portada: Tomada de la página de Facebook del Fonca.
Ilustración interior de Jonathan Rosas, en www.tierraadentro.cultura.gob.mx.
[1] En 1989, año de fundación del Fonca, se dieron sólo 23 becas. En 1993, 75. Actualmente pasan de 220 por año.
[2] Ernesto Piedra y Néstor García Canclini hicieron 2012 una encuesta a 171 jóvenes y hallaron que sólo el 19 por ciento vivía de su producción artística.
[3] En este punto hay que considerar que al menos la mitad de los becarios radicados en CDMX son de diversas regiones del país.
[4] En Proceso salió una crítica de Blanca González con datos duros reales, como decir que el monto de las becas se determina por el salario mínimo en curso. Como con AMLO este indicador subió 102.68, la crítica de arte calculó que los creadores eméritos ganarían 61.200 pesos mensuales y los miembros del SNCA 45.900 pesos. En realidad ambas becas estuvieron congeladas muchos años y sólo subieron el año pasado, no de acuerdo al salario mínimo sino en razón de los recursos disponibles del Fondo, ya que hay una cláusula mortal en los contratos que constriñe todos los movimientos financieros del organismo a la posibilidad que esos recursos dejen de existir.
[5] No abundo en el tema porque Confabulario, el suplemento cultural del periódico El Universal, está por publicar un artículo mío en el que desarrollo la dicotomía entre meritocracia y democracia en el arte.
[6] Sé que con esta propuesta mis amigos con casa grande y casa chica me retirarán la palabra.