¡Qué teatro le vamos a dejar a Rubén González Garza!, exclamó alguna vez Alberto Ontiveros, acaso indignado por nuestros proyectos y resultados. Y así fue. Nos convencimos que era eterno y su mirada benevolente nos conduciría alguna vez al paraíso pero no a él. No a él. Sus colegas eran de aquí, de esta tierra. Aunque él sí con notable generosidad invitaba siempre a buenos, reos y entenados, a participar con dignidad en ese asunto llamado Teatro.
Con el convencimiento de su eternidad lo vimos de pronto en Minería hace una semana. Iba al homenaje de nuestro amigo Luis Martín. Lo vimos salir con su paso tranquilo y pensamos cómo siempre andaban uno con el otro.
El curso de su vida y de sus logros tampoco no nos corresponde decirlos, son bagaje de Luis Martin y de Genaro Saúl Reyes, entre otros teatristas de su entorno. También de artistas y escritores, de gente linda como es la gente que anda soñando. Y ahora se nos ocurre que Rubén anduvo soñando tanto que se había olvidado de morirse como todo el mundo. Por eso la Muerte se apiadó y prefirió llevárselo así, de golpe, casi sin que se diera cuenta.
Revista Levadura sólo puede decir: Salud Maestro, aquí le dejamos un espacio para su memoria. Siempre.
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