Vital y necesaria, nos resulta Violeta al fin, cinta de la costarricense Hilda Hidalgo, pues tanto argumental como estilísticamente, un filme como este es un alivio frente al aluvión de fuegos artificiales que encarna buena parte del cine actual (y la vida en general).
Cinta afortunadamente anticlimática, o mejor dicho, de atmósferas contenidas, cuidadas, sin demasiada ambición de planos o tomas, para resaltar las líneas de un conflicto dibujado con bastante mesura. Cinta cuya dirección nos recuerda prodigios como La Ciénaga (2001, Lucrecia Martel), por su estilo; o la chilena Gloria (2013, Sebastián Lelio) en gran medida por su argumento.
Violeta, de 72 años, sufre uno de esos momentos que suelen ser como una especie de corte de caja, principio y fin de algo, viraje, replanteo, en fin, todo lo que se necesita para vitalizar la vida propia, cualesquiera que sean y hayan sido sus circunstancias. Saliendo de un divorcio y confrontada nostálgicamente al pasado (cifrado en una casa), vuelve sobre sus pasos sólo para tomar un camino nuevo. La directora Hilda Hidalgo, quien aún no conoce esos desvaríos, demuestra gran sensibilidad y lucidez: no sólo por contarnos este tipo de historia, sino por la maestría con que lo logra.
Violeta toma clases de natación y traba relación con el profesor: un hombre no joven pero sí mucho más que ella, mexicano de origen y con ambición. La mano inteligente y madura de la directora costarricense logra que este encuentro y la evolución de sus vínculos se alejen de los consabidos lugares comunes, de lo elemental o previsible. Cada uno está en una etapa distinta de la vida, mas ambos las revisan con el fin de proyectar hacia el futuro –sea largo o inmediato. Dicho contraste es una genialidad por parte de la directora, pues logra darle densidad a un filme que podría haber resultado más lento y poco interesante.
Sobre la marcha, la línea argumental teje, o esboza otras ramificaciones de la misma historia, que quedan ahí como meros trazos que se desvanecen; lo principal es mostrar cómo un entorno social y familiar se encuentra predispuesto frente a ciertas situaciones o circunstancias de la vida, en este caso la edad otoñal. Y ahí radica la vitalidad y el drama necesario de Violeta: su resolución a no seguir el guion que parece escrito desde siempre y para siempre; resuelta a no dar las acciones que se esperando de ella; resuelta a no resignarse.
Por fortuna, todo esto está contado con el mínimo de recursos, tanto técnicos como artísticos. La efectividad de lo anterior junto con el entramado preciso, logra una obra bella, digna de la realidad que intenta retratar. Agréguese a lo ya dicho el mérito de las actuaciones, especialmente la finura de Eugenia Chaverri, quien delinea su personaje con una exquisitez deleitante a la que el espectador no puede ser indiferente.
Trabajo de conjunto –si el cine lo es- bien logrado. Pieza cuya estructura recuerda a esas obras maestras de la música que lo son por la hechura de su armonía.