
Detalle de imagen de Mercedes Cabello Llosa, a su llegada a Lima, en http://marivi-hypatia.blogspot.com.
La solidaridad republicana
Hubo un tiempo, lejano tiempo, en donde las mujeres amordazadas de por vida tuvieron la ocurrencia de plantarse como señoras de su casa, cultas e informadas. Fue entonces que surge la primera de cuya condición tenemos memoria: la marquesa de Rambouillet, que quién sabe si harta de las funciones de la vida secreta y familiar de cuanta mujer se precie de tal, abrió un salón para solaz de amigos y amigas, reinando en él por primera vez no por su belleza sino por su inteligencia. Corre el siglo XVII, siglo de Molière quien se solaza en ridiculizar a esta raza de mujeres eruditas en Las preciosas ridículas y Las mujeres sabias. Detrás de la marquesa vinieron las Madames, Madame de Sévigné y Madame de Lafayette y al final del siglo XVIII la incomparable Madame de Stäel, quien asimismo había tenido el privilegio de sentarse en las rodillas de Voltaire en el salón de su madre, Madame de Necker. Todo esto en Europa por supuesto.
Como en la época del amor cortés en el Medioevo, ellas ponían límites a la torpeza masculina, a sus debates furiosos y poco elegantes. Proponían las conversaciones con los temas de su tiempo, con conocimiento sobre las obras y sus hacedores, daban pautas para seguir por tales o cuales temas y abrieron senderos de participación y encuentro. Su saber era oral, ejercían la palabra con destreza y acaso poetizaran en pleno parlamento, con la seducción propia de su sexo. Pero que yo tenga noticias, ninguna de ellas, además de las que no nombro, tuvieron en esas veladas la ocasión de leer sus ensayos, poesías o ficciones. La palabra oral reinaba y la reina, vale la redundancia, era la que hablaba mejor.
Entonces cincuenta, sesenta años después, las mujeres latinoamericanas que comenzaban su andar menos madres y más personas, en Lima, donde según Flora Tristán velando rostro y cuerpo hacen lo que se les antoja en la vida pública, esto es en la calle y los recintos, entregándose al amor y al erotismo, dieron en encontrar otra forma de velarse el corazón y la cabeza, las veladas literarias.
Y nos preguntamos cómo se inaugura este espacio de libertad para mujeres con cierta educación, lo cual denota su procedencia burguesa. Una nota en El Nacional de Lima de 1876 lo aclara: La notable escritora argentina Juana Manuela Gorriti llama a las escritoras nacionales, a los literatos distinguidos y a la juventud estudiosa para estrecharlos a todos en el seno de la amistad y de la confianza, y formar una nueva asociación literaria que, sin más títulos ni ceremonia alguna, lleve a cabo la obra del engrandecimiento del espíritu por medio de la inteligencia, Los salones de la escritora se abren para recibir a los nuevos convidados: el miércoles 19 de julio se inauguran sin pompa pero de manera solemne las tertulias semanales que el público conoce bajo el nombre de VELADAS LITERARIAS.
Las veladas, coordinadas por esta mujer, Juana Gorriti, heredera de Juana Manso de la que ya hemos tratado, llevaban a cabo un programa de música, generalmente al piano que permite reducir la partitura de una ópera por ejemplo, a su estructura melódica, o bien darle a un vals las resonancias de una fiesta, que se completaba con lecturas poéticas y ensayísticas de los propios participantes, intelectuales y mujeres eruditas. De estas producciones literarias han quedado memorias a causa de una rara edición de 1892 impresa en Buenos Aires en donde se recogen las sesiones tomadas de los diarios que en su tiempo las publicaron una a una. Así venimos a dar con que contamos con un registro insólito y suntuoso. En ese volumen titulado Veladas literarias de Lima, recogido y cuidado por Julio Sandoval, se reúnen todas las obras que al compás del entusiasmo de leer sus textos, comentarlos y debatirlos, hombres y mujeres de la segunda parte del siglo XIX presentaron en el salón de Gorriti en Lima entre 1876 y 1877.
Es cierto que crecíamos una a una, dándonos la mano entre amigas y compatriotas, en México, en Argentina, en Chile, en Perú, pero lo curioso de estas veladas es que de pronto una sureña se instala en Lima y abre sus puertas para que florezcan compañeras de otros lares. Allí aparecen Clorinda Matto, de la que ya hemos expuesto su andar, y Mercedes Cabello, grandes novelistas y feministas de la primera hora y ambas peruanas. Quiero recalcar lo que tan bien señalan estudiosas de este tema como Ana Peluffo: es necesario dar a nuestros vuelos literarios el marco histórico que los opaca o los releva. En este caso, las veladas y la presencia femenina de las creadoras, restaña o suaviza de alguna manera la derrota de la Guerra del Pacífico (1879-1883) por parte de Bolivia y Perú y el triunfo de Chile. De modo que en estas veladas nos encontramos con la solidaridad republicana por encima de bandos y territorios y es bueno insistir en ello puesto que de nuestra sororidad ya hemos dado cuenta, pero el paradigma que proponen las veladas literarias de este tiempo es en verdad admirable. Y fueron las mujeres las que tuvieron la capacidad de separar la política de la literatura aun cuando ellas y sus obras siempre fueron políticas. Fueron ellas las que contribuyeron grandemente a la democracia y al entendimiento entre los pueblos aunque tengo la impresión de que se lo oculta a sabiendas, invisibilizando así el ejercicio republicano que ejercen estas veladas literarias, las publicaciones feministas, el ejercicio periodístico, los planteamientos sobre la educación como eje de nuestro desarrollo y el crecimiento en nuestras sociedades.
Ahora bien, me gustaría cerrar este trabajo con el perfil de Mercedes Cabello, ya que antes hemos delineado el de Clorinda habiendo concluido con su destierro en Buenos Aires a causa de su misma escritura. Destierro que fue definitivo puesto que nunca volvió a su país.
Por su parte, Mercedes Cabello, peruana como la anterior, asiste y brilla en estas veladas dando a conocer parte de sus ensayos, al tiempo que escribe una novela ―Blanca Sol— por la que será largamente combatida por un sector de las mismas mujeres. Al leerla uno advierte las huellas de su tiempo en la defensa del progreso humano con base en los logros científicos y una suerte de naturalismo que no llega a ser el de Zola a causa del moralismo con el que impregna los actos y hechos de sus personajes. Al cabo de tanto tiempo, ella la escribe en 1888, molesta un poco a una lectora de mi tiempo. Pero la ruptura que de la figura femenina realiza, en verdad es sorprendente y por ello fue calumniada y perseguida.
Blanca Sol, una señorita burguesa y díscola dada su condición de clase y su poder, arrasa con todo para obtener sus fines y como resultado arrasa consigo misma al llegar sobre el final de la novela, a prostituirse. Es cierto, la base de la crítica es moral, pero la audacia de la propuesta, insólita para su tiempo. Por eso mismo fue condenada.
En este sentido es de hacer notar, (ya lo he hecho) que a partir de cierta tradición de la literatura inglesa con Richardson a la cabeza y su Pamela, el modelo de novela para mujeres y escrita luego por mujeres, es la fórmula de la chica mala y la chica buena, la que se aprovecha de sus encantos y la que los oculta, la que se entrega y la que espera el momento feliz del matrimonio. Nuestras escritoras latinoamericanas no están exentas de ello. Tampoco Mercedes Cabello y su novela, donde triunfa en el amor aquella que no se expuso como Blanca Sol y esperó discretamente sin lanzarse a ninguna aventura o desafío. Lo que sucede con esta obra es que la receta se quiebra con el desenlace desvergonzado de su protagonista caída hasta la exasperación en el daño moral al devenir la puta de un burdel de mala muerte.
Para concluir dejo para reflexión de las lectoras una especie de trampa que yo creo, ha sobrevivido hasta nuestros días y que observo en la manera inmediata en que las mujeres me dicen, al hablar de su profesión —Ah, pero tengo hijos—, o —Mi hogar es lo más importante para mí—. Desde los tiempos del sufragismo, cuando todo parecía indicar que cambiábamos el mundo con nuestro voto, algo permaneció inalterable, el principio de complementariedad. Somos libres, hacemos una carrera, nos ocupamos de nuestra vocación pero es necesario completarlo con la otra cara: el hogar y los niños. Vale decir, el rol de esposa y madre no se ha movido un centímetro. Toda mujer radical que haya elegido no tener hijos, que haya hecho abortos, que no quiera casarse y que no atienda a ningún hombre, es sospechosa para la sociedad latinoamericana incluso en estos tiempos.
Mucho hicieron nuestras madres decimonónicas pero desde entonces hasta ahora, hemos caminado muy poquito. Por eso es asombroso asistir a sus logros, a sus luchas y a su sororidad, puesto que incluso Gorriti, Matto y Cabello, tuvieron el proyecto de escribir una novela juntas.
En el próximo número abundaremos sobre ellas, sus proyectos, las veladas y el perfil de Juana Gorriti.