
Imagen obtenida de la página de Facebook @conartenl.
A Rubén González Garza (1929-2019)
Rubén González Garza, además de ser un gran creador era un hombre amable, generoso en sus comentarios y crítico con quienes consideraba “árboles secos” del teatro regiomontano. Recuerdo que en una ocasión me dijo: “No te acerques a las ramas secas, a los árboles que ya están secos, no te acerques”.
El pasado domingo 7 de abril se llevó a cabo en el Teatro de la Ciudad un homenaje al decano del teatro regiomontano, el dramaturgo, actor y director Rubén González Garza, recientemente fallecido a los 90 años y dedicado 70 de ellos al teatro.
Una carrera tan larga es difícil reseñarla en poco tiempo y difícil también tener registro de todas las puestas en escena en las que participó; sin embargo, como la carrera es larga, también debe haber mucho material a la mano, porque Rubén González Garza no cesó su actividad, sino que siguió activo desde los años cincuenta hasta la fecha.
El mensaje de bienvenida estuvo a cargo de Ricardo Marcos, presidente de Conarte, enmarcado por una proyección con la imagen en grande del entrañable maestro.
En un medio local publicaron que Ricardo Marcos habló conmovido y con la voz entrecortada, y sí, antes de empezar su exposición aclaró que sería breve por sus condiciones de salud. Me enteré de que estuvo enfermo de neumonía, por esa razón batallaba para respirar, de ahí sus pausas y su voz entrecortada. No estaba conmovido, estaba enfermo.
Hecha tal aclaración, Ricardo Marcos resaltó la aportación de Rubén González Garza, quien perteneció a una generación de artistas de mediados del Siglo XX que fueron parte esencial en la construcción de la identidad cultural de la ciudad.
Posteriormente se realizó una lectura dramatizada de su obra: El jardín que se seca. Un texto de corte costumbrista, en la tradición del realismo mágico, que me recordó la poética de Elena Garro por sus fantasmas. El jardín que se seca nos revela el mundo de tres mujeres de diferentes edades. La madre, interpretada por Rosa Esthela Robles, la hija que leyó la actriz Belén Garza y la empleada doméstica, leída por Valentina Flores. También prestaron su voz Luis Carlos Fernández como el vecino y José Díaz como Roberto. La acción gira alrededor de la madre, que padece Alzheimer. Mientras la obra avanza, entre recuerdos fugaces del pasado, breves momentos de lucidez y la presencia de fantasmas o alucinaciones, no queda muy claro, pero eso la hace más interesante, vamos siendo testigos de su paulatino deterioro, de la pérdida de sus facultades cognitivas y del dolor que causa a su alrededor; la sensación de pérdida lo va impregnando todo: el jardín se seca, su destino es inevitable. Con todo esto, la obra tiene un tratamiento ligero, nunca se torna melodramática en exceso, arranca risas.
Hubiera querido seguir conociendo más de la dramaturgia de Rubén González Garza; el momento era más que oportuno y me parece que se lo perdieron los organizadores y nos lo perdimos todos los espectadores. Era más que deseable escuchar fragmentos de sus obras, o sus textos breves; era el momento oportuno para recordarlo rememorando las palabras que alguna vez escribió para la escena y que están ahí, esperando que alguien las monte para no morir ellas también. Para no dejar que se sequen, para regarlas, esparcirlas en busca de alguien que quiera dialogar con ellas.
Pero se nos acabó la sensibilidad y la empatía huyó corriendo. En cambio, el homenaje viró de rumbo. A la exquisita lectura de su obra por parte del grupo Juventud Acumulada, le siguió la lectura de monólogos de autores varios entre los que destaca la presencia del propio Ricardo Marcos con A la mesa con Rossini, también se leyeron escenas de Hamlet y El Rey Lear, de Shakespeare; El relojero de Córdova, de Emilio Carballido; Los chicos de la banda, de Mart Crowley y de Hernán Galindo, Expreso no me olvides. Los encargados de la lectura fueron Francisco de Luna, Antonio Cravioto, Juan Benavides, Mauro Samaniego, Gerardo Dávila, Luis Felipe Ibarra, Alfonso Teja y Gilberto Loredo. Todos ellos actores profesionales, algunos leyeron mejor que otros, pero ese no es el tema, sino que por espacio de una hora, aproximadamente, se nos olvidó que el homenaje era para Rubén González Garza.
En mi papel de espectador esperaba, no un repaso de las dramaturgias que atravesó como actor sin verlo a él actuando, ni tampoco un espacio para el lucimiento personal de actores y el propio presidente de Conarte, quien bien pudo guardarse su monólogo para después y no aprovecharse del homenaje para decir “yo también soy dramaturgo”. Yo esperaba que me mostraran la vida y obra de uno de los hombres de teatro más importantes de la ciudad, yo esperaba un homenaje completo.
A estas alturas es posible compilar videos de sus últimas obras, fotografías, es más que posible leer sus textos para acercarlos al público, si hubiera un poco de generosidad. Por ejemplo, me hubiese gustado que se leyeran fragmentos de su obra La casa de las cruces de gis, que fue una de las primeras obras de teatro que vi en mi juventud, y que el homenaje fuera completo a quien así lo merece.
Lamento decirlo, pero durante más de una hora Rubén González Garza brilló por su ausencia y en cambio vimos actuar a reconocidos actores locales, leyendo a autores universales y uno que otro colado; pero no vimos ni escuchamos a Rubén. Bueno, lo veíamos todo el tiempo porque la proyección con su imagen sonriente vigilaba en silencio todo el proceso.
El maestro Luis Martín, a cargo del homenaje, dijo que tuvo poco tiempo para la realización del homenaje y le creo. Pero en eventos de esta naturaleza no puede haber justificaciones. Al final actores, personalidades y asistentes aplaudieron de pie a la imagen del maestro, que todo el tiempo observó en silencio, ya que si hubiese podido hablar tal vez habría tomado la palabra y no precisamente para agradecer aquel despilfarro.
Quiero destacar el programa de mano, una reliquia de 1997, escrita por Ricardo Elizondo Elizondo, que contiene la biografía escénica y un listado de las obras en las que actuó y también las que escribió el maestro Rubén González Garza hasta ese año. Muy buen documento para traerse a casa.
Colofón.
Haré una última apreciación que no tiene que ver con el evento sino con la poca asistencia del gremio teatral. Llamó mi atención y la de varias personas con las que pude intercambiar impresiones, que el Teatro de la Ciudad se viera vacío, aunque era domingo, día libre, soleado, inmejorable. El gremio de teatro no se dio cita al evento, demostrando así su poco interés en la historia del teatro regiomontano, la poca generosidad que nos caracteriza y la pobre solidaridad que existe entre la mayoría de la comunidad artística. La escasa participación del gremio en eventos de esta y otra naturaleza que no esté estrictamente apegada a sus intereses, da cuenta de una crisis material y espiritual que compartimos.
Vivimos en un tiempo caracterizado por una gran crisis de valores. El desinterés en el otro, la falta de empatía, la indiferencia hacia los procesos históricos. Tal crisis existe, es real y se manifiesta en la escasa participación de los artistas en las decisiones políticas de su tiempo, como también se manifiesta en la falta de interés por su tradición artística, en este caso, teatral.
La crisis nos golpea a todos, pero cuando en una sociedad o en una comunidad artística reina la indiferencia y se prefiere guardar silencio y no manifestarse públicamente, ni para defender sus derechos culturales, pero tampoco para rendir homenajes a sus muertos, esa sociedad tendrá también un arte indiferente a ella, a sus procesos sociales, aburguesado, comprometido con el mercado y no con la sociedad de su tiempo. Un arte parecido a un árbol seco.
La sociedad no necesita ni merece más árboles secos, ni parásitos de la cultura. La sociedad requiere más gente como Rubén González Garza, árboles que no se secan.