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¿Y si tuvieras un deseo? ¿Y si pidieras que cada uno de los padres muertos por la violencia regresaran a la vida con sus hijos? ¿Y si pudieras ver las cosas con los ojos de un niño para hacer más sencillo lidiar con el narco? ¿Y si pudieras hacer que las situaciones más peligrosas se conviertan en un juego o una forma de salir airoso y así no perder la vida?
La imaginación, el juego, las posibilidades infinitas de la infancia muchas veces pueden convertirse en esperanza, pero muchas otras veces se topan con la realidad y terminan mutiladas, convertidas en espantosos fantasmas que vienen a perseguirnos durante la edad adulta.
Si cada uno de los niños afectados por la violencia desatada por la llamada guerra contra el narcotráfico instaurada por Felipe Calderón en el año 2010, pudiera salvaguardarse usando su forma de imaginar el mundo, ser niño se convertiría en la mejor defensa contra la situación caótica y cruda en donde los sinsentidos son los que dirigen los destinos de muchas regiones del país.
Las posibilidades del juego y de la imaginación introducen un gran elemento para contar historias, y más si es en el cine. La plasticidad y los contrastes que pueden tener las perspectivas de los niños es impresionantemente más rica, y no tener que amarrarse a una lógica realista, puede acercar al cine a lo que Tarkovsky siempre pensó que debería ser: el lenguaje de los sueños.
Por estos caminos hay dos películas mexicanas que buscan crear una línea narrativa desde la perspectiva más vulnerable de nuestra tragedia nacional: los niños. Hablo de Vuelven (2017) de Isa López y Cómprame un revólver (2018) de Julio Hernández Cordón. Aunque en géneros diferentes, pues Vuelven se instaura en la fantasía y el terror y Cómprame un revólver en el drama, ambas son narradas desde las perspectivas de infantes afectados por la violencia que impera en México.
En el caso de Vuelven, Isa López hace un gran intento por tomar un tema tan complejo, y al mismo tiempo tan poco tratado como lo son los niños huérfanos a causa de los asesinatos del narcotráfico, y lo lleva al género del terror y lo fantástico. La directora usa el terror para posicionar simbólicamente las grandes pérdidas y las posibilidades más espantosas en el futuro de los personajes de su historia; no creo que exista un mejor género para definir lo que México está sufriendo desde ya hace varios años. Colocar la nota en la partitura del terror ayuda a producir metáforas que puedan explicar lo que es inexplicable en la realidad, pues cada vez la barbarie y la incongruencia parecen prevalecer en las acciones de todos los actores que integran nuestra sociedad. En cambio, lo fantástico dota de fuerza y cierta esperanza a los niños que protagonizan el filme de López. Si el terror es lo que se ha desatado como fuerza que lo consume todo, la imaginación se convierte en la fuerza para sobrevivir; ese es el punto basal donde la historia se apoya para avanzar.
Vuelven concentra su trama en un grupo de niños que no tienen padres y que huyen de una banda de la delincuencia organizada, que no solo los dejó huérfanos, sino que los cazan para diferentes propósitos, todos ellos impronunciables. La narración nos lleva con los niños todo el tiempo y nos da su perspectiva de los peligros que corren, de sus miedos, de sus carencias y de sus necesidades afectivas, así como las rencillas entre ellos mismos.
En lo que respecta al terror (¿no es a lo fantástico?), López hace que la madre muerta de la protagonista vuelva en forma de fantasmas deformada cuando esta pide el deseo de que reviva; una gran analogía para llevarnos por el terrorífico mundo de los muertos que nunca lo estarán por las secuelas que dejarán en los hijos que se quedan. Otro elemento que alberga el terror es un hilo de sangre que surge cuando alguien va a morir.
Pero si el terror es la metáfora de lo nefasto, lo fantástico convierte a los niños en fuerzas que pueden enfrentar la realidad; tal vez sobrevivan o tal vez no, pero los dota de ese otro elemento que va más allá de lo material que perece. La frase “los tigres no tienen miedo”, es casi un mantra durante toda la película para hablar de cómo los niños tienen que pasar de esa etapa infantil a ser mayores y enfrentar lo peor de este mundo. “Somos todo lo que habemos” es una frase de uno de los niños al momento de tener que ir en contra de los asesinos que los buscan: la directora explica la pérdida de la infancia en ese hecho insoslayable: aunque sean tan pequeños, tendrán que enfrentar lo que los adultos mismos temen.
No obstante, está muy clara la propuesta de Isa López y es loable estética y narrativamente su intento, la película decae mucho por la concentración en los elementos fantásticos y dejar a un lado, por momentos, lo más humano de los personajes. El acento en distracciones visuales que no aportan más que los llamados valores de producción no conectan con la trama principal y quedan inconexas y vistas en todo momento como artilugios que no aportan.
En el otro caso, Julio Hernández Cordón y su Cómprame un revólver van en otra pista, pero de la misma situación: los niños. Más como un homenaje a la novela Las aventuras de Huckleberry Finn de Mark Twain pero con la atmósfera del mundo Mad Max (1979) de George Miller, esta película también se basa en un grupo de niños, pero sobre todo en la pequeña Huck, quien vive con su papá en un campo de béisbol y que tiene que usar una máscara y casco para que nadie se dé cuenta que es una niña, pues toda la región está dominada por el crimen organizado, incluso el narco usa el campo de béisbol como centro recreativo.
El padre de Huck es un adicto que vive temiendo que se lleven a su hija, pues ya se llevaron a su esposa y a la hija mayor. Dentro de este mundo salvaje y violento Huck tiene a tres amigos que se la pasan vagando y entrenando para enfrentarse con “los malos”, ninguno tiene familia y entre ellos se cuidan.
La propuesta del director transita por exponer la visión infantil de los peligros que acechan a Huck, la niña no tiene guarida segura y el padre es un tiro al aire que lo mismo puede matar a uno de los narcotraficantes para defenderla que llevarla a la fiesta del líder de la banda. Es ahí donde el contraste podría resultar innovador en el desarrollo de la trama, pues Huck hace y deshace con la lógica propia de su edad, para ella los peligros son muy reales, pero las soluciones o formas de enfrentarlos no tienen parangón con lo que haría una persona adulta. Estar en el mismo centro del cataclismo y ser una niña es la apuesta del director para contar una historia que es escalofriante, que te mantiene en vilo y al mismo tiempo te refresca con momentos con las acciones y visión de los niños.
También en el caso de Cómprame un revólver la propuesta está clara y simplemente de pensarla emociona, pero Hernández Cordón no se exige al máximo en el guion, deja a la deriva el mecanismo para que el espectador entienda qué sucesos son vistos desde la perspectiva de los niños y qué parte no lo son. Eso que con gran maestría logró Guillermo del Toro en El laberinto del fauno (2006), una historia que no trata este tema, pero con la misma peculiaridad de tener a una niña en el centro de la narración y tener que jugar con lo terrible de la dictadura franquista en España, por un lado, y el mundo del fauno por el otro. El contraste y las idas y venidas entre esos dos mundos construyen la posibilidad de confrontar la visión infantil y la terrible violencia de la realidad, pero esos contrastes están muy bien establecidos en la estructura del guion y podemos identificar la lógica de la construcción de la historia. En cambio, en Cómprame un revólver, el director, de gran talento, se confía de su puesta en cámara y no aprieta el guion, dejándonos sin un mecanismo para identificar cuáles sucesos son desde el punto de vista de la niña y por lo tanto tienen otra lógica y cuáles no lo son; es así que al espectador le parecen sin sentido varias de las escenas cruciales de la historia y por lo tanto no entra por completo a una propuesta que tiene muchas posibilidades.
A pesar de los puntos débiles de ambos filmes, estamos ante historias que abordan temas poco tratados y muy importantes. En la producción nacional es muy bajo el porcentaje de películas que se dedica a contar todas las aristas de la violencia y el crimen organizado, y poquísimas las que intentan abordarlo desde la perspectiva de una de las grandes porciones de nuestra sociedad que lo padece más fuerte: la niñez.
También es refrescante que por fin alguien cuente desde otras perspectivas las acciones violentas que han acabado con miles de vidas y siguen asolando poblados enteros.
Estoy seguro que estas dos películas serán las semillas para la consolidación de otras propuestas que vengan después con mayor solidez.