
Larga oda a la salvación de Osvaldo es un enorme poema de largo aliento, con más de sesenta páginas, escrito a cuatro manos por la poeta regiomontana Minerva Reynosa y el escritor toluqueño Sergio Ernesto Ríos, y que pertenece a la colección de poesía de la Editorial Casa Universitaria del Libro.
Acercarse a la poesía mexicana del presente siglo siempre termina por ser un privilegio para quien se aproxima a conocer lo que se está escribiendo en nuestros días —tal es mi caso como lector— y podemos percatarnos con alegría que la poesía mexicana, de algún tiempo a esta parte, ha estado en un constante movimiento. Puede ser que en ocasiones falten narradores más osados en desafiar las formas ya impuestas y seguidas, y que un día se animen a romperlas y proponer algo distinto desde la propia manera de contar historias. Pero en el caso de la poesía es notable que nombres y obras no nos han faltado, ya sea porque hay quienes deciden seguir una cierta tradición literaria, u otros que buscan la ruptura con ella y deciden explorar otros caminos poco recorridos.
En el caso de Nuevo León, orgullosamente “nunca” ha faltado la poesía, desde Alfonso Reyes a Gabriel Zaid, de Carmen Alardín a Miguel Covarrubias, de Minerva Margarita Villarreal y José Javier Villarreal a Eduardo Zambrano, Rodrigo Guajardo y Diana Garza Islas; de Samuel Noyola y Armando Alanís Pulido a Dalina Flores Hilerio y Sergio Pérez Torres, y de Minerva Reynosa a Iveth Luna, entre otros tantos que a falta de espacio me costaría mucho poder mencionarlos a todos. En medio de áridas piedras y de cerros extintos entre la contaminación, podemos decir que contamos con un corazón palpitante de poetas y resistente a la deshumanización de las artes, en el sentido de que se suele dar una valiosa continuidad para la poesía que heredarán los oídos de las próximas generaciones de poetas nuevoleoneses. Cada uno desde visiones distintas de concebir al poema, y cada quien respondiéndole a distinto contexto que puede atraernos a nosotros, lectores, o no. Al menos, en mi humilde opinión, la poesía nuevoleonesa puede tener el mismo significado entre generaciones, lo que para Octavio Paz quería decir el poema mismo en El arco y la lira: “[…] un caracol en donde resuena la música del mundo y metros y rimas no son sino correspondencias, ecos, de la armonía universal.”
Pero este caracol afortunadamente también ha resonado dentro de los oídos mismos de la narrativa escrita en Nuevo León, pues empezando nuevamente por el propio Alfonso Reyes, con grandes voces de la talla de Orfa Alarcón y Patricia Laurent Kullick, Eduardo Antonio Parra y Hugo Valdés, entre otra infinidad de obras y nombres de las que me gustaría hacerme cargo de hablar en otro momento dedicado para algún libro de narrativa publicada por algún escritor de nuestra región.
Ahora, respecto al libro en particular, ¿por dónde empezar? Pocos poemas terminan por ser tan arriesgados en atreverse a diluir la poética dentro del texto, a tal grado de hacer que el lector se vea enfrentado ante una estructura tan compleja como lo es este poema que desde el primer verso comienza a desenrollarse para después dar una completa vuelta hacia su propio espacio y empezar a devorarse la cola y luego volver a salir una vez más, y sucesivamente, hasta volverse en el merecido homenaje del poeta argentino Osvaldo Lamborghini.
El poema mezcla lenguas, logra que el inglés, francés, náhuatl, ruso, portugués, entre otras más (incluyendo algunas muertas) coexistan entre sí, y trabajen en armonía con la resonancia de sus propios sonidos, dejándolo de esta manera en otra pieza difícil de diseccionar:
Inenarrable
gigante de los mundos
con un tiro en el cielo de la boca
te suicida
El poema tiene permite adentrarnos en su lectura y a la vez sacarnos de ella, pero sin la brusquedad del abandono, más bien empuja teniendo al lector atado y preparado para el siguiente verso. Es ágil y complejo; ágil en el sentido de que comparte esos momentos oníricos como los mostrados en el Pasado en claro de Octavio Pazy cualquiera de los poemas de Alejandra de Pizarnik; pero complejo por la transparencia de su estructura y lenguaje como El primero sueño o Muerte sin fin, de Sor Juana Inés de la Cruz y José Gorostiza respectivamente; sin embargo, es también un poema que se emparenta a la perfección con los experimentos de nuestro tiempo:
dueñas de mi baba de unicel
dueñas del muñón
con el que limpio las turbinas
akinueliijtos
akin in ijtiyaya
kanueliiljuia
allá se fue
sejkotlamantlitlenuejkalistli
A comparación con la armonía de los sonidos que el poema compone, nosotros nos volvemos en las sombras que arrojan las palabras y como sombras volvemos a ellas cuando el poema parece quedar en total estado de silencio.
Leer este poema es un desafío, pero más grandioso es el desafío de enfrentarlo y terminarlo sin dejar de prestar atención a las palabras que va colocando como una pirámide de naipes que en apariencia simula que en cualquier momento se desmoronará sobre nosotros; pero el poema es sólido y responde como una grandiosa unidad, e insisto, rica en la armonía de los sonidos que la componen.