
Fue en Tepic Literario, libro que tuve el gusto de presentar, donde descubrí gracias a los facsímiles de la revista de Nayarit de 1907, que en ese año el premio nacional de dramaturgia de Bellas Artes lo había ganado una mujer: Teresa Farías de Isasi, de la cual la única referencia además del lugar y fecha de su nacimiento es que fue amiga del poeta Manuel José Othón.
También aprendí a lo largo de esta ardua investigación respecto del nacimiento de la mujer como sujeto y luego como artista en América Latina que a las poetas, primera expresión de la literatura femenina, sucedieron las dramaturgas. Si lo pensamos un poco, el primer efluvio o manifestación propia en el ejercicio escritural, proviene del yo que se lamenta y se alegra, el himno a los dioses, la súplica, la ofrenda. En el caso de las creadoras del siglo XIX se afinca en la patria, la familia, la tierra natal y por fin en una pasión amorosa sabiamente controlada por razones obvias. Una no va a andar por el mundo revelando sin discreción los sentimientos íntimos. El cuerpo no se nombra. Tendremos que esperar a las desmesuradas del Sur a comienzos del siglo XX para oír sus escandalosas resonancias y reverberaciones. El segundo movimiento que precede al Yo, es el Tú y Yo, es decir el diálogo, el intercambio de las voces que entrarán en conflicto, se amalgamarán y también van a confrontarse. Así las dramaturgas sucederán a las poetas aunque nadie las nombre ni hagan historia para nombrarlas después.
El jalisciense José María Vigil, catedrático y periodista, en un largo ensayo laudatorio da cuenta de Isabel Prieto de Landázuri, en principio poeta y en segundo lugar dramaturga analizando una a una sus quince obras teatrales. Destacan entre ellas Abnegación y Un lirio entre las zarzas estrenada en el Gran Teatro Nacional y ovacionada por el público y la prensa. Tanto Vigil como Manuel Altamirano se deshicieron en elogios por la talentosa Isabel y su fama creció junto con el volumen de sus obras. No obstante ella ya había estrenado otras cuatro obras en su Jalisco natal.
Como Isabel Prieto hay un número considerable de dramaturgas antes y después de ella. Son mujeres poetas que ya han probado el gusto por la escritura y ahora ensayan el nuevo género para retratar caracteres de su entorno, que juzgan, condenan, admiran o respetan. Madres generosas, hermanas competitivas, amigas alegres y muchachas serias y tímidas, los personajes femeninos. Amores discretos, encuentros de hombre y mujer signados por la moral, por las virtudes femeninas, su discreción, su obediencia o, por el contrario, por errores que la costumbre ha de subsanar: las fábulas. Todo se mueve dentro de un cauce que nunca es exasperado por la violencia de la carne o la pasión amorosa desbocada. Los diálogos sirven de ejemplo, son paradigmáticos, se contrapone el bien con el mal como dos fuerzas que las mujeres pueden controlar y ayudar al triunfo del espíritu, la pureza, la bondad. El orden falocéntrico y heterosexual se mantiene.
Eso por un lado; por el otro, la escritura de estas obras es eficaz, hay un lenguaje ortodoxo pero literario. Las obras se escriben en verso lo cual está señalando la constricción operada sobre la conformación estética. He leído escenas con diálogos vivaces, certeros, irónicos a veces. Se opera sobre lo trágico y lo cómico. Las autoras equilibran los sentimientos de sus personajes. No se trata nunca de melodramas lacrimógenos ni nada por el estilo. Sin embargo en sus obras permanece “la sombra del caudillo”, vale decir, el que sanciona la Ley. Y se escribe pues bajo sus premisas: la escritura masculina y sus paradigmas.
En el caso de Vicio y Virtud de Mariana Peñaflores de Silva según la crítica de Juvenal, el crítico Enrique Chavarri, todavía sin saber que se trata de una mujer, se ocupa de darle a la misma, una acuciosa visión destacando sus debilidades y sus aciertos. Cuando por el contrario, quien critica sabe que se trata de una mujer, es notable la caída de la relación crítica reemplazada por tonterías como…versos que arrullan, que conmueven, que hacen pensar en el tesoro de armonía que guarda el corazón de la mujer. Solo basta que la obra esté firmada por una mujer para que aparezcan en los comentarios todo lo que ortodoxamente suena a mujer, sin observar nunca su condición estética, su discurso literario o su estructura narrativa. Todo se pierde en aras de lo femenino, lo maternal, lo dulce, lo suave, etc., etc., etc. Por ello mismo podemos decir sin temor a equivocarnos que no hay historia de la literatura femenina ni poética ni dramatúrgica en la medida en que no se suma, no se analizan los textos en su relación circunstancial, no se observa un movimiento escritural de mujeres, no se convoca a reunirlas o confrontarlas o separarlas por distintas razones literarias en cuanto a estilos, géneros, poéticas, influencias ni nada que se le parezca.
Son mujeres preparadas en cierto modo, agudas en la observación, perteneciente a una clase media ilustrada y blanca. Mujeres que asimismo saben traducir del francés y del inglés, lectoras fundamentalmente de poesía aunque de vez en cuando escriban en prosa.
Ninguna de ellas ha permanecido en el canon dramático (creo que tampoco en ningún otro) aunque de tiempo en tiempo algún gobierno saque a relucir sus obras en ediciones de homenaje y de aniversario. Lo cierto es que no cuentan. De tal manera que por ejemplo Rodolfo Usigli nos señala en Escritos sobre la historia del teatro en México que Julia Nava de Ruisánchez es seguramente la primera dramaturga mexicana. También lo dicen otros estudiosos como Guillermo Schmidhuber y Marcela Ríos. Lo irónico resulta que tampoco a Julia Nava se la conoce.
Julia nace en Galeana (Nuevo León) en 1883. Se educa en el Estado y luego parte al centro de México donde se casa. Sus primeras actividades subversivas son en contra de Porfirio Díaz. Amiga de los Serdán, después de Vasconcelos, colabora en la propaganda revolucionaria. A la muerte de Madero redacta un manifiesto en contra de Huerta y es aprehendida.
Reconocida como veterana y legionaria por la Secretaría de la Defensa Nacional, fundadora del Centro Femenino Mexicano, de la Unión Internacional de Madres y del Ateneo Mexicano de Mujeres, entre otros, estos logros dicen poco de su obstinada labor. Muere en 1964.
Fue al investigar sobre el teatro regiomontano que me topé con ella sin tener la menor idea de sus méritos. Entonces se me apareció como una humilde maestra cuyo interés se centraba en los niños. Luego, en la búsqueda de mujeres de teatro vuelvo a recorrer las páginas que hace tanto fotocopié en la Capilla Alfonsina y advierto con estupor todo lo que se me había escapado. Por ejemplo, esa condición luminosa del intelectual mexicano de las primeras décadas del siglo XX para decir Nuestra América. Ella lo dice sin decirlo, encuentro tres obras teatrales infantiles con esta connotación. Una dedicada a México, otra a Brasil y la tercera a Argentina. En las tres el mismo espíritu solidario y latinoamericanista. Y dos obras para adultos, Tablero de ajedrez,publicada en 1936y Acción de mujeres,un poco después. Sin embargo no sé si esta última le pertenece, en las pocas fuentes que he entrevisto, nadie la cita.
Los datos son contradictorios, a veces confusos, imposible dar con su perfil completo. Parece mentira que se coagulen los saberes a la hora de las acciones de mujeres, que se olviden, se pierdan o desaparezcan los archivos y la memoria sobre las protagonistas femeninas.
En general se ignora que además de ser dramaturga y maestra infatigable, haya sido asimismo una gran feminista y una amiga fiel de la revolución. La Conferencia Panamericana de Mujeres a la que asistió en Baltimore, EE.UU., en 1922 y poco después la creación del Consejo Feminista Mexicano del que formó parte y fue obstinada militante, amén de fundar en 1924 la revista La Mujer,lo prueban. Esta publicación tiene dos antecedentes gloriosos: La mujer Mexicana, de 1904 y Mujer Moderna, fundada por Hermila Galindo y que se publicara entre 1915-1919.
Por su parte, la revista que dirige Julia perdura hasta 1929 con 35 números de distribución quincenal. No es poca cosa. Recorrer sus artículos, sus editoriales, es sorprenderse a cada momento por la vigencia de los derechos que se proclaman y los temas que se tratan.
Cabe señalar que hay controversia respecto de si la Revolución Mexicana proveyó de mayor espíritu combativo a las mujeres cuyos ideales estaban sellados ya por su propia autonomía interior. Yo creo que sí, no es lo mismo sentirse humillada por un régimen autoritario y opresivo que percibir los destellos de un pueblo de hombres y mujeres que reivindican juntos la libertad y la justicia. En verdad una sociedad de mujeres liberales e intelectuales, como “Las hijas de Cuauhtémoc” de la que formó parte Julia, lo probaría.
Me he permitido tomar de mis propios trabajos el itinerario de Julia Nava a quien investigué hace mucho tiempo puesto que considero que resulta un corolario congruente con el tema del nacimiento de la dramaturgia femenina en México.
¡Hola!, ¿pueden decirme quién es la mujer de la fotografía? Felicitaciones por este texto, Coral Aguirre.