
Fotografías: Pamela Aquila
La noche del pasado jueves 17 de octubre, la primera generación del Taller de Poesía del profesor Eliseo Carranza puso voz a sus poemas. Poetas de diferentes partes de la república convocaron sus tierras y sus mares: Oaxaca, Saltillo, Veracruz, Durango, Monterrey. La voz como vehículo nos llevó a recorrer esos mundos, la musicalidad y el ritmo de sus palabras impregnaron el ambiente.
Tuve la oportunidad de entrevistar al poeta Ángel Candelaria, integrante de Los Perros Salados, ganadores del tercer lugar de poesía UANL 2018, mención honorífica en la convocatoria de este año. Ángel explora la poesía Jota, el mundo Drag desde el imaginario mexicano.
¿Qué importancia tienen los espacios de lectura para el poeta?
Los espacios son fundamentales, espacios dónde compartir el trabajo, más que la pasión por la poesía. La clase de espacios que estamos empezando a realizar son nuevas maneras de compartir el trabajo literario. Una manera un poco más relajada, pero tampoco tanto. También a la inversa: es algo un poco más formal, pero no tan formal. Un espacio neutro para el poeta. Lo cual es interesante. La poesía involucra un trabajo, el trabajo no sirve de nada si no se comparte. Es por eso que este tipo de espacios son fundamentales.
¿Cuál es la influencia de la generación en la formación del poeta? ¿Le brinda un sentido de pertenencia?
La generación del taller es más una familia. Sí, hay pertenencia. Pero crecer junto a diferentes voces te impulsa a buscar la propia. Desde luego, influyó en nuestra formación. Generamos espacios de complicidad, nos pasamos poemarios, leímos lo que la gente está haciendo actualmente, descubrimos poetas que no habíamos tocado. De repente leo algo, me recuerda a un compañero, se lo enseño. Y viceversa. Es una red de apoyo, fundamental. Pertenezco a esta familia, sí. Pero yo soy yo.
Uno de tus últimos poemarios se llama Hogares. ¿Consideras que el crecimiento del poeta genera una cierta casa a la que su voz poética constantemente vuelve?
Recuerdo que cuando hablamos de esta cuestión en el taller, le dije al maestro que lo que nos estaba enseñando era a travestir la poesía con la formación que recibimos de María Zambrano y Octavio Paz: la importancia de desarrollar una conciencia como individuos, una conciencia de nosotros mismos. Más que una casa, podríamos hablar de una máscara, un rostro que dibujamos. Entonces, si bien con cada trabajo una voz, trato una fábula, siempre regreso a un estilo: la manera en que manejo el lenguaje, concibo la poesía. En un poemario podría tratar el tema de la soledad, o la búsqueda de la pertenencia; el tratamiento no va a ser muy dispar, abordaré ambos temas con mi propio estilo, con mi propia pluma.
Lo que dices me recuerda mucho un fragmento del Tractatus de Wittgenstein: “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”. Pareciera que el poeta traza un mundo a través del uso que le da a su lenguaje, explorándolo. ¿Crees que el poeta se apropia de eso que habla?
Es una pregunta compleja. Yo no hablaría de apropiación. No creo que aquello de lo que hablamos sea algo que podamos llamar propio. No podemos apropiarnos de ello porque no es nuestro. No es algo que puedas quedarte y hacer tuyo para siempre. Lo que haces es solamente una versión de ello. Por ejemplo, si nos fijamos en la poesía de Daniel Betanzos, percibimos inmediatamente recursos musicales, muy de bolero, todo este imaginario del sur, del Istmo. Pero no porque sea del Istmo, o porque diga el Istmo es mío, sino porque el Istmo forma parte de su identidad. Entonces, más que apropiárselo, creo que el poeta lo que hace es nombrarlo. Y lo nombra como parte de sí mismo. Un nombramiento que se relaciona con el lenguaje.