
I. Introducción
Según Sigmund Freud las exigencias de las pulsiones sexuales no pueden ser cumplidas debido a la imposición del principio de realidad. Estamos condenados a ser infelices; la felicidad no es lícita, no es posible, escribió el psicoanalista vienés en “El malestar en la cultura” (1992).
Sin embargo, en Eros y civilización (2015) Herbert Marcuse propone llevar la teoría de Freud más allá, afirmando la posibilidad de una sociedad en la que la energía sexual no tenga que ser reprimida, sino que esta misma envuelva a la sociedad erotizando las relaciones sociales y el cuerpo mismo de los sujetos.
Propongo en este libro la noción de una : los impulsos sexuales sin perder su energía erótica trascienden su objeto inmediato y erotizan las relaciones normalmente no eróticas y antieróticas entre los individuos y entre ellos y su medio ambiente (Marcuse, 2015. p. 17).
En este párrafo citado está el fin y propósito de la obra entera. En lugar de que la sociedad reprima las pulsiones eróticas del individuo, es posible lograr una autosublimación no represiva de los impulsos eróticos y que estos no sólo sirvan para el placer del individuo, sino que eroticen la sociedad entera, al arte y los medios de producción.
La erotización de las relaciones y del mundo está en contra de la racionalidad productiva, prometeica; rechaza la idea de progreso represivo, de trabajo como labor, del dominio sobre la naturaleza. La realidad erotizada es una realidad de juego y gozo. Esta erotización es una reconciliación estética entre la sensualidad y la razón. Siguiendo a Kant, Marcuse concibe que la estética corresponde al juicio y el juicio es intermediario entre el deseo y el conocimiento, entre la razón práctica y la razón teórica (2015, p. 153). En la sociedad erotizada Prometeo deja de ser la figura de referencia, cediendo su lugar a las figuras imaginales de Orfeo y Narciso.
II. Prometeo como héroe cultural contemporáneo
De todas las reelaboraciones que hay del mito de Prometeo podemos salvar lo siguiente: Prometeo es un titán del panteón griego que robó a Zeus el fuego para darlo a los seres humanos. En venganza, Zeus encomendó a Hefesto capturar al titán y encadenarlo en una montaña, dónde todos los días un águila le devoraría el hígado. Este fuego es lo que separa a los seres humanos de los demás animales, los escinde de la naturaleza.
Para Marcuse es precisamente Prometeo el “héroe cultural” de la civilización occidental y de la sociedad represiva. Prometeo es “progreso”, “razón”, “técnica”, “productividad”. En Eros y civilización Prometeo es el “héroe arquetípico del principio de actuación” (2015, p. 145). El principio de actuación se diferencia del principio de realidad freudiano en que el primero es histórico, mientras el segundo es biológico. Es decir, mientras que el principio de realidad está condicionado por el instinto de supervivencia del ser humano frente a la realidad y es ahistórico (2015, p. 45), el principio de actuación es la forma que toma el anterior en un determinado contexto histórico. De tal forma que el carácter anteriormente biológico, instintivo, se torna social y, por ende, puede ser abolido. Así, el principio de actuación es la forma que toma el sistema dominante que genera la represión.
El principio de actuación, que es el que corresponde a una sociedad adquisitiva y antagónica en constante proceso de expansión, presupone un largo desarrollo durante el cual la dominación ha sido cada vez más racionalizada: el control sobre el trabajo social reproduce ahora a la sociedad en una escala más amplia y bajo condiciones cada vez más favorables. […] Para una vasta mayoría de la población, la magnitud y la forma de satisfacción está determinada por su propio trabajo; pero su trabajo está al servicio de un aparato que ellos no controlan, que opera como un poder independiente al que los individuos deben someterse si quieren vivir. […] Los hombres no viven sus propias vidas, sino que realizan funciones preestablecidas. Mientras trabajan no satisfacen sus propias necesidades y facultades, sino que trabajan enajenados. (Marcuse, 2015, pp. 52-53).
El dominio de Prometeo es ese al que el individuo tiene que someterse, consciente o inconscientemente, para poder vivir. Su lenguaje es el del sacrificio, la fatiga y la productividad. En un contexto parecido Paul Lafargue escribió sobre la necesidad del sistema dominante de suprimir, mediante el “trabajo sin tregua”, los placeres y pasiones de una fuerza de trabajo cuasi mecánica (Lafargue, 2010, p. 11). Y es, de hecho, la energía sexual excedente la que da fuerza al “trabajo sin tregua”.
El individuo prometeico es lo que el filósofo surcoreano Byung-Chul Han (2016) denomina “sujeto del rendimiento” (p. 95). Sin embargo, el primero se distingue del segundo en que, mientras uno vive sujeto por el principio de actuación que reprime la energía erótica, el otro se ve avasallado por depresión que genera el contraste entre el “yo real” y el “yo ideal” (Han, 2016, p. 95). Más allá de las diferencias epistemológicas de los dos autores sí es posible ubicar al sujeto del rendimiento de Han, cuyo lema es Yes, we can, dentro de la misma racionalidad prometeica, ya que rendimiento, fatiga y progreso son las máscaras del Prometeo que Marcuse denuncia.
En todo caso, aunque los procesos psicológicos de las dos figuras difieran, la realidad que provoca por un lado la represión (por ende, psicopatías) y por otro la frustración y depresión es la misma. Esta comparación revela, creo yo, que, aunque las condiciones históricas que determinan el principio de actuación han cambiado desde que Marcuse escribió Eros y civilización, la misma racionalidad prometeica sigue operando; y que el diagnóstico de Marcuse sigue siendo vigente en el siglo XXI.
III. Salomé o la desacralización de la sexualidad femenina en la racionalidad prometeica
Dentro de la narrativa prometeica toda sexualidad que no esté orientada a un fin reproductivo es condenada. La racionalidad prometeica condena a Salomé no tanto por pedir la cabeza de Juan el Bautista en bandeja de plata, sino por quebrantar el principio de actuación con el movimiento de sus caderas. El estatus prometeico representa la desacralización de la sexualidad femenina, así como de todo placer que sea fin en sí mismo.
La “estirpe de las femeninas mujeres”, nos narra Hesíodo, es el castigo que impuso Zeus a los hombres mortales por poseer el fuego y en la diadema de la primera, Pandora, mandó labrar “[…] numerosos monstruos, cuantos terribles cría el continente y el mar” (Hesíodo, 2015, p. 36). Así, para el hombre bajo los efectos de fuego prometeico, la mujer no puede ser más que un mal incurable, una descendiente de aquella primera en cuya corona portaba los peores horrores de la criptozoología. Citando a Marcuse (2015):
Y en el mundo de Prometeo, Pandora, el principio femenino, la sexualidad y el placer; aparece como una maldición, es destructiva, destructora. […] La belleza de la mujer, y la felicidad que promete son fatales en el mundo de trabajo de la civilización. (p. 145)
Sin embargo, Marcuse cree posible revertir la maldición del Crónida erotizando la realidad a través de las figuras de Narciso y Orfeo. Así como Emil Sinclair, en Demian (1919) de Hermann Hesse, descubrió lo femenino en la madre de su amigo Demian, en Narciso y Orfeo pueden encontrarse valores estéticos contrarios a los de la racionalidad productiva de Prometeo, invirtiendo el principio de actuación (cortando la cabeza a Juan el Bautista).
IV. Narciso y Orfeo
Marcuse ilustra la sublimación erotizante y estetizante con los arquetipos de Orfeo y Narciso, así como ilustra al principio de actuación represivo con el arquetipo de Prometeo:
Como Narciso, él [Orfeo] rechaza el Eros normal, no por un ideal estético, sino por un Eros más completo. Como Narciso, protesta contra el orden represivo de la sexualidad procreativa. El Eros órfico y narcisista es hasta el fin la negación de este orden: el Gran Rechazo. En el mundo simbolizado por el héroe cultural Prometeo, ellos son la negación de todo orden, pero en esta negación, Orfeo y Narciso revelan una nueva realidad, con un orden propio, gobernada por diferentes principios. El Eros órfico transforma al ser: domina la crueldad y la muerte mediante la liberación. Su lenguaje es la canción y su trabajo es el juego. La vida de Narciso es la de la belleza y su existencia es contemplación. Estas imágenes se refieren a la dimensión estética, señalándola como aquella cuyo principio de la realidad debe ser buscado y valorizado (2015, p. 152).
Orfeo y Narciso representan lo contrario al principio de realidad y al principio de actuación pues son de un orden estético, se posicionan entre lo sensual y lo moral. Corresponden a la imaginación impoluta por el principio de actuación. Narciso no es interpretado por Marcuse de la misma forma que lo interpreta Freud. En el sentido de Marcuse, tanto Narciso como Orfeo no sólo representan la reconciliación entre el hombre y su entorno, lo lúdico y lo contemplativo, sino que también son símbolo del sentimiento oceánico que describe Freud en “El malestar en la cultura”. Este sentimiento oceánico sin embargo no es patológico; funde al sujeto y al objeto en una sola consciencia erótica, “la oposición entre el hombre y la naturaleza, el sujeto y el objeto, es superada” (2015, p. 148).
En una sociedad infundida por el Eros órfico y narcisista los impulsos libidinales no tendrían que ser desviados de su objeto, ya que trascenderían lo que Marcuse (2015) denomina la “sexualidad genital organizada”. Sin embargo, señala el autor, la sublimación no represiva no puede darse sólo en el ámbito individual, sino que tiene que ser un fenómeno social (p. 182). Esta ampliación de los impulsos eróticos de lo individual a lo colectivo permitiría, a su vez, una nueva forma de organización social en la que el trabajo alienante sería sustituido por el trabajo socialmente útil y en la que los impulsos eróticos no reprimidos serían los principales generadores de la cultura. “El poder constructor de la cultura de Eros ―escribe Marcuse― es la sublimación no represiva: la sexualidad no es desviada ni apartada de su objetivo, trasciende hasta otros, buscando una gratificación más completa” (2015, p. 183).
Orfeo y Narciso son los arquetipos de la libertad, de la no represión. Sólo a partir de una erotización no instrumental puede invertirse el orden represivo del principio de realidad imperante: la fatiga deberá transformarse en juego y gozo; la energía libidinal excedente no será puesta en manos de la lógica de producción; se sublimizará la sensualidad y se le restará sublimación a la razón “para reconciliar a los dos impulsos antagónicos básicos” y se conquistará el tiempo, los relojes dejarán de ser el centro de las plazas públicas y de los templos (Marcuse, 2015, pp. 168-169).
V. Conclusión
Más allá de una posible (o no) sublimación no represiva y estando de acuerdo o en desacuerdo con la propia teoría de Freud sobre las pulsiones, lo que en este ensayo denomino prometeico puede entenderse también ―más allá del principio de realidad propiamente psicoanalítico― como narrativa o discurso hegemónico ordenador de los asuntos humanos en general. Pensado así, como narrativa, o como principio de actuación histórico (a la manera de Marcuse), el orden prometeico puede ser invertido o incluso abolido, negando así la premisa freudiana de que la felicidad no es lícita cuando se vive en sociedad.
Así mismo se abre la posibilidad de un tipo de orden distinto, de una narrativa cuyos arquetipos sean Orfeo y Narciso. Si en la narrativa actual los valores últimos son los de productividad, progreso y rendimiento, todos cuantificables, mecanizables; la narrativa contraria tendría que ser opuesta a cualquier noción de orden represivo. La libertad tendría que definirse como legalidad sin ley y el orden como determinación sin propósito; ahí es cuando nos perdemos en la utopía. Sin embargo, pensar esto desde la realidad actual, desde la subjetividad propia arrojada a un orden preexistente cuyos cimientos parecen debilitarse, abre la posibilidad, la potencia o el horizonte de la reconfiguración de lo real. El poder imaginar, pensar y señalar lo que no es, pero puede ser, basta por ahora.
Bibliografía
Freud, S. (1992) “El malestar en la cultura”. En Obras Completas. Vol. 21. Amorrortu. Argentina
Han, Byung-Chul. (2016). La sociedad del cansancio. Herder. España.
Hesíodo. (2015). Teogonía. Biblioteca clásica Gredos. España.
Lafargue, P. (2010). El derecho a la pereza. Diario Público. España.
Marcuse, H. (2015). Eros y civilización. Ariel. España.