
Derechos: Óscar Montemayor Chapa
Para mis compañeras de producción: Sofía Segovia, Beatriz Parás, Claudia de León, Claudia Lerma, Dalia Martínez, Marta Treviño, Adriana Martínez y Silvia Sandino.
En noviembre de 1989, siendo estudiante universitario, dirigí lo que considero mi primer trabajo cinematográfico: Un domingo de paseo.
El guion fue en coautoría con mi compañera Sofía Segovia, hoy una activa escritora, sobre una idea de ella. Recuerdo que teníamos muy claro lo que queríamos evitar, aquellos temas de amores frustrados o personajes inquietantes debido a traumas psicológicos profundos, tan recurridos en aquel tiempo que vuelven a ponerse en boga con El Guasón.
Nuestro interés
era la política. Somos la generación de la caída del sistema electoral y del
muro de Berlín. Como jóvenes entrando a los años veinte de nuestras vidas estábamos
enojados al haber ejercido el voto por primera vez un año antes resultando en
uno de los fraudes electorales más descarados en la historia de nuestro país,
que ya es bastante decir.
Utilizar el lenguaje audiovisual para tratar de expresar el hartazgo hacia las prácticas políticas reinantes fue un paso natural y empírico. No teníamos aún depuradas teorías sobre el cine militante o conocimiento profundo de autores de cine socio-político, fue instintivo, un canal que encontramos para documentar algo, para tener una voz aún vacilante pero testimonial.
La trama del
cortometraje era muy sencilla: en casa de una familia de colonia económicamente
media baja todos se preparan para salir: papá, mamá, abuela y dos hijos. Cuando
la abuela pregunta varias veces a dónde van la respuesta siempre es que a un
paseo. Después de horas de espera en una bodega, observando prácticas que le
eran extrañas, termina en total confusión subida en un camión de redilas en
medio de la seca planicie del río Santa Catarina, luego de la devastación
del huracán Gilberto, rumbo
al evento político de un candidato.
En una anécdota
sencilla quisimos revelar una serie de prácticas electoreras que eran comunes
en el sistema priista hegemónico. Tal vez de manera inocente, tal vez demasiado
directo, empírico, sin la intención de formular un discurso político complejo.
Hoy pudiera verse de esa manera, pero en aquel tiempo el terreno de lo que
estaba permitido decir era más estrecho. Evidenciar asuntos como la compra de
voto con despensas y el acarreo era motivo suficiente de censura, hasta de
amenaza.
Ante el
aplastante monolito que era el régimen presidencial priista, la sola idea de la
alternancia partidista era radical. Éramos una voz, la de un grupo reducido de
estudiantes que debían hacer el trabajo final del laboratorio de cine de una
licenciatura universitaria, encontrando el medio de expresión para empezar a
decir ya basta.
Una década después llegó la alternancia, con ello la dura realidad de que no era suficiente, que el régimen podía continuar con otras caras, colores y discursos. Hasta el día de hoy, con un gobierno que viene prometiendo el verdadero cambio desde tiempo atrás, no podemos asegurar que estamos transitando a otro estadio.
Luego que presentamos ese cortometraje dejé de verlo por mucho tiempo debido a mi autocrítica; magnificaba sus defectos, a pesar de que fue bien recibido por algunos académicos, entre ellos visitantes de otras universidades a quienes se les presentó. Años después me atreví a verlo y quedé complacido. Sí, tenía errores, ciertas carencias, pero ese relato visual directo, desnudo, con actores naturales de grupos de resistencia de algunas colonias, junto con todo lo que hicimos en la producción mis compañeras y yo, resultó en una pequeña pieza poderosa. Vi saliendo de la incubadora los temas que hoy me siguen interesando, pero con una frescura y sencillez de la que tal vez ya no sea capaz hoy, con más teoría e información en la cabeza.
Me permito hacer
esta entrada autorreferencial primero por recordar que hace 30 años estaba en
plena experiencia primigenia, de iniciación con relación al cine, y porque me
da pie a plantear la idea de la necesaria consciencia que uno debe tomar
respecto a su creación.
Cada plano
visual, cada encuadre filmado es una postura estética y política, nos hace
conscientes del sitio desde donde nos paramos para ver el mundo. Es la
responsabilidad que asumimos ante la creación y cada uno de sus elementos. El
cine político no sólo trata temas relacionados con partidos, corrientes
ideológicas y gobiernos, sino también de las luchas de resistencia personales y
comunitarias, de dar voz a lo que reta al estado de las cosas, desde el lugar
de uno mismo sin pretender hablar por los demás, algo que comúnmente se
confunde.
Por eso ha surgido un término que puede ajustar mejor esta postura frente a la creación audiovisual: cine comprometido, o, en palabras del director británico Mike Leigh, hacer lo que uno siente que debe ser.
Tal vez uno de
los cineastas que mejor lo entendieron desde el inicio fue el soviético Dziga
Vertov, quien declaraba hace cien años:
“Esos filmes (los
producidos en la incipiente industria) no son más que esqueletos literarios
cubiertos por un pellejo de cine… Fuimos los primeros en hacer filmes con
nuestras manos desnudas, películas quizá imperfectas, toscas, con algunos
defectos, pero en todo caso filmes necesarios, indispensables. Filmes vueltos
hacia la vida y exigidos por la vida… La obra cinematográfica es el estudio
completo de la vida, el campo visual es la vida, el material para construir el
montaje es la vida, los decorados son la vida, los artistas son la vida…
Nunca olvidamos que la silla está hecha con madera, no con la laca que la
recubre.”
Aunque su campo de acción se dirige al cine documental, la postura de Vertov trasciende a toda historia, incluso ficticia, ya que habla de esa conexión que el creador debe tener con su experiencia vital, de donde obtiene los materiales fundamentales para expresar su visión de las cosas con congruencia.
Hablar de cine político o comprometido en la era del internet y la posverdad es más necesario que nunca. En estos tiempos convulsos, entre la extendida agonía de un paradigma sociopolítico y el postergado parto de otro, esa brecha en donde surgen los monstruos, a decir de Antonio Gramsci, oponerse al estado de las cosas impuesto desde el reconfigurado imperio del entretenimiento vía plataformas digitales es la única forma de darle sentido útil a la creación audiovisual. La opción es desgarrarnos entre todos acá abajo para tratar de ser quien acceda a realizar una serie de Netflix.
Recordar aquella experiencia de Un domingo de paseo me hace verla hoy desde esa perspectiva de la experiencia, del trabajar con los materiales de la vida, de asumir aquel momento que enfrentábamos. Aunque hoy vivimos un periodo histórico diferente siempre nos encontramos con diversos poderes a los cuales evidenciar, aunque ahora estén mejor ocultos en cortinas de democracia e inclusión prefabricadas.
La omnipresencia de la imagen audiovisual la ha ido vaciando de contundencia, la ha vuelto ya ni siquiera un producto “úsese y tírese” sino el continuo ruido estridente que impide el silencio necesario de donde parte la primera pregunta crítica. Siempre hay una pantalla, una cegadora luz a donde quiera que vayamos.
Caminar en sentido contrario, desde la avasallante hiper-imagen paso a paso hacia atrás, hasta llegar al plano visual, al cuadro primigenio, a la mirada inicial y cargarla de significado, de compromiso. De ahí generar la película completa.