
Ustedes me dirán qué programa tengo. No tengo
ningún programa, no llevo ninguna guía.
Roberto Arlt
El insomnio de la razón produjo ornitorrincos
Desde que la crítica moderna estableció las fronteras entre ficción y realidad, la literatura se rebeló entablando relaciones bastardas con el periodismo. Baste recordar la teoría del cuento de Poe, modelada en la imagen del lector de periódicos, o la intentona de reformular esa imagen de la prensa decimonónica sometiéndola a la crítica de la ficción en esa perla irregular del cuento periodístico (el cuento que se propone revelar la verdad desde la ficción): “El misterio de Marie Rogêt”. Y viceversa: el periodismo ha tomado de la literatura ciertos instrumentos, ciertas técnicas, ciertos presupuestos, con el fin de introducir matices en la cobertura de la noticia, ese trasunto de lo real, cargado de matices, detalles fuera del rango de una prosa que pretende ser neutra mientras se arrastra a hurtadillas en neutral. Villoro habla de la crónica, ese ornitorrinco; pero las criaturas de dicho bestiario permanecen a la espera de ser redescubiertas: pienso en los retratos de Capote, relatos semibiográficos atados estructuralmente al presente del periodismo, momento en el que el reportero entabla un diálogo con sus lectores. La lista es larga, insisto, en un bando o en otro, sin que sepamos bien a bien en dónde situar a sus protagonistas. Apunto en desorden: Ring Lardner y el periodismo deportivo, Rodolfo Walsh y la novela de no ficción, Larisa Reisner y el periodismo de trinchera, David Foster Wallace y la crónica de viajes, Rubén Darío y las vidas de artistas, Janet Flanner y las cartas del extranjero, la biografía en manos de Sylvie Simmons, el periodismo musical de José Agustín. Etcétera. Pero la verdad de esa fementida separación, señor obispo, mi estampado de Guadalupe en el pecho de la camiseta, eminencias, surge de las aguafuertes de Roberto Arlt: chir, grrrl, plaf, ¡milagro!
Un aguafuerte que diga
¿Qué? ¿Hipócrita lector? ¿Tengo la lengua salada y las vocales me cantan en vez de educar? ¿Qué? Un aguafuerte que diga “Creo que para vagabundear se necesitan excepcionales condiciones de soñador”. O mejor: “Para vagabundear se necesitan excepcionales condiciones de soñador”. O más: “Para vagabundear se necesitan condiciones de soñador”. O menos: “Para vagabundear, condiciones de soñador”. O al revés: “Condiciones de soñador para vagabundear”. En cada posible combinación se deja sentir la pluma de Arlt: el flâneur latinoamericano que halló en Goya, no en Baudelaire, una lección de trabajo: “Aquel que no encuentra todo el universo encerrado en las calles de su ciudad, no encontrará una calle original en ninguna de las ciudades del mundo”.
–Pará, flaco, pará: ¡eso es periodismo! Peor: ¡eso es literatura!
Retomemos entonces el hilo académico. Escribe Laura Juárez, prologuista de Aguafuertes y notas periodísticas: “En el periodismo de Arlt […] se encuentra una zona de experimentación formal, ficcional y literaria. Allí, a la vez que el escritor ensaya y publica sobre distintos temas (cartografías urbanas, cuadros de costumbres, tipos pintorescos, crítica social, recorridos viajeros, actualidad local e internacional), contrasta sus textos con el público masivo del diario y define su propia literatura. […] Puede decirse que Arlt es escritor porque también es periodista. Escenario y laboratorio literario, en la prensa Arlt diseña una fuerte figura de autor”. Y Mónica Bernabé, autora de Vidas de artistas: Bohemia y dandismo, llega a la misma conclusión sobre Los raros de Rubén Darío: “No existe el poeta separado del periodista, sino que desde esos distintos espacios textuales, el escritor fue formalizando, con diferentes estrategias, su poética al mismo tiempo que su propia imagen”. Parecería entonces que estamos frente a un lugar común de la crítica; pero no, estamos frente a la descripción de dos momentos distintos del campo cultural latinoamericano, donde la separación entre periodismo y literatura no es del todo nítida. Un aguafuerte que diga: “No es estilo, es contexto”.
Impares: Los 5 Locos, El quinto malo
¿Cómo trasladar esta experiencia al internet? Fueron días de autocrítica: “Oh campo intelectual de cordillera, con religión, con campo, con patitos”. ¿Apuntes para cuándo? ¿Apuntes para quién? ¿Entienden? El lector se me escapaba antes de tirar de la cuerda con la bacha de los THR. Solitario como el París de Vallejo. (César, poeta sudaca, mil ocho noventaidós-1938). Eran días de refundaciones.
Me hubiera gustado charlar de todo esto en el Taller de Periodismo Cultural que imparto desde hace un año en la Facultad de Filosofía y Letras de la UANL. Pero entonces hubiera desatendido la urgencia de producir artículos. La ciudad, no sé si lo sepa, ha cambiado mucho, mejor documentarla. El primer ajuste de las eras fue de roles: hacer a un lado mis inquietudes de repórter, asumir plenamente los deberes de editor de sección en Levadura. Así nació el batallón Los 5 Locos: poetas incendiarias, perros salados, bibliófilos, ambientalistas, melancólicos, cinéfilos, homosexualas marginales, posvillistas laguneras, feministas, poscoloniales, conjuradas, amantes del internet, expertas del zapping, furros.
El homenaje clarísimo: el fantasma de Erdosain recorriendo la ciudad, soñando con la rosa de cobre. No siete, habrán de diferenciarse; tampoco seis o cuatro, números pares, esta época se sostiene en la asimetría. Los 5 Locos, entonces, título combativo, de estricta austeridad republicana.
Posiblemente no pensara en Roberto Arlt sino en Junior, el reportero de El Mundo en la novela de Ricardo Piglia. Posiblemente. Pero como Roberto escribió sus aguafuertes en este periódico, 1928-mil nueve cuarentaidós (cotejado en Juárez), me gusta considerarlo un homenaje al maestro…
–¡Ah!, furbo…
Al maestro, sí. Y me modero: Onetti, Juan Carlos, lo llamó genio. También lo llamó semianalfabeto, de acuerdo; asombroso semianalfabeto, escribió, un genio. “Cosas de perdularios grandotes, estoicos, que arrastran las alpargatas para ir al almacén a comprar un atado de cigarrillos antes de aporrear las teclas de la Underwood”. Fajadores del rodillo: jabs, cross, uppercuts, todo eso. Entonces, claro, me regresó la cosquilla de escribir. Estaba enganchado. Así surgió la idea de la columna El quinto malo: reportear el pasado, vagabundear por el presente, tomarle el pulso al futuro. Pensé: “Hay semblantes que son como el mapa del infierno humano. Ojos que parecen pozos. Miradas que hacen pensar en las lluvias de fuego bíblico. Tontos que son un poema de imbecilidad. Granujas que merecerían una estatua por buscavidas. Asaltantes que meditan sus trapacerías detrás del cristal turbio, siempre turbio, de una lechería”. El vago que habita en mí se regocijaba con estas y otras fantasías.
En esta sección somos freiristas, no aceptamos propaganda en formato APA
Ilustrísima, no se puede seguir citando al compañero Paulo en formato APA. El saber está en otro lado. De suerte que con carácter inmediato declaro este rincón del internet latinoamericano libre de los requisitos del paper. ALV; digo, hasta siempre. De aquí en adelante, practicaremos sólo la cita borgiana en la traducción de Piglia. En una de las entradas menos estudiadas de las Obras Completas de Mariátegui, puede leerse: “El mejor método para explicar y traducir nuestro tiempo es, tal vez, un método un poco periodístico y un poco cinematográfico”. La historia de ese método está por escribirse, acotaría Ricardo. La última intentona que conozco es la de Jaime Villarreal, autor del tomo dedicado al peruano en la Pequeña Galería del Escritor Hispanoamericano, colección, ni una abeja menos, de la Universidad de Guanajuato. Tendría que releerlo con ojos de editor de sección, no de académico; tendría, en realidad, que hacer muchas cosas. Pero lo único que he podido organizar para este nuestro quinto año impar que se avecina (otra vez el cinco, como los locos impares que fundaron Levadura), lo único que he podido organizar, digo, es esta corrida especial de medianoche: Los 5 Locos. Mejor apurarse, sor Filotea, si no quiere perderla.
Pasajeros al tren
¿Me concede una entrevista? ¿De qué trata la vida? ¿La vida es este sumergirse en un río oscuro de rebeldía? ¿Las locas, además de potrísimas, podemos ser políticas? ¿Cómo regresar al placer de nuestras primeras lecturas? ¿Coloreando las ilustraciones de los clásicos? Estos son los nuevos mineros y mineras que pican piedra; en medio de ese coro de voces, una fotorreportera: flash, una instantánea del corazón de la biblioteca. ¡Está bien chida! ¿Quién quiere entrevistar a Valeria Luiselli? Yo consigo la cámara. Estamos limpiando el sonido. Lo único que puede hacer el cronista es recordar; pero admitan que también ustedes disfrutan de las lecturas ruidosas.
La locura no se finge, se reporta. Nos leemos en 2020.