
No recuerdo haber visto otra película en la tradición fílmica mexicana que pueda calificarse de godardiana en un sentido muy específico, como es el caso de esta cinta. Y ese sentido, en principio, tendría que ver con la posibilidad de jugar con las formas de dos géneros y confundirlos entre sí; no porque no se puedan distinguir las características de cada uno, sino porque se relacionan de tal manera que no son otra cosa más que su unión. Llámenme Mike (1979) propone la síntesis del género policiaco y la parodia, como hizo Godard, por ejemplo, en Alphaville (1965) con el noir y la ciencia ficción, o en Una mujer es una mujer (1961) con el musical y el neorrealismo.
Ya desde ahí se juega con los formatos para proponer una deconstrucción de los nodos dramáticos específicos de los géneros y ver que nos pueden dar más al relacionarlos, como si sucediera una síntesis en el sentido hegeliano: una negación de la negación. Porque la verosimilitud del detective/criminal se rompe de inmediato con la exageración en la parodia, a pesar de que seguimos viendo allí sus rasgos. Entonces el film de Gurrola puede leerse como los filmes de Godard: ensayos que proponen no sólo una historia, sino la lectura de un género, de situaciones sociales que pueden dar esos géneros. Así es que podemos saltar a otro rasgo godardiano de Llámenme Mike.
La película de Gurrola presenta una crítica genial sobre cómo se ha infiltrado en la imaginación mexicana la narrativa de Estados Unidos en relación con el combate al crimen. Mike –interpretado por Alejandro Parodi- lee novelitas de detectives, género menor, en las que se distingue de manera muy clara quiénes son los malos y quiénes son los buenos. Así, con esos calificativos porque la distinción es hasta ontológica. Existe el bien y el mal. Hay que elegir lo uno o lo otro. Si hago tal cosa, estoy allá y si hago otra, en el sentido opuesto. Una narrativa de contrarios. No hay la posibilidad de confundirse entre los mismos. Se abre una distinción amigo-enemigo como en el concepto de lo político de Carl Schmitt, así de tajante.
Y es por eso que Mike, a pesar de estar buscando al Rojo (claro eco comunista) que nadie ubica en la realidad del círculo policial o criminal, da con una serie de personas que participan de una organización que el orden persigue. Sus compañeros, corruptos, sin embargo, no los entregan porque se relacionan con ellos y obtienen beneficios. Pero para Mike, como en sus novelitas, eso sería corromperse y dejar de perseguir el ideal de construir instituciones para el bien de todos, como dice en la magnífica escena donde asesinan a su amante Zoila, interpretada por Sasha Montenegro, en un momento de lo más cómico al jugar con la tensión del disparar.
Mike sufre un caso de bovarismo o quijotismo en el sentido de confundir la realidad con la imaginación que desde la ficción se construye. Propone un intercambio entre las dos, para ver qué hay en la realidad de ficción, o cómo se construyen fuerzas ficticias en la realidad más que sólo fuerzas coercitivas para gobernar. Uno de los temas favoritos de Valéry y de Borges. También de Godard por supuesto, que siempre pone personajes leyendo en sus films, para acentuar el hecho de que su forma de hacerse del mundo viene de una lectura de las estructuras.
En un sentido del montaje, Llámenme Mike también es disruptiva al cortar de manera extraña para realizar transiciones y así generar una suerte de distanciamiento brechtiano. Como el caso cuando se atropella al ciclista con los periódicos donde se lee el golpe al crimen, o cuando Mike persigue al yonqui dealer donde no hay sucesión espacial.
Funciona muy bien la película. Un humor negrisimo.