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Gabriel García Márquez: una poética de la escritura

diciembre 23, 2019Deja un comentarioArtículos, Portada CulturaBy Rosario Herrera Guido
Foto: RTVE.es

La voz poética que narra
llega también a nosotros
no sólo con ecos de otros textos
sino cargada de sensorialidad.
La comunicación se vuelve tan plástica,
que la historia nos penetra por todos los poros
y nos transporta de lleno
al espacio de la acción que se describe.
Víctor García de la Concha

I

Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura 1982, periodista, fantástico cuentista, guionista de cine, novelista, poeta y comprometido con los derechos humanos, quien a pesar de que siempre dijo que escribía para que sus amigos lo quisieran, cuando supo que estaba enfermo de un linfoma, en lugar de abatirse decidió terminar los tres tomos de sus memorias y dos libros de cuentos, por lo que redujo sus relaciones con los amigos, desconectó el teléfono, canceló viajes y compromisos, y se entregó a la música y la escritura. Su partida es real, pero su permanencia, simbólica, se inmortaliza en una poética de la escritura que no puedo más que bosquejar.

II

La hojarasca (Diana, 1986) es la primera novela que Gabriel García Márquez escribe teniendo diecisiete años y es publicada ocho años después (1955). La hojarasca, follaje, maleza y espesura, para crear la metáfora de Macondo, un relato inicial de la historia de un pueblo realmente fantástico, a través de los monólogos de tres personajes de una misma familia: un viejo coronel, su hija Isabel y el hijo de ésta, que meditan junto al cadáver de un amigo de la familia, un médico misterioso que se ha suicidado. Aquí aparece también la clásica metáfora del viejo coronel retirado del campo de batalla tras la adhesión a las fuerzas de la guerra civil. El coronel, que después de la muerte en parto de su primera esposa, vuelve a contraer matrimonio del que nace Isabel, la característica mujer de García Márquez, enérgica y voluntariosa, abandonada por su marido y que le deja un niño. Al negarse a asistir a los heridos durante el bandidaje que asoló a Macondo, el médico es objeto de la enemistad de todos, tanto que, al morir, el cura y el pueblo le niegan sepultura. De aquí el epígrafe tomado de la Antígona de Sófocles que encabeza el libro, cual metáfora del conflicto entre Macondo, el cura y el coronel: “Y respecto al cadáver de Polínice […] dicen que se ha publicado un bando para que ningún ciudadano lo entierre ni llore, sino que insepulto y sin rumores de llanto, lo dejen para sabrosa presa de las aves…”. Macondo es uno de los grandes mitos de la literatura universal, un poema que habla de lo que siempre está sucediendo: Colona, Comala o Macondo. Como recuerda García Márquez: “Pasaron cinco años antes de encontrarle editor. La mandé a Editorial Losada (en Argentina) y me la devolvieron con una carta de un crítico español, Guillermo de Torre, en la que me aconsejaba dedicarme a otra cosa, pero me reconocía algo que me llena de satisfacción: un apreciable sentido poético (García Márquez, El olor de la guayaba, Diana, 1993: 74).

III

El coronel no tiene quien le escriba (Diana, 2010), que durante años consideró su mejor novela, escrita en 1957 y publicada en 1961, está pulida con el cuidado con el que se bruñe un diamante: descarta lo superfluo y abandona la retórica. El coronel, su personaje mejor trazado, un viejo que vejeta en las ruinas de una casa hipotecada, en espera de la pensión del gobierno que le corresponde y que no llega. Tesorero de las fuerzas revolucionarias de Aureliano Buendía, tras su fracaso se le concede la amnistía y un retiro. Pero sus peticiones se pierden en la burocracia de la capital donde, según el general, sus enemigos se desvelan. Una burocracia impecablemente dibujada. Mientras el coronel espera, su hijo Agustín es asesinado por sus actividades revolucionarias, y le deja un gallo de pelea que engordará para que descuartice a un gallo del pueblo vecino, con lo que logrará honor y fortuna. Venderá todo para alimentar al gallo, porque todos han apostado por él. Como García Márquez responde a Plinio Apuleyo Mendoza, a la pregunta por un libro único suyo:

El libro de la soledad. Fíjate bien, el personaje central de La hojarasca es un hombre que vive y muere en la más absoluta soledad. También está la soledad en el personaje de El coronel no tiene quien le escriba […] Y está el alcalde de La mala hora, que no logra ganarse la confianza del pueblo y experimenta, a su manera, la soledad del poder […] La soledad es el tema de El otoño del patriarca y de Cien años de soledad (García Márquez, El olor de la guayaba, Diana, 1993:72).

IV

Los funerales de la mamá grande (Alfaguara, 1979) es el primer libro de cuentos de García Márquez (1962), en el que continúa la historia de Macondo iniciada en La hojarasca y culminada en Cien años de soledad (1967). A partir de aquí, Gabo (apócope de Gabriel), desplaza la prioridad de la realidad sobre la fantasía para concederle predominio a la fantasía. Como Aristóteles, prefiere rebasar la dicotomía metafísica platónica entre lo verdadero y lo falso, pera quedarse con lo verosímil, lo similar a la verdad, lo posible y hasta lo imposible, como dice Agatón, donde suceden cosas incluso en contra de la verosimilitud (Aristóteles, “Poética”, Obras Completas, Aguilar, 1973: 95). En Los funerales de la mamá grande, el paisaje del pueblo se confunde con el humor de sus habitantes y con sus malestares, penas y prodigios. Rebeca Buendía, la viuda de don Arcadio, padece delirios y visiones, el padre Ángel duerme en el confesionario, carcomido por la indiferencia hacia su misión. Los Montiel son los caciques de Macondo, los grandes personajes que compraron las propiedades de la Mamá Grande, una especie de Doña Bárbara de Rómulo Gallegos, que rentó sus tierras durante 92 años y estaba metida en todo, la minería y la política (una imagen poética del realismo mágico latinoamericano, que narra la grandeza y la miseria del poder). Macondo es un pueblo donde sólo prosperan las pestes, los adivinos, los saltimbanquis y los encantadores de serpientes. Los funerales es una sátira del matriarcado, una mofa de la retórica oficial y la literatura periodística colombiana y latinoamericana:

El orden social había sido rozado por la muerte. El propio presidente de la república […] alcanzó a percibir […] la silenciosa consternación de la ciudad. Sólo permanecían algunos cafetines de mala muerte, y la Catedral Metropolitana, dispuesta para los nueve días de honras fúnebres […] Los acontecimientos de aquella noche y las siguientes serían más tarde definidos como una lección histórica […] Durante muchos años la Mamá Grande había garantizado la paz social y la concordia política de su imperio, en virtud de los tres baúles de cédulas electorales falsas que formaban parte de su patrimonio secreto (García Márquez, Los funerales de la mamá grande, Alfaguara, 1979: 180-181).

V

La mala hora (Editorial Sudamericana, 1972), publicada en 1962, en una edición desautorizada por el autor, se desarrolla después de guerras políticas que han azotado a Macondo. Cuando apenas se anunciaban días de paz, los muros del pueblo se llenan de papeles que revelan los secretos y las vergüenzas, verdaderas y falsas, de sus gentes. Después de un diluvio bíblico y de que el alcalde elige una víctima propiciatoria, el único lugar seguro es el cementerio. Los carteles son obra de todos y todos son culpables. Tras las proclamas comienza la fiebre y la violencia: César Montero, rico negociante en madera, asesina a Pastor, el amante de su esposa. Luego resucitan los espectros del pasado: viejos feudos, incestos e infidelidades. Macondo pronto es una orgía que su creador compara con las saturnales antiguas, donde los hombres perseguían a las mujeres en la calle, las madres abandonaban a sus hijos y la gente bailaba sobre las tumbas. Hasta que el ventajoso alcalde declara el estado de sitio y el toque de queda. No falta el chivo expiatorio de la turba, el joven Pepe Amador, sorprendido repartiendo volantes a favor de los guerrilleros que están cerca, y quien es torturado, asesinado y enterrado en el patio de la cárcel. Hasta entonces termina el diluvio y todo vuelve a la calma, pues la víctima paga las culpas de todos, de generación en degeneración:

Años antes, nadie había tomado muy en serio aquella censura de campanas. Pero cada domingo, en la misa mayor, el padre Ángel señalaba desde el púlpito y expulsaba de la iglesia a las mujeres que durante la semana habían contravenido su advertencia (García Márquez, La mala hora, Editorial Sudamericana, 1972: 106).

VI

Cien años de soledad (Diana, 1986), publicada en 1967, no narra las vidas de los habitantes de un pueblo, sino la mágica y poética existencia, real y recreada del escritor. Un pueblo limitado al oriente por una recóndita sierra y al sur por una ciénaga. Una historia a partir de la familia fundadora que trajina con Macondo. Los Buendía, que confunden a los lectores con su constante repetir los nombres propios, y que llegan a sonar fuerte en la vida del país, con sus interminables guerras civiles, hasta hundirse en la fatal decadencia del pueblo. Un fantástico escenario con solo una aldea de veinte casas de barro y caña brava a la orilla de un diáfano río que se abisma por pulidas piedras. Un mundo tan reciente que las cosas no tenían nombre y había que señalarlas con el dedo. Pero pronto llegan los gitanos cargados de fantásticos objetos: imanes poderosos, lupas gigantes y un pedazo de hielo en pleno trópico. Después la búsqueda del galeón hallado en plena selva, a doce kilómetros del mar. Y todos los personajes se entrelazan y los episodios entretejen la fabulosa historia de un lugareño donde ocurren cosas inverosímiles, como un inmortal poema, que no deja de cantar lo que siempre está sucediendo, cual metáfora de Colombia y Latinoamérica. Cien años de soledad, gracias a la poética de la escritura surrealista, que extrae un objeto de su lugar común para colocarlo en otro que no le es habitual, introduce la dimensión de lo fantástico: el galeón en medio de la selva, los gitanos irrumpiendo en Macondo, la heredada cola de puerco de José Antonio Buendía, la peste del insomnio, la amnesia que obliga a marcar con su nombre a los objetos y los seres, el torneo entre Aureliano Segundo y la hembra totémica La Elefanta, la lluvia de pájaros muertos que cubre el pueblo, el macho cabrío y ángel. Una historia que no se limita al coronel Aureliano Buendía, sino a toda su familia, desde la fundación de Macondo hasta que el último Buendía se suicida y finaliza el linaje. Parafraseando a García Márquez: a pesar de que en esta novela vuelan las alfombras, los muertos resucitan y lleven flores, no es el más misterioso de sus libros, pues el autor acompaña al lector para que no se pierda. Cien años de soledad no es una metáfora de la historia de la humanidad: “No, quise sólo dejar una constancia poética del mundo de mi infancia…” (García Márquez, El olor de la guayaba, Diana, 1993: 93).

VII

El otoño del patriarca (Bruguera, 1984), publicada en 1975, es un libro que García Márquez define “Como un poema sobre la soledad del poder […] Porque lo escribí como se escriben los versos, palabra por palabra. Hubo semanas en las que apenas había escrito una línea” (García Márquez, El olor de la guayaba, Diana, 1993: 109). Una obra en la que Gabo se permite toda clase de libertades con la sintaxis, el tiempo, la geografía y la historia, para hablar del Dictador: “De todos mis libros este es el más experimental, y el que más me interesa como aventura poética” (García Márquez, El olor de la guayaba, Diana, 1993:109). El Dictador, creado con todos los retazos de los dictadores que hemos tenido en Latinoamérica, un personaje mítico que lamentablemente está lejos de concluir, es un pretexto para pensar poéticamente en el poder:

No sólo habíamos terminado por creer de veras que él estaba concebido para sobrevivir al tercer cometa, sino que esta convicción nos había infundido una seguridad y un sosiego que creíamos disimular con toda clase de chistes sobre la vejez, le atribuíamos a él las virtudes seniles de las tortugas y los hábitos de los elefantes… (García Márquez, El otoño del patriarca, Bruguera, 1984: 165).

VIII

En El amor en los tiempos del cólera (Diana, 1985), García Márquez sorprende a sus lectores al iniciar su novela de amor con dos muertes, producto de un don poético, pues sabe que nada es más próximo a Eros que Tánatos: el suicidio de Jeremiah de Sant-Amour, refugiado antillano e inválido de guerra, y la del doctor Juvenal Urbino, que al regresar de la casa de su suicida amigo, por recuperar un loro que se escapa a un árbol, se mata, pero tiene tiempo de decirle a su mujer, Fermina Daza: “Sólo Dios sabe cuánto te quise”. Y a quien Florentino Ariza, asistente al funeral le recuerda: “—Fermina —le dijo—; he esperado esta ocasión durante más de medio siglo, para repetir una vez más el juramento de mi fidelidad eterna y mi amor para siempre” (El amor en los tiempos del cólera, p. 61). Durante trescientas páginas presenciamos el amor que el adolescente Florentino le profesa a Fermina Daza, con quien casi no cruza palabras, pero sí poéticas y apasionadas misivas. Fermina, de regreso de un viaje impuesto por su padre para enfriar el cortejo, cree que Florentino no la puede hacer feliz y se casa con el doctor Urbino, para cumplir un ignoto destino que la aparta del hombre al que realmente ama. Todo mientras el cólera causa innumerables pérdidas y se libran guerras entre liberales y conservadores. A la muerte de Urbino, Florentino le vuelve a escribir poéticas e inflamadas cartas a Fermina como en sus adolescentes tiempos: conquista su amistad y salen a pasear por el río Magdalena. Y en el río Magdalena, a los setenta años, se entregan a su amor y, para librarse de testigos, durante el viaje de regreso enarbolan la bandera amarilla del cólera, para que al llegar al muelle sean obligados a remontar el río de la muerte, pues el cólera no ha quedado atrás, como el amor. Porque el amor es más amor cuando se acerca a la muerte. Amor y muerte, principio y fin, donde a pesar de que la poesía parece no nacer de la magia y del mito a los que el escritor había acostumbrado a sus lectores, el poder poético del amor siempre conserva el primer plano. Por eso cuando el capitán le pregunta a Florentino: ¿hasta cuándo van a ir y venir por el río de la muerte?, no duda en responder: Toda la vida (García Márquez, El amor en los tiempos del cólera, Diana, 1985: 378).

IX

Doce cuentos peregrinos (Diana, 1992), una obra “para que los niños que quieren ser escritores cuando sean grandes sepan desde ahora qué insaciable y abrasivo es el vicio de escribir” (García Márquez, Doce cuentos peregrinos, Diana, 1992: 13). Relatos a partir de un sueño esclarecedor, donde asiste a su propio entierro, de luto solemne y festivo, caminando durante el cortejo al lado de sus amigos. De fiesta porque su muerte le permitía estar con sus amigos de América Latina, los más queridos y entrañables. Pero al final de la ceremonia, cuando intenta irse con ellos y uno le hace ver que para él se había acabado la fiesta, comprende “que morir es no estar nunca más con los amigos” (García Márquez, Doce cuentos peregrinos, Diana, 1992: 14). Creaciones a partir de una serie de notas periodísticas que decide que no arman una novela, “sino una colección de cuentos cortos, basados en hechos periodísticos pero redimidos de su condición mortal por las astucias de la poesía” (14). Un puñado de cuentos de los que sólo se salvaron doce, pues como el de sus funerales nunca logró alcanzar el tono de la parranda como en su sueño, fue a parar con otros a la basura.

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Sobre el autor

Rosario Herrera Guido

Originaria de la Ciudad de México y vecina de Morelia. Doctora en Filosofía (UNED, España), Doctora en Psicoanálisis (CIEP, México). Autora, coordinadora y coautora de cincuenta libros, trescientos ensayos de investigación y divulgación y poemas publicados en antologías nacionales y extranjeras, revistas y periódicos. Directora de la revista "La nave de los locos" (www.cartapsi.com) y Secretaria de Redacción de la revista "Letra Franca" (www.letrafranca.com). Conferencista Magistral y Ponente en Foros Académicos Internacionales y Nacionales. Docente invitada por universidades nacionales y extranjeras. Presea Princesa Eréndira 2011 y Presea Amalia Solórzano 2013, otorgadas por su carrera como escritora y su compromiso social. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores (2003-2014). Actualmente Docente Invitada del Posgrado en Psicoanálisis (UAQ) e Integrante del Grupo de Investigación en Filosofía, Literatura y Arte (GIFLA) de la Maestría y Doctorado en Artes de la Universidad Autónoma de Guanajuato.

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