
Estados Unidos activó un engranaje en Medio Oriente que será difícil de revertir o tan siquiera de frenar: la maquinaria sistémica fue echada a andar.
Medio Oriente es una de las zonas militarmente más activas del mundo; y además es una región conflictiva donde colisionan y se enfrentan los intereses de muchos, desde un tradicional aspecto petrolero, teniendo en cuenta que Medio oriente es una importante zona extractora del crudo, hasta la lucha por el dominio de las rutas comerciales que conectan mercados internacionales importantes, pasando por movilizaciones militares que no tienen por objeto otra cosa más que tener presencia en enclaves geopolíticos cruciales para la influencia y presencia en el mundo.
Europa ha tenido una historia de dominio sobre Medio Oriente. Esta región sufrió durante siglos la colonia occidental y su explotación en toda la extensión del concepto. Actualmente, esta colonización, sin profundizar en cuestiones intelectivas y culturales, continúa presente, pues hasta hoy en día, la inestabilidad regional es una realidad acrecentada por la proyección del poder de grandes potencias en la zona que no hacen sino sumir social, económica y políticamente a una región históricamente sujeta y caracterizada por regímenes y gobiernos con los que occidente no ha logrado un entendimiento, ya que sus estructuras políticas y económicas no se ajustan a las lógicas internacionales y que por lo tanto se catalogan desde occidente como “Estados fallidos”, y cuyo fallo es utilizado por este como justificación de su presencia militar y la imposición de regímenes que van de acuerdo con los códigos internacionales. Códigos que, debemos decirlo, fueron moldeados por las potencias vencedoras de la segunda guerra mundial.
Cualquier región del mundo es un complejo sistema de relaciones y códigos moldeados por la historia de la paz y el conflicto; sin embargo, hablar de Medio Oriente es hablar de diferencias culturales, sociales y religiosas que la hacen una orquesta de diversidad y de problemáticas complicada de entender para una visión reducida a una sola causa; a su vez, el papel de actores externos, como la intromisión de Francia, Gran Bretaña, Portugal, Italia, Rusia o Estados Unidos, ha sido decisivo y ha estructurado una ruta artificial para el porvenir de esta región tan heterogénea a la que se ha tratado de dominar y hacer que encaje dentro de los parámetros del sistema internacional regido por valores occidentales.
Lo anterior se suma a otras discrepancias producto del reparto territorial de Medio Oriente entre las grandes potencias europeas, ejemplo de esto es el tratado Sykes-Picot que dividió a África y Asia oriental entre franceses e ingleses, principalmente, pero con una participación también de Italia, Bélgica y Holanda; o la creación del Estado de Israel con la Declaración Balfour hecha entre judíos ortodoxos y el Reino Unido. De esta forma, lo que antes del siglo XX eran imperios y sociedades establecidas en Medio Oriente con un proceso histórico propio, como el imperio Otomano o la sociedad kurda, para después del siglo XX pasaron a ser sociedades coloniales regidas desde occidente en Estados creados desde y por occidente, es decir, territorios artificiales colonizados y dirigidos desde el exterior. Dentro de esta nueva división fronteriza acoplada a la lógica occidental, quedaron encerradas sociedades diferentes, miembros de distintas naciones y creencias religiosas, las cuales a pesar de haber estado naturalmente aglutinadas en el pasado, después de la repartición europea de Medio Oriente, quedaron divididas por fronteras antes inexistentes.
El haber unido en un solo bloque territorial a sociedades históricamente divididas, provocó estragos y conflictos sociales que estallaron después de que Europa abandonara a sus colonias tras la segunda guerra mundial, pues la unión de sociedades diversas y enfrentadas en territorios en Medio Oriente durante el siglo XX, solo fue posible por el liderazgo de los países coloniales Europeos que mantenía esa falsa unión con mano de hierro y a las sociedades colonizadas en relativa paz; sin embargo, lo que artificialmente se crea, difícilmente se mantiene sin la guía e imposiciones de un tercero, es por ello que después del proceso de descolonización física de los territorios ocupados, los problemas entre sociedades, siempre presentes, finalmente se hicieron visibles y explotaron en forma de guerras civiles, revoluciones y guerras entre países del continente.
El hecho de que la colonia hubiera terminado no significaba que la independencia, estabilidad y soberanía que, significa la libertad de un pueblo de elegir su propio destino, haya vuelto a las sociedades recientemente “independientes”. Medio Oriente es, desde hace décadas, una región militarmente activa y sumamente inestable en la expresión extensiva del concepto.
Las causas de esta inestabilidad son amplias, pues sus conflictos son bidireccionales: vienen desde afuera de su región (región definida desde occidente), pero también desde adentro, con cuestiones religiosas, sociales, políticas que han degenerado en la aparición de grupos armados catalogados como terroristas. El problema del concepto de “terrorismo” es su propia ambigüedad, pues la definición de lo que es un terrorista puede significar algo distinto de acuerdo con la sociedad a la que se pregunte. Los conflictos de Medio Oriente, además de emanar desde la interioridad y la exterioridad, tienen la complicación de ser transdimensionales, es decir, no pueden ser comprendidos si solo se les enfoca desde una causa, pues las causas son inmensas, pasan por cuestiones que complejizan aún más sus conflictos, como las creencias religiosas y las diferencias culturales e ideológicas, moldeadas, naturalmente, a través de su propia historia, pues estas sociedades, antes de su periodo colonial, estaban organizadas en diferentes naciones que nada tenían que ver con la división fronteriza actual.
La presencia de Rusia y Estados Unidos en esta zona obedece a intereses particulares, propios de potencias enfrentadas; la respuesta de países como Irán, Turquía, Israel o Arabia Saudita atiende a cuestiones propias de potencias regionales. La propia historia de Irán ha sido marcada por su continuo enfrentamiento con Estados Unidos después del triunfo de la revolución iraní que desterró al Sah de Irán -aliado de occidente-, e instauró un nuevo régimen con una continuidad. Sin embargo, desde entonces Irán ha debido enfocar su política exterior hacia la supervivencia misma, pues el deber primero y último de un Estado es mantenerse como Estado, es decir, asegurar su existencia en el plano internacional, y la existencia de Irán como un Estado con un nuevo sistema y con una inclinación ideológica que ponían en riesgo las lógicas e intereses de occidente en la región, emanadas de la revolución iraní, paradójicamente también ponían en riesgo su propia continuidad existencial al siempre estar latente el riesgo de una intervención de Estados Unidos en este Estado. Dichos temores eran lejanos de ser infundados. Estados Unidos estaba presente en la región y era un país con una política exterior sumamente activa, ejemplo de ello fueron las dos guerras del Golfo contra Irak (la segunda intervención sin el apoyo internacional debido a su motivación injustificada), la intervención en Libia, en Siria o en Afganistán, y el ejemplo que con ello daban a Irán al ser siempre un posible objetivo de Estados Unidos, una amenaza que se volvió más tangible durante el gobierno de George Bush hijo, al agregar a Irán a la lista negra estadounidense junto con otros países considerados enemigos de Estados unidos, conocida como “El eje del mal”.
Es por ello que la política exterior del país persa siempre estuvo orientada a la fiereza del enfrentamiento contra occidente y sus aliados en la región oriental y reforzando su política exterior y seguridad interior, creando así un dilema de seguridad internacional, pues solo se lograba con eso incrementar el sentimiento de inseguridad regional y la latente posibilidad de un estallido de guerra. El programa nuclear de Irán, a pesar de ser justificado por este país como un programa que solo pretendía facilitar energía a su sociedad, fue una real amenaza para occidente, en particular para Estados Unidos que veía esto como una afrenta a su seguridad, al ver la posibilidad de que un enemigo poseyera capacidad nuclear.
Occidente se enfrascó entonces en una serie de negociaciones para regular y limitar el programa nuclear de Irán; estas negociaciones fueron promovidas particularmente por Europa (Francia, Gran Bretaña y Alemania), cuyo interés de pacificar Medio Oriente es mayor que el de Estados Unidos, esto debido a que la inestabilidad de Medio Oriente, eventualmente y debido a la cercanía espacial, significa también la inestabilidad de Europa y la entrada de cantidades de refugiados nunca antes apreciadas. Estas negociaciones de igual forma estuvieron conformadas por Estados Unidos, China y Rusia. A este grupo se le conoció como el P5+1 y fue el responsable de negociar con Irán y llegar a un acuerdo histórico con un tratado que impide a Irán desarrollar energía nuclear con fines bélicos, a cambio del levantamiento de las sanciones económicas impuestas en su contra por occidente.
Este acuerdo dejó de funcionar correctamente en cuanto la administración de Donald Trump llegó a la presidencia y volvió a catalogar a Irán como enemigo de Estados Unidos; a partir de entonces, las tensiones entre ambos países han ido escalando hasta los hechos ocurridos hace días en Irak – enclave geopolítico estadounidense en el que se enfrentan con los intereses chiitas de Irán y la zona chiita de Irak-, en las cuales, ambos Estados se han enfrascado en agresiones mutuas que dejaron como saldo, a dos ciudadanos estadounidenses muertos. En respuesta, Estados Unidos ejecutó un ataque en contra de Qasem Soleimani, general y estratega iraní de gran popularidad, presente en gran parte de los conflictos de Medio Oriente y que prestó ayuda y colaboración a regímenes considerados por Estados Unidos como hostiles, tal es el caso de Bashar al Assad en Siria.
Existen dos cuestiones a ser consideradas en este riesgoso movimiento en Medio Oriente, pues es una región sumamente dividida por intereses y creencias. No se puede pretender mover a un actor sin mover a todos: la acción de Estados Unidos trae consigo un efecto en cadena que activará aún más las tensiones que la zona sufre y será complicado distender, pues se debe recordar que debido a cercanías y lejanías culturales, religiosas y políticas, el conflicto no se reduce a Estados Unidos-Irán, sino que esto, inherentemente involucra a muchos otros países como Israel, Turquía, Siria, Irak, Arabia Saudita, Francia, Gran Bretaña, Rusia, China, por solo mencionar algunos, sin ahondar en el hecho de que la región de Medio Oriente no es solo una cuestión de Estados, sino que existen diversos grupos facticos que aprovecharán cada vacío de poder que dejen los Estados para afianzar el propio. De igual forma este viejo conflicto con nuevas motivaciones entre Irán y Estados Unidos, se viene a sumar a conflictos existentes como la guerra en contra del terrorismo, el retiro de tropas estadounidenses de Afganistán con la negociación con los talibanes, el retiro de tropas estadounidenses de Siria, los problemas de refugiados estancados en Turquía, la cuestión palestina en Israel, la guerra en Yemen, entre otros.
Donald Trump, internamente, se encuentra en un momento político crucial, de cara a la posibilidad de un impeachment –que a pesar de que difícilmente proceda a su destitución debido a la complejidad de los mecanismos institucionales del proceso, es un golpe político a su candidatura a la reelección-, y a menos de un año de las elecciones presidenciales de Estados Unidos, la apertura de una nueva guerra es una estrategia funcional para ganar electorado, al estar vigente dentro de la sociedad la necesidad de unidad nacional y la demanda de un ejecutivo fuerte para enfrentarse al conflicto.
La respuesta que dará Irán sigue esperándose, pues a pesar de que Irán ha anunciado oficialmente su retiro del acuerdo nuclear de 2015, la amenaza de una represalia en contra de Estados Unidos continúa latente, es por ello que el país norteamericano ha hecho envío de 3000 militares a Irak y Kuwait, anticipando desde ahora un eventual ataque. Irak por otro lado, ha presentado una iniciativa ante su congreso para anular la legalidad de la presencia militar estadounidense en su país. Irán continúa desenvainando una retórica de venganza por lo acontecido; no obstante, esta venganza aún está por definir su forma, pues es un hecho que a pesar de que el poderío militar de Irán en el mundo es inferior a la capacidad de Estados Unidos, el país persa se puede involucrar en una forma de guerra asimétrica ante la que Estados Unidos puede hacer poco debido a lo rústico e indetectable de las operaciones y técnicas como lo son los ataques terroristas en diversos puntos del mundo, o incluso, dentro de su propio territorio.
Irán es un engrane que se ha puesto a funcionar y junto con él, es natural esperar el movimiento de los demás engranes que conforman Medio Oriente.