
Un año más termina y el repaso sobre los acontecimientos cinematográficos se hace fundamental y a la vez fútil.
Día con día vemos recorrer en las salas cinematográficas y ahora también en las plataformas como Netflix, un sin número de obras fílmicas. Unas las recordaremos, otras simplemente pasarán sin dejar una huella en nosotros. Y es que en años recientes, tanto la industria como las propias redes sociales no nos han permitido la reflexión mesurada. Enjuiciamos a partir de información inicial. De ahí la futilidad de escribir unas cuantas líneas sobre aquellas películas que han pasado por nuestros ojos, un ejercicio claramente subjetivo, pero que define formas y modos de ver el cine.
Este 2019 destacó por la reflexión sobre lo que es el cine: ¿Qué define a una obra cinematográfica? ¿Qué le da ser? ¿Su lenguaje? ¿Sus narrativas? Martin Scorsese puso el dedo en la llaga del ser del cine al llamar a las películas de corte blockbuster “parques de atracciones”.
Para el director de El irlandés (2019) filmes como Avengers: Endgame (Anthony y Joe Russo, 2019) sirven solo para entretener, mientras que el cine-cine es aquel que deja una huella en el alma porque escudriña en las profundidades del ser humano. En pocas palabras, el realizador de Taxi Driver (1976) se puso a pensar en torno a la ontología del cine.
El cine, puedo afirmarlo, es un reflejo de todo aquello que nos hace humanos; es nuestra caverna de Platón donde vemos las imágenes de las apariencias; es el espejo de inconsciente, de nuestra alma. Pero claro que también es humana la búsqueda de simple y llano entretenimiento. Desde el circo romano, pasando por las puestas de Shakespeare en el teatro El globo, el ser humano ha buscado no solo la reflexión sobre lo que lo lleva a la trascendencia, sino también algo que lo haga dejar del lado el día a día, que lo haga sentirse, al menos por un momento, mejor.

He de confesar que me he quedado dormido en las dos últimas películas de Avengers, y por otro lado he visto de una sola sentada Satantango (1994) de Bela Tarr. Con esto puede parecer que aprecio más el trabajo de un cine serio que tiene una duración de 7 horas, a una película popular. Sin embargo, mi apunte va sobre lo que es el cine y sobre como escribimos y pensamos el cine. Creo que el cine se debe pensar en función de lo que nos dice, de lo que nos habla.
Acabo de ver Parásitos (2019) de Bong Joon Ho. El filme lo podemos calificar de obra maestra, una película que nos habla sobre las desigualdades sociales, las oportunidades de la vida y cómo la miseria humana convierte a las personas en parásitos. Así, Bong Joon nos lleva de la mano de personajes que desde las primeras escenas del filme se revelan antipáticos, desde su desesperada búsqueda de wi-fi gratis, hasta tratar de conseguir un empleo simple que no les complique la existencia.
Lo interesante del filme viene cuando esta familia de desarraigados sociales, comienzan a trabajar para una familia de clase alta. Aquí el director de filmes como El huésped (2006) va definiendo el sentido del filme. Al mostrar a ambas familias en contrapunto, los espectadores podemos apreciar la gigantesca brecha que marca la desigualdad entre ellos, sobre todo en las escenas posteriores a la inundación ocasionada por unas lluvias y que ocasiona que pierdan todo, mientras que los otros se refieren a las lluvias como benéficas.
El filme se construye con un tono marcado por el humor negro y la constante reinvención de los géneros cinematográficos, pero siempre deconstruidos hasta convertirlos en otra cosa. Los filmes de Bong Joon son fronterizos, cruzan constantemente de la tragedia a la comedia, al comentario social…
El título de Parasite alude a la naturaleza del ser humano. Ambas familias se vuelven en parásitos de la otra. Como ya presentó en otro de sus filmes (Snowpiercer, 2013), las brechas sociales y económicas forman parte del mismo sistema que se perpetua y del que no es posible escapar.
Podemos decir que Parásitos es el tipo de cine que Scorsese considera cine-cine: aquel que por medio de la imagen cinematográfica nos habla de la condición humana, de aquello que somos, que nos muestra la realidad no desde una flamante fantasía, sino desde una realidad directa y sin ambages.
Quizá por ello otros de los grandes filmes del año pudieran ser Dolor y gloria (2019) de Pedro Almodóvar, que nos presenta un autorretrato en torno a lo que nos va definiendo y construyendo como creadores y seres humanos, pues eso es lo que debe retratar el cine, personas que en toda su fabilidad nos definimos en nuestro dolor; El irlandés, filme que se presenta como una reflexión en torno a la memoria y la senilidad; y Joker (Todd Phillips, 2019) que, aunque se trate de una maniquea maquinaria posmoderna, nos muestra cómo se va construyendo la sociopatía, que también se puede destruir para después reconstruir la sociedad. Al final, el cine debe estar hecho de esas imágenes que nos definen, que nos hacen cuestionarnos lo que somos, lo que seremos y lo que jamás llegaremos a ser.