
En noviembre de 2004 se dio comienzo al Congreso Internacional de la Lengua Española en Rosario, Argentina, con la presencia de los reyes de España, filósofos y pensadores de la más rancia prosapia; escritores como Carlos Fuentes, Juan Carlos Saer, José Saramago, el homenajeado en la ocasión Néstor Sábato; el discurso inaugural del presidente argentino Néstor Kirchner y 170 especialistas que debatieron a lo largo de las sesiones sobre Identidad, lingüística y globalización. Entre ellos sólo tres mujeres: Angélica Gorodisher, Cristina Peri Rossi y Nélida Piñón.
Aclaro que el Congreso se realiza cada tres años en diversas ciudades de América Latina o de España. Lo que tiene de curioso éste, es que fue invitado Roberto Fontanarrosa, quien sentado a la siniestra de diez académicos (todos hombres por supuesto) tuvo a bien deleitar a la concurrencia con una ponencia sobre las malas palabras. Vaya largueza y modernidad de la Academia de la Lengua Española festejando muertos de la risa las palabras que con mucho garbo, es cierto, defendió Fontanarrosa, como pelotudo, carajo y mierda. Cosa que me parece muy chistosa pero que contrasta con la reticencia de la misma Academia en todos los tiempos y lugares a defender la presencia de mujeres en su recinto. Puedo decir con muy poquito margen de error que recién este año el Congreso, vuelto a realizar en Argentina, en la ciudad de Córdoba, ha equilibrado la presencia de las mujeres respecto de los hombres. La conferencia inaugural corrió a cuenta de Nélida Piñón y la de cierre fue de María Teresa Andruetto.
En 2018, por otra parte, su director, Darío Villanueva, reconoció que esta institución tiene un déficit histórico en cuanto a la presencia de mujeres: sólo ocho mujeres integran su comité, entre 46 académicos.
En 2018, por otra parte, su director, Darío Villanueva, reconoció que esta institución tiene un déficit histórico en cuanto a la presencia de mujeres: sólo ocho mujeres integran su comité, entre 46 académicos. En su larga historia sólo una vez dicha institución admitió como académica honoraria a la aristócrata doña Isidra de Guzmán y de la Cerda, y ello por imposición real, durante el Siglo de las Luces, sin que ello tenga nada que ver puesto que la mujer era sencilla y de pocos estudios. Y la segunda vez que se mencionó lo femenino como posibilidad de excelencia lingüística fue cuando Gertrudis Gómez de Avellaneda, notable poeta y fundadora junto con Juana Manso de la narrativa femenina latinoamericana, se propuso ella misma ingresar a la Academia. Menéndez Pelayo, junto con sus colegas, se opuso enérgicamente a admitirla y para cerrar el caso ahí nomás todos ellos decidieron zanjar el asunto estableciendo una medida general de no admisión al género femenino, cosa que prevaleció hasta 1978 cuando María Conde, notable escritora, quien había luchado sin descanso por la aceptación de otras insignes mujeres como María Moliner, fue admitida.
En Francia tampoco hubo mujeres en ese ámbito académico hasta 1980, fecha en la cual fue admitida Marguerite Yourcenar luego del colosal éxito de su obra maestra Memorias de Adriano, escrita entre 1948 y 1950 y que desde su publicación tuvo un número tan notable de reediciones que era imposible ocultarlo, sobre todo teniendo en cuenta que la obra está escrita en primera persona y la encarnación de Yourcenar en el famoso estadista romano es impecable.
Por simple curiosidad he de aclarar que así como en las Letras, en las Ciencias la participación femenina ha sido semejante. Sólo en 1987 las científicas pudieron contar con los mismos espacios académicos que los hombres.
María del Carmen Millán fue la primera mujer en ser aceptada como miembro de número en la Academia de la Lengua mexicana en 1974
Pero sigamos con nuestro asunto. María del Carmen Millán fue la primera mujer en ser aceptada como miembro de número en la Academia de la Lengua mexicana en 1974, y en 1977 Victoria Ocampo de Argentina obtiene la misma distinción.
El caso que quisiera tratar y que se me hace más emblemático es el de la española María Moliner.
María Luisa Moliner (1900-1981) es un ejemplo doloroso de lo que nos ha sido destinado por imposición masculina. Desde pequeña se distingue por su amor a la palabra. Lee incansablemente, anota, compara, y su objetivo radiante es ser bibliotecaria. En ello ocupará parte de su vida. Tiene el privilegio de participar en la República socialista española antes de la guerra civil, lo que le ofrece la posibilidad de ocuparse de las Misiones Pedagógicas en puestos directivos que la llevan a obsesionarse con la distribución de libros y la conformación de bibliotecas a lo largo y ancho del país pero sobre todo ocupándose de las zonas rurales y más desprotegidas.
Comenzó siendo archivera en pequeños pueblos hasta llegar a Valencia donde opera como jefa máxima de bibliotecas. Su única licenciatura, a causa de la limitación de la época para realizar estudios superiores en Letras y Filosofía, fue en Historia. Sin embargo, en ella predominaba la vocación filológica y lexicográfica a lo cual destinó toda su vida.
Nunca antes un solo ser humano había realizado una tarea tan inmensa: un diccionario completo.
Pronto la veremos en continuos andares robusteciendo los espacios de lectura, abriendo nuevos, promoviendo e interesándose por todo aquello que tuviera que ver con los libros, su lectura y su cuidado, tanto como en el campo de la pedagogía, tema que asimismo trabajó incansablemente: cómo enseñar la lengua, cómo aproximar a la niña, al adolescente, a las grandes obras literarias y al conocimiento pleno del español. Su prestigio crece cada día y cada día unos y otros, colegas y estudiantes, funcionarios e intelectuales ven en ella a la que guarda y suscita el cuidado de la lengua. Hasta la irrupción de la Falange en 1936.
Sin embargo, no se arredra. Como puede guarda libros valiosísimos, modifica bibliotecas para que no sean arrasadas por la guerra, muda cajas y acervos o por el contrario los resguarda sin permitir que se cambien de lugar. Así transcurre su tarea con la obstinación de quien no quiere ver el trágico desenlace. Cuando sucede, sabe que ella y su familia deben retirarse de la vida pública.
Es perseguida pero no tanto como algunas de sus amistades y colegas queridos. Su mismo marido es enviado a Salamanca y debe separarse de su mujer e hijos. Ella se obstina entonces en la palabra. Inventa, dado su amor a la lengua, un modo de sobrevivir. Un modo de no morirse de inanición y pena.
Decide trabajar sobre un diccionario del uso del español. Así a partir de los años cuarenta y durante 25 años día tras día en su casa de Valencia o en el verano cuando se van a Poza ocupa diez o doce horas del día en hacer fichas, comparar, analizar, estudiar otros modelos, otras formas de abordar el estudio de las palabras y anota en todo cuanto lugar se le ofrece. Su casa se transforma poco a poco en un gran fichero. Sólo otra ocupación le permite meditar sobre la primera y la distrae: el cuidado de su jardín, sus flores, las rosas y los lirios le deparan gran descanso y beatitud.
No hace vida social. Sus hijos han crecido y jóvenes ya, no la necesitan tanto como en sus tiempos de bibliotecaria. Su esposo es visita de algunos fines de semana y en vacaciones, pero ella no descansa. Su pasión la ha llevado tan lejos que parece dormida en medio de la gente cuando, levantando la vista, la pierde un poco más allá. Acaso en el reino sonoro de las armonías de las sílabas, la melodía de los nombres, las síncopas de las desinencias.
Nunca antes un solo ser humano había realizado una tarea tan inmensa: un diccionario completo. El que yo aprendí a usar en mi tierra y al que hemos accedido todos los que nos dedicamos a esta cosa mágica que es escribir letras y conformar universos lingüísticos. Con esa dura disciplina de aprehender el idioma nuestro hasta lo recóndito.
En 1966 se publica el Diccionario del uso del español por parte de la editorial Gredos. La empresa de Moliner asombra a catedráticos, a especialistas de la lengua, del léxico, a los escritores: “María Moliner -para decirlo del modo más corto- hizo una proeza con muy pocos precedentes: escribió sola, en su casa, con su propia mano, el diccionario más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana”,escribe Gabriel García Márquez.
En 1967 algunos buenos amigos la propusieron para la Academia de la Lengua Española. Sus integrantes se azoraron. No supieron qué hacer frente a semejante empresa. Camilo José Cela se alteró tanto como para lanzar un NO rotundo. Otros lo siguieron alegando mil y una tonterías pero por dentro apenados por la excelencia de una mujer que demostraba la inutilidad y abuso de su registro académico.
No, tampoco con la lengua nuestra, esa que al igual que los hombres hemos enriquecido todos los días de nuestra vida, nos ha ido bien. Tengo la impresión que incluso ahora seguimos hablando una lengua que no nos pertenece y, claro, eso da para otra reflexión y nuevos procedimientos, actos, palabras… Sí: palabras.