
(Cuento, Argentina).
Corrían los noventa y era verano, yo transitaba mi adolescencia de mujercita. Había ido a Adrogué por el fin de semana, allá mi tía Nélida todavía tiene una linda casa con jardín y pileta. En esa época tenía un perro también, que se llamaba Horacio. Esa tarde aproveché la sombra de un árbol y me senté en el cordón de la vereda a tomar mate. Fui en busca de esa ceremonia de aburrimiento familiar, enero se deslizaba lento como una babosa y no tenía opciones. Mis amigas se habían ido a la costa o a las sierras, ya no recuerdo. De mis primos ni noticias. A mí me tocaba quedarme en Buenos Aires, padecer la maldición de la ciudad en un verano interminable.
El día no podía ser más hermoso, a la tarde del sábado la coronaba el telón del cielo celeste sin nubes. Se sentía el calor. Ya no quedaba mucha agua en el termo y mi tía me vendría a buscar de un momento a otro: quería que fuésemos a visitar a unos familiares que viven por la zona y que yo no veía desde chica. Por ese entonces ya tenía diecisiete años, la remera de los Ramones puesta y una vieja pollerita de jeans, obedeciendo a las modas de la época.
Ahí fue que pasó un hombre en bicicleta, dobló la esquina, iba silbando y con el torso desnudo. La bici era una de esas antiguas de paseo, color rojo, con bocina y todo. Horacio, el perro que se aparecía en los momentos menos esperados, salió corriendo de no sé dónde a ladrarle. Esa costumbre de los perros que le corren y le ladran a todo lo que avanza. Me paré, porque dar una orden desde el piso no tiene asidero.
—¡Horacio! Venga para acá… —a ese perro no lo tuteábamos.
El hombre, ante los ladridos de Horacio, se detuvo y apoyó las piernas en el asfalto. El perro y yo sentimos la presencia de ese hombre. Horacio calló de inmediato y corrió a buscar refugio enredándose entre mis piernas, yo retrocedí un paso y subí al cordón. El hombre me miró.
—No tengas miedo, nena.
Me di cuenta en ese segundo, lo reconocí.
—Un Ramone —susurré y repetí más fuerte—. Sos un Ramone.
El hombre sonrió, descubrió mi remera.
—Dee Dee Ramone —dijo y a mí se me cayó el mate al suelo—. ¿Queda un mate para convidarme?
Levanté el mate y con las ojotas esparcí la yerba derramada para que no se notara. El pulso me temblaba.
—¿Te gustamos? —preguntó el Ramone; yo buscaba el termo para cebar el mate y levanté la mirada—. Digo, ¿si te gustan los Ramones?
Ahí fue que pensé: Me habla en español, ¿por qué Dee Dee Ramone me habla en español?; aunque en realidad el pensamiento que predominaba era: ¿Qué hace un Ramone en Adrogué?
—Soy fanática —mentí un poco.
Dee Dee desaprobó esa palabra, fanática, chistó y habló.
—No seas fanática, con que te gusten los Ramones ya está bien —y tenía razón. Así era de todas maneras, no era fanática, me gustaban.
Al fin pude cebarle un mate, se lo ofrecí, estiré la mano pero no me acerqué a él. Dee Dee caminó hacia mí y Horacio ladró. El hombre pisó fuerte en el asfalto y Horacio salió corriendo a refugiarse en la casa.
—No terminan de gustarme los perros —dijo—. De a poco, andar en bicicleta nos obliga a odiarlos.
Quedamos solos. El Ramone agarró el mate, chupó hasta que se acabó el agua y me lo devolvió.
—Si te gustamos tanto, podés venir a vernos—dijo Dee Dee, yo ya los había visto alguna vez en Obras Sanitarias—. Estamos ensayando a unas cuadras de acá.
Ahí se me cayeron todas las conjeturas, se hicieron pedazos. ¿Qué hacían los Ramones en Adrogué? ¡Todos los Ramones! Dee Dee sacó un reloj pulsera de un bolsillo y lo miró.
—¿Vamos? —invitó—. Traé el mate si querés.
Yo atiné a mirar hacia la casa, pero no lo hice. Ya era grande como para pedir permiso. Me cebé un mate y empezamos a caminar, Dee Dee llevando la bicicleta a un costado y yo con el mate y el termo a cuestas.
—¿Dónde aprendiste español? —Me animé a preguntarle en los primeros metros, cuando me pongo nerviosa tengo que hablar desde el principio, de otro modo me bloqueo y hago papelones.
—Hay cosas que ni uno sabe —respondió Dee Dee mientras encendía un cigarrillo.
No recuerdo muchos más detalles de esa caminata. Yo imaginaba situaciones a toda velocidad. Él era Dee Dee Ramone, no tenía dudas, no podía ser una trampa. Después de caminar unas cuadras y de doblar en dos o tres esquinas que aún hoy no soy capaz de reconocer—y es que nunca recorría Adrogué, el jardín y la pileta de mi tía me bastaban como para salir de excursión por la zona—, Dee Dee tiró el cigarrillo y señaló una casita con un pequeño jardín adelante y una cochera.
—Ahí es.
Nos detuvimos antes de entrar, como si él respetase mi contemplación, mis ganas de asegurarme que ahí adentro podrían estar los Ramones completos, los instrumentos, sus olores, sus formas, sus discusiones. Desde afuera no se escuchaba nada, ni batería, ni guitarra, ni nada.
—¿Entramos? —dijo, moviendo la cabeza hacia la casa, devolviéndome el último mate porque el agua se había terminado.
Asentí en silencio y, después de abrir la puerta de entrada con una patada suave, me invitó a pasar. El living estaba desierto. Dee Dee dejó la bicicleta apoyada en cualquier lado, entornó la puerta de entrada y caminó hacia otro cuarto. A través de las habitaciones pude ver otras bicis tiradas en el suelo o apoyadas en alguna pared.
—Vamos por acá, están todos en el jardín de atrás.
Lo seguí.
Franqueamos la puerta que daba a los fondos, y esa imagen, la primera impresión del jardín, no puedo sacármela de la cabeza: a los costados y sobre el pasto, dos parlantes, detrás y al centro una pelopincho azul, celeste y blanca, repleta de agua con Joey Ramone y CJ Ramone, los dos sentados en esquinas opuestas de la pileta, los dos leyendo suplementos distintos de, supuse, el mismo diario. Dos vasos de cerveza a medio terminar reposaban sobre las patas de la pileta. Al frente, sentados en reposeras coloridas a rayas, vistiendo sólo un short de baño, conversaban en inglés, cervezas en mano, Johnny Ramone y Marky Ramone. En una esquina del terreno, un ciruelo desvaído soportaba cuatro camperas de cuero negro sobre sus ramas. Sus disfraces, fue lo primero que pensé. Sobre el pasto se multiplicaban, desperdigados, envases vacíos de cerveza, ojotas, borceguíes y anteojos de sol.
Dee Dee adivinó mi sorpresa ante la escena, y atinó a decir algo, apuntando sus manos hacia el cuarteto.
—Los Ramones.
Los cuatro Ramones del jardín miraron hacia nosotros, hasta ese momento estaban concentrados en sus cosas. Habló Joey, que bajó el diario para mirarnos, pero cuidando de no mojarlo.
—Nena, ¿qué tal?, en la heladera hay más cervezas.
—Gracias —dije, y apoyé el termo y el mate en el suelo.
Dee Dee entró a la casa y volvió con un vaso lleno de cerveza y con dos sillas de plástico. Me ofreció la cerveza y acepté. Durante esos segundos los cuatro Ramones volvieron a sus quehaceres de antes.
—Sentate, ya va a empezar el ensayo —me sugirió Dee Dee.
—¿Ya? —preguntó Johnny, y habló un español aceptable—. Todavía no terminamos de hacer la digestión.
—Vamos —dijo Dee Dee—, es hora.
Como una maquinaria inmensa, como un reloj perfecto, como si ese jardín fuese una fábrica con mecanismos inentendibles, los cuatro Ramones —porque Dee Dee se sentó a mi lado a tomar cerveza— se movieron como en una obra teatral, un ensayo completo, no sólo de música, sino de cada movimiento. Los dos Ramones de la pileta se secaron y se ubicaron, con los instrumentos, en sus lugares, los otros dos hicieron lo mismo. Marky armó la batería aún más atrás de la pileta de lona, el resto se cuadró delante. Enchufaron cables, repasaron una lista, murmuraron nombres de canciones. No se vistieron, el ensayo fue en short de baño. Encendieron los parlantes y acopló.
—Un, dos… un dos tres va… —contó Joey y la cosa estalló.
Sheena is a punk rocker, Sheena is a punk rocker, Sheena is a punk rocker now
Sheena is a punk rocker, Sheena is a punk rocker, Sheena is a punk rocker now
Sheena is a punk rocker, Sheena is a punk rocker, Sheena is a punk rocker now
Sheena is a punk rocker, Sheena is a punk rocker, Sheena is a punk rocker now
Empezaron la canción por el estribillo, calentando voces y dedos. Sólo letra y música de estribillo, y seguían en ese mismo bucle infinito, insistían. Miré a Dee Dee para ver qué opinaba de ese comienzo: silbaba la canción y tomaba con placer la cerveza.
Sheena is a punk rocker, Sheena is a punk rocker, Sheena is a punk rocker now
Sheena is a punk rocker, Sheena is a punk rocker, Sheena is a punk rocker now
Sheena is a punk rocker, Sheena is a punk rocker, Sheena is a punk rocker now
Sheena is a punk rocker, Sheena is a punk rocker, Sheena is a punk rocker now
Final abrupto de canción, aplausos de Dee Dee, aplausos exagerados. Se escuchó el grito de un vecino: ¡Aguante los Ramones!, y ese grito fue la confirmación del milagro: otro, un hombre ajeno, me aseguraba que todo lo que pasaba no era una alucinación mía.Todo cuadraba perfecto, todo parecía ir por los cauces normales de cualquier ensayo. En fin, los Ramones estaban en Adrogué, a unas cuadras de la casa de mi tía Nélida, y nada más importaba. Tomé mi cerveza de un solo trago. Dee Dee estaba atento a mis movimientos y fue a recargarlo. Antes de que se levantara le pregunté por qué no tocaba él:
-Ya pasó todo esto para mí –respondió-, ahora cebo el mate, pido las pizzas y le sirvo cerveza a mis amigos -concluyó-: además, juego a que los dirijo un poquito.
Dee Dee me guiñó un ojo y se levantó hacia la heladera, mientras, Joey contaba de vuelta.
—Un, dos… un dos tres va…
Empezó el canto y, como en la canción anterior, empezó y terminó en lo principal de la letra, lo repetitivo:
Hey ho, let’s go hey ho, let’s go, Hey ho, let’s go hey ho, let’s go
Hey ho, let’s go hey ho, let’s go, Hey ho, let’s go hey ho, let’s go
Hey ho, let’s go hey ho, let’s go, Hey ho, let’s go hey ho, let’s go
Hey ho, let’s go hey ho, let’s go, Hey ho, let’s go hey ho, let’s go
Dee Dee volvió con mi vaso de cerveza, cuando me lo ofreció le puse cara de ¿Qué está pasando acá? ¿Así ensayan?, pero él sonrió y siguió silbando, aprobando y mirando a la banda.
Terminó la canción y Dee Dee se deshizo en aplausos.
—La última antes del descanso —dijo.
Y los Ramones empezaron a tocar la tercera canción de la tarde.
—Un, dos… un dos tres va…
Fun fun rock’n’roll highschool, Fun fun rock’n’roll highschool.
Fun fun rock’n’roll highschool, Fun fun, oh baby.
Fun fun rock’n’roll highschool, Fun fun rock’n’roll highschool.
Fun fun rock’n’roll highschool, Fun fun, oh baby.
Terminaron y el vecino invisible aplaudió, Dee Dee aplaudió, los cuatro Ramones se aplaudieron a sí mismos y, claro, yo aplaudí también, mucho aplaudí. De pronto se desarmó la maquinaria de la banda, todos volvieron a las posiciones iniciales, a esa postal del verano con la que me encontré al salir al jardín. Se creó un silencio incómodo, yo tenía que aprovechar cada momento de mi estadía en esa casa.
— ¿Por qué cantan sólo los estribillos? —me arriesgué y pregunté en voz baja, se lo pregunté a Dee Dee sin mirarlo, es decir, se lo pregunté mirando al resto, contemplando esa escena de verano.
CJ y Joey bajaron los diarios que habían vuelto a leer, Johnny y Marky concluyeron abruptamente una nueva conversación en inglés que recién habían comenzado, sentí que Dee Dee se volteaba hacía mí. Todos me habían escuchado.
El que habló fue Joey desde la pileta. Su tono era aburrido, un texto premeditado por la necesidad de explicar más de una vez la misma cuestión.
—Nena, lo importante de las canciones está ahí —tomó el último fondo de cerveza y arrojó el vaso vacío al pasto—. Del resto de la letra nadie se acuerda.
Volvió al diario y me pareció oírlo repetir casi en susurros: del resto de la letra nadie se acuerda, nadie se acuerda…
—La gente se olvida —afirmó Marky Ramone desde su reposera.
—Pero… —yo quería explicaciones—, ¿y los otros versos que figuran en los discos? ¿La poesía Ramone…?
Dee Dee me puso una mano en el hombro como un padre que requiere atención. Supe que lo que me iba a decir era importante.
—El resto de la letra es azar —sentenció—. Ni siquiera la escribimos nosotros, lo que figura en los discos es relleno, sólo importa el estribillo —tomó un trago largo de cerveza, continuó—. ¿Qué es lo único importante de Sheena is a punk rocker?, te lo dice el mismo título: que Sheena es una punk rocker, punto y aparte.
— ¿Y que cantan en los conciertos? —pregunté.
—Murmuramos cosas inentendibles, hacemos bromas… no decimos nada —aclaró Johnny, y después de sus palabras los cuatro Ramones del jardín volvieron a sus lecturas y a sus conversaciones. No había más que hablar.
—Sólo importa el estribillo… —subrayó CJ, leyendo el diario que ya lo tapaba por completo.
Dee Dee me aclaró que hasta el próximo ensayo podrían pasar unas horas. Le dije que me iba, que mi tía me andaría buscando desesperada por todo Adrogué, que muchas gracias, que esa tarde no la iba a olvidar nunca. Saludé a todos con un ademán, escuché un hasta luego lejano. Supe que no importaron mis preguntas, que de cualquier manera la experiencia hubiese sido la misma, un paso fugaz por un ensayo Ramone en Adrogué.
Salí con mi mate y mi termo, Dee Dee me explicó brevemente cómo desandar el camino hasta el lugar de nuestro encuentro, hasta la casa de mi tía Nélida. Ni siquiera miré el nombre de las calles para evitar la tentación de volver. Antes de doblar la esquina miré hacia atrás, Dee Dee ya no estaba. Recuerdo que luego de esa tarde, incluso en ese camino de vuelta, pensé: Son hombres sabios que eligieron frases elementales para construir un universo con el que pueden expresarse.
No sé por qué guardé para mí esa historia, tal vez porque nunca quise resaltar mi reputación con mis pobres vivencias, pobres digo, salvo la irrupción de esa tarde atípica. O tal vez, por el miedo a que me tilden de loca fanática, que por culpa de un sueño inconcluso de groupie se propuso inventar historias para llamar la atención.
Durante el verano pasado convencí a mi novio para que fuéramos a visitar a mi tía Nélida. Hacía mucho tiempo que no pisaba Adrogué, mi novio fue conociendo de a poco a mi familia completa. Hasta hoy nadie sabe de mi experiencia con los Ramones, ni siquiera él, pero ya vamos para tres años y tengo ganas de compartir esa tarde con alguien. Qué se sepa de una vez lo que me sucedió. La mayoría de la banda ya no existe, pasaron a la historia y los que quedan vivos andarán desperdigados por el mundo, alejados de la música.
Ese verano los dos salimos a tomar mate a la vereda, como yo salí aquella vez. Mientras conversábamos de las próximas vacaciones, porque ese verano sí pude escaparle a Buenos Aires unos días, pasó un hombre en bicicleta, con el torso desnudo y silbando una canción. Era un hombre viejo, arrugado, tostado por el sol fuerte del verano. No le presté mucha atención porque sólo me interesaba hablar de playas y montañas. Mi novio se había quedado mirando al hombre que se alejaba de a poco hacia el fondo de la calle.
—Era un Ramone —me dijo mi novio sin dejar de mirar al hombre—, podría jurar que ese tipo era un Ramone.
— ¿Un Ramone acá? —pregunté y cebé un mate— .Vos estás loco, mi amor…
Mientras cebaba el mate pasó un auto por la esquina, y el hombre que lo manejaba bajó la ventanilla y gritó desde el auto, un grito seco: ¡Aguante los Ramones!, y no lo llegué a ver bien, no le vi cara ni nada porque el auto desapareció en la bocacalle. Pero estuve segura por la voz y por la forma que era el mismo vecino de la casita de los Ramones, el otro, un hombre ajeno que confirmaba el milagro, una vez más, con su grito. Le di el mate a mi novio y mientras lo tomaba le seguí hablando de playas y montañas, de las ventajas de uno y otro lugar, hasta que el termo ya no tuvo agua.
Foto de portada: Isaumir Nascimento