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Poemas de Lorena Galván Taboada

febrero 19, 2020Deja un comentarioPoesía, Portada CreacionesBy Lorena Galván Taboada
Foto: Óleo de Manuel Mathar

Bajo un aparente desaliño, en estos textos hay un caos decidido a dictar su propia forma de ordenar lo poético. Como cuando los niños dejan un regadero de juguetes que a los mayores molesta porque se les encajan en los pies, así sucede con estos poemas: hay que vadear los legos con cuidado y caminar de puntitas al tiempo que conectamos con los colores y formas y ritmos que forman un panorama estratégico para jugar a una guerrilla de almohadas. En la escritura de Lorena Galván Taboada hay diversión, magia, extrañeza, todas esas cosas que se agradecen tanto frente al todavía lastre de la retórica solemne en la poesía mexicana que, aunque escriba con palabras “lúdicas” o “contestatarias”, conserva por lo general una sintaxis apelmazada. Tal vez lo que me ha llamado más la atención en estos textos es justo cómo no depende de las palabras que utiliza, sino que construye su divergencia, su diversión, desde la sintaxis y el encadenamiento sonoro y los brincos semánticos; parecido al intento por escribir un sueño.

Diana Garza Islas

LA CASONA

Que estaba en renta era de mis abuelos. La interesada era una ciega que llegó tarde, y sólo pudo decir “lo único que vemos cuando vemos es el futuro y no puedo verlo”. Un pretexto como cualquiera, de menos de un minuto. Si es ciega, sospeché, seguro que no vio el anuncio en el periódico. Yo había pasado días amabilizando la casona para ella. Forré las tazas con algodón y cinta, y aceité los pisos por si ella prefiriese deslizarse en vez de caminar. Habrá considerado acertada la acción, pues sorpresivamente no traía consigo un bastón. Me percaté hablando con ella que, por vanidad, no lo usaba. Es cierto. Llevaba un vestido victoriano y un peinado enmarañado, con roscas de hilos coloridos entre el cabello, que debe llevarle horas lograr. Era una bella mujer porcelanesa con ojos de felpa marrón que no podían verme. Me decidí a hacer las piruetas que nunca muestro por temor a llorar de miedo mientras las hago. Hice solo una, pero la ciega sintió el viento y dijo “por qué hace tanto frío” y le dije “Voy a cerrar la ventana” aunque sabía que era yo. Mejor hicimos el recorrido, yo con la vista, ella con su mano, y supo detectar gracias al atardecer que eran rosados los muros. ¡Sólo se cayó un par de veces! Primero tropezó con la fuente y luego en el último escalón al segundo piso. Caminamos, y mencionó que le hicieron gracia las notas artropofónicas que dejé sonando en el tocadiscos antes que llegase. Dijo que le gustaban, pero también me percaté que despertó un miedo dentro de sí. Le dije, “no tengas miedo, aquí el pasado no puede lastimarte” mientras entrabamos en la alcoba principal, pero ella parecía no acordarse de lo que iba a suceder y, para su mala suerte, al entrar se encontró con el espejo que la hizo llorar. Eso pensé borrosamente, ¿acaso ya no veía bien? que estaba llorando, y luego escuché los gritos y cuando me acerqué, no eran lágrimas, sino sus iris escurriendo fuera del ojo, y contrario a lo que habría imaginado, la tinta de sus ojos era azul.

LO QUE PASA

Con la confusión es
evidentemente
que el verde se ve distinto por la noche
Una sombra de reojo es un gato sin patas

Quiero decir que las insólitas confusiones humanas son como dormir
o como si no hubieran sucedido

A las burbujas nadie las planea, eructos del aire
pintar cuando hay viento confunde
morirse con el cabello mojado confunde

Vamos a resolver la confusión
dos hombres se besan pero no hay juez que juzgue
se forma un fideicomiso
se reparten utilidades
los hombres siguen besándose

Si no eres de aquí será mejor que traigas papeles, pues apenas te vi, pero traías otro rostro

Un perro hurga en la basura (desesperado)
sólo encuentra reliquias de una civilización que ha muerto
para colmo, olvida lo que buscaba

¿Lo ves? Es muy sencillo. Pon tu mano aquí. Paso dos, no puedes.
Entonces descubres que todo esto es lo que llevamos en los bolsillos.



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Sobre el autor

Lorena Galván Taboada

Nací en 1993 en la ciudad de Puebla, pero vivo en Guanajuato desde hace algunos años. Como la sandía ¿Qué haces aquí, si eres de África? Mi primera publicación fue una novela gráfica de la Caperucita Roja que escribí a los cinco años y que se conserva en el museo de mi infancia hasta la fecha. Soy mala madre de diversos textos. No descarto la posibilidad que aún se encuentren allá afuera asaltando gente. En mi fase Universidad de Guanajuato le dediqué mi valiosa ociosidad a “La Gaceta Mágica del Fomento a la Lectura” una publicación interactiva dedicada a la actividad lecto-escritora para ejercer en plena libertad. Actualmente mis intereses literarios habitan en la narrativa y la poesía y yo habito el tránsito entre ambas. El resto de mi tiempo estoy haciendo papel hecho a mano.

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