
A continuación, compartimos las palabras de Marcela Lagarde y de los Ríos, antropóloga, académica e investigadora mexicana, además de una de las representantes más importantes del feminismo en América Latina, pronunciadas durante el conversatorio “La violencia feminicida y el feminicidio”, realizado el 19 de febrero de 2020 en el auditorio del Instituto Nacional Electoral (INE).
Con esta presentación, que agradezco muchísimo, quiero hacer una reflexión sobre nosotras y decir algo importante. ¿Qué sería de las mujeres sin el aliento y el apoyo en situaciones de crisis, que son tantos? No habríamos sobrevivido a los avatares de la vida sin otras mujeres conocidas o desconocidas, próximas o distantes en el tiempo y en la Tierra.
Los índices de desarrollo humano con los que medimos la situación de género, ya el desarrollo y el poder de las mujeres, aún no incluyen el registro de lo que para la antropología es el tejido social, cuyas diversas tramas y urdimbres nos sostienen.
¿Qué sería de las mujeres sin las que nos apoyan para volver a retomar nuestros estudios? ¿Sin las maestras que van, hablan, buscan a sus alumnas? ¿Sin las alumnas que apoyan a sus maestras? ¿Qué sería de las mujeres víctimas de feminicidio sin la voz de otras mujeres exigiendo justicia? Como lo hacemos hoy desde esta tribuna, y ustedes desde este foro.
Estamos aquí para exigir justicia, para construir justicia. Porque también nos compete construir justicia. Entre otras cosas, lo hemos hecho a lo largo de décadas, décadas. Cuando yo me inicié en el feminismo el tema de la violencia contra las mujeres y las niñas era muy menor, lateral; ni siquiera tenía para nosotras la centralidad que hoy revierte, no lo teníamos. Esa centralidad la ha producido la brutalidad del trato a las mujeres que caracteriza a nuestro país. Digámoslo ya: nuestro país da vergüenza. Da vergüenza el maltrato a las niñas, a las mujeres, jóvenes, a las adolescentes, casadas, obligadas a maternidades evitables.
Estamos aquí para exigir justicia, para construir justicia. Porque también nos compete construir justicia.
Eso es el país que tenemos, pero también tenemos un país fincado por mujeres y hombres que han ido construyendo la igualdad. La igualdad entre mujeres y hombres, primero un poco de lado, se prefería hablar de otras igualdades, pero desde hace un tiempo en esta casa, por ejemplo, la igualdad es central a la política electoral de nuestro país; no por nada estamos en la legislatura de la paridad, y esa legislatura de la paridad la construimos mujeres y hombres feministas convencidos de la igualdad ontológica de mujeres y hombres, esa igualdad basada en la equivalencia humana de mujeres y hombres.
¿Por qué somos equivalentes? Porque queremos, porque se nos da la gana. Porque necesitamos ocupar la mitad del mundo y tener ese espacio para desarrollar nuestra creatividad, nuestra vida, el aporte que hacemos a la vida de cada una, pero también el aporte que hacemos a la colectividad. La causa feminista de las mujeres es también la causa feminista de hombres que tienen perspectiva feminista y que están con nosotras asumiendo un espacio.
Hemos avanzado nosotras, sobre todo mujeres, identificando quiénes son los hombres agresores de mujeres. Quiénes son los machos que se atreven a estigmatizar a las mujeres. Quiénes son aquellos que dañan con violencia a mujeres y niñas, y cometen actos de violencia feminicida. Hemos avanzado. Incluimos, por ejemplo, diferenciar el trato, y aquellos hombres violentos hoy encuentran una definición legal en la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia. También en los códigos penales de todo el país y en el Código Penal federal encontramos identificados a los delincuentes.
Hoy podemos hablar de hombres prodemocracia, de hombres proigualdad, pero también podemos identificar a aquellos que insisten en vilipendiar a las mujeres. Cada vez más mujeres tenemos mayor conciencia de género, positiva, y no nos creemos el estigma que han sembrado en nosotras. Nos dedicamos cada día a erradicar esa plaga nefasta y terrible, y con todo, cada día nos levantamos con nuevos nombres de niñas y mujeres que han sido cruelmente asesinadas, que son víctimas de feminicidio, como dijeron mis compañeras aquí, por el solo hecho de ser mujeres.
Estamos ante la última y nefasta desigualdad en el orbe entero, que es la desigualdad de género, y esa desigualdad, para mantenerse como algo estructural —y quiero subrayar la palabra “estructural”, no moral; la moral viene después—, hay que entender que es la estructura del mundo la que forja los sujetos y los objetos de ese mundo, que luego ya harán ideología, mito, leyenda, canciones, chistes vulgares, lenguaje soez, contra las mujeres. Todos son feminicidas quienes recurren a eso, porque están construyendo un caldo de cultivo para que la ira de hombres violentos se despliegue contra mujeres y niñas.
Tenemos que hacer cambios, efectivamente, en la cultura, pero tenemos que hacer cambios en la estructura social. Necesitamos la igualdad social, económica, laboral, política, jurídica, normativa, de todas las normas, participativa también. Necesitamos esos cambios, y luego tenemos que hacer cambios a la moral, como lo hacen todos los días las personas al vivir, hasta que finalmente, si perseveran, se los digo por experiencia, desarrollarán una ética del siglo XXI; una ética de la democracia en la convivencia. Una ética del respeto a la integridad de los cuerpos, de las mentes, de los afectos de las mujeres y las niñas.
Esa ética es una ética feminista; es el feminismo el que ha planteado que somos equivalentes. Son nuestras antepasadas —y estoy viendo a una morada preciosa allí, como muchas que están acá; bueno, unas canosas, otras moradas, otras como yo, revueltilla, Angélica más o menos, Andrea súper negra, muy linda, bueno, en fin—. El tema es que feministas de todos los tiempos hemos construido una filosofía fundamental, sin la cual no se entendería la historia.
Primero hagamos buenas costumbres y de ahí se desprenderá ya no una moral, una ética, una ética para vivir conforme a la libertad, conforme a la igualdad y conforme al desarrollo de cada quien.
Entonces vale más que de una vez asumamos que el feminismo es, probablemente —bueno, quito probablemente— es la transformación cultural más importante que hemos promovido las mujeres como género en la historia. Eso es el feminismo y por tanto, no debemos enajenarnos del feminismo. Necesitamos conocerlo, leerlo, olerlo, marcharlo, hacer pintas como están haciendo las jóvenes en las calles de esta ciudad y de este país. Esas jóvenes merecen todo nuestro reconocimiento, todo nuestro apoyo. Yo por lo menos las convoco a que seamos voz, sustento, apoyo, certeza, para estas jóvenes que están tomando la estafeta; tanto que se decía antes: “hay que pasar la estafeta”, bueno, pues llegaron y la han arrebatado con ese brío maravilloso que tienen las jóvenes, y me parece que merecen nuestra escucha, nuestra ponderación y desde luego la exigencia junto con ellas, al lado de ellas, de los derechos humanos para las mujeres, y desde luego, para los hombres también.
Porque el feminismo no es sexista; ponderamos a las mujeres, bueno, tal vez porque somos mujeres muchas de nosotras, pero también por una opción política feminista, que —¿se acuerdan de la otra opción que había por los pobres?—. Bueno, pues nosotras no. O sea, no queremos que haya mujeres pobres, nosotras estamos en la opción por una igualdad incluyente, no jerárquica, donde no haya supremacismo ni de género, ni de clase, ni de grupo socioeconómico, ni de raza en este país tan racista, ni etnocida, no es así. Pero queremos que haya igualdades, transversales, longitudinales, tutti frutti; o sea, como se nos pegue la gana, pero hacer de esto el pilar de nuestra interpretación política de las cosas.
No hay feminismo sin filosofía, y por lo tanto yo les invito a hacer clubes, grupos de estudio del feminismo, donde nos enseñemos unas a otras y unos a otros y todos, para poder dar el gran paso que tenemos que dar para erradicar —dice la Convención Belem do Pará, usando una palabra fuertísima: erradicar, con doble erre, para que suene bien—. No queremos disminuir, no queremos hacer que haya sólo menos crímenes, no queremos que a las mujeres se les violente “un poco menos”, no. Queremos todo. Queremos erradicar por completo, porque se puede, el feminicidio, y la violencia feminicida en nuestro país. Se puede.
La teoría feminista, la teoría política, la historia, la antropología, la ciencia política, plantean con claridad que si se erradica la desigualdad se erradica la violencia. Esa es la relación entre ambos conceptos, categorías, y ese es el vínculo que hay ahí. Entonces por favor no vengan a decirnos —ni siquiera de mañana, ni siquiera muy tempranito— no vengan a decirnos que vamos a cambiar la moral y que vamos a hacer buenas costumbres. Es al revés. Primero hagamos buenas costumbres y de ahí se desprenderá ya no una moral, una ética, una ética para vivir conforme a la libertad, conforme a la igualdad y conforme al desarrollo de cada quien.
Eso es lo que queremos desde el feminismo. Entonces que no se nos diga, por ejemplo, que hay “mano negra” en este movimiento feminista en México. Se ha dicho siempre, cuando yo me inicié en los movimientos estudiantiles de hace no sé cuántos, 60 años, qué barbaridad, igual se decía que había infiltrados, que había gente del “coro fácil”. Un presidente así nos llamó: “silencio, jóvenes del coro fácil”. Y nosotros dijimos: “¿cómo vienes a callarnos en nuestra casa, en la Universidad? Cállate, cállate”. Y se calló, y era el Presidente de la República. Siempre identifican cualquier movimiento con que vienen otros a hacerlo a nuestro país, como si fuéramos masa amorfa, colonizable ideológica y políticamente, y no lo somos.
En el caso de ahora somos feministas comprometidas y comprometidos, estamos por la erradicación del feminicidio, que sólo se puede lograr con la erradicación de la violencia feminicida. ¿Qué es la violencia feminicida? Es la categoría mayor, es el conjunto de hechos que violentan los derechos humanos de las mujeres y las niñas y las colocan en una condición de fragilidad brutal, al punto de que siguiendo nuestras investigaciones podemos saber dónde va a haber feminicidio; podemos preverlo porque tenemos ya instrumentos de medición, tenemos georreferenciada la violencia contra las mujeres y las niñas, ahí les traje varios libros cuando inventamos la georreferencia para decir por qué en este municipio hay feminicidio, pero en el de enfrente no hay feminicidio, y es el mismo municipio, ¿qué pasa? Bueno, pues pasa que un sitio se condensaron todos los elementos que conducen a una muerte violenta por parte de hombres violentos. Es más, si analizamos sujetos, podemos saber si cada persona puede ser, puede cometer actos de ira brutales, misóginos, como son los actos que conducen al feminicidio.
Quiero decirles que siempre muy amablemente me presentan como quien acuñé la palabra “feminicidio”. Sí es cierto, ¿eh?, sí, vengo aquí a decirlo, pero ojo, esa palabra es la transformación de otra palabra, que fue la que a mí me sirvió de clave para entrarle al feminicidio, y esa palabra es in english, es femicide. Femicide. Más chiquita que la mía que es un poco más grande, y esa femicide es de Diana Rusell, Jill Radford y Judy Stout y no sé quiénes, todas las colegas que están compiladas en dos obras extraordinarias que produjimos en la Cámara de Diputados, aliados con la Universidad Nacional Autónoma de México, para traer a México el debate sobre el feminicidio; son dos libros: uno sobre el feminicidio, se llama La política del asesinato de las mujeres, así lo tradujimos, femicide, femicidio. Pero ya cuando vino a México Diana Rusell invitada por nosotras, entonces le propusimos que aceptara “feminicidio”, en inglés feminicide, y oigan, ya se dice en todas partes feminicide, porque pegó el chicle, y porque el contenido del delito es lo que importa y cómo lo construimos epistemológicamente; lo construimos así.
Tenemos que impulsar una gran transformación del Estado con perspectiva de género.
Diana Rusell y Jill Radford consideran aspectos del feminicidio, pero uno de ellos para ellas es central: es la misoginia de hombres contra mujeres, y dejan ahí la definición. Y luego hacen más definiciones: feminicidio lésbico, feminicidio infantil, feminicidio íntimo, ahí ya se ponen un poco más descriptivas de acuerdo con el tipo de relación entre víctima y victimario. Por eso dicen feminicidio infantil, por ejemplo, para nombrar el feminicidio de Fátima, que estamos nombrando en este momento con una gran intensidad. Feminicidios todos esos, y 10 autoras más que refieren al feminicidio en sus países, por ejemplo en Estados Unidos, al feminicidio en Israel, al feminicidio en Egipto. Hay pensadoras, investigadoras, científicas, que han trabajado el tema. Eso fue hace 20 años. Trajimos ese debate aquí, creamos comisiones; aquí está Lucero Saldaña, mi querida colega de toda la vida, también ha presidido comisiones Angélica de la Peña, bueno, con otras comisiones coaligadas, aliadas siempre, juntas, haciendo lo que hacemos.
El feminicidio yo le aumenté, y como le aumenté cosas le aumenté una sílaba, que es “ni”, entonces es poquito. Hay que decirla completa: feminicidio, porque yo le puse otra condición que encontramos en la investigación científica en todo el país, y es que el Estado es parte del problema. El Estado mexicano es parte de la violencia feminicida, es parte del feminicidio. El feminicidio no es sólo el acto de matar; es el acto de matar a una mujer, es el acto misógino de matar a una mujer, con una enorme tolerancia social. La sociedad tolera la violencia contra las mujeres con una gran holgura, permite la violencia contra mujeres todo el tiempo, en espacios, cuerpo a cuerpo, persona a persona, en espacios privados, en espacios públicos, institucionales; incluso como lo vemos ahora, educativos, que deberían ser, por el contrario, la vanguardia de cambios importantísimos en la cultura política en nuestro país.
El feminicidio, entonces, incluye al Estado como parte de los componentes de esta violencia feminicida. Incluye al Estado, lo dice también la Corte Interamericana de Derechos Humanos cuando después de un juicio que duró más de un año —y aquí tenemos a Andrea Medina, mi queridísima amiga del alma y compañera que estuvo en el juicio, en una parte de tu intervención en el juicio de Campo Algodonero que se hizo con la Corte—, la Corte, después de un año —y véanlo porque lo publicamos, ahí están las intervenciones de personeros del gobierno, que son los que van a contestar cada vez— lo único que avanzaban cuando declaraban algo en medidas del Estado, era lo que hacíamos en la Cámara de Diputados y en el Senado. O sea, sólo el Legislativo le permitía al Ejecutivo decir que hacía cosas.
Lo hacíamos nosotras, normando conforme a Derecho, desde luego, caminos para enfrentar el feminicidio; pero otras dimensiones del Estado no lo hacían así. Y la Corte hizo una sentencia, y la sentencia es que consideró culpable al Estado mexicano por no haber garantizado la vida para Esmeralda, Claudia, [y Laura]* que fueron los casos que aceptó la Corte revisar, otros casos no estaban bien integrados, pero esos tres sí, y fue el primer veredicto de ese tipo en el mundo. Ningún Estado había sido sentenciado por omisión, por negligencia, por colusión, y lo dice, está explicado en la sentencia dónde ha sido omiso el Estado, dónde ha sido negligente, dónde se ha coludido con quienes cometen los crímenes o todos los tipos de violencia y las modalidades de violencia contra mujeres y niñas.
Eso es lo que yo le aumenté; o sea, yo tengo otra formación, digamos histórica, antropológica, bueno, muy clara, ¿no? Mi querida Diana Rusell y Jill Radford son más bien anarquistas, y no tienen una percepción analítica del papel del Estado. Para ellas todo Estado es opresor, todo Estado está mal, y bueno, la convivencia ciudadana lo haría mejor; por eso no incluyeron al Estado en el problema. Pero nosotras sí. Nosotras tenemos un Estado que además en muchos casos algunas de sus instituciones se vanaglorian de no tener política de género, pero nosotras incluimos al Estado para modificar el Estado.
La Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia que hicimos, esa ley lo que contiene es una visión epistemológica del problema de la violencia contra mujeres y niñas; nombra, creamos categorías para identificar los fenómenos; teorías para no aislar las categorías unas de otras, sino que estén comprendidas en un marco teórico y poder entonces decir hacia dónde hay que ir, qué es lo que hay que desmontar para poder erradicar —por favor no digan “deconstruir”, porque en este tema no se trata de deconstruir al Estado—. Se trata de transformarlo radicalmente, para que sea un Estado democrático de género. Para que en nuestro país haya democracia genérica y no limitemos la democracia a otros aspectos, y en nuestro análisis sólo pensemos que la violencia la viven mujeres pobres, o mujeres solas, o mujeres de clase baja, o mujeres que no tienen quién las acompañe en la vida. No, no va por ahí.
El movimiento #MeToo, por ejemplo, ha mostrado, es impresionante cómo mujeres poderosas, mujeres ricas de la lista de Forbes, como nuestra querida Oprah; esas mujeres han demostrado que mujeres poderosas, mujeres famosas incluso, han sido víctimas de violación, víctimas de acoso, víctimas de hostigamiento. Hoy, el movimiento feminista le ha puesto nombre alrededor del mundo a todos los hechos de violencia contra las mujeres y las niñas, y bueno, nosotras tenemos que identificar al Estado que no propicia, no garantiza la seguridad para la vida de mujeres y niñas.
Y tenemos que impulsar una gran transformación del Estado con perspectiva de género. Hemos dicho, hemos escrito —en la mañana que estaba tomando los libros me encontré fotos firmando con gobernadores compromisos hace 20 años sobre incluir la perspectiva de género—, formar a funcionarias y funcionarios, a políticos, los partidos políticos, que tengan la responsabilidad de que como instituciones también formadoras de conciencia requieren tener una visión de igualdad de género y propiciarla; y no que cada vez haya que volver a empezar a explicarles por qué la igualdad, por qué la paridad, por qué la equidad. Queremos que eso sea ya un sustrato cultural compartido, tanto como los churros, o como el mole, o como todo lo que compartimos ideológicamente como elementos de unión.
Bueno, pues qué maravilla sería que este país de la tragedia feminicida logremos convertirlo en el país que logre erradicar la violencia feminicida contra mujeres y niñas. Por la vida y por la libertad de las mujeres, muchas gracias.
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[Tras concluir su mensaje, Marcela Lagarde pidió nuevamente el uso de la palabra. A continuación se reproduce dicha intervención, en la cual entrega al INE material bibliográfico]:
Quiero hacer un aporte para el INE, que seguramente conoce todo esto a través de internet, pero me gustaría mucho, nos gustaría mucho que cuenten ustedes con un acervo material de la primera definición de feminicidio, está aquí. Se llama Fin al feminicidio. Oigan ese mensaje. No dijimos “que ya no haya tanto”, dijimos “fin”, porque es posible alcanzar ese objetivo. Hay muchas cosas: informes de las comisiones, porque todo esto lo construimos de cara a los movimientos feministas y de mujeres; participaron en foros, fue una política abierta para nombrar juntas toda esta ignominia. Y bueno, aquí está publicada, pero también están publicados los avances, aquí está la sentencia de la Corte Interamericana con un peritaje que hicimos Andrea y yo después con ella, un peritaje del caso Campo Algodonero, que está incluido con las barrabasadas gubernamentales con las que contestaban funcionarias y funcionarios.
Y este: Derechos Humanos de las mujeres. Marco jurídico y política de Estado. Aquí está incluida la política, que no nos vengan a decir… hoy oí en la mañana que el Presidente de este país dijo que antes sobre el feminicidio no se hacía nada. No puede ser que nos diga eso; porque además, bueno, sí hemos fallado un poco porque no hemos logrado que el Presidente de la República se exprese con una visión respetuosa y democrática sobre las mujeres y las niñas víctimas, y sobre nuestros movimientos legítimos, públicos, no puede ser. En eso hemos fallado, pero ojo, porque estamos aquí y podemos proponernos, por ejemplo, hablarle al oído a quien haya que hablarle al oído para que le caiga el veinte de qué se tratan los derechos humanos de las mujeres y las niñas.
Y está también el primer marco puntual que es la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, pero aquí hicimos una explicación, artículo por artículo para que se entienda de qué se trata, porque luego las leyes son un poco aburridas, y estas como las hicimos con una prisa enorme, hasta faltas de ortografía tiene; pero somos capaces de defender esa falta de ortografía para guardar la integridad de nuestra ley. Acá esta es otra versión de la ley, aquí está el artículo 21, que efectivamente define la violencia feminicida, y el 20 define la alerta de violencia de género; me detengo un momento.

Llevamos desde 2006-7, cuando ya la ley fue ley, aprobada por un Presidente de cuyo nombre no quiero acordarme, que al leer el decreto-ley dijo emocionadísimo, qué cosa, que: defenderemos esta ley y a las mujeres con toda la fuerza de que seamos capaces… Y yo dije: este hombre es un violento. Pero claro, parece de risa, pero esa es la violencia que ya vemos como algo natural, normal, como es su personalidad, su carácter, a lo mejor no le dieron bien de desayunar, algo. No, es un violento, por principio y por final, y tenemos que tratarlo como un violento. No puede ser que un Presidente, defendiendo una ley que no tiene violencia, no es una ley que castigue, no es una ley punitiva, para eso está el Código Penal; es una ley que define, delinea, propone esa política democrática de Estado, eso es esta ley, y aquí está publicada. Y decir que con muchísimo gusto quisiéramos que se mantenga como un pequeño grupo de textos, si algunas de ustedes tienen los que han producido, propongo que le pidamos, le solicitemos hacer un pequeño estante sobre todo lo que hemos ido produciendo durante estos años todas y las que no vinieron, que también han producido muchísimas cosas. Las feministas somos muy productivas, somos muy propositivas, no somos violentas, proponemos siempre la paz. El feminista es pacifista hoy en día en nuestro país, y eso es una contribución al horizonte que necesitamos para vivir.
Dice, y con eso quiero terminar, la Declaración de los Derechos Humanos de 1948, año en que yo nací, por eso me impregné de los derechos humanos; es también el año de El segundo sexo, de Simone de Beauvoir, quien sigue siendo para nosotras alguien sustantiva en la historia de la modernidad. Y bueno, en ese año se proclamaron los derechos humanos precisamente para eliminar el androcentrismo de la Declaración, y cambiaron todo. Entonces en un artículo dice “las mujeres y los hombres”, en otro dice “todas las personas”, pero nunca más ha vuelto a decir “el hombre”. Esa es una construcción simbólica del mundo, pero no nos dice nada, porque nosotras no queremos ser el hombre; nosotras queremos ser mujeres de carne y hueso y un pedazo de pescuezo, eso es lo que queremos ser. Investidas de derechos porque estamos investidas sólo de responsabilidades. Queremos derechos, y queremos, como dice Hannah Arendt, tener el derecho a tener derechos, que es el derecho fundamental.
Y bueno, lo último que iba a decir es sobre el 48, en esa Declaración de los Derechos del Hombre, que cambió a Derechos Humanos, en el artículo 29, creo, parágrafo 29 o 30, dice: que todas las personas tenemos el derecho a vivir en una sociedad que garantice los derechos humanos para vivir mejor. Eso dice la Declaración de los Derechos Humanos y eso está en la propuesta de Estado que nosotras hacemos en la Ley General de Acceso. Bueno, colorín colorado, este cuento ahora sí se ha terminado.
*Se incluyó este nombre a fin contribuir a la claridad de la exposición.