
La historia de la poesía italiana confirma una verdad; que el poeta encuentra
el rango más real y sublime del arte cuando recuerda el carácter de su país y de su época.
La mejor poesía italiana es verdaderamente nacional.
Mary Shelley
La Feria Universitaria del Libro UANLeer 2020 me ha regalado primicias inesperadas. La Feria se realizó entre el 11 y el 15 de marzo. Jessica Nieto pone en mis manos un libro de la autora inglesa Mary Shelley: Andanzas por Alemania e Italia (1842-1843) que se presentó durante ese período. La edición es deliciosa, pequeña y manuable, coincide a pleno con la escritura de su interior. Se trata de una coedición entre Minerva Editorial y la Universidad Autónoma de Nuevo León.
Mary Shelley es para muchas lectoras y lectores una sorpresa sin fin. No sólo por su genio —casi niña prodigio, escribe Frankenstein cuando apenas ha dejado la adolescencia—, sino también por las duras pruebas que le siguieron y asimismo por la realeza de su cuna o nacimiento: hija de filósofos. Si algo la convierte en Mary Shelley es sin duda su padre y su madre, William Godwin él, Wollstonecraft ella. Justicia política del primero afirma que el matrimonio y la monarquía representan un obstáculo para el progreso de la humanidad. Y Vindicaciones de los derechos de la mujer de su madre Mary, primera filósofa feminista adherida a los ideales de la Revolución francesa, sostiene que a las mujeres debe educárselas de manera racional oponiéndose a la idea roussoniana de no educar a la mujer porque resulta gratuito teniendo en cuenta su condición de madre y esposa o en todo caso amante.
La gestación de Frankenstein es vastamente conocida: aquella estación en la Suiza de 1816, junto al lago Lemán, con su compañero Percy Shelley, su hermanastra Clara, Lord Byron a la sazón aparente compañero de Claire, amigo de correrías de Shelley y John Polidori médico y aprendiz en las letras quien llega para encender más los ánimos de un grupo que se aburre en un castillo tenebroso mientras afuera la lluvia y la bruma lo envuelve todo impidiéndoles pasear, salir a tomar aire, conectarse con la naturaleza del lago y la pradera. La apuesta la conocemos muy bien así como los resultados. Sólo cumplen con escribir una historia de horror Polidori que ha de publicar El vampiro años después, y Mary cuyo Frankenstein es publicado de inmediato pero adjudicado a Shelley. El error se corrige a instancias de su mismo esposo. Cuando concluye la obra tiene 18 años.
Desde mi juventud cuando leí esta obra maestra, a pesar de estudiar su biografía en razón de su condición femenina que reúne tanta sensibilidad e inteligencia, nunca más volví sobre ella. Por lo cual este libro que hoy ha llegado a mis manos publicado por nuestra Universidad es en verdad un regalo para los largos años en que su historia me acompañó. Creo que a Mary Shelley, mientras escribía, el personaje de Frankenstein le produjo el mismo lacerante dolor que a mí mientras lo leía. De otro modo no hubiera sufrido al punto que nunca más quise releerlo entero.
… su viaje por Alemania e Italia durante un año, descrito con una acuciosidad y un esplendor inaudito, me hablan de una mujer cuya sabiduría excede toda costumbre.
Por oposición la memoria de su viaje por Alemania e Italia durante un año, descrito con una acuciosidad y un esplendor inaudito, me hablan de una mujer cuya sabiduría excede toda costumbre. No me gusta el uso de adjetivos, pero tengo que hacerlo por la sorpresa y el placer que Shelley me ha deparado durante dos jornadas en que no pude soltar su escritura. No sólo he aprendido más de rigor histórico, más de la sutileza para describir los paisajes con todos los matices del color, el volumen, el sonido, los contrastes, sobre todo he corroborado largamente lo que ella afirma en uno de sus capítulos:
Yo creo que, en cualquier respecto artístico, el buen gusto es el resultado de talentos inherentes combinados con una familiaridad con las mejores obras. Al leer poesía sublime, al escuchar excelente música, al ver los mejores cuadros, las más admirables estatuas y la arquitectura más armoniosa y augusta, una asiste a la mejor escuela de apreciación artística para así aprender a sentir aquello que más se avecine a la perfección en cada expresión.
La obra se organiza en cartas. Cada carta es una ciudad o un nuevo aspecto de la misma. Así luego de una Advertencia de su autora, la primera carta aborda la primera estación: Fráncfort. Su viaje ha comenzado en verano, en junio, de modo que el paisaje se dulcifica a causa de la brisa y lo que nos relata son los días previos a la llegada a Alemania desde Amberes. Por los primeros apuntes domésticos y propios de los inconvenientes de un largo viaje, sospeché que de eso se trataba: de una narración jocosa a propósito de los viajes. No obstante, durante su lectura tuve que acudir al diccionario, a la historia de las guerras del siglo XIX, a Napoleón, al conflicto entre tiroleses y bávaros e incluso a verificar una y otra vez el itinerario de la viajera. Tan fuerte es el interés que despierta por sus juicios políticos, económicos, históricos, geográficos y estéticos. Mary Shelley resulta ser una feroz intelectual de nuestros tiempos. O mejor dicho del apogeo del siglo XX. Por esta época en que transcurro al final de mi vida, pocos encuentros que puedan ofrecerme el placer que me ha dado la gran escritora inglesa.
“Una mujer que vive una vida tan manchada por la tragedia como yo nunca puede recuperar ese tono mental optimista”,manifiesta la escritora, y sin embargo seguirla en su viaje es uno de los placeres más grandes que uno puedo compartir con ella. Las ciudades alemanas, de Fráncfort a Leipzig, el pasaje por Austria, de Salzburgo a las montañas y valles del Tirol, al tiempo que Mary no deja de alertarnos sobre su carácter, su historia, la lucha con los Bávaros, el pasado reciente y la incursión de los franceses, la lenta aparición del sol italiano, sus viñas, su esplendor, el regocijo de la región más propicia del mundo…Ella goza y nos hace partícipes del goce, aunque “A mí me aflige el terror, me acecha de día y me susurra por las noches en mis sueños”,confiesa en algún párrafo. Como si el universo que ella creó para Frankenstein pudiera abatirla en cualquier momento.
No importa; Venecia, Florencia, Roma, hasta Nápoles y sus islas, hasta Pompeya y el Vesubio, hasta Sorrento, y el éxtasis de sus ríos, su costa… “Ver Nápoles y después morir”,decían en mi infancia, y Mary Shelley exclama: “Siempre he guardado el gran deseo de penetrar las profundidades del sur de Italia, la cual creo es la región más bella del mundo.”
Acaso mi coincidencia con este viaje de Mary Shelley tiene que ver casi con el mismo itinerario que hice en mi primer viaje a Europa con mi compañero. Cuando como Mary, mi corazón estaba afligido por el terror, en mi caso el terrorismo de Estado, del cual habíamos escapado sin dejar de acecharnos de día y susurrarnos por las noches en nuestros sueños.
De tal modo que en este viaje fantástico por sus alcances, desfilan ante la mirada del lector las alusiones a Madame de Sevigné y Shakespeare, o bien Coleridge y Samuel Johnson, Torquato Tasso y Dante o en todo caso Schiller y Milton hasta alcanzar la luz y los colores de Turner, Tiziano, Veronese
Y el asombro crece ante la sensibilidad de su saber y sus reflexiones, a veces pura intuición, a veces el conocimiento que da la experiencia y los años de inclinarse sobre los libros, los cuadros, la escucha atenta de la música, todo ello da un sabor inigualable a su prosa que canta pensamiento tras pensamiento y connota el universo musical con el plástico y las letras. De tal modo que en este viaje fantástico por sus alcances, desfilan ante la mirada del lector las alusiones a Madame de Sevigné y Shakespeare, o bien Coleridge y Samuel Johnson, Torquato Tasso y Dante o en todo caso Schiller y Milton hasta alcanzar la luz y los colores de Turner, Tiziano, Veronese y los más grandes cuya impronta ella lleva, la de Leonardo, Rafael y Miguel Ángel, con una clara inclinación hacia el segundo, su Rafael amado, mientras la música antigua del primer barroco resuena a manera de trasfondo con el Miserere de Gregorio Allegri. Aunque de carta en carta lo que permanece en su decir y su memoria sean los versos de su compañero muerto trágicamente, Percy Shelley, que concluyen o trazan la cartografía de su presencia en el corazón de la escritora.
Es conmovedora la carta de su llegada a Venecia y su permanencia en ella durante un mes, puesto que La muerte flotaba sobre el lugar. Es en Italia, Venecia, Roma, La Spécia, donde mueren dos de sus hijos y su esposo. Lo cual no es impedimento para cantar al pueblo italiano, su calidez, su joia, las mujeres que trabajan sin entrar en depresión, donde la educación de los niños alcanza otra suerte de moralidad más libre y más afectiva.
Nuestro viaje adherido al suyo, concluye en el sur de Italia, en la bahía de Nápoles, en el país más querido, en aquel donde “en la curva del firmamento en cuyas profundidades puras navegan barcos de nube y la luna cuelga luminosa; una esfera pendiente de fuego plateado.”
La variedad, hondura e inteligencia de sus andanzas apenas dejan percibir que ya se agotaba su entero ser en los pliegues de un mal letal.