La literatura es un país extraño.
Allí también todo pasa y se olvida.
Pero cuanto fue regresa y presenta
al mundo un texto diferente para
ser leído con ojos diferentes.
José Emilio Pacheco
En la preparatoria donde solía estudiar tuve la fortuna de conocer a una maestra que supo contagiarme su entusiasmo y el amor a la lectura en voz alta de la poesía. Reconozco que en ese tiempo apenas y tenía una débil idea de lo que quería hacer con mi vida, y no era nada fácil teniendo en cuenta que en mi casa no había libros, y los pocos que tenía en mis manos, o en mi mente, habían sido regalos de mi maestra: Fahrenheit 451 de Ray Bradbury y algunos versos de los poemas de Octavio Paz, José Carlos Becerra, Enriqueta Ochoa, Margarita Michelina y Olga Orozco. En ese tiempo nunca me animé a escribir un solo verso, sí traté de hacer varios renglones de narrativa; pero eran los poemas de la poeta argentina lo que terminaban por robarme los sueños en las noches, versos largos, de un largo aliento, se volvían en frágiles quimeras enlutadas de arcanos y astros viejos:
Y aunque cumplas la terrible condena de no poder estar
[cuando te llamo,
sin duda en algún lado organizas de nuevo la familia,
o me ordenas las sombras,
o cortas esos ramos de escarcha que bordan tu regazo para
[dejarlos a mi lado cualquier día,
o tratas de coser con un hilo infinito la gran lastimadura de
[mi corazón.
Hoy despierto con la amable noticia del centenario de Olga Orozco y llevo una alegría equivalente a los latidos de una lámpara encendida en medio de una galería de sombras. Es autora de varios libros de poesía como Desde lejos (1946), Las muertes (1952), Los juegos peligrosos (1962), Cantos a Berenice (1977), Con esta boca, en este mundo (1994) y Relámpagos de lo invisible (1998), entre otros, donde el surrealismo se entremezcla y convive con los temas del amor, la muerte, la soledad, lo esotérico y lo astral. Pero el surrealismo que propone Olga Orozco está muy lejos de la escritura automática propuesta por André Breton en su Manifiesto del surrealismo y, por lo tanto, también de las poéticas de los argentinos Enrique Molina y Aldo Pellegrini, con quienes se les solía vincular frecuentemente en dicha corriente vanguardista. Más bien la asociación de ideas con el sueño pasan de la propia conciencia que recrea la voz poética para construir imágenes sólidas, oníricas, sin llegar a perder la comunicación con sus lectores, que puede ser un oído distante tanto en el tiempo como en el espacio. En este sentido la voz poética de Olga Orozco conoce todo aquello lo que nombra y lo encarna por medio del lenguaje:
El poeta también cree que nombrando realiza una conversión simbólica del universo, pero a la inversa, desandando el camino descendente del vocablo. Cree así remontar la corriente de lo creado, para llegar al descubrimiento de una imagen esencial, se llegará también a la unidad primordial, al momento en que éramos uno con el todo.
Y más que a las ideas del surrealismo de Bretón, puede que las ideas y conciencia poética de Olga Orozco estén más afinadas con las propuestas poéticas y filosóficas de María Zambrano, en su libro Filosofía y poesía y su desarrollo sobre la poesía, la mística y la metafísica, donde la filósofa española afirma que
La poesía es la conciencia más fiel de las contradicciones humanas, porque es el martirio de la lucidez, del que acepta la realidad tal y como se da en el primer encuentro. Y la acepta sin ignorancia, con el conocimiento de su trágica dualidad y de su aniquilamiento final.
Esta idea puede ser aplicable desde el primer libro de la poeta argentina, pero se encuentra más claro en el poema “Olga Orozco” del segundo poemario, “Las muertes”, publicado en 1952, trece años después de los ensayos de la filósofa exiliada española:
Yo, Olga Orozco, desde tu corazón digo a todos que muero.
Amé la soledad la heroica perduración de toda fe,
el ocio donde crecen animales extraños y plantas fabulosas,
la sombra de un gran tiempo que pasó entre misterios y
[entre alucinaciones,
y también el pequeño temblor de las bujías en el anochecer.
Mi historia está en mis manos y en las manos con que otras
[las tatuaron.
Ahora bien en lo que respecta a la figura y obra de Olga Orozco siempre la imaginé como Juan Gelman la describió en su discurso de recepción al Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo (hoy en día Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances gracias a un error de Tomás Segovia y al colmillo de la familia del escritor mexicano): “mitad sombra, mitad astro”. Una figura imponente capaz de invocar y de encarnar los profundos deseos de nuestros sueños y de darle nombre a lo que en apariencia se creía innombrable.
Sin embargo, a pesar de ser una obra sólida y con un fino estilo la obra de la escritora argentina tiene bastante tiempo de no aparecer en los estantes de las librerías. Sus lectores hemos tenido suerte de encontrarla en bibliotecas particulares ajenas a las nuestras o una edición con tiraje que lleva más de diez años de haber sido lanzada. En el caso de los lectores mexicanos tuvimos la fortuna de que en 1998, con motivo al Premio Juan Rulfo de ese año obtenido por la autora, el Fondo de Cultura Económica publicara Relámpagos de lo invisible con la selección y prólogo de Horacio Zabaljáuregui.
En dicha edición, además de contar con una rica galería de fotografías de Olga Orozco y de algunos de sus mejores poemas recogidos de cada uno de sus libros, también nos entrega una selección de los escasos cuentos, ensayos y uno que otro texto misceláneo de la escritora argentina como lo es “Anotaciones para una autobiografía”:
Con el sol de Piscis y ascendente en Acuario, y un horóscopo de estratega en derrota y enamorada trágica, nací en Toay (La Pampa), y salí sollozando al encuentro de temibles cuadraturas y ansiadas conjunciones que aún ignoraba…
También cabe decir que Olga Orozco pertenece, a su manera, a una generación de escritoras latinoamericanas que dejaron escuela junto a Guadalupe Dueñas, Alejandra Pizarnik, Idea Vilariño, Ida Vitale, Blanca Varela, Julieta Campos, Claribel Alegría, Rosario Castellanos, Dulce María Loynaz, Amparo Dávila, entre otras más. Pues el primer libro de poemas de la joven escritora mexicana, Elisa Díaz Castelo, Principia (2018) y Alebrijes (2016) de Balam Rodrigo tienen ese eco gemelo de Olga Orozco al momento de aunar la tradición poética con las ciencias exactas y la astrología, las imágenes del tarot y las de la cotidianidad misma.
A siete años de distancia desde mi primer encuentro con la obra poética de Olga Orozco hoy vuelvo a releerla con la debida atención que merece; pero también lo hago en voz alta para recordar el país de mis días extraños en la preparatoria cuando en el camino a la casa repetía para mí los primeros versos del poema “Si me puedes mirar”, a veces mis amigos tenían que tolerar mi entusiasmo, a veces solo yo mismo tenía que escucharme e imaginarme delante de un espejo con el libro en las manos:
Madre: es tu desamparada criatura quien te llama,
quien derriba la noche con un grito y la tira a tus pies como
[un telón caído
para que no te quedes allí, del otro lado,
donde tan sólo alcanzas con tus manos de ciega a descifrarme
[en medio de un muro de fantasmas hechos de arcilla ciega.
Bibliografía
Breton, A. (2017). Manifiestos del surrealismo. Madrid, España: Visor Libros.
Orozco, O. (2009). Relámpagos de lo invisible. Buenos Aires, Argentina: Fondo de Cultura Económica.
Orozco, O. (2011). Discurso de recepción al Premio Juan Rulfo 1998. En Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, 20 años (pág. 101). Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica/Universidad de Guadalajara.
Zambrano, M. (2016). Poesía y Filosofía. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica.