
(Primera parte)
Que no se me olvide el cuento. La luna blanca, el sol amarillo,
Y nosotros pobres, muy pobres..!
Irma Sabina Sepúlveda
Cuando seamos juntas; cuando nadie pueda mandarnos al sótano; cuando los mares y los vientos sean tan nuestros como del resto de la humanidad; cuando las manos entrelazadas no permitan ni un abuso más; cuando con diferencias lleguemos a acuerdos; cuando nuestra radicalidad consista en la templanza, el diálogo, las pruebas y los argumentos; cuando estudiemos y sepamos de nuestra herencia, nuestras abuelas, nuestras antepasadas; cuando analicemos y aseguremos a ciencia cierta que ellas son de todas las razas, negras, blancas, indígenas; cuando nuestro derecho y obligación sea la de dar memoria a una compañera que quedó en el camino, lejos o cerca, creadora o trabajadora, de China o de la Patagonia; cuando nuestras diferencias se diriman a causa de las prioridades, de lo que es urgente hacer primero; cuando seamos hermanas en cada hogar, familia, comunidad, ciudad, metrópoli, en el campo o en la sierra, en el barrio o la gran urbe… Entonces advertiremos que somos la mitad de la población mundial y no habrá forma de parar nuestra solidaridad y nuestra justicia para con todas las mujeres del mundo.
Por eso al nombrar a las que, nuevoleonesas ellas, y con nombre pequeño o grande en la memoria pero que se puede rastrear si somos acuciosas de nuestra propia historia, quiero nombrar al mismo tiempo a aquellas que, como éstas, pero sin nombre, hicieron su tarea más humana y fraternal.
Es una decisión de la razón y el corazón al mismo tiempo, porque justamente eso hace la diferencia. Las mujeres razonamos y somos afectadas en nuestro corazón simultáneamente.
Famosa es Josefa, llamada familiarmente Chepita, Zozaya. Su fama procede de la batalla de Monterrey cuando el ejército norteamericano había tomado sitio en el centro de la ciudad y los mexicanos reducidos a defenderse en la terraza de su casa, se encuentran desabastecidos para seguir respondiendo a los ataques de los norteamericanos. Entonces, citado por historiadores e intelectuales de toda laya, Chepita decide jugarse la vida subiendo para abastecer de municiones a los soldados indefensos en los altos de la vivienda. Y lo hace con riesgo de su vida, pero con resultado feliz.
Por mucho tiempo la razón y la conciencia no estuvieron de nuestro lado. Nosotras éramos ejercicio de la naturaleza, puro instinto y por eso pura madre, estadio más alto de nuestra subjetividad según los hombres, capaz de defender a sus hijos como una leona. Sin embargo, del mismo modo que se realizan acciones en el espacio público características del género masculino, cuando una mujer las hace en el campo de batalla o como Chepita exponiendo su cuerpo a las balas, pareciera hacerlo del modo en que se nos nombra, la pasión irracional por salvar lo que se ama. No es así, no obstante, miles de mujeres de nuestra historia impulsadas por el amor a la patria, a su gente, a su tierra, a la comunidad a la que pertenecen con pura lucidez han decidido y deciden cada día arriesgar su vida. Porque a ellas tanto como a los hombres la dominación del extranjero, el colonialismo, los depredadores y los actos en donde se arrasa con la dignidad humana las lleva a hacerse responsables y hacer suya la premisa que mejor muertas que esclavas. Es una decisión de la razón y el corazón al mismo tiempo, porque justamente eso hace la diferencia. Las mujeres razonamos y somos afectadas en nuestro corazón simultáneamente.
Las peleadoras habitan el mundo y se manifiestan de muchas las maneras. Toda institución, grupo o comité cuya médula reside en lo más humano, se alista siempre entre mujeres: sea para defender la diversidad, el propio cuerpo, la infancia, las mujeres golpeadas, la trata de personas, las desapariciones, el arrasamiento de familias, la venta de órganos, los migrantes y mucha más gente vulnerable. Los hombres legislan y organizan ejércitos, guardias, comisiones, foros nacionales e internacionales. Las mujeres salimos a la calle con ollas, con pañuelos blancos, con pañuelos verdes, con danzas y cantos, que como la canción chilena dan la vuelta al mundo. Ahí está Chepita rediviva subiéndose a la terraza y abasteciendo con municiones a los hombres. Así es puesto que por estos tiempos las peleadoras están abasteciendo de municiones a la democracia en nombre de la inclusión, la alteridad y la libertad horizontal entre todas las personas sean cuales fueren sus determinaciones sexuales.
Las mujeres salimos a la calle con ollas, con pañuelos blancos, con pañuelos verdes, con danzas y cantos, que como la canción chilena dan la vuelta al mundo.
En los libros que he rastreado a veces con desesperación por la ausencia de datos o la desaparición de registros, encuentro de pronto una notita mínima en un libro sobre mujeres. Sólo dice La violeta, 1888, Monterrey. Nada más. Al fin di con su autora, con su palabra, con el primer número y su editorial:
No nos extraña que alienten todavía espíritus díscolos que se ensañen contra la ilustración de la mujer y le estorben bajo pretextos verdaderamente fútiles su marcha intelectual; no nos extraña porque siempre en todos los pueblos, en épocas anteriores, y en algunos aún en la presente, la mujer ha sido considerada como un ser inferior al hombre, propia solo para proporcionarle deleites y satisfacción de sus caprichos. La mujer ha nacido para ser madre de familia, no para ser orador como Castelar, ni poeta como Juan de Dios Peza, ni escritor como Juan Montalvo, ni electricista como Edison, ni matemático como Leseps, ni pintor como Rubens, ni geógrafo como Julio Verne, ni literato como Campoamor; Una mujer que estudia, que raciocina para discernir, que razona para juzgar, no puede, á juicio de algunos, ser buena madre de familia; cuando que está plenamente demostrado por la experiencia, que mientras más ilustrada es la mujer, es más virtuosa, y sólo así puede reputarse como la maestra de la humanidad, porque instruida y educada intelectualmente podrá con mayor facilidad instruirse y educarse é instruir y educar moralmente á sus hijos. Una mujer que escribe, una mujer que hace versos, una mujer que procura penetrarse en los augustos misterios de la ciencia, que piensa, en fin, y quiere enriquecer su inteligencia con el gran caudal de los conocimientos humanos, para más tarde formar también su corazón por medio de esos conocimientos y preservarse así de las asechanzas del mundo, de las cuales es el hombre el solo autor…
Su nombre Ercilia García y el título La mujer y los enemigos de su ilustración, rescatado del archivo familiar por supuesto, por otra mujer Marta Nualart, texto que revela el tamaño de nuestra soledad, parafraseando a García Márquez.
Ercilia García creadora de La violeta junto a Manuela Martínez Opham es casi desconocida en la historia de las publicaciones de Nuevo León de larga data, a pesar de estar presente en el monumento levantado aquí en Monterrey a 37 mujeres periodistas donde se la incluye junto con su sucesora, en la misma publicación, María Garza González.
En cada uno de nuestros pueblos hay una mujer que sueña, piensa y escribe. Una mujer que mirando en derredor, su gente y su comunidad, descifra sus procesos de vida y muerte.
También poeta, he leído de Ercilia varios poemas de su autoría y siempre se trata de la defensa de un ser femenino. Pionera del periodismo regiomontano nadie la recuerda, nadie la nombra ni como artista ni como periodista. Sólo para apaciguar conciencias en determinadas fechas o eventos, como se hace con cada una de nosotras cuando algo de justicia hay que ostentar.
Quiero imaginar a su vera y detrás de ella a diversas mujeres de estas tierras que como ella han activado la conciencia haciendo periodismo rural, urbano, pequeño o grande, y sobre todo, como Ercilia García, denunciando nuestra omisión, que ha significado siempre, cuándo y dónde debiéramos estar presentes. Lo cual significa no espacios, no menciones, no reconocimientos, y que el anonimato sea nuestra única constancia. Lo cual sucede todos los días incluso muchas veces en el presente.
Por ello también traigo en mis alforjas el nombre de una mujer que ha escrito sobre su pueblo, sus hábitos, su costumbre en plena visión enamorada. Se trata de Elvira Reyna Castillo, actual habitante de Zaragoza, Nuevo León. Y la nombro como clave. En cada uno de nuestros pueblos hay una mujer que sueña, piensa y escribe. Una mujer que mirando en derredor, su gente y su comunidad, descifra sus procesos de vida y muerte.
Sin embargo, mucho antes estuvieron las revolucionarias, las que pensaban el mundo desde la política y la sociedad. Y por lo mismo también estuvieron las exiliadas.
Es curioso cómo conocí a Julia Nava. Ella aparecía como una maestra que escribía para niños. Me interesó por su espíritu ecuménico, por su condición de latinoamericana, por el enlace de nuestros pueblos al escribir teatro infantil. Pero en la búsqueda de mujeres revolucionarias, ella adquiere una dimensión imprevista. Por ejemplo, esa condición luminosa del intelectual mexicano de las primeras décadas del siglo XX para decir Nuestra América. Mi investigación fue ardua, hasta dar con el perfil completo pasaron años. Supe entonces que también había sido dramaturga con obras para adultos.
Rodolfo Usigli nos cuenta en Escritos sobre la historia del teatro en México que Julia Nava de Ruisanchez es seguramente la primera dramaturga mexicana. En general se ignora que además de ser dramaturga y maestra infatigable, haya sido asimismo una gran feminista y una amiga fiel de la Revolución. La Conferencia Panamericana de Mujeres a la que asistió en Baltimore, EE.UU., en 1922, y poco después la creación del Consejo Feminista Mexicano del que formó parte y fue obstinada militante, amén de fundar en 1924 la revista La Mujer, lo prueban. Por su parte, la revista que dirige Julia perdura hasta 1929 con 35 números de distribución quincenal. No es poca cosa. Recorrer sus artículos, sus editoriales, es sorprenderse a cada momento por la vigencia de los derechos que se proclaman y los temas que se tratan.
Julia era de Galeana y no creo que allí alguien la recuerde.
(Continuará)
Excelente investigación. Gracias por compartir Coral.