
…Yo sueño que estoy aquí
destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son…
Pedro Calderón de la Barca (1600 – 1681)
Calderón vivió hasta los 81 años. Madrid, capital del imperio, padeció varias epidemias. Cosmopolitismo se le decía en los manuales de historia de mi escuela primaria a la globalización del oro, la plata y todas las riquezas del Nuevo Mundo, manuales que ilustraban el tema con papagayos multicolores y gente morena con tapa rabos, arcos y flechas llevados por Colón a rendirle pleitesía a Isabel la Católica.
Ese cosmopolitismo traía pestes de todos los continentes. Imagino que el amigo Pedro en su larga vida, habrá cargado con varias cuarentenas en su haber.
Pero las pandemias convertidas en masacres las padecieron los pueblos originarios de América, los virus europeos devastaron. Sarampión, viruela, sífilis, lepra y otras calamidades diezmaron civilizaciones enteras. Un genocidio no planificado que redujo drásticamente la población americana que no tuvo ninguna chance de hacer “cuarentena”.
Aquí llevamos en Argentina nuestra quinta semana de “aislamiento social obligatorio”, a causa de la pandemia del COVID-19.
Raros los virus, no son, claramente no viven, hacen otra cosa que tampoco es andar de muerto vivo por ahí, son un trozo de algo que no es vida y sin embargo buscan un huésped donde replicarse y luego matarlo o abandonarlo.
Una ameba por más precarias que sean sus ambiciones, al menos es una ameba, pero un virus, inmensamente más dañino que una ameba, no tiene ninguna pretensión alrededor del ser o el existir.
Así son los bichos peligrosos.
No como Segismundo, el protagonista de “La vida es sueño” del amigo Pedro al que estamos molestando en su descanso eterno con este escrito.
Con mucho menos glamour que un príncipe confinado al encierro, los días de esta pandemia ponen otra vez de relieve esa delgada línea entre ficción y realidad.
Segismundo vive encerrado sin saber completamente los motivos de su afligida situación, en una cuarentena sin principio ni final, sin días ni noches dentro de una caverna donde sus lamentos son el único signo de la vida, al carecer de explicaciones bien fundadas y racionales, Segismundo no puede diferenciar el sueño de la vigilia.
Con mucho menos glamour que un príncipe confinado al encierro, los días de esta pandemia ponen otra vez de relieve esa delgada línea entre ficción y realidad.
No sé qué sucederá, busco respuestas en los escritores de futuros de pesadilla ¿Será que Philip K. Dick ya lo predijo y entonces solo somos un rebaño ignorante al que según William Burroughs el lenguaje nos fue provocado por un virus del espacio exterior?
Me pierdo en estos tiempos sin tiempo, en esta espera sin principio ni final aparente. Una vez más la vida se convierte en un relato, en una duermevela inalterable.
Ante el enemigo invisible, la única respuesta es el ostracismo, la alteración de lo cotidiano, creando otra cotidianeidad. ¿Cuál de ellas es real y cuál ficción?
Me recuerda los primeros meses de la Dictadura Militar en Argentina, donde dejamos de ver a nuestros amigos y compañeros, donde nos recluimos en nuestra cuevas y cavernas.
Muchos se ilusionan con que el sistema capitalista de orientación neoliberal tendrá que “ablandarse” y permitir un fortalecimiento de otros modos de convivencia mundial… Los optimistas dicen que esta experiencia es un duro golpe al individualismo plutocrático y la posibilidad de revalorizar lo público y el estado.
Hoy no sé si la vida era esa planificación de actividades, obligaciones y proyectos que requerían agenda, reuniones, hipocresías y cierto cuidado con no mostrar la hilacha o este eterno domingo sin fútbol y sin fin, donde la vida en casa relaja los cuidados estéticos y formales.
El fantasma de la depresión, de la falta de productividad se combate desde los medios y las redes sociales que recomiendan rutinas físicas, manualidades, lecturas, recetas culinarias tibetanas, sexo virtual en Borneo, teleconferencias, dictado de clases virtuales, cursos de ikebana por correo electrónico o seminarios de filosofía proto tolomeica vía streaming.
Hoy no sé si la vida era esa planificación de actividades, obligaciones y proyectos que requerían agenda, reuniones, hipocresías y cierto cuidado con no mostrar la hilacha
Otra idea de nosotros mismos que se deshace como polvo; me da pereza ser productivo, no me da culpa perder el tiempo, me resulta imposible hacer de cuenta que no pasa nada y querer seguir con la maquinita de una supuesta vida de realizaciones.
¿Entonces? ¿Dónde queda la realidad? ¿Será esta detención eterna o aquella simulada fluidez del tiempo?
No sumo a estas palabras lo inherente a mi profesión. El teatro será una de las últimas actividades que se permitirán en mi país si en algún momento pasa esta crisis sanitaria. El año 2020 está perdido para las artes escénicas. Ya circulan reflexiones sobre el futuro del teatro, en un mundo donde la proximidad entre los humanos es peligrosa, contaminante, bióticamente fatal.
En algún momento, esta pandemia empezará a debilitarse y volveremos a eso que imaginamos como “normalidad”. Una nueva normalidad, imposible regresar al punto donde congelamos la sociabilidad, para retomar la vida como si nada hubiese pasado.
Nada será igual y nosotros no seremos los mismos. Como Segismundo andaremos chapaleando entre sueños y vigilias. A tientas por un mundo sin certezas.
Ojalá este coronavirus altere también nuestras creencias… Quizás en adelante el aire, la luz, el agua o la tierra signifiquen mucho más que el oro y la plata, o al menos se les arrimen.
“hacer de cuenta que no pasa nada y querer seguir con la maquinita de una supuesta vida de realizaciones”
Gran verdad ☝️