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Un asomo a las estribaciones fenoménicas de la jerarquía (2/2)

mayo 19, 2020Deja un comentarioPolítica, Portada PolíticaBy Jorge Castillo
Foto: Especial

Lealtad: jerarquía y estima

Una vez observado, en la primera parte de este ensayo, que las jefaturas, dirigencias o liderazgos son expresión de procesos dinámicos, y no estáticos ni esenciales, en tanto son también parte de relaciones socioculturales y sociopolíticas particulares y cambiantes, podemos también considerar uno de los elementos más significativos de vínculo entre aquel que manda y aquel que obedece: la estima socioafectiva y simbólico-expresiva con la que se establece y mantiene dicho vínculo, llamada comúnmente lealtad o fidelidad.[1]

A mi parecer, y en concordante sentido weberiano, esta es la parte complementaria y fundamental de la autoridad carismática del jerarca, dirigente o líder, pues dicho carisma solo tiene sentido en relación con aquellos valores, actitudes y aptitudes que son apreciados colectivamente y en un entramado de vínculos y compromisos.[2]

Debido a ello es que a un importante sector de la población norteamericana le gustan las expresiones, los modos y desplantes de su presidente Donald Trump, quien así se muestra como un hombre intempestivo, agresivo y soberbio. De aquí su atractivo para amplios sectores del electorado norteamericano, de ahí su fe y confianza en un líder que es ‘políticamente incorrecto’ ante el así considerado “desorden” –más bien cuestionamiento ideológico al statu quo– que han impulsado los movimientos sociales y las políticas más progresistas de corte liberal y multiculturalista de los últimos 60 años, y por ello mismo la aceptación de su “estilo” de liderazgo por los sectores más reaccionarios y conservadores en tanto actúa como un personaje atrevido y desafiante.

Como candidato y como presidente, Trump se ha mostrado como el líder idóneo de una nación que se asume en riesgo de ser vulnerada en su economía y en su sociedad por amenazas del interior y del exterior; condición de riesgo que, curiosamente, ha sido diagnosticada por el mismo Trump, a través de narrativas también de corte esencialista: desde ese nacionalismo proteccionista y conservador que se pone a la ofensiva. Y el cual se articula con otros discursos también esencialistas, como el fundamentalismo religioso, la xenofobia, el racismo y el sexismo.

Valga resaltar, nuevamente, que las aptitudes y actitudes de un líder como este embonan mejor en esas narrativas más amplias, pues le dotan de relevancia a dicho liderazgo. Y se puede constatar que la lealtad o fidelidad entre quien manda y quienes obedecen, opera en torno a referentes y marcos más amplios que le dotan de sentido y de coherencia a dichos compromisos emotivos de relación sociopolítica, como son, para el caso estadounidense, la defensa de la familia tradicional y la patria blancas conforme a sus propias narrativas utópico-ideológicas:[3] recuperar el ‘american dream’ y fortalecer el ‘american way of life’.

4. De aquí se desprende una cuarta distinción conceptual sobre la «jerarquía»: concepto relacionado también con las cambiantes condiciones de las interacciones sociales; por tanto, se trata de un estatuto temporal y variante, dado que quienes ocupan posiciones altas o asumen contar con cualidades superiores de status, sean grupos sociales o sean individuos que ejercen mando y autoridad como los jefes, dirigentes y líderes, también son, por invariable hecho biológico, cambiantes. Se trata pues de un estatuto contextual y suprapersonal,[4] según sean las condiciones, circunstancias, dinámicas y procesos por los que atraviesa el grupo o sociedad; momentos y etapas a las que también corresponderían ciertas exigencias de atributos de cualidad y de capacidad por parte de quienes ocupen alguna dirigencia o liderazgo,[5] las cuales serían cubiertas hasta por diferentes personajes.[6]

Y este carácter cambiante y variante de la jerarquía, que implica incertidumbre ante el futuro, puede haber sido estabilizado en algunas sociedades a través de nociones que acotaron y regularizaron el cambio y la transición de liderazgos o dirigencias; por ejemplo, mediante la herencia de puestos o cargos vía el linaje y el estamento.[7] Esto, sin duda, combina las nociones de esencialismo por destrezas de la jerarquía ya mencionadas anteriormente. 

Cualidades y capacidades del líder según lo amerite el contexto, y a cuya figura se vuelca la lealtad o fidelidad que le expresa el grupo, pero que, repito, tienen que ver con algo mayor y más importante, pues tales sentimientos de estima jerárquica tienen que ver con el compromiso, material y simbólico, que sus integrantes establecen con su mismo grupo de pertenencia o de interés.[8] Más que afirmar su compromiso con el jefe, dirigente o líder, el que obedece expresa su sentimiento de compromiso con el grupo, para reafirmar su necesidad de pertenencia al colectivo; es decir, volviendo al ejemplo estadounidense, se trata del grupo que se autoafirma como una nación poderosa reflejada y representada en el porte mismo de su magno y prestigioso líder.

De ahí su carácter emotivo, su lazo más intenso y significativo, pues se trata de la expresión del amor que se le tenga al propio grupo y a sus códigos de valor y de relación sintetizados en una figura metafórica que los encarna: God and Country exclamó la unidad SEAL[9] al momento de confirmar la muerte de Osama Bin Laden, al menos en su versión cinematográfica, y cuya potencia propagandística no es menor. Dicho lema en cursivas deriva de expresiones latinas muy antiguas que afirman aquello que es lo más apreciado para el grupo de pertenencia: los altares familiares con sus divinidades domésticas.

Tal vez por esta estima simbólico-expresiva y socioafectiva, de extrapolación de la lealtad doméstica en la lealtad hacia la comunidad nacional, hay quienes aún no logran comprender cómo es que una persona le siga teniendo tanta fidelidad al Partido Revolucionario Institucional y sus normalizadas prácticas autoritarias y discrecionales de enriquecimiento indebido, tráfico de influencias y de corrupción; las cuales son altamente valoradas como formas y métodos de actuar muy “chingones”. Ya que si ese partido ha construido este país y sus nobles instituciones, pues, con toda justicia, algo debe tocarles a sus miembros, quienes incrementan sus respectivos patrimonios familiares en justa retribución por su servicio a la patria y al pueblo. Y más aún, dicha fidelidad también está definida por el sentimiento de agradecimiento al partido, sus corporaciones y sus grupos; quienes nos han dado tanto y tanto (se) han repartido con “moches”.[10]

Debido a todo esto es que no debe resultarnos extraño ni impropio que, igualmente, cualquier empresa privada o institución pública también recurran a métodos que tienen como objetivo crear y acrecentar dichos sentimientos de fidelidad y de agradecimiento hacia sus cuadros directivos o dirigentes, pero apelando a supuestos fines mayores que trascienden el interés individual o, más descarnado hoy que antes, apelando al beneficio directo e inmediato que recibirán a cambio de su compromiso.

Sobre esto último valga un breve comentario sobre la estrategia de distinguir al ‘empleado del mes’ que, en cualquier empresa, no solo fomenta las relaciones competitivas y desvinculantes entre los trabajadores –que se comprometen ‘poniéndose la camiseta’ de la empresa–, sino también, y tal vez primordialmente, fomenta el compromiso de ese empleado con los supervisores, jefes y directivos. Es decir, es una estrategia que estimula el anhelo personal de promoción laboral fortaleciendo los vínculos verticales y debilitando los vínculos horizontales, pues su objetivo es distinguir al empleado por su mérito individual, separándolo, con actos performáticos, de sus pares de trabajo al encuadrarlo (estáticamente) y elevarlo (en la pared) hacia una posición privilegiada de alta estima, y desde la que es venerado por sus compañeros como ejemplo a seguir.

Este método, probablemente, muestra el carácter excepcional de las organizaciones empresariales como entidades “esencialmente” (enfáticamente) autoritarias, dada su necesidad de preservar relaciones verticales de obediencia y sumisión, independientemente de las personas que desfilan por la efímera pasarela de las posiciones de mando o que destacan mensualmente por su desempeño laboral, lo cual expone más esa intencionalidad de preservación del statu quo que las define como estructuras marcadamente estáticas y rígidas, y que es contrario a sus propias narrativas organizacionales de adaptabilidad y flexibilidad.

5. Aquí finalmente, una quinta distinción conceptual sobre la «jerarquía»: concepto relacionado también con elementos socioafectivos e intersubjetivos que ayudan a establecer y mantener, no exentos de tensiones y conflictos, los vínculos de relación y estructuración sociopolítica dentro de un determinado grupo o sociedad.

Una síntesis integradora y acotada

Una vez expuestas estas cinco consideraciones conceptuales sobre la jerarquía, configuradas, al menos, en el contexto latino occidental, más específicamente mexicano y regiomontano, en el cual me desenvuelvo, ahora debo hacer una breve síntesis de ellas.

Tales consideraciones sobre el concepto de jerarquía están relacionadas con: 1) el esquema de reproducción societal dominante en tanto acompaña la definición de los roles y funciones que, como quehaceres, sus individuos y grupos deben efectuar y asumir conforme a sus respectivas y dignas posiciones altas y bajas de articulación, superiores e inferiores; 2) concepto que también está cargado de nociones de tipo esencialista, que tienden a estatizar y rigidizar las concepciones sobre lo superior y lo inferior que definen a tales quehaceres, y sobre las respectivas y variadas estructuras y dinámicas que encarnan y dan forma al esquema societal; 3) conceptualizaciones estáticas y rígidas –pero cambiantes y flexibles, por tanto falsas–, que también permean los sentidos, fenomenológicos, desde los que valoramos las dinámicas y cambiantes capacidades, habilidades y destrezas de quienes ocupan posiciones superiores e inferiores, altas y bajas; 4) acordes, estas, también con las cambiantes circunstancias y condiciones que experimentan tanto individuos como grupos; así como de 5) los vínculos socioafectivos o de estima social que impregnan los sentidos y significados que ayudan a establecer y mantener los mecanismos y las formas con las que se articulan e interactúan aquellos que, con carisma y/o destreza, mandan; y aquellos que, con admiración y lealtad y fidelidad, obedecen.

Y, al menos, como noción que cuenta con una clara connotación particular y variante en tiempo y espacio, hablando desde una perspectiva cultural e ideológica propia del mundo latino occidental, también es necesario distinguir la jerarquía de otros conceptos igualmente relevantes y ligados, casi de manera simbiótica, a ella: tanto la idea misma de status social, así como las ideas de autoridad, dominación y poder, algunas de ellas ya delimitadas y diferenciadas en anteriores notas a pie.[11]

Así como Pierre Clastres (1978) desligaba al liderazgo indígena como sinónimo de autoridad o de poder (coercitivo) comprendidos en términos occidentales, y el cual cité profusamente como sustento argumentativo para el caso de Marichuy y el neozapatismo, vemos que Louis Dumont [1967 (1970)] igualmente diferenció la idea de status jerárquico de la idea de poder.

Para su estudio sobre la jerarquía en las castas de la India, hace cincuenta años Dumont recurrió al análisis de los antiquísimos conceptos varna (colores) que aún les dotan de contenido. Consideró que los varna (o castas) superiores, junto con el principio religioso entre lo puro y lo impuro, conforman una totalidad dicotómica complementaria, siendo ejemplo de pureza los brahmanes (sacerdocio) y de impureza los kshatriya (realeza), y que juntos, se constituyen como “las dos fuerzas” complementarias que deben reinar sobre el mundo; siendo la realeza la que, con poder, gobierna y juzga, pero cuya dignidad impura se subordina a la pureza del sacerdocio, pues este posee de una mayor autoridad espiritual, y la cual, a su vez, recubre con su manto de consejos y de sabiduría brahmánica el “providencial” ejercicio práctico y terrenal del poder por parte del regente [Dumont, 1967 (1970: 48, 86-89, 92-94, 96, 100, 101)].

De esta manera, cualquier contradicción aparente que esto supone para la mente occidental, resulta en algo un poco más comprensible; pues en tanto la realeza se subordina al sacerdocio, este también se somete a la realeza; ya que en dicho principio dicotómico lo puro (sacerdocio) actúa como ‘englobante’, y lo impuro (realeza) como ‘englobado’; conformando así, las partes de un todo complementario; el cual, a su vez, se opone a la sociedad que ambas fuerzas guían y dirigen, y la cual  es compuesta por los restantes varna (entendidos también como castas) inferiores [Dumont, 1967 (1970: 48, 86-89, 92-94, 96, 100, 101)]. 

Así, desde esta perspectiva, el concepto, la idea y el valor (espirituales) que dan significado y sentido a cualquier acción o hecho, ocupan una posición categorial o clasificatoria superior, en tanto proveen de justificación o legitimidad (validez) a cualquier acto de poder que, con pretensión de autoridad, reclame sumisión, sometimiento, obediencia o reverencia.  

Una caracterización tentativa sobre la semántica fenoménica de lo jerárquico

Ahora bien, para concluir este primer esbozo ensayístico sobre la pertinencia y primeras pistas analíticas de estudio integral, de carácter y alcance epistémico del concepto de jerarquía, me permito, preliminarmente, mencionar los principios hermenéuticos sobre los que gira, y los cuales dan forma a un marco cultural e ideológico del mundo latino occidental de contenidos semánticos «esencialistas» (de seres con características innatas y únicas), «progresivos» (en constante avance de mejoramiento), y «primacistas» (para alcanzar estadios o posiciones mayores o superiores del ‘ser’ social y espiritual). 

Así, también considero que estos tres principios corresponden a pautas fenoménicas básicas que combinan categorías semánticas de tipo fisiologista/sensomotora, expansiva y ascendente, correspondientes con la perceptividad corporal humana acerca de su diferenciación morfológico-sexual y de sus etapas de crecimiento. Es decir, principios y categorías que son equiparables en tanto a) un atributo de corte fisiológico o morfológico le dota de un perfil (rol/función) esencial y prescriptivo a un individuo; b) quien al crecer, su cuerpo se expande o ensancha, lo cual connota un sentido de avance lateral, y por lo cual posee una cualidad progresiva; y c) ese cuerpo individual que también crece hacia arriba, en sentido de ascenso vertical, se percibe como algo que, correlativamente, prima o destaca por encima de otros seres u objetos de su entorno, o sea, se llega a ubicar en una posición más alta y sobresaliente.[12] 

Pautas fenoménicas sobre la jerarquía, las cuales le dotan de sentido cambiante y dinámico pero que han sido traducidas y fijadas, a contrapelo, por marcos de pensamiento religioso, mítico-divino,[13] con categorías semánticas, acompañadas de representaciones e imaginarios sociales, que tienden a expresar sentidos estáticos, rígidos y ahistóricos. 

Ahora bien, para ponerlo en términos más llanos, pero no simplistas, esta preocupación sobre el estudio crítico de la jerarquía –tanto antropológico y sociológico, como filosófico y epistemológico–, tiene que ver también con preguntas sobre el ser individual y colectivo, su identidad, su lugar y sentido de ser, de estar y de actuar en el espacio y el mundo, y en sus posiciones y relaciones con los demás seres individuales y colectivos; es decir, frente a los otros.

Sin duda alguna, considero que aquí es donde emerge con la debida pertinencia y contundencia el análisis de la jerarquía, pues las cuestiones que cruzan esas definiciones y delimitaciones entre los otros (inferiores) y nosotros (superiores), están profundamente cargadas de referentes y pautas fenomenológicas e ideológicas.

Por lo anterior, es importante mencionar que los movimientos sociales de segunda generación o más comúnmente llamados nuevos movimientos sociales –los de reivindicaciones de identidades supeditadas al clásico modelo histórico europeo, aglutinador y diluyente del Estado-nación–[14] no se basan en un problema novedoso ni exclusivo de Occidente, pues el asunto de la pertenencia étnica, la adhesión a una causa social, la identidad colectiva y la militancia ideológica, partidista, gremial-sindicalista o la misma ciudadanía nacional o etnolocal, en tanto articuladoras todas de parámetros –ideológicos, simbólicos, prácticos y emotivos– de membresía y lealtad, resultan de crucial importancia en el fenómeno político en sí mismo, y en sus dinámicos y procesuales epifenómenos (Barth, 1973; Clastres, 1978, Anderson, 1983; Touraine y Melucci en Chihu y López, 2007; Oehmichen, 2003).

Muestra clara de ello es el concepto mismo de “mestizo” o de mestizaje como pilar fundacional de la construcción cultural de la nación mexicana, y el cual, en su contextualización histórica y política, fungió como pauta orientadora y prescriptiva del posible y deseable futuro (expansivo-progresivo) de aquel país que, hasta antes del primer tercio del siglo XX, muchas de sus regiones eran predominantemente indígenas.

El mestizo ha sido un estatuto sociológico difícilmente definible según rasgos o elementos etnológicos constatables y constantes, tomando en cuenta los variantes “modos de ser” regionales en nuestro país, y el cual se ha intentado definir con sinuosos e inasibles elementos de caracterización ideológica, que más bien respondieron al particular proyecto histórico de construcción de la única, (lingüísticamente) homogénea, válida y moderna identidad nacional.

Identidad amalgamante, la cual fue propuesta como vía para la (expansiva-progresiva y ascendente-primacista) elevación, más bien “evolución”,[15] del indígena hacia su inevitable y preferible crecimiento como persona y como ciudadano; dejando de ser el “menor de edad” al que se debía someter y tutelar, para que se convirtiese en ese adulto ideal al que todos, por igual y sin distinciones, debíamos aspirar: dueño de sí mismo, de su destino y del mundo que le rodeaba. Proceso de transformación que le permitiera, sin dificultades ni obstáculos, integrarse al (ascendente-primacista) mundo de la modernidad, y con ello, por definición paralela, integrarse al mundo de la civilizante vida urbana. Convertirse, pues, en un ser superior que se despojaba de sus sucios, raídos y pestilentes atavíos de salvaje (fisiologista-esencialmente) atrasado: dadas su inocente ignorancia, su supersticiosa idolatría y su holgazana pobreza.

El mestizo, ese «crisol de razas» de contornos ambiguos y vagos, que al ser cuestionado y abandonado como proyecto nacional sin la debida promoción y acompañamiento de claras y contundentes políticas públicas multiculturalistas e interculturales, ha quedado como infausto huérfano, el cual ha sido “recogido” y “arropado” por la (fisiologista-esencialista) inercia racial que, desde la época colonial, ha caracterizado a nuestra sociedad, marcadamente segmentaria (estamental) y piramidal, de predominante ideología criolla con variantes regionales, hoy sintetizadas y reducidas de forma caricaturesca en la figura del globalizado whitexican, que se pretende cosmopolita.

Corrijo. Este último personaje es, pues, el verdadero huérfano ideológico wannabe (aspiracional) que, desde hace cerca de 40 años y tomado de la mano por sus (ascendentes-primacistas) big brothers del hemisferio norte del continente americano, también ha sido amamantado por la triunfadora y obesa nodriza ideológica de la Guerra Fría, la cual viste el (stars and stripes) modelo racializado y consumista de la sociedad estadounidense.

Así, con esas coordenadas mentales o categorías semánticas (fenoménicas e ideológicas) de esencialismos progresivos y primacistas, quien busca, obtiene y ejerce una posición superior de mando e inferior de obediencia también lo hace, en un marco semántico-cultural que, en última instancia de significación afirmativa, se pone al servicio de algo o alguien más, sea el interés supremo del grupo y sociedad de pertenencia o sean sus valores e ideales más preciados.

En última instancia semántica –con carácter de legitimación narrativa y discursiva–, en nuestro contexto cultural latino occidental, se buscan, se obtienen y se ejercen las posiciones de mando y de obediencia (o de convencimiento y persuasión) en una lógica y dinámica de racionalidad simbólica, en apariencia paradójica pero claramente piramidal; ya que quien ocupa, escalonadamente, la posición inmediata superior de mando lo hace como parte de un ambivalente bucle semiológico de «subordinación realzada», «subalternidad enaltecida» o «supeditación exaltada».[16]

Dicha perspectiva semántica, al parecer y curiosamente, no está muy alejada de otras tradiciones culturales no occidentales, que mediante mecanismos y prácticas sociales hacen efectiva la labor o el quehacer de servicio de sus “jefes” y “dirigentes”, reduciendo sus márgenes de privilegio material y de poder coercitivo.[17] Sin embargo, en nuestro contexto cultural, la diferencia estriba en que las narrativas que legitiman a quien ocupa la posición jerárquica superior como alguien puesto al servicio colectivo, no encuentran su correspondiente manifestación en los hechos y en las relaciones sociales; al contrario, el colectivo social más bien actúa y se le exige que actúe bajo una dinámica de servicial supeditación ante quienes ocupan posiciones jerárquicas superiores, sean o no sean de mando.

Los hechos sociales que normalizan y naturalizan tales formas de supeditación servicial, y que no pocas veces se manifiestan en dinámicas arbitrarias e injustas de abuso y explotación en muchos espacios y ámbitos sociales, me impelen a considerar que en nuestro contexto latino occidental la jerarquía es una pauta simbólica y material estructurante de relaciones sociales inequitativas e injustas, incluso violentas; pues es una noción-concepto fenoménico e ideológico, con carácter histórico-procesual, autorreferente y autoafirmativo, desde el que, enfáticamente, se reproducen relaciones de dominación y de privilegio con saldos dañinos para las mayorías. 

Finalmente, considero importante mencionar que la relación entre la jerarquía y el dominium –entendido específicamente como posesión y usufructo– de territorios, bienes, bestias y hasta de personas, también ha sido tema de consideración por algunos de los autores aquí citados y aludidos, como Louis Dumont, Roland Mousnier y Max Weber, y ni se diga del autor más emblemático al respecto, Karl Marx. Relación que en la actualidad nos remite a las preocupaciones y problemáticas planteadas por Rita Segato (2016) con el término de «dueñidad» o señorío (lordship). Pero tal revisión específica, por el momento, queda como una tarea pendiente. 

Referencias

Anderson, Benedict [1983 (1993)], Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo, FCE, México. 

Barth, Fredrick (1973), Los grupos étnicos y sus fronteras, FCE, México. 

Bourdin, Gabriel (2016), “Marcel Jousse y la antropología del gesto”, en Revista Pelícano, vol. 2, agosto, ‘El asalto de lo impensado’, Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Católica de Córdoba, Argentina, pp: 69-81. 

Buve, Raymond (2003), “Caciquismo, un principio de ejercicio del poder durante varios siglos”, en revista Relaciones. Estudios de historia y sociedad de El Colegio de Michoacán, A.C., vol. XXIV, núm. 96, otoño, Zamora, pp: 17-39. 

Chihu Amparan, Aquiles y Alejandro López Gallegos (2007), “La construcción de la identidad colectiva en Alberto Melucci”, en revista Polis, Departamento de Sociología de la UAM-Iztapalapa, volumen 3, número 1, enero-junio, México, pp: 125-159.

Clastres, Pierre (1978), La Sociedad contra el Estado, Monte Ávila Editores, CA, Barcelona.  

Dumont, Louis [1967 (1970)], Homo hierarchicus. Ensayo sobre el sistema de castas, Editorial Aguilar, Madrid.

Krotz, Esteban (2002), La otredad cultural entre utopía y ciencia. Un estudio sobre el origen, el desarrollo y la reorientación de la antropología, FCE, UAM-I, México. 

Landau, Matías (2019), “Jerarquías sociales y políticas. Un estudio en Buenos Aires y Santa Fe”, revista de Estudios Sociológicos, XXXVII: 109. Recuperado de la red el 12 de marzo de 2020, en: http://dx.doi.org/10.24201/es.2019v37n109.1601. 

Mannheim, Karl [1936 (1987)], Ideología y utopía, FCE, México.

Oehmichen Bazán, Cristina.(2003) “La multiculturalidad en la ciudad de México y los derechos indígenas”, en Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales. Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, Año XLVI, núms. 188-189, México, pp. 147-168.

Pamplona, Francisco (2001), “Legitimidad, dominación y racionalidad en Max Weber”, en revista Economía y Sociedad, año V, número 8, septiembre 2000 – febrero 2001, pp: 187-200.

Sahlins, Marshall (1963), “Poor Man, Rich Man, Big-Man, Chief: Political Types in Melanesia and Polynesia”, Comparative Studies in Society and History, Vol. 5, No. 3, April, England, pp: 285-303. 

Segato, Rita Laura (2003), Las estructuras elementales de la violencia. Ensayos sobre género entre la antropología, el psicoanálisis y los derechos humanos, Colección: Derechos Humanos. Viejos problemas, nuevas miradas, Universidad de Quilmes Editorial, Buenos Aires, Argentina.

Weber, Max [1944 (2019)], Economía y sociedad, FCE, México.


[1] Preliminarmente vinculo los tipos legítimos de dominación fundados en la tradición y el carisma con la descripción que Max Weber también hace de las relaciones de fidelidad en sociedades feudales [Weber, 1944 (2019): 334-340; 1248, 1249].

[2] Tal vez algunos aspectos del concepto weberiano de «dominación» brinden también elementos para comprender tales vínculos y compromisos socioafectivos y simbólico-expresivos, ya que la dominación es: “… un estado de cosas por el cual una voluntad manifiesta (‘mandato’) del ‘dominador o de los ‘dominadores’ influye sobre la acción de otros  (del ‘dominado’ o de los ‘dominados’), de tal suerte que en un grado socialmente relevante estos actos tienen lugar como si los dominados hubieran adoptado por sí mismos y como máxima de su acción el contenido del mandato (‘obediencia’).” Es decir: “el cumplimiento efectivo del mandato, pues no es indiferente para nosotros el sentido de su aceptación en cuanto norma ‘válida’ […] Desde el punto de vista puramente psicológico, un mandato puede ejercer su acción mediante ‘compenetración’ –endopatía–, mediante ‘inspiración’, por ‘persuasión’ racional o por combinación de algunas de estas tres formas capitales. Desde el punto de vista de su motivación concreta, un mandato puede ser cumplido por convencimiento de su rectitud, por sentimiento del deber, por temor, por ‘mera costumbre’ o por conveniencia, sin que tal diferencia tenga necesariamente un significado sociológico.” [Weber, 1944 (2019: 1076, 1077)]. 

[3] Hago esta contracción terminológica de acuerdo con la clásica obra de Karl Mannheim [1936 (1987)], y también con referencia a algunos elementos críticos que Esteban Krotz (2002) planteó sobre la influencia del marco ideológico-utópico occidental en la conformación histórica de la antropología (eurocéntrica) como disciplina.

[4] Cito a Sahlins sobre la institucionalización de las jefaturas: “In Polynesia there emerged suprapersonal structures of leadership and followership, organizations that continued independently of the particular men who occupied positions in them for brief mortal spans. And these Polynesian chiefs did not make their position society –they were installed in societal positions.” (Sahlins, 1963: 295).

[5]  Sahlins también afirmaba: “In western Melanesia the personal superiorities and inferiorities arising in the intercourse of particular men largely defined the political bodies.” (Sahlins, 1963: 294).

[6] Cito nuevamente a Clastres: “[…] es en efecto notable que los rasgos del liderazgo sean tan opuestos en tiempo de guerra y en tiempo de paz, y que muy a menudo la dirección del grupo sea asumida por dos individuos diferentes: entre los cúbeos, por ejemplo, o entre las tribus del Orinoco, existe un poder civil y un poder militar. Durante la expedición guerrera el jefe dispone de un poder importante –hasta absoluto a veces– sobre el conjunto de los guerreros […] Pero la conjunción del poder y de la coerción cesa desde el momento en que el grupo se relaciona consigo mismo. De esta manera la autoridad de los jefes tupinambas, indiscutida durante las expediciones guerreras, se encontraba estrechamente sometida al control del consejo de ancianos en tiempo de paz. Asimismo, los jíbaros tendrían jefes únicamente en tiempo de guerra” (Clastres, 1978: 28, 29).

[7] La conceptualización de «estamento» planteada por Weber [1944 (2019: 423-429)] es muy ilustradora al respecto. Y sobre esto, también es relevante mencionar en este momento la relación que existe entre la jerarquía y el privilegio como proceso social de reproducción de las élites, la cual es claramente señalada por Matías Landau (2019: 71): “Indagar sobre las características sociales de las élites es una puerta de entrada fructífera para analizar el acceso a las posiciones decisorias de la sociedad y su permanencia en ellas. Son muchos los estudios que analizan el origen social de las élites y muestran cómo ciertas posiciones jerárquicas quedan en manos de pocos individuos de las clases más beneficiadas. El poder económico, las credenciales educativas, tener ciertos apellidos o pertenecer a ciertas familias tradicionales ha sido, y en algunos casos sigue siendo, un patrón de explicación para los procesos de jerarquización. En pocas palabras, las jerarquías estarían enraizadas socialmente, y de ello se derivarían las posiciones de privilegio.”

[8] Sobre esto vuelvo a ejemplificar con el fenómeno sociopolítico del caciquismo: “Parece que efectivamente los cacicazgos mencionados aquí, y muchos más, tenían en común, no tanto una estructura, organización, objetivos y procedimientos, sino más bien un principio de ejercicio del poder [personalista y exclusivo]. Como dice Knight, un principio racional, pero no legal, que se ha adaptado en términos estructurales y dinámicos a condiciones políticas, económicas, sociales y culturales bien cambiantes, sin perder, desde luego, sus dos rasgos claves de intermediario y de exclusividad, en otras palabras de gatekeeper, en cuanto al acceso a los recursos humanos, naturales, económicos y políticos [tanto internos como externos] Lo que es más, dentro de aquellos ambientes locales encontramos, tanto en el prehispánico mexicano como en la Nueva España, un fuerte patriarcalismo en casi todos los grupos y estratos sociales. La lealtad y obediencia de sangre, territorio y patrón, la encontramos en la Colonia, en la dinámica militar insurgente, las milicias, los ayuntamientos, pero también en haciendas y comunidades decimonónicas, expresadas en la autoridad indiscutible del patriarca, del hacendado, del cacique, de los antepasados, y la tendencia de comparar al gobernante con un padre; es decir, la relación entre súbdito y gobernante era concebida en términos personales y autoritarios, pero con obligaciones recíprocas –aunque no necesariamente iguales–. Lo importante a señalar aquí, es que la cultura patriarcal y el predominio de relaciones primordiales resistían la intrusión de la autoridad que pretendía ejercer el Estado moderno.” (Buve, 2003: 22-25).

[9]  Acrónimo (Sea, Air and Land) con el que es mejor conocido un renombrado agrupamiento de fuerzas especiales de la armada norteamericana, US-NAVY.

[10] En contraste con esto, Clastres (1978) afirma que el prestigio del jefe o del líder indígena se funda en su capacidad de desprendimiento o repartición de bienes a los demás miembros del grupo, lo cual supone que su posición no sobresale por encima de los demás; es decir, que no cuenta con privilegios o contraprestaciones materiales que le distingan por su cargo y función. Y este mismo autor señala que: “No son compatibles avaricia y poder; para ser jefe hay que ser generoso” (Clastres, 1978: 29, 30, 37).

[11] Y de las cuales ha hecho excepcional distinción Weber [1944 (2019: 1071-1078)], y sobre las que Francisco Pamplona (2001) también aporta claridad. En todo caso, vale solo mencionar que desde sus conceptos sociológicos de legitimidad y de dominación se pueden comprender mejor las nociones de autoridad y de poder, respectivamente. Es decir, desde diferentes perspectivas toda autoridad supone cierto grado de legitimidad, sustentada en diferentes aspectos; uno de ellos, por ejemplo, es la tradición religiosa, y la dominación describe al entramado de relaciones sociales que se articulan en dinámicas de mando y obediencia, las cuales, a su vez, conforman un orden de dominación aceptado como legítimo, o sea, válido: bueno y justo. Así, de manera muy somera, se podría entender que el poder resulta de la capacidad de individuos y grupos sociales para movilizar a otros individuos y grupos en cierto sentido y con determinados fines, en tanto ponen en juego su correlativa autoridad para el ejercicio legítimo del mando y la obediencia. En este sentido, tal orden establecido y legítimo también nos conduce al asunto del status social, el cual igualmente está emparentado con la noción de jerarquía. De esta última relación dan cuenta, según Dumont [1967 (1970)], las mismas tendencias de análisis que diversos autores “modernos” (europeos) habían hecho, hasta entonces, de los sistemas de castas de la India y los cuales caracterizaban analíticamente bajo el concepto de estratificación social; sistema de castas que, en su momento, también fue del interés de Weber.

[12] Para desarrollar esta primera tentativa de caracterización fenoménica de la jerarquía he hecho notar el parámetro antropocéntrico de «bilaterismo» planteado por el poco conocido Marcel Jousse, y cuya propuesta es expuesta por Bourdin (2016: 77, 78) de la siguiente manera: “La categoría del espacio es concebida por Jousse de acuerdo con un principio de movimiento oscilante o bilateral. La simetría bilateral del cuerpo humano y sus movimientos de balanceo constituyen un principio de motivación somático, espacial, kinético y alternante para la organización de los gestos expresivos y de las resultantes estructuras esquemáticas, como son las que se encarnan en el orden de la semiosis social, sean de naturaleza conceptual, lógica, lingüística o gráfica […] De este modo, la organización de la categoría espacial, marco de toda representación perceptual y temporal y de cualquier aprehensión coherente de la realidad, está regida, según Jousse, por la ley antropológica del bilateralismo. De acuerdo con este principio bilateral, la percepción, la memoria y la actividad expresiva son tanto rítmicas como alternantes. Para dominar su cosmos, el Hombre se ubica en el centro y divide el espacio en un triple bilateralismo: izquierda-derecha; arriba-abajo; frente-detrás.”

[13] Esto empata con las reflexiones de Segato sobre el papel prescriptivo que los mitos divinos tienen al configurar la primigenia distinción de estatus entre hombres y mujeres en diversas culturas (Segato, 2016: 96-106).

[14]  Una referencia muy importante al respecto es la clásica obra de Benedict Anderson [1983 (1993)] sobre los procesos de configuración histórica de los nacionalismos.

[15]  Aquí aclaro la típica confusión semántica que se hace del concepto científico de evolución (cambio) como sinónimo, por un lado, de progreso y, por otro lado, de mejoría. Ambos términos connotan la idea de avance lineal acumulativo y ascendente; es decir, la idea misma de ampliación, expansión o de crecimiento en sentido biológico.

[16] Regresando a Dumont, cito: “Esta teoría [religiosa], en efecto y desde el comienzo, ve en los dos primeros varnas ‘las dos fuerzas’ que, unidas de modo muy particular y propio, deben reinar sobre el mundo; ello permite al príncipe participar en algún grado de la dignidad absoluta de lo que es servidor”. [Dumont, 1967 (1979: 101)].

[17] Junto con lo ya señalado en anteriores notas a pie, acerca del vacío de autoridad y de poder coercitivo con el que Clastres caracteriza el ejercicio de algunos liderazgos indígenas, también indica que otra de las cualidades más apreciadas de los líderes entre muchos grupos indígenas americanos es la de ser muy generosos, hasta el grado de ubicarse en una posición casi de “servidumbre” ante los demás miembros del grupo. Esto lo describe en el sentido de que los jefes deben contar con las menos posesiones posibles y con los menos o más sencillos ornamentos (Clastres, 1978: 29, 30, 37); lo cual, sin duda, coincide con la ideal visión cristiana de no ostentación de lujos, de desapego material y de humilde servicio que debe asumir y prestar el pastor u oficiante de la grey.

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