
A finales de 2017, el joven Luis Donaldo Colosio Riojas –hijo del prominente político del mismo nombre- se entrevistó con el periodista Fernando del Collado en su programa Tragaluz. Desde el principio el tono de la conversación más que inquirir en el presente del entrevistado, tenía como intención resolver algunas dudas que quedaban sobre aquel histórico 23 de marzo de 1994:
—¿Qué mentiras quedan?
—La mentira más grande que se cuenta México todos los días es que una sola persona, incluso siendo Luis Donaldo Colosio Murrieta, iba a resolver todos los problemas del país milagrosamente. Eso es una mentira. Que se desengañen.
El 23 de marzo de 1994, a las 17:12 horas, en la comunidad de Lomas Taurinas, Tijuana, Mario Aburto Ramírez disparó en dos ocasiones –una a la cabeza y otra al pecho- con un Taurus calibre. 38 en contra de Luis Donaldo Colosio Murrieta, candidato del Partido Revolucionario Institucional a la presidencia de la República, mientras se retiraba de un acto de proselitismo.
Tan solo diez minutos después, es ingresado al área de urgencias del Hospital General de Tijuana. Los sucesos causan una conmoción tal que incluso superan las fronteras de México: Bill Clinton, entonces presidente de los Estados Unidos, rápidamente emite un comunicado en el que expresa su apoyo para que el candidato pueda sobrevivir al atentado. Patricia Aubanel, una de las cardiólogas más reconocidas del mundo, que con anterioridad había intervenido quirúrgicamente a la madre Teresa de Calcuta, es traída rápidamente en helicóptero desde La Jolla, California. A partir de ahí se baraja la posibilidad de trasladar al candidato a un hospital en San Diego, lo cual terminó por descartarse. Al hospital llega el Obispo de Tijuana, el Secretario de Seguridad de Baja California y más personajes de alto rango social en la zona. Todo el evento es cubierto en directo por los medios nacionales, entre los cuales destacaba el de Jacobo Zabludovsky. A pesar de tener a sus reporteros en el hospital prácticamente desde que Colosio entró al quirófano, los datos precisos que se tenían eran escasos, y los rumores que corrían por los pasillos no indicaban nada bueno. Al lugar de los hechos llegaron su hermano, y pocas horas después sus padres, quienes habían abordado un vuelo desde Sonora.
A las 20:47 Liébano Sáenz, coordinador de propaganda de la campaña, llamó a los medios para dar un mensaje que nadie estaba listo para escuchar: “Me permito con profunda pena… Me permito informarles que a pesar de los esfuerzos que se realizaron, el señor licenciado Luis Donaldo Colosio Murrieta, candidato del Partido Revolucionario Institucional a la presidencia de la República, ha fallecido”.
Colosio había sido declarado muerto una hora antes de haberse hecho pública la declaración. Mientras la desgracia y la incertidumbre en la que se sumió gran parte del país eran transmitidas a millones de hogares, el candidato dejo de existir. Y con él, murieron las esperanzas de millones de mexicanos. Su discurso del 6 de marzo sigue siendo una de las piezas de oratoria imprescindibles al momento de hablar de la política nacional. Sobre todo, por el anhelo de un proyecto de nación donde ante cualquier cosa, se sobreponga la justicia social. Colosio, con su muerte, se convirtió en un mártir de la democracia, la libertad, y la lucha de un porvenir sin agravios ni aflicciones.
México ha romantizado a Colosio porque siente que con su muerte se le arrancó la oportunidad de un mañana mejor. Sus palabras y su sencillez bastaron para ganarse el afecto de cientos de miles de mexicanos. Pero ante este hecho sin precedentes, parece que entramos en un lapso de amnesia. Antes –y después de él- hubo muchos que se ganaron a la gente con el mismo método, con la diferencia de que ellos no compartieron el mismo final. De hecho, en su gran mayoría, lograron llegar al poder. Como dijera Octavio Paz en su obra En corriente alterna, la historia de México está llena de tiranos y demagogos como el Pacífico está lleno de tiburones. La vida y muerte de Colosio son la prueba del poder de la retórica. Aunque 80 años de ineficiencias partidarias han dejado claro que es imposible, muchos mexicanos sobrepasados por su ilusión insisten en querer vivir del discurso.
Como dijera Octavio Paz en su obra En corriente alterna, la historia de México está llena de tiranos y demagogos como el Pacífico está lleno de tiburones.
El propósito de este texto es desentrañar no solo la figura de Colosio, sino el porqué de su adoración por parte de los mexicanos. Si esta de verdad está validada, o si se trata de un constructo de realidades relativas.
Luis Donaldo Colosio Murrieta nació el 10 de febrero de 1994, en Magdalena de Kino, Sonora, a 200 kilómetros de Hermosillo, capital del estado y a 90 kilómetros de la frontera con Estados Unidos. Su padre, Luis Colosio Fernández, era un destacado empresario de la zona que había estado afiliado al PRI desde 1949. De hecho, llego a ser alcalde de Magdalena en 1982.
Como estudiante, Luis Donaldo siempre destacó. Su temprano interés por la poesía, oratoria y declamación lo hizo ganar numerosos concursos durante su juventud; las herramientas brindadas por la expresión oral terminaron siendo su impronta política. Estudió la carrera de economía en el Tecnológico de Monterrey, de la cual se tituló en 1972. Así mismo cursó estudios de maestría en desarrollo rural y economía urbana en la Universidad de Pensilvania, mismos que finalizó en 1976. Posteriormente se desempeñó como Catedrático en la Universidad Anáhuac, donde conocería a su esposa Diana Laura, a quien le dio clases.
La carrera política de Colosio comenzó a despegar durante la transición entre De la Madrid y Salinas de Gortari. De hecho, aunque solo había ocupado un puesto como diputado local, muchos consideran que Salinas decidió que Luis Donaldo sería su sucesor desde el momento en el que lo conoció en 1988, cuando fue su coordinador de campaña.
En realidad, el perfil de Colosio se quedaba muy corto en comparación con los llamados “tecnócratas”. El gabinete de Salinas de Gortari fue en su momento –y posiblemente sigue siendo- el cuerpo más preparado académica y políticamente en la historia del gobierno federal. Fue la primera gestión en donde la mayoría de los secretarios de Estado tenían títulos y grados académicos por las universidades más prestigiosas de Estados Unidos, mucha experiencia en el campo de la política o de las diversas dependencias gubernamentales como la Secretaría de Administración Tributaria, pero sobre todo un proyecto de nación innovador y disruptivo, que verdaderamente planteaba un nuevo sentido de la economía nacional que permitiera entrar a México al “primer mundo”. No sería correcto decir que estuvimos “a punto” de hacerlo, sin embargo, fue el punto en el que más cerca hemos estado de ese estadio. La desestabilización sociopolítica engendrada entre finales de 1993 y principios de 1994 terminó haciendo que las inversiones millonarias que habían entrado al país como consecuencia del Tratado de Libre Comercio salieran vertiginosamente. El proyecto que Salinas y su equipo habían impulsado –y casi concretado- por varios años, se cayó a pedazos a finales del sexenio.
…muchos consideran que Salinas decidió que Luis Donaldo sería su sucesor desde el momento en el que lo conoció en 1988, cuando fue su coordinador de campaña.
Como mencionamos anteriormente, el entonces presidente había elegido a Colosio como su sucesor prácticamente desde que se volvió su inmediato de confianza. Es por ello que en el transcurso de seis años se aseguró de que este pasara por varios cargos para que adquiriera experiencia: fue senador, presidente nacional del PRI y secretario de Desarrollo Social. Aunque, desde luego, esta experiencia no le bastaba para figurar entre nombres como el del secretario de gobierno, Jorge Carpizo, quien con anterioridad había sido rector de la UNAM, presidente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos y procurador general de la República; o bien, el canciller Manuel Camacho Solís, quien ya había fungido como secretario de Desarrollo Urbano, secretario general del PRI y jefe del departamento del Distrito Federal. Para muchos, este último era el evidente sucesor de Salinas.
El discurso, la elocuencia y el carisma se sobrepusieron a la experiencia, la ideología y, de cierta manera, la meritocracia. Aunque el famoso discurso del 6 de marzo simbolizó una inevitable divergencia entre Salinas y Colosio, Luis Donaldo fue su fiel servidor en todo lo que le comisionó los seis años anteriores.
Sostiene el periodista Álvaro Delgado, que Luis Donaldo Colosio fue protagonista –y cómplice- de algunos de los momentos más repudiables del denominado “salinismo”. Pese a que normalmente se le retrata como un apóstol de la democracia, pasamos por alto que fue el coordinador de campaña del presidente con la victoria más fraudulenta de la historia del México moderno; cuando en 1988 los resultados preliminares favorecieron a Cuauhtémoc Cárdenas, el sistema se cayó por seis días, y a su regreso mostraba al PRI como el ganador de dicha elección. Además, durante el proceso de campaña varios hombres importantes en la jerarquía de la oposición fueron brutalmente asesinados, entre ellos Francisco Javier Ovando y Román Gil. Ese sexenio más de 500 miembros del Partido de la Revolución Democrática (PRD) fueron privados de la vida.
Si bien la oposición ganó su primera gubernatura en 1989 con la victoria del panista Ernesto Ruffo en Baja California, en realidad se trataba de una suerte de democracia selectiva. El PRI decidió ceder el poder en el estado fronterizo, sin embargo, se gestaron fraudes en Chihuahua y Guanajuato durante los años siguientes. Mientras todo esto transcurría, Colosio era el presidente nacional del partido.
Los seis años donde el salinismo se convirtió en la religión del gobierno federal, la oposición fue relegada y aplastada en diversas ocasiones. Aunque fue creado el entonces Instituto Federal Electoral, este era controlado por la hegemonía priista. Además, fue colaborador cercano del anteriormente mencionado Camacho Solís, aunque su relación terminó en una enemistad por la inmerecida designación presidencial de Colosio.
También vale la pena destacar que era un arduo fomentador del culto al presidente. En más de una ocasión mencionó en sus discursos la grandeza de Salinas de Gortari, describiéndolo como un “redentor de la modernidad y el desarrollo”. Lo posicionaba como una fuente de inspiración para los mandatarios en años venideros. Decir que a Colosio no se le dio oportunidad de cambiar las cosas resulta tan incorrecto como decir que, de llegar al poder, en efecto, lo hubiera cambiado todo. Normalmente se señala que él no solo quería cambiar al país, sino que quería cambiar la metodología del PRI. No obstante, por muchos años fue una de las figuras más altas en la jerarquía sistemática del partido y las cosas no experimentaron mayor progreso. No hubo una reformación de la democracia interna, ni un replanteamiento de los valores del PRI, ni una reformulación de su línea moral.
Aunque el famoso discurso del 6 de marzo simbolizó una inevitable divergencia entre Salinas y Colosio, Luis Donaldo fue su fiel servidor en todo lo que le comisionó los seis años anteriores.
Colosio no era un demócrata. Muchos menos un redentor. Jamás en toda su carrera política se comportó de esa manera. Si bien su trabajo fue excepcional en todos los cargos en los que se desempeñó, la verdad es que nunca intento romper los esquemas tradicionales del Revolucionario Institucional, inclusive estaba orgulloso de los valores que daban sostén al partido.
Inclusive su eventual sucesor en la candidatura, Ernesto Zedillo, resultó ser más disruptivo –contrario a lo que muchos piensan. A pesar de ser normalmente representado como un “pelele” de las esferas más altas del partido, esta afirmación no podría estar más lejos de la realidad. De hecho, Zedillo y Salinas desarrollaron una profunda aversión como consecuencia de sus diferencias en materia económica, pero, sobre todo, política. El error de diciembre de 1994 –cuyas consecuencias tuvo que afrontar el nuevo gobierno- sigue siendo un tema de debate: si la culpa es de la mala administración al final de la gestión salinista, o si se debió a la apresurada decisión de devaluar la moneda mexicana. Lo que es cierto que es que en la gestión del doctor Zedillo por primera vez hubo elecciones internas para designar al candidato a la presidencia, y no el acostumbrado “dedazo”. Se cambió el plan económico del país y se redujeron muchísimos gastos administrativos –aunque por supuesto, esto no lo exime de numerosos errores.
Paralelamente, es preciso subrayar que él vivió las primeras elecciones verdaderamente democráticas en la historia de México, cuando Vicente Fox se impuso a Labastida y Cárdenas. Cuando los resultados favorecieron al PAN, el presidente actuó con dignidad y reconoció el triunfo de la oposición en el gobierno federal por primera vez.
Los mexicanos le han guardado remordimiento exclusivamente como consecuencia de la muerte de Colosio. Minimizan las aportaciones y logros de su gestión porque sienten que ante lo que pudo haber sido el gobierno de Luis Donaldo, resulta insignificante.
El discurso del 6 de marzo, donde se vislumbra un México “con hambre y sed de justicia” describía un panorama crudo. Pero ni siquiera hablaba de soluciones, solo condenaba un sentir que, en realidad, era evidente. Y discursos legendarios en nuestra historia nacional, hay de sobra. Eso hay que tenerlo en claro. El legado de Colosio como un mártir de la democracia solo es un reflejo de nuestra eterna maldición: pretender vivir del discurso, y solo del discurso.
Bibliografía
Palacio, R. R. (2014, marzo 24). Colosio, el México que no fue. Recuperado de https://elpais.com/internacional/2014/03/23/actualidad/1395547268_821984.html
Solís, R. (2019, marzo 21). Colosio, el hombre que quería cambiar al PRI. Recuperado de https://www.milenio.com/politica/colosio-el-hombre-que-queria-cambiar-al-pri
Delgado, Á. (2014, marzo 26). Colosio, el impostor. Recuperado de https://www.proceso.com.mx/368094/colosio-el-impostor
Zea, F. (2014, marzo 24). ¿Colosio hubiera cambiado a México? Recuperado de https://www.excelsior.com.mx/opinion/francisco-zea/2014/03/24/95022