
El Norte era un campo de batalla
Alegría
iba cantando por toda la casa,
como un pájaro
sin jaula.
Nellie Campobello
No sé por qué siempre regreso a Nellie Campobello, como si ella guardara para mí nuevos secretos a develar con cada lectura de Cartucho o Las manos de mamá. La conocí hace ya treinta años ni bien llegué a México y me la presentó Delfina Careaga, escritora. Nos pusimos a platicar a causa de nuestros respectivos perros un día en el jardín a una cuadra de la calle José Martí entre Insurgentes y Patriotismo, donde ambas vivíamos. Nos comunicamos nuestra filiación de libros y escrituras y quedó signado: nos veríamos cada día hasta mi partida a Monterrey. Con ella viajé por La segunda del Rayo preguntándome qué era eso hasta que descubrí que se trataba de la calle donde vivía Nellie de niña.
Con Delfina trabajamos en busca de su memoria, sus imágenes, y su fascinación por “los soldaditos muertos” de la Revolución. Le parecían tan bellos esos revolucionarios con el rostro pálido y tranquilo yaciendo a la vera del camino. Tan oportuno el amasijo en la estación del ferrocarril, los fusilamientos en la plaza central o el tiroteo en la esquina de su casa. Sus ojos de niña sin domesticar hallaban la belleza en el modo en que la gente corría a tiros a otra gente debajo de su ventana y en la clandestinidad que hacía más preciosos los instantes en que esos hombres, quizás el mismo Villa, entraban en su hogar como Pancho por su casa, valga aquí el dicho popular, y realizaban conciliábulos donde su madre estaba incluida.
Con la lógica y la razón europeas como herencia, yo no alcanzaba a disfrutar por entero de su prosa o su verso tan disparatados. Donde el vínculo en la comparación o por la metáfora se vuelve risa, burla o absurdo.
El amor lo hizo un cartucho. ¿Nosotros…? Cartuchos.
Cuya primera decisión de la escritora es, Cartucho no dijo su nombre, inaugurando así su poética y proponiendo y proponiéndose una vanguardia mexicana que finalmente no prosperó en aquellos tiempos. ¿Porque era la propuesta de una mujer? ¿Porque en un país de carácter demasiado patriarcal hubiera sido una vergüenza ser liderado por ella? ¿Por el desdén que toda obra que no surge de las zonas legitimadas por la cultura sufre? O por todo ello.
Como estuvo tres noches tirado, ya me había acostumbrado a ver el garabato de su cuerpo, caído hacia su izquierda con las manos en la cara, durmiendo allí, junto a mí. Me parecía mío aquel muerto.
Nellie no se aburría un instante. Tampoco necesitaba juguetes, ahí estaban para eso los rifles y los costales en las barricadas, los muertitos recién hechos y los enjalmes de los caballos. Por eso se mortifica el día en que se llevan el cadáver del soldado quebrado en plena madrugada a las puertas de su casa, con el que ella amaneciera un día al alcance de su ventana, y que las jornadas posteriores lo habían hecho de su propiedad por mirarlo tanto.
Va blanco por el ansia de la muerte.
En sus muchos textos al rememorar o mejor dicho reencarnar en la niña que fue, Nellie le propone a la calle, a los vecinos, a la esquina, a las vías cercanas, su propia ansia, la de la muerte. No por macabra sino por curiosa.
Sin embargo, domesticada en el realismo mágico mexicano (que es otra cosa), poco a poco su universo me había cautivado y de pronto sentí que había que reivindicarla cada día. Será por eso que vuelvo a ella cuando menos lo pienso.
Nellie no se aburría un instante. Tampoco necesitaba juguetes, ahí estaban para eso los rifles y los costales en las barricadas, los muertitos recién hechos y los enjalmes de los caballos.
Acaso el ensayista Jorge Aguilar Mora tiene razón y sin ella no pudiera haber Pedro Páramo, y sin Rulfo no pudiera haber Macondo, esa otra Segunda del Rayo, o ese otro Parral. Y al hacer esta asociación de mágicos imagineros he pensado en Elena Garro y su relación con Nellie. También ella reconoce en aquella la portentosa originalidad de su escritura al hacerle un homenaje en una de sus obras de teatro aludiendo a uno de los relatos de Cartucho. Pero escribir escribir, explorar su escritura de manera crítica como si fuera parte de la novela de la Revolución, eso nunca lo he visto.
Pudiera pensarse que, terminada la memoria de sus seis años o siete, aunque más bien según las fechas pudieran ser catorce o quince sus verdaderos años, la literatura que devendría en libros en los años treinta, se acabaría. Y así pareciera que fue a pesar de alguna memoria y algún otro escrito olvidado entre las arrugas de los días. De modo que la vida hasta entonces montaraz se llenó de rondas.
Si Gloria y Nellie Campobello fueron famosas y revitalizaron el patrimonio dancístico de México, no importa aquí. Pienso en Nellie y en sus versos. Como si en ellos convivieran la amante de la Revolución y la danzarina. Los que cito como epígrafe forman parte de su primer poemario publicado en 1929. Su escritura florece pues al borde de sus treinta años. Poco más tarde nos regalará Cartucho y Las manos de mamá. En ambas obras lo que nos deja estupefactos es la novedad de la escritura del personaje creado por Nellie, esa niña que fue pero que no es, por lo tanto, se trata de la creación de un carácter desconocido en la literatura mexicana. No obstante, la mirada femenina sobre la Revolución mexicana de su autora, como ha sido llamada, no ha prevalecido.
Aunque yo sé que no basta recordarla un poco poetisa y otro poco autobiográfica, me pregunto por qué aquella muchachita que por el amor de su madre desdeñó enamorarse, aquella mujer que exploró las posibilidades expresivas del cuerpo mexicano, por qué esa Nellie, en un alarde de humildad o de soberbia (o de mucho amor), regaló a Martín Luis Guzmán, del que se enamoró perdidamente, su archivo completo sobre el Centauro del Norte para que este escribiera no sólo Memorias de Pancho Villa sino asimismo La sombra del caudillo y El águila y la serpiente. Por oposición, luego de ello, Nellie sólo escribió Apuntes sobre la vida militar de Pancho Villa, siendo en verdad su legítimo tema.
También me pregunto hasta qué punto respondió a lo que se esperaba de ella, que fuera una suave mujercita en lugar de montar en pelo, y no anduviera de hombre también en la escritura, que mejor es revolotear como una mariposa y con eso no se hace daño a nadie.
Supuesta hija de Pancho Villa, madre de un hijo del que nadie supo, los rumores se acumulan alrededor de la tragedia de sus últimos días.
¿Por quién fue reconocida? ¿Qué institución la reivindicó? A ella, la enamorada de la muerte y la Revolución. La que primero que nadie descubre para México la gesta libertaria, la dejaron solita como la niña aquella que recorría los campos aledaños a su casa en busca de “muertitos”, la que se perdió un día y por lo visto a pocos importó su desaparición, porque por mucho tiempo es tan raro que nadie supiera cómo, ni cuándo, ni dónde.
Acaso el ensayista Jorge Aguilar Mora tiene razón y sin ella no pudiera haber Pedro Páramo
Cuando llegué a México poco después de haberla conocido gracias a Delfina Careaga, leí en los periódicos los interrogantes sobre su desaparición. No podían hallarla. Se había perdido su huella vital alrededor del año 83 u 84, creo; en 1989 se supo que había muerto en 1986 secuestrada por una pareja de la cual no tengo noticias, ni sé siquiera si esas personas fueron juzgadas como corresponde.
Desde entonces la quise por esa manera obstinada de ser Otra. Pero ser Otra es un gran riesgo, se corre el peligro de desaparecer, por ejemplo, como ella, a la que aparentemente le fue confiscada su libertad y por fin murió vaya a saber por cuáles circunstancias lejos de un mundo que debiera haberla reconocido, cuidado y respetado. Un mundo propio, no un paisaje prestado.
Aquel fusilado no era un vivo.
O cabe pensar que Nellie Campobello ya no estaba viva cuando se murió.