
El mismo pueblo de Madrid,
años más tarde de su revuelta contra Napoleón,
grita Vivan las Cadenas.
El mismo pueblo de París sigue los cortejos de la diosa razón
y no se sacia de ver funcionar la guillotina.
¿El mismo Pueblo?
María Zambrano, Persona y democracia. Una historia sacrificial.
I
En este ensayo espero mostrar, a través de un balance, que el legado del freudomarxismo, a pesar del irremediable impasse entre discursos disímiles, permite rescatar su programa filosófico y práctico, para seguir repensando los planteamientos que condujeron al difícil encuentro entre dos discursos: el psicoanálisis y el marxismo, sus principios teóricos y consecuencias políticas. Un ensayo que exige al menos cuatro momentos: 1) el pronunciamiento freudomarxista; 2) la misión sexpol de Wilheim Reich; 3) el freudomarxismo para Gérard Pommier y 4) el legado político para nuestro tiempo.
II
Para entrar en materia, es preciso mencionar los principales encuentros que los freudomarxistas consideraron comunes: 1) por sus objetivos, el psicoanálisis y el materialismo histórico son teorías críticas desmitificadoras del sujeto del conocimiento, sus ilusiones sin porvenir (Freud), de visiones invertidas de la realidad (ideologías) y la alienación en las mercancías, el fetichismo (Marx); ambas propuestas emancipadoras del neurótico reprimido para el psicoanálisis y el proletario explotado por los dueños de los instrumentos de producción para el marxismo; 2) por sus medios: toma de conciencia de los contenidos reprimidos por la conciencia, que retornan en los síntomas (Freud) y de las relaciones de producción opresoras que mantienen a la clase trabajadora sometida a la explotación, rescatando al sujeto de la enajenación (Marx); 3) por el método materialista: el motor de la historia son las pulsiones (Freud), la historia social, los medios de producción y satisfacción de las necesidades humanas (Marx); 4) por su dialéctica: la lucha de los contrarios, pulsión y represión de la misma (Freud), explotadores y explotados (Marx); 5) por su lectura histórica: los destinos de las pulsiones son determinados por los avatares de la historia infantil que lleva al drama edípico (Freud) y por los destinos de la humanidad: los modos de producción y explotación (Marx); 6) por sus modelos: tópico y dinámico (Inconsciente-Preconsciente-Consciente y Ello, Yo y Superyo) (Freud) y por la infraestructura económica, fundamento de la superestructura ideológica (Marx), y 7) por el modelo dinámico: las pulsiones antagónicas en el psicoanálisis, Pulsión de Vida (Lebenstrieb) y Pulsión de Muerte (Todestrieb) en Freud y la lucha de clases (Marx).
En cuanto a los desencuentros que develaron insuficiencias y requirieron una profunda y constante revisión teórica son de dos tipos: 1) en la práctica analítica: la etiología de las neurosis descubre la acción patógena de la familia patriarcal, los métodos pedagógicos autoritarios y las condiciones de vida, la vivienda y el desempleo, que exigen un cambio; pero aunque el psicoanálisis libera al sujeto permitiéndole trabajar, la sociedad le ofrece un trabajo denigrante o el desempleo; para la profilaxis y la cura, es necesario transformar el sistema social, que obliga al psicoanálisis a integrar el materialismo histórico y 2) en la práctica política: a la emancipación de la clase obrera le falta una teoría del mecanismo por el que las condiciones materiales de existencia se convierten en ideología en la conciencia humana y comprender por qué las mayorías explotadas no sólo aceptan sus condiciones, sino que hasta “besan cadenas” (Marx). Si Marx hubiera desarrollado esta frase, su obra hubiera girado por el rumbo de la servidumbre voluntaria de un Etienne de La Boétie. O como enseña Lacan, las masas no se rebelan contra el amo porque prefieren que el goce que le suponen al amo les esté al menos prometido. Pero el movimiento obrero marxista creyó necesitar del psicoanálisis como auxilio científico, práctico y técnico de concientización.
Como sabemos, el proyecto freudomarxista fue abortado por inviable. Las genuinas, aunque delirantes aspiraciones que pretendían hacer una sola teoría con el psicoanálisis y el marxismo tenían las mejores intenciones históricas y políticas, pero se desconocían los fundamentos irrenunciables de cada uno de estos discursos. Por lo que Armando Suárez señala: “El movimiento psicoanalítico, que apenas había superado su etapa de ostracismo y marginación de la ciudad de la ciencia, empezaba a consolidar posiciones en Europa y Estados Unidos y estaba aún demasiado fascinado por su propio descubrimiento y celoso de su autonomía para permitirse confrontaciones con una teoría de la sociedad y de la historia que tenía ya ocupadas todas las posiciones que el psicoanálisis aplicado pretendía conquistar” (Suárez (comp.), Razón, locura y sociedad, México, Siglo XXI, 1995:146).
Armando Suárez afirma que Freud desconoce el marxismo, pero no sus propósitos utópicos, que Freud denuncia en El porvenir de una ilusión (1927) y El malestar en la cultura (1930), pues como el ser humano es exiliado de la naturaleza por la ley de la cultura, que prohíbe el incesto, el proyecto de felicidad es irrealizable. Sin embargo, Freud indica un sendero para el bienestar en la cultura: “El programa que nos impone el principio del placer, el ser felices, es irrealizable; empero, no es lícito —más bien no es posible—resignar los empeños por acercarse de algún modo a su cumplimiento” (Freud, El malestar en la cultura, Obras Completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1979:83).
Vladimir Lenin ignoró el psicoanálisis. Leon Trotsky trató de comprenderlo, pero para combatir al estalinismo con una crítica de las masas, los imaginarios que revisten al líder y la lucha entre el amor y el odio inevitables en la cultura, que evoca El mundo como voluntad y representación de Artur Schopenhauer y sus puercos espines que en invierno no dejan de clavarse las púas y se retiran para morirse de frío.
Pero los mayores impedimentos del movimiento freudomarxista fueron la siniestra llegada del nazismo en Alemania y la anexión del nacionalsocialismo en Austria. La rabiosa oposición que encontró Reich en el mundo del psicoanálisis no fue tanto por las deformaciones al freudismo, sino porque con su militancia política ponía a todos los psicoanalistas en las puertas de los hornos de Hitler. La psicoanalista Marie Langer, mi querida amiga, confesaba el pánico en el que el mismo Freud entró, hasta recomendar a sus colegas no tomar en análisis a militantes o prohibirles la militancia. Pero la cautela de Freud no impidió la destrucción de la editorial psicoanalítica, la disolución de la Sociedad Psicoanalítica de Viena y su muerte en el exilio.
Después de la Segunda Guerra Mundial, el imperio del psicoanálisis se instala en Norteamérica, después de vacunar el freudismo, introduciendo el enfoque adaptativo a la realidad y la normalización, como el psicoanálisis del yo. Y la Asociación Internacional de Psicoanálisis (IPA), se extendió por todo el mundo. El psicoanálisis se institucionalizó y conquistó el orden psiquiátrico: los psicoanalistas se convirtieron en trabajadores de la “salud mental”. Pasaron de la vertiente culturalista a la adaptacionista, descartando el pliegue de la subjetividad producido por la dimensión inconsciente, y optaron por el supuesto psicoanálisis del yo y su refuerzo (Hartmann, Kris, Loewenstein y Rappaport), instaurando el imperio del principio de realidad, el aquí, ahora y conmigo de la escuela kleiniana, la anexión del psicoanálisis a la antropología culturalista (Margaret Mead), la sociología funcionalista (Parsons), la psiquiatría dinámica (Alexander), la crítica semiológico-jurídica (Thomas Szasz), y mundializaron el psicoanálisis hasta convertirlo, en palabras de Eugenio Trías, en un “Casino Global”, donde se podía apostar y comprar la “salud mental”, gracias al sepultamiento del horror que fractura al psicoanálisis en tiempos del fascismo alemán, a la castración de la letra de Freud y la crítica de la cultura, su naturaleza rebelde y liberadora, además del desconocimiento de la oposición radical del deseo al poder.
En Argentina, con el liderazgo teórico y práctico de Pichon-Rivière y José Bleger prende el psicoanálisis como en ningún país de América Latina. Ellos llevan a cabo todas las deformaciones e innovaciones jamás imaginadas: los psicoanálisis de grupo, familia y pareja, que son análisis del yo y del imaginario grupal, y que sólo analizan la dinámica del grupo pero no del sujeto del inconsciente, que no es colectivo sino que es lo excluido del discurso del sujeto, a través de la represión de la ley en las neurosis (Verdrängung), la desmentida de la ley en las perversiones (Verleugnung), la expulsión para las psicosis (Verwerfung).
Y en Francia, a pesar de que resistió al psicoanálisis, Louis Althusser acercó a los intelectuales marxistas a Freud y a Lacan, a través de Michel Tort, concediéndole un lugar teórico al psicoanálisis al afirmar que se trataba de “un nuevo continente del saber”. En 1965, Althusser publica en la Nouvelle Critique su texto Freud y Lacan, donde sostiene la cientificidad del psicoanálisis, a condición de leerlo como Jacques Lacan.
En el mayo francés de 1968 se vuelven a escuchar consignas de Wilheim Reich y de Herbert Marcuse, cual banderas de la liberación social. Después del mayo francés, vuelve a la mesa de la discusión académica la relación entre el psicoanálisis y el marxismo, con los lacanianos de izquierda, a través de la teorización de la improvisación de las masas y del esquizoanálisis (El Antiedipo y Mil Mesetas de Deleuze y Guattari), una propuesta para estallar el poder, con las máquinas de guerra que fracturan al Estado.
III
En el legado del freudomarxismo podemos reconocer destacados impulsores, como Sigfried Bernfeld, Wilhelm Reich, Otto Fenichel, Erich Fromm, Paul Federn, Annie Reich (compañera de Wilhelm Reich), Richard Sterba y Georg Simmel. Una significativa generación que vive la Primera Guerra Mundial y entra en combate (excepto Erich Fromm), y que son testigos críticos de la división del movimiento obrero entre la social democracia y el partido comunista. Los freudomarxistas simpatizaban con la revolución bolchevique, conocían la violencia del movimiento antisemita de los nazis y de la cruenta irracionalidad del capitalismo, después del crack de la bolsa de Nueva York en 1929.
Tras la derrota del movimiento obrero, que lleva a los nazis al poder y al triunfo de los bolcheviques en Rusia, resulta históricamente imperioso discutir la importancia de la subjetividad en la revolución. Si las condiciones objetivas, según el pensamiento marxista, estaban dadas para la revolución socialista, era preciso reflexionar y discutir lo que impedía a los sujetos históricos, líderes y masas, que se dieran los resultados esperados. De ahí la pregunta obligada: ¿qué pasa con la conciencia de clase?, misma que los freudomarxistas intentan responder. Desde el psicoanálisis se podía dilucidar el enigma de la represión social y construir un programa que tuviera en cuenta la conciencia desde la primera tópica freudiana de La interpretación de los sueños (1900) —comandada por la vida inconsciente—, la dinámica de las masas hipnotizadas por el líder de la Psicología de las masas y análisis del yo (1921) y la segunda tópica en El yo y el ello (1923) —donde la conciencia es lo más superficial de la vida psíquica. Así el movimiento freudomarxista parte de una base teórica freudiana, sin olvidar la práctica psicoanalítica.
Wilhelm Reich abre su dispensario en Viena en 1922, trata con la miseria sexual y psíquica de las masas proletarias, impulsa una praxis con apasionada militancia política tras la brutal represión de una manifestación obrera en Viena (15 de julio de 1927), con un saldo de 83 muertos. Erich Fromm, aunque se resiste a la militancia política, es uno de los contactos más cruciales con la Escuela de la Filosofía crítica de Frankfurt, junto con Theodor Adorno, Max Horkheimer y Herbert Marcuse.
La apuesta teórica y práctica de los freudomarxistas al psicoanálisis se produce sin reservas. Tal vez porque su comprensión del psicoanálisis es superficial, sobre la subjetividad y la represión sexual, de la que no obstante extrajeron consecuencias políticas y una praxis liberadora. Superficial también para los psicoanalistas el marxismo, que no comprendieron la postura de la II Internacional Socialista, positivista, mecanicista, economicista y voluntarista. Y el freudomarxismo como programa y praxis se desenvuelve en medio de la incomprensión, tanto psicoanalistas como de marxistas. Pero la mayoría, no tanto por su confusión teórica, sufrieron el exilio por razones políticas.
El más comprometido es Wilheim Reich, quien es expulsado del Partido Comunista Alemán en 1932 y de la Internacional Psicoanalítica de Viena en 1934, hasta establecerse en los Estados Unidos, donde desarrolla la teoría del orgón y la práctica de la vegetoterapia, que había perdido los fundamentos psicoanalíticos y marxistas. Bernfeld y Fenichel permanecieron en la Internacional Psicoanalítica de Viena y renunciaron a toda militancia política. Fromm abandona la Asociación Internacional de Viena y propone un psicoanálisis humanista, sin metapsicología, con un marxismo humanista sin lucha de clases ni determinaciones económicas, una religiosidad sin Dios, a partir del concepto de carácter social y comprometida con los valores humanos. A pesar de las variantes se multiplicaron las escuelas, a costa de olvidar la letra de Marx y la de Freud (Suárez (comp.), Freudomarxismo: pasado y presente, 1995:142-166).
IV
Wilheim Reich no sólo significa la posibilidad de un diálogo entre el psicoanálisis y el marxismo, sino de un programa para una praxis en común. Reich, al salirse de las filas socialistas e inscribirse en el Partido Comunista austriaco, en protesta contra los socialistas por su ausencia en la marcha vienesa reprimida en 1927, organiza su práctica psicoanalítica en torno a las demandas de las masas empobrecidas: el aborto y la contracepción, por lo que es hostigado. Después de su viaje a la URSS, con el apoyo del Partido Comunista Alemán, funda la Asociación Socialista para la Higiene Sexual y la Investigación Sexológica. La fama de su Misión Sexpol aglutinaba en sus dispensarios a 200,000 militantes. La teoría y la praxis más discutida fue La lucha sexual de los jóvenes. Aunque el pensamiento clave sobre las relaciones entre el psicoanálisis y el marxismo está su libro Psicoanálisis y materialismo dialéctico, donde pretende integrar un “conocimiento total” de la condición humana a través del marxismo (con su perspectiva social) y el psicoanálisis (que atiende los fenómenos singulares).
Los errores conceptuales del freudomarxismo y la psicosis de Reich mostraron las deficiencias del encuentro entre ambos discursos con respecto a su práctica. Cuando Reich es expulsado de la Internacional Comunista y de la Internacional de Psicoanálisis, el puente entre el marxismo y el psicoanálisis sufre una herida mortal. Además, se agregaron las fracturas al seno del marxismo y del psicoanálisis: corrientes “marxistas” que deformaron a Marx, y múltiples escuelas “psicoanalíticas” que olvidaron la letra de Freud. Así el freudomarxismo carga con el conflicto de las interpretaciones y las prácticas.
El legado del freudomarxismo, también lo encontramos en Eric Laurent, donde le hace justicia a Reich, al actualizar su misión sexpol (Laurent, “Misión Sexpol”, Revista Ornicar? 35, París, Navarin, 1986). Donde comienza con una fuerte afirmación. Reich es un nombre que suena como un imperio y representa la técnica de la bio-energía, adoptada por una generación rebelde de los años setentas. El legado del freudomarxismo no nace como un desarrollo teórico y conceptual, sino con la coincidencia entre una crisis personal de Reich y una crisis social. Sexpol es un significante que reúne actividades pragmáticas progresistas, que más tarde fueron adoptadas y tratan de ser impulsadas por todas las sociedades democráticas, de los años sesenta a nuestros días. Las organizaciones progresistas lograron incluir el programa de Reich en las Constituciones Europeas y ahora en las latinoamericanas y en México. El legado del freudomarxismo más que un puñado de medidas sexuales prácticas, es un significante que convoca a la rebeldía.
El legado del freudomarxismo de Reich —según Eric Laurent— le recuerda a la comunidad psicoanalítica y al mundo el goce fálico, la entrada del sujeto al orden simbólico, al goce de la lengua y la función fálica: el falo, significante del goce y del deseo del Otro. Reich quiere hacer existir el falo como un significante destinado a designar como un todo los efectos de significado. Por eso Reich es excomulgado de todas las cofradías psicoanalíticas en 1934. En respuesta, una noche estrellada de 1941, en la ciudad de Main, Estados Unidos, Reich alucina una luz azul, cual energía que se extiende por todo el mundo, en la que ve el orgón, que no es un concepto, sino un punto de contacto con la realidad, una relación posible con los científicos de su tiempo, un significante que hace lazo social para sujetarse a la cultura y escamotear la psicosis. Porque —sigo a Freud— lo expulsado del discurso (Verwerfung), retorna en lo real, como en el caso de Schreber, cual luz azul alucinada en el horizonte.
V
El freudomarxismo, ¿un proyecto imposible? Comparto con Gérard Pommier los lúcidos pensamientos que vierte en su libro Freud ¿Apolítico? Especialmente cuando advierte que entre Marx y Freud sólo hay un punto en común, el que se refiere a un aspecto antropológico que subyace en su discurso: el reconocimiento de una falta radical de esencia del hombre. Porque el ser está en falta, no sólo porque el cachorro humano deviene ente, sino porque su ser es representado por un significante que lo representa ante otro significante.
A propósito de lo anterior vale la pena recordar la pertinente aclaración que les hace Jacques Lacan a los estudiantes de filosofía de la Universidad de la Sorbona en París, en torno a que el objeto de estudio del psicoanálisis no es el hombre, dado que no es una antropología, sino algo que le falta al hombre: el goce perdido al ser arrancado de la naturaleza por el lenguaje a través de la ley fundamental de la cultura: la prohibición del incesto; una falta que instaura la división del sujeto entre su ser y el significante que lo representa, por lo que de ahí en más es sujeto al lenguaje y del lenguaje. En tanto que para Marx, la esencia del hombre se reduce al conjunto de sus relaciones sociales. Basta recordar la VI tesis de Marx sobre Feuerbach, según la cual la esencia humana no es una abstracción inseparable de los individuos por separado, pues su realidad es el conjunto de las relaciones sociales.
A diferencia de Marx, en el campo del psicoanálisis, particularmente desde la enseñanza de Lacan, lo que se encuentra es la ausencia de ser, la falta en ser del sujeto (manque à être, dice Lacan), como resultado de los efectos del lenguaje, de la estructura simbólica que hace la historia familiar. Ausencia de Ser no sólo porque desde que devenimos entes, del Ser casi no nos queda nada a los sujetos, pues ahí donde alguien pregunta ¿qué soy?, no hay respuesta posible, dado que el lenguaje se topa con el límite de lo decible: el ser. A esto se debe que el fin de un análisis tenga como imperativo ético hacer ese ser que falta: la sublimación en la creación.
Aunque la falta de esencia humana en el caso de Marx es más bien aparente, en la medida en que sólo define la alienación en el grupo, la masa. Al parecer la falta de ser del hombre en Marx sólo concierne al yo, o al individuo, pensado como un producto y efecto de la vida social. Se trata la dispersión de la esencia humana, pero sin quedar abolida por completo. Hay un desplazamiento de la esencia humana en el conjunto de las relaciones sociales, pero con ello no se evita que se dé una especie de fijación del ser. La esencia humana no es la explicación última de las cosas, sino un producto histórico. Para Marx el ser del hombre es relativo, pero no como actividad económica. Marx aplaza el problema óntico, pues lo deja a merced de las relaciones con el semejante y de las relaciones de producción.
Algo distinto pasa con Freud, para quien el sujeto del inconsciente depende del sistema simbólico. Porque el orden del lenguaje se encuentra incompleto, dado que ningún ser puede definirse sobre una base tan inconsistente. Una incompletud radical del lenguaje que responde el devenir histórico, la búsqueda sin tregua de identidad social y la misma lucha de clases. Razón por la cual Gérard Pommier señala que el marxismo explica efectos y no causas. A ello se debe que resulta forzado el encuentro entre las tesis de Marx y las de Freud: “No existe ninguna articulación directa entre el freudismo y el marxismo. Se trata, entre lo individual y lo social, de una relación de fallo: como el goce ha fracasado, se produce una tentativa de recuperación en el grupo, lucha de clases. Hay una rajadura que torna irrecuperable toda unión entre el sujeto, como ser de deseo, y cualquiera de sus identificaciones imaginarias, principalmente la social (Pommier, Freud ¿apolítico?, Buenos Aires, Nueva Visión, 1987:182-183).
No es posible plantear una articulación directa entre Freud y Marx. Porque lo que hay es una hiancia, un impasse, entre lo individual y el legado del freudomarxismo social. Como el sujeto fracasa en la búsqueda de la plenitud de su ser, se lanza a recuperarlo en el grupo, en una búsqueda de relación y de anudamiento, en la que es inevitable la alienación especular: el yo es semblante, espejo y semejanza del otro. Aunque resulta inevitable, dado que el yo en sus múltiples identificaciones es asintótico —como lo señala Michel Foucault—, que se produzca una insuperable falla que impide que el sujeto logre identificarse plenamente a la imagen que le ofrece la Sociedad.
Tanto el estado sin clases del socialismo como la libre empresa del capitalismo suscriben el supuesto de que los hombres y las mujeres pueden, merced a las virtudes de esos sistemas, poner término a la servidumbre. Esta especie de utopía se sostiene en un modo de producción que, paradójicamente, perece acentuar y agravar la interdependencia de los hombres y las mujeres.
Es incuestionable que la apasionada lucha por la libertad responde a la existencia de una opresión previa, cuya existencia sería necio negar en el capitalismo, el feudalismo, el esclavismo o incluso en el socialismo. Pero también cabe plantear que la opresión se torna menos evidente cuando cesa la coerción individual de manera directa. Sin embargo, es indudable que existe un modo de esclavismo industrial que ejerce una despiadada opresión sobre toda una clase social.
En compañía de Gérard Pommier, es preciso recordar algunas tesis de Marx. Las clases sociales son definidas en función de la propiedad de los medios de producción. Su formación responde a un determinado modo de producción en un período dado de la historia. Las clases sociales se enfrentan de manera directa, transversal o velada, en ciertos momentos históricos, para poner fin a la explotación del hombre por el hombre y liberar a los hombres y las mujeres de toda opresión y servidumbre.
Del psicoanálisis también se espera una liberación de los síntomas y del sufrimiento que producen. Para conseguirlo, el análisis conduce al levantamiento de la represión. Aquí es precisamente donde el freudismo y el marxismo se tocan para constituir un gran impasse, el freudomarxismo, uno de los intentos más ambiciosos: la confluencia de dos discursos disímiles y hasta antagónicos. Pues se trata de establecer un paralelo entre la represión social y la represión sexual. Hasta no hace muchos años, se decía que Marx y Freud se daban la mano al definir la historia: la historia de la lucha de clases y la historia de la represión sexual. Sin embargo, la prohibición del incesto, ley fundante de la cultura, no es paralela a la represión social, pues la prohibición del incesto no se enuncia. Sexpol es denuncia y programa de militancia política a la sombra de Reich y su teoría del orgón para liberar la represión sexual, pero sufre de limitaciones teóricas y prácticas. El propósito de la represión social es preservar, a sangre y fuego, el poder político del Estado. Una represión que se logra de múltiples formas: con pan y circo, futbol, espectáculo, dádivas, sobornos, abandono de las obligaciones simbólicas o cobardía de las masas.
La represión sexual para el psicoanálisis no es un efecto directo, inmediato, ni localizable en la sujeción social, pues la represión para el psicoanálisis no se produce por interdicción alguna. Cuando los padres se anticipan a todas las necesidades y deseos de su hijo, creyendo satisfacer todas sus demandas, le niegan todo lo que está más allá de las demandas, porque no pueden y no quieren reconocer que el deseo del niño es sexual. A ello se debe que la represión se instala, aunque no exista prohibición alguna. La represión para el psicoanálisis no es el efecto del interdicto. De aquí que el poder político no está ligado a la represión psicoanalítica.
Ninguna revolución ha logrado ni logrará levantar la represión. La liberación política no significa emanciparse de un modo de producción o del tirano en turno, sino del Amo y la estructura de poder. Por ello la liberación política resulta utópica, en tanto pretende alcanzar algo más allá del levantamiento de la represión, porque exige la caída del símbolo unificador del grupo social, que hace lazo social, el jefe (que se le puede destituir y hasta asesinar, pero para poner otro, para preservar la cohesión social). Como afirma Pommier “[…] si una liberación económica es históricamente viable, en cambio una liberación política es, en este sentido, absolutamente utópica. Tal vez a esto responde que Leon Trotsky proponía, además de la revolución económica, la política, la revolución permanente, para evitar la dictadura de Stalin. Un proyecto que evoca una frase de Milan Kundera en su novela El libro de la risa y el olvido: “la lucha del hombre contra el poder, es la lucha de la memoria contra el olvido” (Pommier, Freud ¿apolítico? Buenos Aires, Nueva Visión, 1987:185):
El sujeto produce un impasse en el freudomarxismo, un atolladero, una dificultad que parece insuperable. Porque el sujeto no puede ser reducido a una teoría, sistema social, proyecto político, pues siempre gesta algo inesperado. Un sujeto que se opone de manera radical a la sociedad y hasta la cultura misma, porque es lo irreducible, pues introduce la discontinuidad y la diferencia en lo homogéneo, en lo uniformado, lo estable en toda sociedad.
Un sujeto que no es pura negatividad, pura diferencia, sino un plus, un exceso que crea algo nuevo al seno de la sociedad concebida como Unidad, desgarrándola con su invención. Algo que rebasa la economía, el campo de la conservación y el dominio, y que Freud llama inconsciente, el deseo que va más allá de la necesidad, un punto de vista antieconómico, un derroche de las pulsiones, un más allá del equilibrio homeostático, un Más allá del principio del placer (1920). Un sujeto que rebasa lo vivo, a través de una potencia excedente, que al recortarse se identifica con lo Otro. Un sujeto que para lograrse tiene que hacer un nuevo ser. Un sujeto que no reposa, que no se somete al estar de ningún Estado, como señalara Eugenio Trías, porque es inquietud hasta la muerte, según enseña la filosofía del exceso de Georges Bataille.
VI
Es posible reconocer el freudomarxismo en los programas del movimiento proletario, porque promete el equilibrio económico, político y sexual: la realización plena del sujeto, a través de la cual la sociedad entera debe lograr el mismo objetivo. Pero el legado del freudomarxismo entra en un impasse debido a que exige el sacrificio de este sujeto (en bien de la comunidad) concebido como alienado en el individualismo burgués y en la represión de sus pulsiones. Se trata de sacrificar el lujo de vivirse diferente, en bien de un Estado que reclama estar y no existir, para una sociedad donde ningún sujeto tiene razones para diferir y oponerse, sino renunciar a la diferencia. Si se pide el sacrificio de esta singularidad que es el sujeto, que está sujeto al lenguaje, es porque se reconoce un gran valor a esta subjetividad. Si se pide que se sacrifique —dice María Zambrano— es porque sólo esta subjetividad es capaz de sacrificio. Se suprime lo inaceptable en los partidos, en las asociaciones psicoanalíticas, en las universidades, las fábricas, las escuelas, en los campos de concentración, en los trabajos forzados y en los paredones. La radical posición de María Zambrano la comparte el psicoanálisis, a fin de que el sujeto tome distancia de la alienación especular que exige el goce del grupo. El lugar del sujeto es la sociedad, pero con la libertad de entrar en su espacio interior, que le permite disentir y arriesgarse a cambiar con lo que no está de acuerdo.
El sujeto es imprevisible, no pertenece al porvenir (que es previsible), sino al futuro que se insinúa con una luz nueva. Su tiempo es el futuro porque es el espacio de la libertad. Un sujeto que toma distancia del grupo y se retira en su soledad interior, al espacio que crea la diferencia y el tiempo de la libertad, pero que es imposible que no entre en conflicto con la sociedad, que vive en el pasado. El sujeto va más allá de ella, sus costumbres, tradiciones. El drama del sujeto es tener que enfrentar el pasado a través de una sociedad que no pasa, que se sostiene en sus ritos y sus miedos, en su forma de estar y permanecer, de regresar y abrazar a sus viejos amos.
Sin embargo, gracias al pensamiento y la práctica del freudomarxismo surgieron demandas y luchas sociales que gestaron reformas que humanizaron socialmente al capitalismo. Estos cambios permitieron diversas interrogantes de la vida subjetiva, que antes de este movimiento estaban excluidas del discurso social y político. El freudomarxismo, con su programa de liberación sexual y política, está en las constituciones de todos los estados modernos y gradualmente presente en los latinoamericanos y en México.