
El exilio se me aparece como un enorme mural riveriano,
con protagonistas y comparsas, líderes y bufones,
vivos y muertos, enfermos y desposeídos, corroídos y corrompidos;
el mural tuene un espeso color plomizo, (…)
y lo que resalta en el paño acotado
y lo que vibra en el paisaje, es, irremisible, la melancolía.
Tununa Mercado
Desde que comenzó la pandemia y por consecuencia el encierro, he querido referirme a esta interioridad que me ha regocijado, sin olvidar lo que ello significa como tragedia mundial.
Pero sí, ni bien quedé encerrada sentí una especie de suntuosidad: por fin estar conmigo a solas sin interrupciones. Escribir, leer, soñar, a mi edad todavía se sueña, de una manera desesperanzada y casi escéptica, pero se sueña. Me pareció ingenuo e incluso torpe dar consejos, ponerme como ejemplo, decir: tienes que leer mucho, estudiar mucho, investigar mucho; no sé, todo eso que en verdad es nuestro paraíso y sin embargo no puede compartirse con el prójimo si este no ha leído toda su vida o si el asombro por los seres y las cosas no lo ha colmado al menos en ciertas ocasiones.
Me preguntaba cómo abordar las noches en que perdida la noción del horario uno se pone a repasar las horas, los años, toma apuntes, hace memorias, escribe datos que no desea olvidar o sencillamente se pone a mirar el cielorraso con la música que ama, de fondo. Escuchar es un dificilísimo ejercicio. Escuchar de verdad la armonía por debajo de la melodía, la diversidad de timbres, descubrir un oboe o un clarinete que no se había percibido en el conjunto, darse cuenta que este intérprete acentúa ciertas frases y la otra o el otro las deja pasar sin ninguna decisión. En fin, cada uno deshace o construye su propio paraíso. El mío pasa por la escritura y la música, para el humor me apoyo en Les Luthiers.
Las señales existen, no sé de dónde vienen y quién las formula, pero allí están en alguna parte demasiado lisa de nuestras vidas, para proponernos una curva.
Por esta época insana, una noche casi madrugada, se desliza un libro de mi biblioteca al suelo como dándome una señal. Las señales existen, no sé de dónde vienen y quién las formula, pero allí están en alguna parte demasiado lisa de nuestras vidas, para proponernos una curva. El libro es Narrar después de Tununa Mercado. Ha sido mi mentora en diversas circunstancias de mi escritura en estos últimos años. Como siempre, no tengo la menor idea por qué pedí este libro de ella a una librería argentina. Ni bien la leí supe que se presentaba en MAESTRA y encargué de inmediato En estado de memoria.
Vayamos por partes. No sé tampoco de qué manera conseguí su correo o su inbox, posiblemente en directo por las redes, y me puse a escribirle. Me respondió de inmediato dándome su dirección e invitándome a su casa en la misma semana. Tuve que explicarle que vivía en México, Monterrey, etc., etc. Para entonces ya sabíamos que hubimos de tener un amigo en común y por mi parte que ella era la compañera de Noé Jitrik.
Qué tiene que ver todo esto con los tiempos que vivimos. Dice Tununa: “Escribir lo mínimo es previamente haberlo atesorado, haberlo dejado en una latencia que se parece bastante a la maceración de los alimentos: un buen día, provocados por el acto de escribir (o de pensar que para mí es lo mismo) esos refugios se abren o transparentan sus muros y dejan ver una filigrana cuya existencia nunca se sospechó y cuya revelación de realce, rugosidad, volumen, se produce al excitar la superficie que la envolvía, como cuando se suscita en un cuerpo una calidad material dormida u oculta.”
Así, guiada por sus ideas, por un tiempo me dediqué a la letra de lo mínimo que en mi caso es muy desafecta y me cuesta mucho.
La escritura de Tununa Mercado parte pues de la mirada que llega al grano de arena, la minúscula piedrecilla que rueda desapercibida entre nuestros dedos para muy lento, muy de a poco, alcanzar, por ejemplo, los efectos de destrucción de una cultura como los tiempos en que se exiliaron ella y su esposo en México, basada en el terror y la desaparición de personas. De alguna manera, igual que nosotros ahora, estaban en cuarentena, sus límites los encerraban en el exilio. Sus libros, me refiero a los de Tununa, son el resultado de aquella pandemia del terror y la cuarentena que hubieron de soportar en México.
Gozoso para mí el tiempo del aislamiento por la oportunidad de verme a solas, de sentirme sola, de zambullirme en la isla mía. Y sacar partido. Puesto que aquellos tiempos en que Tununa se volvió escritora fueron para mí el horror de la pérdida y la huida a Europa.
El siguiente libro de Tununa que compro en Argentina es En estado de memoria, y lo mando a pedir precisamente por su nombre, porque es el modo que tengo de vivir. Y en los exilios como en las pandemias se vuelve una manera amable de convivir consigo misma.
este tiempo de encierro y aislamiento pudiera ofrecer a nuestra imaginación la suntuosidad de ponernos en estado de memoria para narrar después.
Hace muchos años en Argentina alrededor de 1982, de regreso de su exilio quien ha sido mi maestro de semiótica, Mario Usabiaga, me contó que con Noé Jitrik estaban haciendo una investigación alrededor de los signos que ostentaba la dictadura militar, como Los argentinos somos derechos y humanos, Te estamos cuidando y otras consignas semejantes, mientras el terrorismo de Estado agonizaba. Mario, como muchos argentinos, llegó a México en la primera hora y formó parte junto con Tununa de la comunidad argentina en exilio de la ciudad de México.
De modo que al abrir el libro me salta a la vista el nombre de Mario Usabiaga, a quien Tununa Mercado dedica esta obra. En estado de memoria pasó a ser por mucho tiempo el manantial de donde he recogido día tras día impresiones, detalles, colores, texturas, pero sobre todo esa minuciosidad poética que Mercado señala en Mario: no dar vuelta a la carne en el asador antes de tiempo, dejarla durar sobre la parrilla; o aquella otra: no echarle sal antes de girarla lo cual impide la salida del jugo arruinando el asado.
Pienso que en estos largos días amén de nuestros trabajos cotidianos y nuestros deberes profesionales, los que fueren, este tiempo de encierro y aislamiento pudiera ofrecer a nuestra imaginación la suntuosidad de ponernos en estado de memoria para narrar después.
Aunque no seamos escritores se vale acechar las imágenes de nuestras vidas, remojarlas un poco, hacerlas girar a tiempo, sin premura, observarlas con acuciosidad, recién entonces echarles sal para que brote su jugo y sacar a relucir lo que tenían escondido. Acaso pudiera darse un acertijo que debemos resolver, o la novedad de un don que no teníamos previsto.