
Confinamiento implica encierro, sujeción. Obligar a alguien a permanecer dentro de ciertos límites, a no ir más allá. Esta ha sido una práctica o medida adoptada o impuesta y tiene que ver con situaciones sociales límite como las plagas, las epidemias, las guerras, entre otras; así como con cuestiones personales, propias de la identidad de las personas y del lugar que ocupan en el mundo social. Con toda seguridad puede afirmarse que el confinamiento ha estado presente a lo largo de la historia.
Así, en las ciudades, el confinamiento ha sido una de las medidas que gobernantes y reyes han tomado para hacer frente a crisis sanitarias. Ejemplo de ello fue el cierre de Girona, en el siglo XVIII, para no permitir la entrada de personas procedentes de Francia y así evitar “La gran peste de Marsella”. Otras causas de confinamiento han sido: la aprehensión de los pobres, quienes eran llevados a vivir en hospicios como medida para acabar con cualquier forma de mendicidad y vagancia; y el encierro de mujeres en manicomios por considerárseles “histéricas” ante la incomprensión del cuerpo femenino y como manifestación de su cosificación. Así, justos o no, en general, los confinamientos se consideran estrategias para conservar la salud de la ciudadanía, o medidas para abatir problemas sociales como la pobreza; sin embargo, la historia también ha sido testigo del confinamiento sistemático de las mujeres, de su encierro en castillos, conventos, manicomios, chozas ―da igual―, mujeres que han sido confinadas simbólica y lapidariamente al espacio íntimo del hogar, al espacio doméstico.
Así, justos o no, en general, los confinamientos se consideran estrategias para conservar la salud de la ciudadanía, o medidas para abatir problemas sociales
El objetivo de este escrito es describir los estragos que el confinamiento por la pandemia de COVID-19 está causando en las mujeres. Particularmente se abordará la enorme carga que representa para ellas la responsabilidad que tienen en el trabajo doméstico y de cuidados y la violencia familiar de la que son objeto.
Desigualdades de género: trabajo doméstico y de cuidados
Una de las medidas que los gobiernos de todo el orbe optaron por aplicar para impedir la expansión de los contagios de coronavirus fue el confinamiento de la población en sus hogares, así como el distanciamiento social de personas que no formaran parte de la unidad familiar. Dichas medidas sirven a dos propósitos fundamentales: evitar un número elevado de personas enfermas por COVID-19 y el colapso de los sistemas de salud. No obstante los efectos positivos que esto conlleva, también se han hecho evidentes sus efectos negativos, por ejemplo, se han exacerbado las desigualdades estructurales, entre las cuales se encuentran las desigualdades de género.
Por eso, y a pesar de las transformaciones sociales y culturales que han experimentado las mujeres en las últimas décadas como los derechos al voto, a la propiedad privada y la herencia, a educarse, a trabajar, entre otros, y a los cambios en el ideal de femineidad, siguen siendo ellas las responsables de la realización del trabajo doméstico y de la provisión de cuidados a infantes, enfermos y adultos mayores.
Conferir a las mujeres al espacio doméstico, al espacio privado, íntimo del hogar no sólo las confina en él, sino que les niega, o en el mejor de los casos, les dificulta la experiencia del espacio público, de la calle, del transporte, de la movilidad y les obliga a realizarse a través de la limpieza del hogar, del servicio a los demás, de los cuidados y los mimos a los miembros de la familia.
Dado que todo esto se desarrolla ahora en la casa, y que por una serie de condicionamientos sociales, éste es el lugar conferido a las mujeres, son ellas las responsables de casi todo
En la normalidad de la vida cotidiana las mujeres han encontrado espacios de libertad en el café con las amigas, en los juegos de lotería, en las demostraciones de productos, en los estudios. Para quienes trabajan, la fábrica, la oficina, la calle, la universidad y la escuela son parte de esos espacios en los que pueden ejercer sus conocimientos, hacerse de capital, lograr metas y enfrentar retos.
El confinamiento por la pandemia ha llevado a un mismo espacio el trabajo doméstico, el cuidado 24/7 de los miembros del hogar, la preparación de alimentos, el acompañamiento de los hijos en sus clases en línea y por televisión, y para quienes se emplean fuera del hogar, el “home office”. Dado que todo esto se desarrolla ahora en la casa, y que por una serie de condicionamientos sociales, éste es el lugar conferido a las mujeres, son ellas las responsables de casi todo, lo cual se ha convertido en una enorme carga de trabajo, adicional a lo que ya venían realizando cotidianamente.
En diversos estudios sobre el trabajo doméstico y de cuidados, se ha encontrado que son las mujeres las que siguen dedicándole un mayor número de horas, y siendo ellas las responsables de su realización. Solo en contadas ocasiones puede verse a los hombres realizando tareas propias del trabajo en casa y éstas tienen que ver con aquellas que les den cierto reconocimiento ante los demás, o prestigio social, tales como jugar con los niños o pasear a las mascotas, además de aquellas labores que los vinculan con el espacio público como hacer compras o realizar transacciones financieras (Carrasquer y otros, 1998). De ahí que la participación de los hombres en las actividades propias del espacio doméstico y del cuidado de los miembros de la familia sea esporádica y entendida como “ayuda”.
Lo que se ha observado durante la cuarentena reitera lo dicho: los hombres se han abocado, mayormente, ha realizar las compras de alimentos y abarrotes, sacar a pasear a los perros, lavar los carros y realizar los pagos y las transacciones bancarias, es decir una serie de actividades que les permite mostrarse ante los demás y deambular por el espacio público. Lo que queda en evidencia es la desigualdad de género que ya experimentaban las mujeres antes de la pandemia y que tiene que ver con el modelo patriarcal de relación entre hombres y mujeres.
En un estudio realizado entre mujeres de clase media en la ciudad de Monterey, se encontró que una de las estrategias de las mujeres para hacer frente a la carga del trabajo doméstico fue la contratación de empleadas domésticas a tiempo parcial, sobre todo para el cuidado de infantes y enfermos (Moreno Zúñiga, 2013). El escenario de pandemia y confinamiento, sin embrago, dificulta la contratación de dicho servicio externo; en muchos hogares se ha desistido de este servicio ya que, por un lado, es una manera de ahorrar dinero ante las dificultades económicas que enfrentan muchas familias, y por la otra, es una medida de precaución ante la ola de contagios de COVID-19.
Sin embargo, dado que las más afectadas ante la enorme carga de trabajo y responsabilidad que representa el confinamiento son las mujeres, las estrategias y adaptaciones vienen de ellas mismas. Algunas mujeres, las más pudientes, han optado por la ayuda de electrodomésticos (como los lavavajillas) y hasta la compra de robots (como esos que barren y trapean e incluso los que limpian vidrios). Otras, quizás con menos recursos, se han desentendido de la limpieza y la “sanitización” diaria de la casa, o han elaborado calendarios de actividades que incluyen a todos los miembros del hogar. No obstante, dichas estrategias no las exime de la responsabilidad y el rol asignado tradicionalmente a ellas. Un cambio en la relaciones de género, que involucre a todos los integrantes de la familia, es necesario para que las tareas tanto del trabajo doméstico como del cuidado de los miembros del hogar sean compartidas por todos.
Confinamiento y violencia doméstica
La contención de la violencia es un hecho social fundamental. Esto puedo lograrse a través de las reglas sociales y hasta de las normas jurídicas; juntas dictan el comportamiento adecuado en las relaciones con los demás y reprimen y/o sancionan conductas que van en contra de la vida social.
La violencia sigue existiendo, a pesar de los esfuerzos por erradicarla, suprimirla o sublimarla. Ella está presente en las guerras, en la luchas por el control de diversas zonas que ejercen los cárteles de la droga, en la discriminación de las minorías y de las personas con diferente orientación sexual, credos religiosos, color de piel, etcétera. Uno de los grupos más agredidos son las mujeres que experimentan diferentes tipos de violencia: física, psicológica, sexual, económica y patrimonial. La violencia hacia las mujeres está presente a lo largo del planeta y se le conoce como violencia de género.
La violencia de género es la que se ejerce contra las mujeres por el solo hecho de ser mujeres. Este tipo de violencia se expresa en formas de control sobre las mujeres que reproducen formas de reprimirlas y someterlas (Castro, 2017).
De esta manera, la violencia de género es una práctica aprendida, consciente y orientada, producto de una organización social estructurada sobre la base de la desigualdad de género que resalta y valora con superioridad los intereses y fortalezas de los hombres en comparación con los intereses y fortalezas de las mujeres.
Dado que uno de los mayores escenarios de violencia hacia las mujeres ocurre en los hogares, en el espacio íntimo y que las condiciones actuales obligan tanto a mujeres como a hombres a quedarse en casa, nos preguntamos: ¿es posible un aumento de la violencia hacia las mujeres y las niñas en el confinamiento en el que vivimos actualmente?
De acuerdo con la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) de 2016 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en México, el 66.1% de las mujeres de 15 años y más han enfrentado algún incidente de violencia económica, psicológica, física o sexual alguna vez en su vida. El 43.9% de las mujeres dijo haber sufrido violencia por parte de su actual o última pareja, esposo o novio, a lo largo de su relación.
La violencia contra las mujeres, lamentablemente es una práctica social extendida a lo largo del país. Estos datos dan cuenta de que la violencia de género es un problema que daña mayoritariamente a las mujeres, aún y cuando existan casos de hombres violentados. La violencia contra las mujeres no es exclusiva de una clase social: las mujeres de todos los estratos económicos, y con diferentes niveles de estudio, han enfrentado algún tipo de violencia.
En las circunstancias actuales y con los datos sobre violencia hacia las mujeres en los hogares que se vienen registrando a lo largo de la historia, es posible un significativo aumento de la violencia contra las mujeres, el confinamiento las hace más vulnerables a sufrir golpes, agresiones y maltrato psicológico en casa.
A principios del mes de abril el gobierno mexicano presentó el programa No estás sola, seguimos contigo, como respuesta para atender a las mujeres que sufren violencia durante al cuarentena. Se activaron líneas telefónicas, videoconferencias, chats, entre otros, para atender demandas de violencia en los hogares.
Si bien éstas son respuestas bien intencionadas, no resuelven el problema de fondo, por lo tanto, urge realizar cambios estructurales, no solo los que tienen que ver con la cultura, sino también con las leyes, los derechos y las oportunidades dirigidos específicamente hacia las mujeres.
A manera de conclusión
La situación de pandemia actual es parte ya de nuestra vida cotidiana, y mucho se ha hablado de que experimentamos una nueva normalidad donde ya no habrá marcha atrás. También es cierto que es una oportunidad para repensar la manera en cómo habitamos el mundo.
El momento tan difícil que vivimos trae enseñanzas significativas: nos ha revelado de la forma mas clara las desigualdades de clase, género y edad. Esta no es solo una crisis sanitaria, sino también económica y social, que debe combatirse no solo con más recursos, sino reflexionando sobre las maneras en que nos relacionamos. Es nuestra oportunidad de dar marcha atrás a la violencia de género, a las formas patriarcales que comandan las relaciones entre hombres y mujeres. Es el momento de desechar los prejuicios, el racismo y la discriminación.
Referencias
Carrasquer, P. Torns, T., Trejo, E., Romero, A. (1998). “El trabajo reproductivo” en Papers 55, pp. 95-114.
Castro, R. (2017). “Violencia de género” en H. Moreno y E. Alcátara (coords.) Conceptos clave en los estudios de género, Vol 1. Ciudad de México, México: Centro de Investigaciones y Estudios de Género, Universidad Nacional Autónoma de México.
INEGI (2016) Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en el Hogar. ENDIREH 2016. Recuperado de https://www.inegi.org.mx/programas/endireh/2016/
Moreno Zúñiga, R. (2013) “Las empleadoras del Área Metropolitana de Monterrey: interacciones sociales y acuerdos de contratación del servicio doméstico a tiempo parcial” en Trayectorias, Año 15 (37), 90-111.
Se ató los botines, miró a sus compañeros, primero al cinco, le miró el pelo, los rasgos, el porte, pasó al ocho, luego al tres. Todos sonreían, seguros del triunfo. Miró la pared, pegado con cinta, estaba una estampa de cristo crucificado. dollar euro Se fijó en la cinta, era de papel, no quería centrarse en el cristo. Al final lo miró. Respiró hondo, a medida que sacaba el aire pedía. Te pido que me ayudés Quiero ser normal. Te prometo, hacer un hospital donde me lo pidas quiero ser normal. Jugar como todos ellos. Empezó a caminar hacia el túnel, miraba todo, sus compañeros, ayudantes, técnicos. Todo iba bien, ya casi lo tenía se que, podía controlarlo. Los pasos retumbaban y el grito de la gente aumentaba.algo lo frenaba, se obligo a mantener la calma. Miró las puntas de sus botines, ya no podía volver atrás, apareció la escalera, llegó al centro de la cancha, no quería levantar la cabeza.