
[Después del verano]
Después del verano ocurrieron ciertas ausencias,
la casa se fue vaciando hasta convertirse en un recuerdo;
agonizaron las madreselvas del patio
poco a poco se agrietaron los rostros de los vecinos,
las visitas de la tarde
jamás volvieron por una taza de té limón
ni siquiera el viento estepario regresó a rasguñar los eucaliptos.
Pasaron meses largos
como carreteras que conducen al exilio,
y amaneció de pronto,
me encontré atrapada en un día de agosto, lejos del otoño
y sus salvajes hojas muertas.
Me vi a mí misma, quiero decir, vi al espectro de mi infancia
y en el espejo me observaban los ojos mulatos
de todas las mujeres que he sido:
la niña muda que masticaba salmos para ahuyentar brujas y nahuales
la muchacha de cabello corto y ropa de hombre
la universitaria sin desvelos
la ensombrecida mujer que ahora se pregunta,
¿de qué semilla amarga brotaron tantas sanguijuelas?
¿de qué flor carnívora nacieron las saudades apiñadas en mi boca?
Sol de agosto
Nada bajo este sol de agosto me resulta extraño,
basta con tapiar los ojos
para exhumar del aire las voces de mis padres,
como un eco de calandrias que se pierde en el viento.
Hay tardes que son calma y espejismo,
luz estancada entre los árboles,
y las reminiscencias del verano traen consigo el olor a lima,
la masa que se cuece en el comal,
los brotes de quelites que nacen después de la lluvia.
Nada bajo este sol inquieto me es ajeno
basta con sacudir la mirada
para desraizar los espinosos jardines de la memoria.
El último verano (I)
Es tiempo ya, Señor. El verano fue grandioso.
Extiende tu sombra sobre los relojes del sol
y suelta el viento por los campos.
Rainer Maria Rilke
Hoy recolectamos palabras de lluvia en el patio de la abuela,
recogimos con los ojos la alegría del monte reverdecido.
[Éramos más pequeños que el más pequeño de los limoneros,
sonrientes como la luz del alba sobre las amapolas,
livianos como el diente de león que recuerda a la infancia].
Hoy avistamos un ejército de chapulines escondidos entre la yerba.
Al anochecer del juego tatemamos elotes tiernos,
con manos hambrientas capturamos los fuegos crepusculares
que riegan por el campo querubines en llamas;
más tarde la luna arribó a los páramos nocturnos y nosotros
nos acurrucamos en la tierra colorada a merendar empanadas de frijol dulce.
[Vivíamos silvestres, refugiándonos bajo la sombra de los tabachines,
andábamos a la caza de insectos tornasol o piedras extrañas,
invocábamos tormentas y conjurábamos aves.
Pero el verano marchitó sus frutos
así como el zenzontle extingue su canto al fallecer el día.
Y falleció también la risa transparente de los primos
y se agotó el agua fresca de los pozos
y murió también la abuela. Quedó a mitad del silencio:
una casa de adobe sepultada por la ceniza,
la humedad de los caminos, la necedad de esta tristeza que se hizo eterna].
El último verano (II)
Agosto era un gigante de piel invencible, inacabable;
los días se extendían en la tierra igual que el viento riega sus semillas.
Imaginándonos salvajes hurtamos el huerto de naranjos,
sacrificamos los balones y las muñecas,
le dimos muerte a todos los cuentos que vociferaban finales felices.
Con un montoncito de hormigas coloradas incendiamos
el miedo que brota de la sangre florecida;
desmenuzamos las noches contando historias de aparecidos
alrededor de una lumbrada hecha de estrellas,
gracias a las sombras recién paridas por los saguaros
hilvanamos duendes y fantasmagorías.
Al final del delirio, arropados por la vía láctea tejimos lunas de invierno.
[Los murmullos del aire no me advirtieron que aquel sería
el último verano con olor a zapote. No me avisaron que morirían las fogatas, las siestas bajo la enredadera, los panes de dátil, las flores de agua,
los papalotes enmarañados entre las nubes.
Jamás me contaron que esa fue la última tarde de ser neblina].
[*Poemas pertenecientes al libro Otro agosto habita el aire, ganador del Premio Estatal de Poesía Ciudad de La Paz 2019, próximo a ser publicado por el Instituto Sudcaliforniano de Cultura. ]