
Una ciudad y una mujer
Un avión sobrevuela muy próximo a los rascacielos. Da la impresión de estar vigilando con cautela algo que desconocemos. A los ciudadanos parece importarles poco la inmensa presencia de aquel coloso. Quizás ya es parte de la rutina verlo en el día a día. Es el futuro, las luces neón abundan en cada rincón de la ciudad, pero hay algo peculiar en ello. Ante la imponente urbe se contraponen lo que parecieran ser edificaciones en ruinas, vestigios de una civilización casi perdida, acaso ya mezclada y mutada con la tecnología. No se puede distinguir si se trata de un escenario utópico o, por el contrario, distópico. La ambigüedad está presente en cada fotograma.
Entre la multitud, una mujer puede ver a lo lejos a otra idéntica a ella. Es un vivo reflejo de sí misma. Con un poco de angustia, retira su mirada, ahora puede notarse en su rostro una impresión de confusión e incertidumbre. ¿Qué la hace única y auténtica de la otra mujer? ¿En dónde termina la carne, y en dónde comienza el alma? En otro plano, se muestran maniquíes. Vacíos, meras carcazas sin voz, inertes. ¿Es así como se siente esta mujer? Entonces, empiezan a caer las gotas. Los cielos se nublan en tonos sucios y grises. Al son de la secuencia, una melodía como ninguna y muy por fuera de lo común, combina instrumentos y cantos de carga onírica. Como si de un himno se tratase, podemos sentir esa pieza como el estandarte del alma de esa ciudad, así como del de aquella mujer. Pero ella no es precisamente una humana, y eso es lo que aqueja en principio la inseguridad por dudar acerca de su identidad. Motoko Kusanagi acaba de descubrir su reflejo; no es la otra mujer, sino toda aquella Hong Kong futurista.
El alma del cyberpunk
La anterior descripción apenas le hace justicia a lo que realmente representa y a cómo esta ejecutada la que, muy probablemente, sea la mejor escena de la película de 1995: Ghost in the Shell, acaso el corazón de esta. La historia muy probablemente a estas alturas ya la sepa un gran sector del público. Hoy en día, este filme es denominado de culto y, por si fuera poco, ha servido como referencia indiscutible a otras obras igual de icónicas, tal es el caso de Matrix (1999), además de beber de otras obras como, por ejemplo: Blade Runner (1982).
Perteneciente al estilo, narrativa y estética cyberpunk, Ghost in the Shell aborda de manera muy esencial las temáticas de dicho estilo y, aunque la película en sí da para análisis en muchos aspectos y, por ende, escenas, creo que el punto más álgido y representativo de la obra es, precisamente, aquella secuencia de la ciudad musicalizada por el compositor Kenji Kawai. Se trata, y me atrevo a decirlo, de uno de los momentos que mejor sirven como exponente del cyberpunk. Ahí residen todas las ideas respectivas a ello, en todo aspecto posible.
Mucho del espíritu en el cyberpunk se concentra en aquellos conceptos tan relacionados a la condición humana: su identidad, la conciencia, el cuerpo y tantos otros que darían horas y horas para debate. En Ghost in the Shell la tecnología ha avanzado al punto de ya ser una posibilidad fusionar la carne con lo mecánico. La pesadilla de Tetsuo en: Tetsuo The Iron Man (1989) es una realidad, aunque, en este caso, se trate más de un terror tan equiparable como al de Kafka en La Metamorfosis. El internet se ha vuelto una red infinita y llena de información muy a la par del cosmos que apenas y conocemos. Los cyborgs y androides traspasan la barrera de lo que apenas y se imaginaban Isaac Asimov o Philip K. Dick. Todos estos elementos, irónicamente para bien o para mal, dan señales de incluso ya ser una realidad o, al menos, bosquejo de lo que todavía nos depara. Lo cierto es que mucho de estos dilemas que nos tienen en estos años tan críticos para la civilización humana, no dejan de ser vigentes a la hora de optar por nuestro porvenir.
Identidad en el espacio
Ahora bien, retomando la película. A lo largo del metraje, la protagonista, Motoko Kusanagi, siendo la líder de un grupo militar y, lo que pareciera ser, de espionaje, se pregunta a sí misma qué tan auténtica es y cuál es su esencia, a pesar de ser una cyborg con un cuerpo modelo prestado al trabajo que realiza (con agilidad, fuerza e intelecto sobrehumanos). Su ghost, entiéndase por alma, fue transferido a dicho cuerpo. De alguna manera, pareciera una alternativa a la muerte. Pero, paradójicamente, está contenido en la carne, acaso el órgano más enigmático: el cerebro. Entonces, ¿qué es la identidad y cómo persiste a pesar de la fusión cibernética? ¿Qué hace humana a la Mayor Kusanagi? ¿Su, aparentemente, cuerpo “humano”? ¿O quizás su ghost?
Sucede que todos estos dilemas de la Mayor se direccionan en paralelo con la ciudad en la que habita. Entre el juego de espejos, tanto imagen original como duplicada se entre confunden. Uno pasa a ser reflejo del otro, y viceversa. Las ciudades se forjan con base en sus habitantes, así como ellos con base en el gran ente que es la sociedad. Es recíproco, un círculo vicioso. La icónica Hong Kong del filme vive por sí sola. Es laberíntica, globalizada, corrupta y por donde se le vea llena de contraposiciones en su arquitectura, resultado de la transculturización entre elementos espirituales de oriente y tecnología en forma de propaganda que induce al consumo de todo producto que se pueda imaginar, incluso si ello también se refiere a la vida como tal. Sin rumbo fijo y más llena de preguntas que de respuestas, la ciudad es una viva imagen del sentir de Motoko. Sus conflictos existenciales o, para los exquisitos, ontológicos, son los de la urbe en la que habita. Aquella lluvia de la icónica escena, bien podrían ser las lágrimas que no puede derramar la protagonista. Aquellas edificaciones en ruinas junto a las modernas no son más que una dualidad en el ser de la Mayor, pendiendo entre lo artificial y lo biológico, lo espiritual y la razón. La cultura ya no es una como tal, sino una legión de varias, acaso líquida y multiforme; la identidad de ella también lo es y definirla, ya por lo menos distinguirla, es una ardua tarea de autoconocimiento y viaje introspectivo.
Estilo y contenido a la par
No está de más destacar el apartado visual de la secuencia, con cada detalle bien cuidado que hace más llena de vida a la obra. Animación en su estado puro al punto de lograr transmitir muy bien las ideas de la película y del estilo del cual hace uso, claro está, apoyada en un aspecto más cinematográfico y eso incluye, por supuesto, su maravillosa banda sonora en sintonía con los temas ya abordados. Hablando en términos de nombres, es Mamoru Oshii, en gran parte, el responsable de esta dirección, pues cabe destacar que la película tiene sus remarcadas diferencias con el producto original, es decir, el manga. Oshii, antes de ser lo que hoy es, consideraba ser sacerdote, cosa que nos hace entender un poco más el porqué de su versión de la película, además de haberle tomado por sorpresa que su filme haya sido muy bien recibido en occidente, dando a entender lo tan universal que realmente es el discurso de su obra, independientemente de si ahonda mucho en la cultura oriental (cosa que, sin embargo, está muy presente).
Renacimiento hacia un vasto porvenir Sin meterse mucho en spoilers, y con tal de no arruinar del todo la experiencia de verla, hacia el final de la película Motoko no es la misma que aquella que vimos a lo largo de la historia. Ha cambiado en su totalidad. Un nuevo ser más allá del entendimiento humano. En sus palabras, se refiere como una recién nacida, lista por explorar el mundo infinito y, desde otra perspectiva, es ahora ella quien parece tener un panorama más amplio de la ciudad, pero en la que sigue siendo apenas y un punto diminuto. Sí, insignificante ante todo ese cosmos artificial de innumerables datos y venas de información digital, pero al mismo tiempo, enormemente equiparable a este porque no basta con ver las cosas con otros ojos, sino también, mantener intacta la noción de que tan solo somos ovejas eléctricas que sueñan con androides que no duermen.
Muy interesante. Tendré que verla.