
Se me abalanzan las mujeres que me piden hablar de ellas. De Chile llegan Martha Brunet y María Luisa Bombal, grandes novelistas de la primera parte del siglo XX. De Argentina otra vez Victoria Ocampo quien insiste en que hable de su feminismo. De Uruguay Luisa Luisi perdida su memoria o sobrepasada por el tiempo que es el olvido. Amalia Jamilis no se conforma con lo que escribí sobre su obra y de igual modo otras muchas. Por mi parte me digo tengo que seguir a la búsqueda de las mujeres de estas tierras y de pronto recuerdo que me habló hace unos días Luis Martín para que dé cuenta de Altair Tejeda, escritora y dramaturga, prometiéndome unas obras suyas, de modo que debo ir en su busca lo más pronto que pueda.
En esta ocasión me quedo con Luisa Luisi por varias razones. La encontré a causa de mis estudios sobre Alfonso Reyes cuando yo me obstinaba en saber cuáles habrían sido los intercambios literarios entre México y Argentina en el período en que el mexicano fue embajador en Buenos Aires. Aquellos tiempos atravesaban el mismo período en que los Contemporáneos hubieron de cubrir de luz con sus novedades cosmopolitas el horizonte de las letras y descabezaron un poco la literatura de la Revolución mexicana.
Lo cierto es que Luisa, poeta y ensayista, venía carteándose con don Alfonso y cuando en 1928 él cruza a Montevideo ella le tiene preparado un homenaje con una suerte de Comité que había inventado en favor de los lazos entre su país y México. Vaya a saber qué pasó entre ellos, sin embargo, en su Diario y en general sus escritos, Reyes solo al pasar marca un distanciamiento con esta escritora para insistir en su encuentro con Juana de Ibarbourou, sus desarreglos emocionales y su talento poético. Es el tiempo en que será él quien la bautice como Juana de América, nombre que le proporciona gran fama y por oposición la obra y presencia de Luisa Luisi tiende a desaparecer.
El caso tiene sombras que no he podido elucidar, pero volviendo a mi intención de reconocer los aportes diplomáticos en el campo literario, o mejor dicho, hasta qué punto la intención de Reyes de crear fuertes vasos comunicantes entre el Sur y el Norte dio lugar a una abundante cosecha, lo único que pude constatar es la presencia y obra de Luisa Luisi, lo cual resulta bastante contradictorio respecto de la relación Luisi/Reyes y de esta poeta de quien yo no tenía la menor noticia.
En 1929, específicamente en el número 9 del mes de febrero, Contemporáneos publica el ensayo “Sor Juana Inés de la Cruz” de la escritora uruguaya. Dicha publicación se vanagloria de dos novedades: la primera, por fin la embajada reyista se ve justificada en lo cultural con la publicación de un texto literario del Sur en una publicación mexicana; por otro lado, en este caso se trata de una mujer, una mujer que ensaya sobre la vida y aportes de Sor Juana, la décima musa mexicana. El otro privilegiado fue Jorge Luis Borges.
Ahora bien, que una escritora uruguaya se ocupara de Sor Juana en un trabajo crítico a principios de siglo, era realmente una novedad descomunal. Y que además fuera biográfica e intelectualmente encarada como una revisión valorativa de las cualidades femeninas en torno al acto de pensar, por oposición a la visión masculina que insiste en un empirismo grosero respecto de ello, debía dar mucha fama a su autora. No fue así. Por el contrario, este texto que pudiera catalogarse como la primera crítica femenina en América Latina, no sólo es ignorado sino que, en el mismo número, los aportes de otra ensayista, la académica americana Dorothy Schons, dieron lugar a que se la considerara la primera sorjuanista mujer. Se prefirió de tal manera priorizar los aportes de una intelectual que daba pruebas de estudios legítimos y bien portados proveniente de un país rico y poderoso que hacer prevalecer la voz antigua y cercana de nuestras tierras. Gabriela Mistral en 1923 había dado la primera puntada en Lecturas para Mujeres.
Sin embargo, no era benévola la mirada de Luisi respecto de la monja, al menos no lo fue enteramente porque si aprecia y agasaja sus versos amorosos, respecto de su pensamiento crítico lo advierte como encarcelado. Dice textual estrechamente aprisionada en tan angosta y oscura cárcel. La estrecha cárcel vendría a ser la estructura de pensamiento propia de los hombres. Así resulta muy valioso en estos nuestros primeros intentos críticos poner de relieve, lo que tanto hemos hecho desde entonces y seguimos haciendo, empecinándonos en el ejercicio de otra razón, otro juicio, otra forma de ver obra y mundo. Por lo demás este trabajo repara, se me ocurre, la voz y el espacio público para lo que tenemos que decir las mujeres sobre nosotras mismas, las leyes que nos aprietan y la unívoca condición de pensadores de la agenda masculina.
Más allá de este ensayo, su agudeza crítica alcanza proporciones de desafío: de las poetas de sus tierras dice, por ejemplo, que Delmira Agustini es sin duda el primer poeta del Sur. Así, en masculino, para que no quepan dudas de su valoración.
Nuestra historia es compleja y equívoca, tiene la impronta de los hombres en todo lo que hacemos y sacudirnos una costumbre destilada durante siglos a veces nos lleva a la locura y a la ira.
Como poeta contraria al erotismo de su contemporánea Juana de Ibarbourou, Luisa indaga en el ser, en lo ontológico, en el dolor de ser viva, en su propia deficiencia física que le impide caminar, y su verso demasiado trágico aleja al lector.
Por los mismos tiempos Alfonso Reyes traba gran amistad con Victoria Ocampo. Ella ya tenía estilo y fama. Divorciada y autónoma por fortuna y carácter, había escrito De Francesca a Beatrice, delicado ensayo sobre Dante y sus personajes femeninos. La pequeña obra exuda espiritualismo pero también da cuenta de la biblioteca personal de Victoria: sus lecturas y pensadores preferidos. Y justamente será publicada por Ortega y Gasset durante la primera gestión de Reyes en Argentina. Y con la aparición de su famosa revista SUR que marcará un hito inigualable en la vida de las publicaciones latinoamericanas, se confirma su acendrado feminismo: “El monólogo del hombre no me alivia ni de mis sentimientos ni de mis pensamientos. ¿Por qué resignarnos a repetirlo? Tengo otra cosa que expresar. Otros sentimientos, otros dolores han destrozado mi vida, otras alegrías la han iluminado hace siglos.”
Nunca mejor dicho. Bastaba un gesto de libertad femenino como éste para que nada menos que un poeta marxista (se supone que defienden los derechos humanos) de la talla de González Tuñón, lanzara su anatema carroñero:
¡Te quiero, oh mi perfecta ignorante!
No conoces a Keyserling e ignoras
El volumen de la tierra -a decir verdad,
Lo mismo me acontece, señores-.
Ni siquiera has leído a Tagore, a la Mistral
Y a Nervo, esos ídolos de las mujeres
Que no saben besar ni hacer crochet,
Y escriben versos para nuestro mal.
Clara alusión a Victoria pues ésta había invitado a Buenos Aires y a su casa al barón de Keyserling, a Tagore y a Gabriela Mistral, de la que fue gran amiga.
Pero no nos quedemos en la anécdota fácil. También Ocampo, como todos los seres humanos, tenía sus fuertes contradicciones, y al igual que yo misma, una estructura mental organizada desde el imperio de los hombres. De modo que su revista alojó muchos más escritores que escritoras, rechazó la excelencia popular de una Alfonsina Storni, por aquellos tiempos la gran poeta porteña de la cual nunca publicó nada, y en uno de sus viajes se enamoró de Virginia Woolf, fina intelectual como ella y de su obra, que de inmediato hizo traducir por Borges y publicar en su revista. Me refiero a Un cuarto propio, ensayo sobre las mujeres y nuestros límites en tanto carezcamos de una economía que nos libere de la esclavitud familiar, sea cual fuere.
No solamente en esta ocasión las argentinas fuimos beneficiadas por la prontitud en que llegara a nuestras manos material tan valioso para dilucidar las debilidades promovidas por decisión masculina, en la mayoría de los casos. Victoria preparó encuentros de mujeres, creó redes de diálogo y círculos destinados a la mujer y conformados por mujeres. No obstante, confesemos que su debilidad fueron los hombres europeos desde Lacan hasta Roger Callois, dentro de una serie donde también hubieron compatriotas como Eduardo Mallea, y latinoamericanos acaso como el mismo Alfonso Reyes. Señalo esta su debilidad porque le impidió pensarse mujer latinoamericana y responder a sus hermanas como debiera haberlo hecho.
Gran escritora, al igual que Luisa Luisi, sus ensayos y crónicas se pierden en la desmemoria. De una prosa limpia y aguda, los relatos autobiográficos de su cuño son excelentes. En 2010 el FCE publicó La viajera y sus sombras (crónica de un aprendizaje) con la selección y prólogo de esa otra gran investigadora y pensadora que es Sylvia Molloy. Nuestra historia es compleja y equívoca, tiene la impronta de los hombres en todo lo que hacemos y sacudirnos una costumbre destilada durante siglos a veces nos lleva a la locura y a la ira. El feminismo actual tiene de ambas y sólo la templanza de la reflexión honda y duradera nos seguirá abriendo el sendero para alcanzar por fin nuestras íntegras libertades.