
México es el segundo país a nivel mundial con más casos de tiroteos escolares registrados desde el 2009, solo detrás de Estados Unidos. Esos son los hechos. Indistintamente de la brecha numérica que existe entre ambas naciones –Estados Unidos con 288 casos y México con 9– los acontecimientos de este último no deberían ser relegados o tomados con indiferencia bajo ninguna circunstancia. Únicamente 17 Estados –además de los ya mencionados– han sido protagonistas de algún siniestro de esta naturaleza en el mismo lapso de tiempo, y 10 de ellos, solo han vivido un caso.
Es el propósito de este texto, hacer una radiografía de los orígenes y las circunstancias en las que suceden los tiroteos escolares en México, y por qué para el mundo no aparentan ser tan graves.
La correlación que hay entre los números, y el factor de que estas sean naciones vecinas, no es una coincidencia; como tampoco lo es que a la mayoría de los mexicanos no les cause ningún tipo de desasosiego el continuo crecimiento de estos sucesos. A nivel nacional, se han registrado 14 casos históricos de tiroteos dentro de centros educativos. El hecho de que 9 de ellos hayan tomado lugar en los últimos 11 años, nos hace ver que, como en Estados Unidos, el ascenso ha sido vertiginoso. Sin embargo, en esta última nación los crímenes violentos han decrecido mucho en los últimos tiempos –al menos en los datos oficiales, de acuerdo con el diario The Guardian. Incluso algunas de las ciudades con más altos índices delictivos a principios de siglo como Detroit, Chicago y Nueva York, han visto reducida su tasa de criminalidad durante los últimos diez años, más aún durante la gestión del republicano Donald J. Trump -aunque ello no lo exime de una responsabilidad indirecta en varios crímenes de odio.
La violencia en México, por otra parte, se ha disparado irreversiblemente desde el sexenio de Felipe Calderón. 2019 fue el año más violento en la historia del país: hubo 34,582 homicidios dolosos; además, los secuestros, las extorsiones y la trata de personas aumentaron hasta en un 29 por ciento con respecto al año anterior. Si la curva de criminalidad continua en esa dirección, el presidente López Obrador tendrá el sexenio más violento en la historia del país. Como asegura el periodista Jorge Ramos, este problema antecede a su gestión, aunque es plenamente responsabilidad de su gobierno ponerle freno a esta situación. No obstante, el problema de la violencia en México va más allá de que crezca en sí misma; ha sobrepasado los límites de la sociedad, se trata de un problema en el sentir de la población: mientras la violencia crece, la indignación decrece. Los crímenes violentos en nuestras ciudades se han vuelto tan comunes que más que rabia, a un gran sector de los ciudadanos le causa indiferencia. Se ha transformado en una suerte de trivialidad que, ante nuestra incapacidad de resolver, preferimos sencillamente asimilarlo como algo que, naturalmente, debe ocurrir.
Prueba de ello está el 13 de septiembre del 2018: una fotografía se viralizó a nivel internacional, no por la crudeza de la imagen, sino por la lacerante realidad que denotaba. En ella se podía apreciar cómo varias familias reían, cantaban, y comían con tranquilidad en un local de comida casera mientras una escena del crimen –con el cadáver aun en el suelo- sucedía a un lado del lugar. La fotografía fue tomada por el periodista Gustavo Sánchez del diario de nota roja La Frontera, en el municipio de Tijuana, que, de acuerdo con el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal, es actualmente la ciudad más peligrosa del mundo. El problema del aumento de la violencia no solo conlleva que aumenten las balaceras, los asesinatos y los robos, sino también que aumente su “aceptación” en la sociedad.
Esa es la principal diferencia entre los casos que se presentan en ambos países; los de México son relevantes por algunas semanas y paulatinamente van desapareciendo de los medios de comunicación para darle pie a cubrir otros eventos igualmente violentos, pero de más actualidad. En Estados Unidos la atención que reciben los tiroteos escolares es inevitablemente internacional –al menos en la mayoría de los casos–; además que su gobierno es mayormente criticado, por ello debido a los conflictos en relación con el uso de armas de fuego, un tema que ha sido duramente criticado en el país durante los últimos años. Las evasivas que han presentado ambas gestiones –la de Trump y la de López Obrador– no distan mucho entre sí. En lugar de culpar al sobrepasado problema del control de armas o la indiferencia comunitaria ante los padecimientos psicológicos, ambos recurren a deslindarse de responsabilidades y culpar a los videojuegos. Y si bien es cierto que un niño podría tomar inspiración de estos, u otro contenido multimedia para cometer estos siniestros, esto no obedece a la existencia del material, sino a la atención de los tutores en instruirlos para discernir lo real de lo ficticio; aunado a problemas interpersonales que normalmente suelen acompañar a los perpetradores.
El problema del aumento de la violencia no solo conlleva que aumenten las balaceras, los asesinatos y los robos, sino también que aumente su “aceptación” en la sociedad.
Por ejemplo, en el último crimen de esta naturaleza que tomó lugar en México, un niño de 11 años del Colegio Cervantes de Torreón –cuyo nombre no fue revelado–, asesinó a su maestra con un arma calibre .40 automática e hirió a otras cinco personas para después cometer suicidio. En los minutos anteriores, el alumno había pedido permiso para ir al baño, donde aprovechó para cambiar su uniforme por una playera blanca con la leyenda “Natural Selection”, tirantes negros, y pantalón del mismo color. Un atuendo idéntico al utilizado por Eric Harris en la mítica masacre de Columbine en 1999.
La mayoría de los casos convergen en eso: un trasfondo de abuso, violencia, o falta de atención. El niño del Colegio Cervantes vivía con sus abuelos debido a que su padre se encontraba cumpliendo condena por narcotráfico en Estados Unidos y su madre había sido asesinada, de igual forma, vale la pena destacar que el gobierno mexicano congeló la cuenta bancaria de su abuelo debido a varias irregularidades. En el 2016, un caso similar sacudió al estado de Nuevo León, con la diferencia de que el perpetrador era cuatro años mayor y había anunciado sus intenciones en un grupo de Facebook llamado Legion Holk, donde los integrantes –jóvenes del mismo rango de edad– celebraron los sucesos. De igual modo, el perpetrador había pedido a sus compañeros no ir a la escuela el día anterior a los hechos. Como se puede ver, este último caso pudo haberse evitado con relativa facilidad.
En el mediático tiroteo de la preparatoria Columbine de 1999, los perpetradores protagonizaron el acto como una venganza por el abuso recibido en los pasillos de la escuela. Tenían muy pocos amigos, y la comunidad escolar los apodaba “The Outcasts” (Los rechazados). Sumado a que tanto Eric Harris como Dylan Klebold padecían de serios problemas para relacionarse con la gente. El primero era dueño de una página web en la que escribía acerca de cómo amaba estar “lleno de odio”, además de que en su diario se encontraron suásticas y otros símbolos relacionados al nazismo; el segundo, había sido diagnosticado con depresión clínica algunos años atrás. A pesar de que recibía medicación, eso no impedía que constantemente realizara comentarios referentes a un inminente suicidio.
Habiendo puntualizado lo anterior, se debe remarcar que la constante de la mayoría de los casos no son los videojuegos, la televisión, u otros contenidos similares. La constante es la presencia de problemas para relacionarse con la sociedad, en algunas ocasiones producto del trasfondo familiar y otras de la convivencia con otras personas de su edad. Y por supuesto, una tardía o ineficiente atención psicológica.
En México, este escenario es particularmente complicado. Siendo un país de raíces echadas en la herbolaria, la santería, y otros remedios alternativos, resulta irónico que para una parte considerable del país la psicología siga siendo una pseudociencia. El doctor Rafael Salín-Pascual, del Departamento de Psiquiatría y Salud Mental de la Facultad de Medicina de la UNAM, asegura que alrededor del 15 por ciento de la población de México sufre de algún padecimiento mental. Sin embargo, de este porcentaje de personas, solo un 2 por ciento recibe atención de un especialista. Como explica el investigador, en este país normalmente los pacientes –y sus familias- suelen buscar ayuda hasta que el problema se torna muy grave. Entre la población mexicana, 7 por ciento padece depresión, y el mismo porcentaje, trastorno de angustia y pánico, 1.6 trastorno bipolar, 1 por ciento esquizofrenia, y más de 1 por ciento, trastorno obsesivo-compulsivo, según cifras del Instituto Nacional de Psiquiatría.
Para más inri, los servicios públicos que tratan estas enfermedades a nivel nacional se encuentran en una situación deplorable. En algunos estados de la República hay menos de 10 especialistas. La Organización Mundial de la Salud recomienda que por cada 10,000 habitantes de un país, haya un psiquiatra. En México, un país de 120,000,000 millones de personas, existen alrededor de 2000 psiquiatras practicantes, es decir, aproximadamente 1 por cada 100,000,000 habitantes. Como mencionamos anteriormente, este conflicto no surge únicamente a raíz del abandono de este sector por parte de las instituciones públicas –aunque ello no los absuelve de responsabilidad- sino también de la displicencia generalizada de la población en torno al tema. Para muchos, ir al psicólogo sigue siendo sinónimo de estar “desquiciado”, como si fuera algo relegado para las personas que, en efecto, sufren de algún trastorno severo.
Esa es la radiografía de los tiroteos escolares en México. La desafortunada nomenclatura de una inexistente cultura de la salud mental en un país inmerso en la violencia, donde estos casos se difuminan entre más asesinatos con el pasar de las semanas. Y tanto para las autoridades como para los mexicanos, no deja de ser más que eso, otro caso de violencia.
Bibliografía:
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