
El dramaturgo, director e investigador, Enrique Mijares Verdín –recientemente galardonado con el Premio de Dramaturgia Juan Ruiz de Alarcón 2020– ha mantenido una estrecha y productiva relación con Ciudad Juárez, por más de dos décadas. Cada emisión de sus talleres de dramaturgia convoca a escritores, formándolos en la escritura para la escena, y promueve la actividad teatral en la frontera. En esta colección de ensayos, las/os estudiantes de licenciatura de la UACJ daremos cuenta, por medio de reseñas, de las cuatro antologías que testimonian la incidencia de un hombre de teatro, nacido en Durango, en Ciudad Juárez: En la frontera norte (2008), Persistencia de la memoria (2011), Escribir las fuerzas (2016) y Voces femeninas en la dramaturgia de fronteras (2019).
Las instalaciones del Centro Cultural Paso del Norte fueron sede, en noviembre de 2007 (a un mes de su primer aniversario), de un taller de dramaturgia impartido por el promotor y académico duranguense; de esos “veinte días de intensa disponibilidad, disciplina y confianza”, como los recuerda el propio Mijares, guardamos memoria gracias a la publicación de los textos dramáticos en la antología titulada En la frontera norte: Ciudad Juárez y el teatro. El diseño editorial del libro, impreso por el extinto ICHICULT en 2008, en coedición con la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, conserva el vínculo con la sede del taller, ya que la ilustración de la portada es un detalle del mural Elemento mágico de Patricia Báez, que adorna el vestíbulo principal del Centro Cultural Paso del Norte.
El libro, compilado y coordinado por Enrique, reúne siete obras teatrales, escritas por seis de los once talleristas, antecedidas por un prólogo donde el antologador rememora su cercanía con Ciudad Juárez y sus instituciones. Aquí en la frontera, por convocatoria de Ysla Campbell en algún congreso de la AITENSO, conoció al investigador español Germán Vega García-Luengos, su futuro director de tesis de doctorado en la Universidad de Valladolid. En 1996, en un encuentro de escritores, conoció a Víctor Hugo Rascón Banda, con quien cultivó una cordial amistad, hasta la muerte del dramaturgo chihuahuense. “Tampoco puedo olvidar la velada en que la UACJ me entregó la medalla José Fuentes Mares, símbolo del Premio Nacional de Literatura 2004, por mi libro de obras de teatro Espinazo del Diablo”.
Dentro de ese mismo prólogo, en la sección “Dramaturgia de la imposibilidad”, Mijares nos cuenta los pormenores del taller, su dinámica, así como un adelanto del trabajo de los participantes que sí “lograron que sus textos fraguaran del todo”. Esa síntesis sirve de guía para acercarse a cada uno de los textos que componen la antología, “conmovedores”, en palabras del editor, “no en el sentido melodramático o peyorativo del término, sino excepcionales en cuanto al enfoque inédito que imprimieron a los asuntos elegidos, todos ellos señalados por la imposibilidad, susceptibles, sí de ser mirados desde todos los ángulos”. Por mi parte, ofrezco una breve reseña de cada pieza; es decir, el ángulo desde el cual las contemplo a más de una década de su aparición.
No te entiendo, no me entiendes,de Cecilia Bueno, abre la colección. El texto dramático, dividido en 11 cuadros, muestra –como su título lo indica– diferentes escenas entre pares, padres e hijos, pero también parejas, que discuten, no se entienden entre sí o tantean su interrelación desde una comunicación deficiente. A partir de la incomprensión, las nuevas tecnologías y en sí, el cambio de los tiempos, la escritora nos ofrece una mirada acerca de las tensiones tendidas sobre la brecha generacional o el quiebre de la confidencia. Ante una acusación de libertinaje, por ejemplo, Sonia prorrumpe y sale, violenta, de escena: “Mi vida y lo que haga de ella me compete sólo a mí. Estoy fuera de tu control”. Me parece que como pieza de apertura en la antología su lugar es idóneo, ya que es la más ligera en cuanto a su tema y a la esfera familiar a la que se reduce el conflicto. No obstante, los últimos dos cuatros entre Él y Ella encierran el poder devastador de la discrepancia.
Expedientes de odio es la primera de las dos obras escritas por Selfa Chew, escritora residente en en El Paso, quien, al ser hija de padres de diferente nacionalidad (mexicana y chino), goza de la experiencia sobre la forma en la que diferentes grupos migrantes o minorías se adaptan fuera de sus naciones de origen. En su texto, una serie de escenas sin un orden aparente se suceden para exhibir casos (en el sentido legal del término) de discriminación, odio y prejuicios. La apariencia física y el lugar de procedencia juegan en contra de los personajes, como lo cuenta Johnny, en el caso 544, “En el salón de clases”, sobre las visitas a su granma en Ciudad Juárez: ¿Usted cree, Miss? Cada fin de semana nos hace mole, arroz, frijoles, hasta tortillas de harina. Ya está bien viejita y se la pasa cocina y cocina. En unas cuantas horas nos lo comemos todo. Todo bien hasta que asomamos la cara. No podemos ir a la tienda, salir a traer algo del carro, porque los muchachos del barrio se nos echan encima. Antes no eran así, pero dicen que somos nosotros los que hemos cambiado, que ya no somos del barrio”. A pesar de lo interesante de una temática entretejida a partir de estudios de caso, la obra se prolonga de manera innecesaria, ya que las escenas resultan esquemáticas, poco profundas y un tanto aburridas. Seguramente, esta sensación de hastío es indicativa de que el guion está pensado para ser escenificado.
La segunda obra de Selfa se titula Richard Ramírez, mi hermano siamés, y cuenta con la misma fortuna que el texto dramático anterior: tediosa en su lectura porque su fuerza deber ser activada en las tablas. La opinión de Mijares encendió mi expectativa: “Mediante una estructura de líneas a veces paralelas y en ocasiones entrecruzadas, ya convergentes, ya divergentes”, Chew “establece el análisis de la mentalidad fronteriza, ésa que determina o por lo menos influye en el proceso vital de dos personas que nacen y crecen en una realidad hostil”.
La mirada de Selfa dibuja un paisaje conocido, bien explotado por la prensa, pero lo dota de humanidad y una desconsolada poesía. Así lo entendió la directora Perla de la Rosa (quien también había sido tallerista), para montar The Night Stalker/Mi hermano siamés, con la compañía juarense Telón de Arena. La puesta en escena, que llegó hasta la Muestra Nacional de Teatro, supo imprimir textura a la historia de un asesino serial, a sus víctimas, así como a la injusticia que viven las mujeres al estar en Estados Unidos, y los chicanos al otro lado del muro: “La Raza Unida luchó lo que pudo. El Paso es una zona militarizada. Soldados a toda hora por dondequiera. El México ocupado. Entre la border patrol y el fuerte, ¿cuántos segundos puede durar la bandera de Aztlán sin que entren al Segundo Barrio a destruirnos?”
Santos Gavaldón Ramírez, un médico inexperto en teatro pero movido por el interés en el arte escénico, escribió Petrus, Piedra, Pedro, una obra con una prosa que no parece la de un principiante; incluso, de entre los siete textos la considero la más lírica, con más metáforas y con una exigencia, en conjunto, de una lectura más atenta, con cierta calma y atención. La historia de Edgar, narrada poco a poco, en primera persona, de una manera poco convencional es dura y sorprendente. Aun así, la forma en la que está escrita es muy agradable y al imaginarla en representación, debe ser agradable a los oídos también. La misma piedra, “Palpando los fragmentos” de un yo que se desdobla en la figura de un hermano con quien se puede “reconstruir las formas del todo”.
En quinta posición, Cruce alterno, de Carlos Alberto Hernández, toca un tema recurrente en el teatro fronterizo debido a su geopolítica: la trata de personas; en este caso, se trata de prostitución de jovencitas, engañadas y llevadas al otro lado con la esperanza de cumplir sus sueños. Dos personajes principales, Diana y Sergio, sostienen prácticamente toda la pieza. Ella encarna a todas aquellas quienes han sido timadas, por lo que cuenta una historia diferente en cada ocasión; mientras que él representa a quien las “emplea” y las amenaza para poder vender su cuerpo a hombres que las maltratan física y emocionalmente, e incluso no solo a ellas. Sergio amenaza al hermano menor de Diana, quien le ruega: “Por favor, déjalo ir. Trabajaré el doble. Tendrás todo lo que necesites. Que se vaya a su casa”. Muchas historias terribles depositadas en un solo cuerpo hacen de esta obra la más emotiva de la antología, al tiempo que la más desgarradora.
Amor impune, texto escrito por la dramaturga Guadalupe de la Mora, productora y actriz de Telón de Arena, nos adentra a la mente de un sicario, Salvador, alguien a quien le pagan por matar. Este “trabajo” afecta a su familia, a su esposa que se aferra a pensar que él es un buen hombre en el fondo, aún después de sus asesinatos, y a su hija que no soporta vivir sabiéndose descendiente de un asesino, que justifica su labor: “Mato a la gente diario. Todos los días. Una vez que te metes a esto, eres un hombre de mil voluntades. No tienes que apretar el gatillo”. Al igual que la obra anterior, esta es de gran manufactura; impacta y entristece es triste también de cierta manera, la segunda mejor después de la anterior. El antologador también manifiesta su gusto por la pieza: “Sin juicio. Sin castigo. Brutal. Exacto. Matemático. Amor impune trata de la pura y simple exposición de un oficio terrible y, sin embargo, ejecutado con entera conciencia y naturalidad, en el que la minuciosidad se transforma en arte y la total frialdad accede al virtuosismo”.
El libro cierra con Laceraciones, de la actriz Virginia Ordoñez; el texto aborda los conflictos culturales que agobian a ciudadanos comunes por pertenecer a diferentes grupos culturales, como el relato de una madre, rechazada por su propia hija a causa de ser mexicana: “Odio que seas mi madre, te detesté desde la primera vez que me confundieron con uno de esos”. Pese al desprecio, la madre de Guadalupe le exige que: “Mira tu piel, es morena y tus cabellos negros. Por tu cuerpo corre mi sangre y cada vez que se escapa el brillo de tus ojos, grita el calor de mi tierra. No importa dónde te escondas, tus raíces te delatan”. El papel de la iglesia y la opresión de las minorías laceran a los personajes que pueblan estas escenas que podrían incomodar a más de una persona.

En general, la antología En la frontera norte también es una instantánea de Ciudad Juárez y el teatro en un momento determinado: 2007-08, una radiografía de una variedad de situaciones reconocibles para el habitante fronterizo. El realismo virtual, nombre de los talleres de dramaturgia impartidos por Enrique Mijares, se acopló al horizonte de Juárez; sus productos “empezaron a destellar problemáticas inéditas o por lo menos ópticas diferentes acerca de la realidad en una zona limítrofe”, que atravesaba una época violenta. La misma dinámica de trabajo se ha repetido en distintas ocasiones con nuevos talleristas y algunos que repiten para ir afinando su escritura. Lo que ocurre tras bambalinas dentro del Teatro de Norte (también llamado de frontera) también es parte de la misma escena.