
Debiera estar prohibido tocar la carne misteriosa de los muertos.
María Luisa Bombal
Tan de suyo que lo que escribíamos las mujeres era doméstico que ni siquiera ante evidencias como la de Clorinda Matto con Aves sin nido (1889), algún erudito tuvo a bien advertir que se trataba de, sino la primera novela indigenista, al menos la que ponía en escena personajes indígenas y parte de su despojo y soslayo, y por el contrario se le dio el crédito a José María Arguedas por Los ríos profundos (1958). Así ha sucedido desde entonces: las novedades aportadas por mujeres nunca se han tenido en cuenta en el ámbito literario. Incluso hoy en día, aquí al menos, en esta tierra, en este país, la mirada sobre quiénes construyeron nuestra literatura en América Latina, su revisión, lo que hicieron o dejaron de hacer, no le importa a nadie. No digamos al público lector sensible, no les importa ni a las escritoras ni a las feministas.
En cuanto a la literatura fantástica es una asignatura que llega a las letras latinoamericanas especialmente por una escritura femenina que pareciera querer romper sus propios barrotes. Y de las mujeres son las chilenas las que más han abordado lo fantástico. Valga como paradigma la escritura de María Luisa Bombal cuyas novelas La última niebla (1934) y La amortajada (1938) se fundan no en la razón y la lógica sino en el principio de incertidumbre, donde tampoco entran los universos paralelos nítidos y portentosos de Borges sino la fantasmagoría de una conciencia atrapada en lo incierto, en la niebla. Y citar a Borges no está de más, fue su amigo, pero sobre todo lo fue esa otra escritora, también argentina, de la que fue huésped muchas veces, y quien al igual que ella recorrió estos senderos, me refiero a Norah Lange, y frente a la magnitud del escritor porteño, acaso su cómplice. No está de más señalar que ni una ni otra imprimen a su obra la poética borgiana.
María Luisa nace en 1910 en la bella ciudad chilena Viña del Mar, en el seno de una familia acomodada, tal como su mentora la narradora que la antecede, Martha Brunet. Por lo tanto, su educación discurre como la de aquella entre maestros particulares, colegios de monjas y estudios en Europa. Durante su estadía en París termina sus estudios adolescentes también en colegios de monjas e ingresa a la Sorbona para realizar sus estudios literarios que no concluye. Al mismo tiempo condiscípula de Artaud y Barrault, estudia Arte Dramático nada menos que con Charles Dullin, arte que practicará en su país de origen junto a Martha Brunet. ¡Y violín con Jacques Thibaud!
De regreso a Chile el mundo le pertenece. El amor en la figura de Eulogio Sánchez, las amistades afines y selectivas, Neruda, Julio Barrenechea, el teatro y las tertulias con Martha Brunet. Sin embargo, había sido rozada por el hálito de la muerte por edad y romanticismo, pero sobre todo por la pasión que siente hacia Sánchez, hombre casado e inquieto, cuyo erotismo se basa en la transgresión y la clandestinidad como suele suceder, para que brote el furor. Abeja de fuego, la nombró Neruda.
En la década del 30 vivirá quizás lo más trascendental de su viaje como escritora y amante. Con los restos del surrealismo aprehendido en Francia escribe y ama. La ferocidad del amor impreso en La última niebla que publica en Buenos Aires en 1934 se articula en la vida real con el gesto, que no acto, de matarse o matarlo a él, a Eulogio quien la niega y no quiere aparecer con ella en público. ¿Se pega un tiro y yerra o le pega un tiro a él? La anécdota es confusa. Lo cierto que en su obra destila no sólo una rara pasión sino la descripción de un erotismo que las letras femeninas de América Latina desconocían. Y lo fantástico se hace presencia de muerte, en el fantasma, y también de vida que quiere el goce supremo en el apareamiento perfecto. Así reúne de lo que está hecha la pasión amorosa, Eros y Tánatos, la muerte chiquita, el esplendor del clímax.
Con el sortilegio de una maga y la certeza de su propia experiencia, el paisaje poético que crea Bombal es notablemente atractivo. No sólo por los sueños desatados en la invocación de un hombre perfecto salido de la niebla, vale decir de ningún paisaje cierto, sino asimismo porque incluso en medio de tanta destreza poética, la escritora no ignora nada del orden patriarcal, sus leyes y humillaciones. Desnuda así una condición desgarrada y cruel para la joven casada y por el otro lado, la liberación de los sentidos al proyectar su deseo, y atraparlo. Pero es escritura, el deseo es palabra, las imágenes son visiones. Por lo tanto, la muerte no pide permiso, sino que se yergue en cada línea, en cada página. Su matrimonio es muerte, el fantasma es un muerto, la mujer se pierde y se recobra en medio de una niebla que lo invade todo hasta borrar los límites de la realidad y la fantasía. Sorprende en una mujer tan joven tanta aspiración de muerte. Se acerca a Rulfo puesto que sus personajes andan muertos o semivivos que es lo mismo, incluso la protagonista, incluso el marido y la amiga que añora morirse todo el tiempo. Y en medio de todo ello esa misma temperatura se yergue en su prosa que gira y retorna, que toma la forma de la niebla para decir tan suave y tan onírico que estamos hechos de gajos de sueños, sin la menor pretensión de regodeos o artificios en el sonar de las palabras. Espléndido entramado hecho de la sutil combinación del deseo, la transgresión, la incertidumbre en su abrazo con la muerte en las formas rítmicas, en las sonoridades verbales, en la alteración de las texturas. Pasará mucho tiempo hasta que yo halle entre nuestras novelistas del siglo veinte tanto arte.
La amortajada, su segunda y última novela de 1938, es otra cosa. Aquí la escritora ha vivido y se ha saciado. Sobre todo, ahora, madura, puede distanciar y juzgar con ironía, no con la pasión desbordada de su primera obra. Partiendo otra vez desde la muerte, la amortajada, como su nombre lo indica, está muerta, y es desde esa perspectiva que puede juzgar con mucha mayor clarividencia a los vivos. Frente a su catafalco desfilan los hombres, el amante, el esposo, el amado, el deseado… y en su condición inmóvil y no obstante tan lúcida juzga sus debilidades, sus miserias, la materia de la que están hechos. Todo en primera persona.
Borges le dijo que no lo lograría, una novela completa tratada a través de una sola persona que impone el yo como única alternativa y desde la inmovilidad de la muerte. Ella se obstinó en su plan, así lo haría y así lo hizo. Ninguna pérdida. El discurso literario surge tan limpio y rotundo como ella sabe hacerlo. Exploración de la palabra justa, del verbo certero y de la acción correspondiente. Nada de más, otra vez el universo de una mujer que sabe la intemperancia del otro para con ella. Pero ésta no es la de la niebla, ésta se sulfura y rabiosamente acusa y repudia, incluso al que la bien ama. La amortajada ejerce su odio desde la muerte. Alguna vez alguien dijo que nuestra literatura latinoamericana tiene más muertos que vivos o anda entre muertos a cada rato y sus personajes están más cerca del hueso que de la carne. Desde su primer cuento esa fue la índole que decidió María Luisa para sus personajes.
El mismo Borges admitió luego que Bombal había ganado el debate y caracterizó esta obra como un “libro de triste magia, deliberadamente surannée, libro de oculta organización eficaz, libro que no olvidará nuestra América.” Y apuntó de “triste magia”, quitándole así de un saque la posibilidad de erigirse como literatura fantástica.
Sin embargo, como ella misma apuntó, la excelencia de su discurso literario, la ambigüedad y contradicción de sus personajes que se vuelven por ello mismo tan humanos, la originalidad de sus tramas y la novedad de una escritora que no se arredra ante el escándalo que pudiera producir el relato erótico, no modificó su andar de solitaria. El amor le fue esquivo, la fama también. Seguramente todo ello la empujó a la bebida. No concebía estar sin brazos que la contuvieran, el alcohol hizo estragos. “De qué me sirve ser la autora de La amortajada cuando mi soledad es tan grande.”
Años después el mismo Borges declaro que La amortajada “es el libro que no olvidará nuestra América.” Se equivocó: en nuestros tiempos toda nuestra herencia fecundamente tratada por nuestras escritoras del pasado se ignora y si no revitalizamos su memoria se ha de perder en el olvido.