
I
Creo que siempre lo que duele es el lenguaje. Cuando cesa, deja de continuar, cuando algo estaba y estaba, y luego no se da más, lo que duele es el lenguaje. Duele la falta de signos, de significados, la construcción de un mundo, de un parque que de repente deja de presentarse para nosotros como nuestro. Una se siente fantasma. La realidad se expande de cierta forma en que nos hacemos diminutas. Comenzamos a vivir en sillones ajenos, nos hacemos pequeñas y hablamos con los otros en una lengua incomprensible; balbuceamos. Lo que duele es ciertamente siempre la pérdida del lenguaje.
Cuando algo deja de ser, parece que nada se ha movido, pero todo se ha descolocado. Ya lo dijo Wislawa Szymborska:
Hay algo aquí que no empieza
a la hora de siempre.
Hay algo que no ocurre
como debería.
Aquí había alguien que estaba y estaba,
que de repente se fue
e insistentemente no está.
La pérdida de un lenguaje privado dinamita, rompe, hasta cierto punto, nuestra relación con el mundo, nos hace ajenos por un momento, nos hace despabilar, nos rompe por un momento.
II
Mis amigas y yo tenemos un grupo de WhatsApp (“el aguacatero.com”) en donde, entre muchas cosas, hablamos de cómo nos sentimos, compartimos lecturas, nos mantenemos informadas y en contacto a pesar de las distancias; creamos para nosotras un espacio de cuidado. Desde hace varios meses hemos estado hablando de la maestra Minerva Margarita Villarreal. Tras su muerte, mis compañeras, con mucho cariño, me cuentan sus experiencias más cercanas para así, de alguna forma, acercarme a ella también. Me hablan de su figura: una lumbre, una luz, frente a 16 pares de ojos que no podían dejar de mirarla; magnética. Hablamos de su figura en la literatura mexicana, sobre su tradición y entrega. Sobre cómo esa mujer nacida en Montemorelos, Nuevo León, luego de estudiar una licenciatura en sociología, fue a Israel como voluntaria y allá le llegó el llamado de la poesía. Sobre su abrirse paso en el mundo literario mexicano conquistado ciertamente por hombres. Sobre cómo ella se identificaba tanto con los clásicos; textos a los que siendo sinceros solemos rehuir, a ella le atraían. Creía que escribir más de lo justo mataba lo escrito, que no hay que cantarle a la rosa sino hacerla florecer en el poema. Ella había sido tocada por la luz, se transformó. Siempre firme, estricta, pero también puro amor y ternura.
III
Yo no la conocí. No estuve en sus clases de Textos Renacentistas ni leí acompañada de su voz El cantar de los cantares; tampoco me hizo temblar su mirada al inicio de cada cátedra; no corrigió mi forma de leer; tampoco aspiré su aroma al sentirla pasar entre la estrechez de las butacas, pero sí llegué por ella a Santa Teresa, a San Juan de la Cruz; sí por el mito que de ella se formó, el mito que recorre los pasillos de la Facultad. También vi sus ojos. Nos presentó mi querido maestro José Javier Villarreal, su esposo. Ella usaba lentes oscuros, no se los quitó en ningún momento. Entonces ¿por qué digo que vi sus ojos? Sería mejor, más cercano a la realidad, decir que sentí sus ojos, la manera en que miraba.
Al decir que no la conocí me refiero a que no observé de ella esas repeticiones que nos hacen aprehender a los seres. Sí, para mí ella es más bien un ser volátil. No tiene en mí un cuerpo, una materia dura, todo lo contrario.
La primera vez que leí un poema suyo fue en la revista Cathedra, donde la Facultad de Filosofía y Letras de la UANL publicó tres poemas de su libro Vike. Un animal dentro de mí. Ese día, luego de la presentación, en medio de la cafetería de la Facultad, leí sus poemas en voz alta a todos los que compartían mi mesa.
La primera vez que escuché sus poemas no fueron de la voz de ella, no era ella, pero sí. Escuché sus poemas en notas de audio que una chica venezolana que, con la particularidad de su acento, me decía:
En esta piedra yo te espero
en el estómago en el regazo de esta piedra
junto al río cuyas aguas dejaron cicatriz
Como jauría con hambre
como perro
te espero […]
Siento que llegué tarde, que teniéndola tan cerca no pude, no encontré la forma de acercarme a aquella luz. Es por eso que es ésta quizás la forma, la única forma que poseo para intentar tocarla, y es quizás la única posible, siempre lo fue, por medio del lenguaje, de sus palabras.
IV
Minerva Margarita Villarreal a veces soñaba sus versos, dormida continuaba, el verbo es continuar, alargaba hasta la hora del ensueño su labor con las palabras. Le interesaba la posibilidad de lograr el registro del ámbito mítico en el poema, ese aliento de culto y de misterio, ese plano en que animales y hombres conviven sin pensar. Aun en la placidez del sueño seguía siendo para ella la poesía la única constante.
Ella dijo que la poesía era como el brote de una dolencia que no tiene cause, a uno le llueve dentro, lo invisible exige verse. La imagen como acción en la poesía, hecha la imagen de palabras. Hacer ver lo inexistente, que sí existe en el poema, como diría Lezama Lima.
A veces siento que mi registro es tan mío que poca gente entra, quizás eso que nombramos ahora como intimismo es una vuelta a la entraña
Ella dijo buscar el misterio, aunque el misterio no se busca, sino que aparece, se provoca, eso es lo que atrae. Es un plano íntimo lo que se manifiesta, trazos de violencia de arrojo, de arrobamiento, de sexualidad. Estados del alma que buscan cabida en la página para ser realidad manifiesta: no pura latencia sino expresión viva.
Como me gusta bailar la poesía me nace en los pies, pero se aloja en mi pecho en la feroz inclinación por la palabra, por el hambre. Así el matrimonio entre el llamado y la urgencia de decir lo indecible.
Minerva se atraviesa el cuerpo en el poema, este cuerpo que es también el cuerpo del lenguaje. Escucharla hablar de su poesía nos da otra conciencia, otro aspecto no visto, un giro de tuercas. Ella tiene una sensibilidad para acercarse a las formas, una conciencia de los signos y las ausencias, su forma de dotar de significados y luego la sencillez, la comparación con el juego, el baile, una forma de domesticar, hacer digerible la densidad, de acercarnos los objetos, traérnoslos acá. Se confirma en ella el poeta como un vidente.
V
Tálamo fue el primer libro que leí de Minerva, Tálamo es un poemario de tono íntimo o más bien que vuelca la entraña, donde se trata la entrega al otro, la enfermedad y la identidad. Los versos son contundentes, la variación de la forma, la asimetría afortunada, la voz segura, clara, sin duda de pronunciarse. A diferencia de los otros poemarios acá la voz se desborda en sí misma, mira hacia el interior y cuando sale es que se espejea con el otro, se identifica y constata. Tálamo, dijo mi amiga Irene, es un texto donde trata su enfermedad, donde le hace frente con el lenguaje. Tálamo es un círculo del cual participamos como espectadores, observamos el conjuro que la voz crea para envolverse, el ritmo orgánico que toma cuerpo por el deseo y el deseo se lleva todo al exterior, más allá, presentándose y extendiéndose hacia todo lo que nos rodea. La sensualidad se desborda en un mundo que se nos presenta completamente exquisito.
En Las maneras del agua, en cambio, el tono y la forma nos da constancia de la tradición de la que Minerva participa, la cercanía que guarda con Santa Teresa, con San Juan de la Cruz y los clásicos, la facilidad con que la forma en ella se hace presente, la conciencia que le otorga otra sensibilidad y capacidad de expresión en su lenguaje, la invocación por medio de la palabra donde lo místico, lo divino, toma ser en el mundo por medio de la voz que lo nombra.
Así se desata la fuerza en la palabra por invocación, con insistencia.
Llevar el lenguaje a la forma para darle nuevas posibilidades, para constatar cómo salva de alguna forma en sí mismo cada poema la distancia que hay entre las cosas y sus nombres. Minerva nos da un mapa de sus afectos, acerca todo al lenguaje, lo seduce.
Hay en su obra una trayectoria mítica que la construye a ella. Nos presenta en ocasiones, como en Epigramísticos, a una Minerva juguetona, aguda, sensual, desafiante; en Tálamo, una voz que se duele, que se avoca a sí misma; en Las maneras del agua, el temple, la forma, la tradición y la sensualidad; en Vike, la violencia, la furia, que hace contraste con la infancia, la ternura, nos muestra lo que es enfrentarse al mundo con hostilidad, con desprecio. Con fragmentación, con fragilidad, con espanto.
Minerva Margarita Villarreal nos deja como legado no solo su trabajo poético, sino que además acercó a nosotras textos imprescindibles. En su labor como editora nos dio la colección El oro de los tigres, un conjunto de títulos que trae a nuestra lengua a grandes autores. Por ella conocí a Victor Hugo, leí a Sylvia Plath, a Anne Carson, a T.S. Eliot, a muchos otros. También, frente a la dirección de la Capilla Alfonsina y su activa participación en el Festival Alfonsino de la UANL, realizó un montón de gestiones que continuaban el legado de Reyes y su visión humanista. Por ella conocí al poeta José Kozer. Ella, sin saberlo, movía y trazaba los mapas, echaba luz sobre todos los que le teníamos cerca. Era una mujer radical, que iba a la raíz de las cosas, comprometida con la sociedad no solo nuevoleonesa sino de todo México y con nuestra lengua. Toda ella deja un legado que una no podría siquiera intentar delimitarlo. Ella acá nos abrió camino para que nosotras comenzáramos también a caminar.
Ella amaba la dimensión sonora de las palabras, su capacidad de crear mundos.
Conjurar palabras para invocar la luz. En ella el lenguaje se hace verbo. La luz dentro del silencio y la palabra que haciéndola suya devolvía el color a todo. El círculo. Lo divino. Su herencia, la palabra que es toda suya, y el deseo, aún sobre la devastación, el deseo y el erotismo que continúa, esa furia que es la vida. En ella la entrega como una multiplicación de la realidad, ella entregándose así a la poesía para multiplicarnos.
Minerva Margarita Villarreal tenía un total control de la imagen. Era un dejarse ser en movimiento, llevando a la palabra no sólo a su punto último de la expresión, es más bien al punto donde el lenguaje es pura imagen viva, imagen que unida al canto recrea, da virtualidad; es expandir la hoja en blanco, es levantar la vista, salir del libro para respirar.
Habría que leerla siempre como en una conversación, una continuidad para vencer toda muerte, porque lo que duran son las palabras. Minerva nos permite nombrar el deseo, transcurrir en él, apreciar la sensualidad; pero también adentrarnos en nuestras moradas. Nos muestra la posibilidad de entrarle a la creación de mundos, la capacidad del lenguaje para acercar los objetos a nosotras. Ella a todas, nos deja sus palabras, nos deja la imagen de una mujer fuerte. Nos deja también los lazos que creamos a partir de su lectura, la conversación continuada, que eso siempre, la comunicación y el mirar a otro, siempre surge del amor.
Ante la pérdida, solo nos salva el lenguaje y ella dejó todas sus palabras. Ella está aquí con nosotras. Ya lo dije, la pérdida de un lenguaje, toda pérdida, nos rompe. Eso es lo que duele. Pero es también solo por medio del lenguaje que podemos volver a unirnos: por medio del lenguaje es que volvemos a sanar.
[Nota: Las itálicas son las voces de MMV registrada en una entrevista realizada por Sebastián Pineda Buitrago, a excepción de las últimas que pertenecen a un comentario dicho por Ana Laura Santamaría en un homenaje realizado a la poeta.]