
Jorge Aguilar Mora / ENTORNOINTELIGENTE.COM
Hacía tiempo que la aparición de un libro no despertaba mi interés ni mucho menos mi asombro. No persigo las novedades ni me mueve un afán publicitario a la hora de escribir sobre obras o autores vigentes. Sigo, simplemente, los intereses de mi formación como lector. Sin embargo, la aparición de obras importantes es un acontecimiento digno de la mejor celebración. Jorge Aguilar Mora publica recientemente un libro sui generis: ensayo, mapa, novela de ideas, biografía a varias manos, todo lo mencionado y algo más. En pocas palabras: redacta el diario perdido de la gestación de la modernidad. Maravilloso testimonio, a destiempo o a contratiempo, como quieran verlo, de lo que somos y de cómo nos hemos formado. Sueños de la razón. Umbrales del siglo XIX: 1799 y 1800 crea, o mejor: recrea la vida detrás de los libros y las ideas que dieron forma a nuestra era.
Voy a ensayar un intento de acercamiento a este libro, y para hacerlo traeré a colación el concepto de “protoidea” desarrollado por Goethe (uno de los protagonistas de esta obra): la carne, los huesos y la sangre de un pensamiento en marcha, y en búsqueda de la concreción. No el resultado, o no solamente, sino el procedimiento que le antecedió. Este peculiar proceso es, a mi juicio, el gran protagonista de este libro. Voy a explicarme. La obsesión de la unidad (del pensamiento, de la filosofía, de las artes, de la ciencia) se “apodera” de un grupo de intelectuales en plena consolidación: el ya referido Goethe, Schiller, los hermanos Schlegel, Fiche, el barón de Humboldt, Novalis, Madame de Staël, entre otros y otras, y en su anhelo de alcanzarla se despliega ante nuestros ojos un maravilloso e incesante intercambio de ideas, de obsesiones… y de pasiones.
No estamos, como podría suponerse, ante un tratado académico o un libro de historia de la filosofía moderna. Y sin embargo aquí están los planteamientos, los razonamientos, las sensaciones, todo un cúmulo de elementos dispuestos en un corte temporal preciso. ¿Qué está tramando Aguilar Mora? Me parece que, en el fondo, explora y pone a prueba los límites de un género ya de por sí herético: el ensayo. Agrego algo más: sin dejar de ser ensayo (nunca juega a la hibridación ni se solapa en el solipsismo tan de moda en la jerga ensayística de la actualidad) el texto se niega a ser categorizado: ¿ensayo de ideas?, ¿biografía de ideas? Aguilar Mora sigue un rastro (¿lo crea?) y no lo suelta, pasa de un tema a otro, de un autor a otro, de una idea o concepto a otra serie de conceptos, y se desplaza con maestría. Y para hacerlo pone en práctica una perspectiva particular y establece ciertos parámetros: “El narrador tiene los límites temporales de cualquier observador, como nosotros en nuestro tiempo: puede dar testimonio de lo que ha ocurrido ese año y relacionarlo con cualquier hecho o suceso del pasado; pero carece del poder de narrar el futuro.” Y más adelante aclara: “Aunque el narrador es responsable de cada una de las palabras del texto y de la selección y orden de los hechos, ideas, libros y temas, en general sus opiniones están siempre sustentadas en diversas fuentes…” Digamos que estas son las únicas reglas que se impone. El resto: la magistral puesta en escena de las ideas y las sensaciones modernas. No es un viaje al pasado, es una forma de volver a confrontarlo como si fuera el presente.
El viaje de estudios, el tratado filosófico, la novela romántica, los diarios y las cartas, las reuniones y las formaciones de los cenáculos. En resumidas cuentas: el mundo en gestación y en perpetuo deslumbramiento. ¿Qué es el individuo sino una conciencia vacía?, se pregunta ese misterioso narrador, y no podemos sino concordar con él. La biografía, toda biografía, es la interminable búsqueda de sentido.
En palabras del narrador: “Conocernos, comprendernos a nosotros mismos es un resultado banal, por inevitable, de la autoconciencia. Al final sólo descubrimos una tautología: somos el centro de la humanidad porque ésta no puede tener otro centro sino la reflexión de un individuo sobre sí mismo.”
Son sólo dos años los que cubre este libro, 1799 y 1800, pero en ese bienio todo se desata y el mundo occidental deja de ser un ente cíclico y predecible para convertirse en algo inesperado, cambiante y en constante riesgo, presa de huracanes revolucionarios, revueltas literarias y tormentas filosóficas. Nunca antes el esfuerzo por vincular a la naturaleza con la razón fue tan grande; el resultado fue un choque monumental y de las chispas y astillas se construyó una nueva plataforma: lo físico adquirió densidad espiritual y lo intelectual se concretó en masa corpórea.
Puestos a leer este mapa de manera completa (es decir, a poner en escena la lectura del conjunto), encontramos el parte de una batalla que no ha terminado aún. Estamos ante las primeras escaramuzas de la lucha entre la filosofía y la ciencia (ya irremediablemente separadas y en pugna por levantar el sagrado cetro de la verdad). He aquí el recuento de las acciones bélicas: la política se enfrenta al idealismo; la nación, diversa y contradictoria, se resiste contra las imposiciones abstractas del naciente Estado moderno; la literatura se afana por romper los moldes ajustados e inmóviles del neoclásico; la sensualidad le asesta un duro golpe a la moralidad. ¿Estamos tan alejados temporalmente de estos acontecimientos? No lo creo…
La tensión, contra lo que pudiera creerse, sólo resulta más estimulante. Polemizar y discutir: combustibles altamente inflamables. El conocimiento objetivo repunta y avanza a pasos agigantados; sin embargo, ¿de qué sirven la certeza y la lógica si no logran inflamar al cuerpo? Nadie mejor que Madame de Staël lo supo, en una carta al François de Pange confiesa: “¿cuántas veces no te he dicho que yo no tenía ningún imperio sobre mí misma, que sólo los lazos del corazón me pueden sostener y que yo me derrumbaría si nadie se interesara por mí?”
Tal revolución alcanza también a los géneros literarios: el teatro clásico (donde las clases sociales y los géneros discursivos están bien establecidos y diferenciados) pierde hegemonía ante la novela, que lo mezcla todo y se funde con la realidad (se convierte, de hecho, en una posible realidad). La imaginación y la subjetividad ganan terreno. El barón de Humboldt podía recorrer medio planeta y tratar de ordenar y clasificar cada especie y planta vivientes; pero sabía que toda esa información desprovista de su vínculo con la cultura y la historia valía muy poco. Y seguramente, en las postrimerías de ese año de 1800 y desde La Habana, el sabio germano pensaba en esa peculiar forma de interrelación entre el mundo físico y el espiritual que los alemanes llaman Wechselwirkung.
Unos días después, el 31 de diciembre, Goethe, Schiller y Schelling se reúnen para celebrar juntos la llegada de un nuevo siglo. ¿Qué le espera al mundo? No lo saben a ciencia cierta, pero están seguros de que lo que venga, para bien o para mal, tendrá una sola factura: la humana.
Con esta incertidumbre (incertidumbre para ellos, no para nosotros, prisioneros de nuestro propio presente, aunque no dejamos de involucrarnos y apasionarnos con sus expectativas y confrontarlas con las nuestras) termina su libro Aguilar Mora, y con él confirma su lugar en la literatura mexicana contemporánea: un lugar no muy visible pero fundamental. Algún día tendremos conciencia de la deuda que hemos contraído con su trabajo ensayístico, pues con sólo añadir un par de títulos más a este trabajo: La divina pareja. Mito e historia en Octavio Paz (publicado en 1977) y Una muerte sencilla, justa, eterna. Cultura y guerra en la Revolución mexicana (de 1990), tenemos una de las voces más particulares y mejor logradas en esa difícil y precaria armonía entre reflexión y creación que es el ensayo. El día que se escriba en serio la historia del ensayo en México (y se acaben de una buena vez los listados y conteos hechos por la publicidad o la burocracia) podremos dimensionar el tamaño de esa deuda.