
Cigüeñal / ALEJANDRO VÁZQUEZ ORTIZ
El arte de domesticar la palabra para decir lo que pretendemos no es nada fácil. La poesía no sólo es el género más difícil y peligroso, sino el más manoseado y practicado por aficionados. La intención no es la de generar un canon, sino un manual de instrucciones para la creación de la forma poética erótica contemporánea.
Tómese un verso cualquiera:
«¿Quién hubiese creído que aquello no había desaparecido?».
La alusión referida al instante en que nos damos cuenta que un amor no desaparece, de la forma en que se nos presenta se aleja del presente con innumerables anacronismos y multiplica exponencialmente la distancia entre el poema y el lector arrojando aquello a alguien que se diluye en el impersonal quién.
El primer punto a resolver es el carácter trágico de la pregunta (indirecta). Nadie hoy día está para preguntas, mucho menos para una tan incontestable. Hay que eliminar el quién, se tiene que traspasar el anonimato (esto no rompe la distancia entre el poeta y su lector, sino que la disimula). Asimismo, al momento de quitar el quién hemos de eliminar la negación. No solo porque la coherencia sintáctica así lo requiere, sino que la negación no puede existir en la poesía contemporánea. En el presente no (esto es el equivalente del problema ontológico de la nada: La nada no es no-algo, sino es nada.)
Así tenemos como ésta segunda versión del verso:
«Hubiese creído que aquello había desaparecido.»
El poeta ironiza acerca de su condición actual y hace partícipe al lector de aquella situación extraña (el amor) que no había desaparecido. Al toparse con aquello —como se topa uno con las cosas indeseables— no le queda más que testificar su extrañeza ante el hallazgo inesperado.
Nunca mejor aplicado quedará el adjetivo de anacrónico, sobre todo, en una palabra: creído. La creencia implica un manejo del tiempo y de la ausencia. Se pretende que en la falta de algo permanezca como presencia. Suplica la fe en la perseverancia del movimiento.
Por ello será mejor retirar este verbo y cambiarlo por el de pensar. Pensar sólo se puede hacer dentro de una línea discursiva, nunca como algo ya dado ni como algo futuro. La gramática del mundo mientras hablo es la constancia de que el tiempo está aquí.
«Hubiese pensado que aquello había desaparecido.»
Cambia la connotación. En esta tercera versión, aflora algo nuevo: el asco. Una vez que se ha suprimido la fe, el peso de la idea que ahora es pensada la hace repugnante. ¡Esto es mucho más contemporáneo! Y no debemos dejar de señalar el matiz semántico de la palabra aquello, de una ambigüedad romántica, a la presencia nefasta de algo que no ha desaparecido.
No podemos detenernos aquí. Es deber del poeta atraer al verso al instante contemporáneo. Es necesario seguir limando todas las impurezas y sedimentos de tiempos distintos al presente. Y para ello, lo más adecuado es eliminar la distancia. Que todo movimiento en el espacio es también un transcurso temporal. Hay que modificar el mostrativo que genera la lejanía entre el poeta y lo que no había desaparecido; acercar el amor al poeta. Dar al aquello cualidades del esto. Y tenemos como resultado:
«Hubiese pensado que esto había desaparecido.»
El amor es ya una presencia ineludible, próxima, instantánea. Ese hubiese pensado, no deja de moldearle en la incomodidad y asco del presente. Sin embargo, esta conjugación compuesta (pretérito pluscuamperfecto del subjuntivo) es confuso. Manejando tantos tiempos y un el modo subjuntivo difumina la acción. Se mueve escurridizamente yendo hacia delante y hacia atrás en el tiempo: plantea la acción en un futuro posible —en la que podría haber pensado que esto había desaparecido— pero que, al no llegar, el futuro se vuelve pasado en la boca y la suposición fallida.
Aunque podríamos eliminar esta conjugación directamente, sustituyéndola por el presente simple, el método se nos impone: antes preferiría detenerme en el pasado simple de la primera persona del singular. Así que tendríamos:
«Pensé que esto había desaparecido.»
Los motivos gramaticales tienen que estar indicando de forma evidente que el poeta no está en contacto con el tiempo presente. Confío en que la obviedad de las conjugaciones escolares se imponga con suficiente claridad. A parte parecemos reconocer que el presente exige una supresión de todos los ornamentos gramaticales. El ingrediente primero del lenguaje —aparte del sonido— es el tiempo que se deja correr para que la producción tenga lugar. Para que los fonemas se vayan haciendo palabras, nombres, frases y hasta versos. Y lo contemporáneo es el momento sin tiempo: es propiamente lo contrario del tiempo.
Más allá de que el presente sea un tiempo gramatical, el instante no puede tener dimensiones (es un punto entre la estela del pasado y lo insondable del futuro) y por ello, al acercarnos a él, se nos van quedando entre los dedos figuras retóricas y declinaciones gramaticales y la parquedad nos indica el camino: modificar el mismo verbo que conjugamos, transformando de pasado simple a presente y, por consiguiente, el había desaparecido en ha desaparecido.
«Pienso que esto ha desaparecido.»
Observe el poeta el fenómeno que ocurre aquí. Mientras que en las anteriores versiones del verbo pensar referían a una seguridad que caduca ante el enfrentamiento con la amada; esta nueva forma de presentarse da la idea de una inseguridad inexpugnable. No hay transformación en el instante, sólo duda. Porque piensa que ha desaparecido y no puede lanzar el verso como una verdad axiomática, sino como una idea que corre el riesgo de extraviarse, negarse o contradecirse en el proceso de pensar.
Y aunque el tiempo que se invoca en el pensar pretende ser el tiempo que se toma la conciencia de la contemplación las ideas fijas, infinitas e inmortales, lo cierto es que el pensamiento es un despliegue en el tiempo. Y por más que los lógicos pretendan que las figuraciones del sentido existan como idea (es decir, imagen simultánea), el paso a la dialéctica implica su mostración en el lenguaje y por ende en el tiempo.
Hemos de eliminar la duda para poder afianzar nuestra vista hacia el presente. Tomada ya nuestra decisión, hemos de notar que la palabra que se convierte en un residuo inútil que también se debe suprimir:
«Esto ha desaparecido.»
El método de nuestra simple ordenación sintáctica nos obliga a ocuparnos, antes de esa molesta conjugación del pretérito del indicativo, del mostrativo que le antecede:
Al tener que señalar el poeta el sitio del amor (esto que ha desaparecido) abre una brecha —incompatible con nuestro propósito— entre él mismo y la situación; restableciendo todos los falsos parámetros del sujeto/objeto tradicional desde la filosofía moderna. Esta diferenciación entre el mundo y el poeta provoca una transmisión del tiempo que nos obliga a admitir su disconformidad con lo contemporáneo: ¿Qué necesidad hay de hablar de esto, si esto —el amor presente— está fundido con el tiempo mismo y se convierte en todo? Ninguna. En virtud de la contemporaneidad hemos de decir:
«Ha desaparecido.»
Dando por reiteradas nuestras observaciones con referencia a las gramáticas y sus quehaceres, creyendo que más explicaciones de esta índole aburrirán al poeta, cabe fijarse en la tendencia del verso:
Esencialmente podría decirse que es una presencia de una ausencia. Algo que perfectamente podría ser interpretado como nostalgia. Fracaso de la esperanza. En palabras de Cioran: «Toute nostalgie est un dépassement du présent». Por tanto, el verso, no es absolutamente contemporáneo, sino que nos remite a un pasado que se entiende como complementario de lo que hay (cuando no ha desaparecido). Porque el instante en que el poeta se enfrenta a la situación es precedido por la desaparición de todo (antes esto, antes aquello, siempre amor).
Pero esto no debe desalentarnos… el cambio es gramaticalmente obvio: de ha desaparecido a está desapareciendo; sin embargo, a estas alturas, podemos adelantarnos a la simplificación del texto y escribir simplemente:
«Desaparece.»
Y aunque este diminuto verso está casi rozando la perfección, aún no consigue del todo nuestras expectativas por la tercera persona singular, manteniendo la separación que mantiene al poeta exento de toda acción en otro tiempo que no es el del verso mismo, en un tiempo que no es éste. Y aunque se pueda decir que está en el presente, esta diferencia lo ata al tiempo y echa por tierra todo nuestro trabajo.
Es necesario, pues, darle un matiz… Un último retoque que le dé la exactitud única y que diluya todas las conciencias necesarias en una idea: Pasar de la tercera persona del singular a la primera del plural. Despersonificar la desaparición de Todo (esto, aquello, amor, presente) en una palabra que le capture.
«Desaparecemos.»
Sin embargo, hay que doblegarnos ante lo redondo del razonamiento: la materia fundamental de la poesía es el justo juego con los tiempos y las métricas, y, convencidos de eso, hemos de admitir que es imposible dar con una palabra, un sonido, algún conjuro que de golpe y sin paso de tiempo ninguno a través de su pronunciación, no ocurra en el tiempo ni lo deje correr.
Ante esa imposibilidad hemos de reconocer: no puede haber un verso contemporáneo. O mejor, digamos que el buen verso amoroso contemporáneo es precisamente el que no se escribe ni pronuncia.