
Mauricio Macri / BIFURCACIONES.CL
Por vez primera llegan al gobierno en Argentina “los capitanes de la industria” por el voto popular.
Con este apodo se conocen a los dueños de los grandes grupos económicos que se enriquecieron durante la Dictadura Militar (1976 – 1983) ya que sus deudas fueron nacionalizadas y asumidas por el Estado. Justamente uno de los “capitanes” de estos poderosos grupos económicos del país es el actual Presidente: Mauricio Macri.
En ocasiones anteriores entre bambalinas condicionaban a la clase política, sea del partido que sea, para imponer sus recetas económicas. En esta oportunidad el país será “atendido por sus dueños”.
Estos grupos se enriquecieron exponencialmente en la década de los ‘90 con la venta de los activos estatales, la transnacionalización de sus composiciones societarias y su maridaje con la banca internacional.
Asimismo los grandes monopolios mediáticos son sus socios y juntos han librado una sostenida erosión, manipulando la información, durante los últimos doce años de gobiernos “populistas”.
Luego del default de 2001, Argentina, dejada de lado por las corrientes especulativas del capital internacional, vivió un proceso de reindustrialización, surgimiento del mercado interno, la más baja tasa de desocupación de su historia y un modelo redistributivo de la riqueza.
La deuda externa argentina se redujo respecto al porcentaje de su PBI logrando en la actualidad que la misma no sea el factor de desestabilización política y social como fue desde 1976 hasta 2003.
Esta “anormalidad” ha llegado a su fin.
La noticia de los últimos días es que el nuevo gobierno (donde abundan los gerentes de las grandes multinacionales en los puestos ministeriales) logró “captar” U$ 8.000 millones que reconocidos benefactores de la humanidad como el JP Morgan, el Deutsche Bank, el Citibank, el BBVA o Goldman & Sachs brindarán al nuevo gobierno con fervor filantrópico.
Al mismo tiempo que se establece una economía de libre mercado, se le quitan al sector agroexportador tasas e impuestos que financiaban gran cantidad de planes sociales y se permite la libre cotización del dólar. Estas medidas fueron anunciadas como el “fin del cepo”.
Al anunciarse prematuramente una devaluación del peso argentino frente al dólar, los precios de los productos de consumo masivo se han disparado, esta descontrolada suba es llamada por los nuevos funcionarios y los formadores de opinión de la mass media como “sinceramiento”.
El panorama económico que se viene plantea un fuerte recorte del presupuesto nacional, desinversión social, educativa y cultural. Ya algunos voceros del nuevo gobierno cuestionan la gratuidad de los espectáculos y eventos culturales que se ofrecen en los Centros Culturales Nacionales.
Ha llegado “La Era del Helio”.
La campaña publicitaria de la Coalición Cambiemos (triunfante en las elecciones presidenciales y en los más grandes distritos electorales del país) ha tenido como emblema globos de color amarillo con los que han inundado el país en cada uno de sus actos y reuniones políticas, esos globos llenos de helio, más liviano que el aire, son el símbolo de los tiempos que corren.
En la faz cultural, los antecedentes de la mayoría de los nuevos funcionarios del área hacen prever más liviandad, más helio, que recursos. Más maquillaje que infraestructura, más lógica de mercado que políticas culturales.
En lo específicamente teatral, durante estos últimos años la escena argentina ha multiplicado sus salas independientes, sus plazas teatrales, sus ofertas académicas de formación y su participación en festivales internacionales. Se puede sostener que Buenos Aires ofrece una cartelera de espectáculos teatrales que en cantidad y diversidad ronda las 300 propuestas escénicas por semana. Si bien en parte este fenómeno es producto de la fuerte participación del Estado en el acontecer cultural, indudablemente es resultado del carácter autogestivo de la escena argentina que hunde sus raíces en el movimiento teatral independiente del siglo pasado.
Se han consolidado al menos dos o tres camadas de dramaturgos, directores y actores que modifican constantemente el panorama teatral, con novedosas y fértiles propuestas estéticas, innovaciones procedimentales, desarrollo de lenguajes, estilos y concepciones que permanentemente friccionan y amplían los márgenes de aquello que llamamos teatro.
Esta diversa trama de creadores de la escena que pueden transitar los teatros oficiales o comerciales como las más pequeñas salas independientes garantiza la vigencia y el futuro del teatro argentino, más allá de los vaivenes que sufran los presupuestos estatales destinados a la actividad.
La crisis que se está instalando nuevamente por estas tierras es la de la palabra.
Como a los globos, la palabra se la lleva el viento.
En el habla coloquial de los argentinos la frase “llevarse puesto” da cuenta de una actitud arrasadora, destructiva, que sobre todo ignora al otro, sus deseos, ideas o posturas ideológicas. Así como tras la caída del Muro de Berlín se declaró el “fin de la historia” y trataron de convencernos de que el mundo se volvía unipolar, en la Era del Helio todo lo que provenga del anterior gobierno es sospechado de corrupción, derroche y cuanta calamidad ética pueda endilgársele. Pretenden llevarse puesto todo un entramado pacientemente armado al calor de las conquistas de nuevos derechos y el empoderamiento del pueblo tras una larga trayectoria que va desde las asambleas populares y movimientos piqueteros de finales del siglo pasado hasta la sanción de leyes y creación de organismos y políticas durante los últimos años.
Néstor y Cristina Kirchner, más allá de la mala prensa que los grandes monopolios mediáticos de nuestro continente les han prodigado, supieron interpretar el cambio en la sociedad posterior a la Crisis de 2001, la posibilidad de lo anormal, retomar la senda de los grandes gobiernos populistas como los definiera Ernesto Laclau.
Hoy está en peligro la palabra. Volvamos un rato a “los capitanes” y sus ablandes del lenguaje. En este punto sostienen una coherencia decisiva a la hora de “llevarse puesto” el valor de la palabra, otra gran conquista de estos años.
Como ejemplo aparecen estos eufemismos “captar capitales” en lugar de tomar deuda del sistema financiero internacional, “sincerar la economía” en lugar de aumento de precios, “la revolución del amor y la alegría” en lugar del modelo neoliberal en economía y la restauración conservadora en lo político.
El teatro, ese barómetro de la sociedad según Lorca, ha dado cuenta de la crisis de la palabra. Beckett pone en evidencia esa desazón, Pinter la confirma y en particular los grandes directores que lograron fascinarnos con aquel teatro de la imagen en las décadas de los ’80 y los ’90 bucearon en territorios sensibles ante la perversión que vació la palabra.
Las noticias en Argentina son contundentes, día a día reaparece la terminología acuñada durante la última Dictadura Militar por los grandes medios de comunicación. Titulan “Enfrentamiento” en lugar de represión, cuando trabajadores que pierden sus empleos son golpeados y lastimados con balas de goma por realizar cortes en la autopista. “Resistencia a la autoridad” en lugar de desalojo inconstitucional de las autoridades democráticas en los organismos públicos autárquicos que se crearon luego de la sanción de la Ley de Medios que por vez primera regula y obliga a desmonopolizar a los grandes grupos mediáticos. Levantamiento de programas televisivos o cese de contratación de determinados periodistas tildados de “militantes”, recuerda cuando todo el que no se sometía al discurso oficial era considerado un “subversivo”.
Así empieza la Era del Helio, gas con el que tratan de adormecernos al compás de sus sonrisas bien fingidas, su gestualidad descontracturada, sus puestas en escenas y el vaciamiento sistemático del valor de las palabras.
Solo resta recordar que el helio es altamente inflamable y que si se exagera con sus dosis puede derivar en una gran explosión.
Por qué no hablas de que Cristina Kirchner dejó en la ruina a la economía argentina?? Eso es típico de los comunistas de rolex, culpar de todo sus males al imperialismo, cuando su sistema ha fracasado en todos los rincones del mundo.