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Antonio tiene 52 años y vive con su madre. Al ser el único hijo soltero, él y su destino hicieron un trato: cuidar a doña Laura y vivir en la casa que los vio nacer a él y a sus tres hermanos en Cumbres primer sector. Dentro de las paredes de la casa Antonio es un hombre serio y tranquilo que cuida pacientemente de su madre sin dar problemas, en la observancia de la parte que le corresponde en un pacto tácito. Afuera, es distinto. Desde hace veinte años, Antonio se asume como hombre gay en la ciudad, sin por ello salir enteramente del clóset. Los armarios regiomontanos son profundos y el de Antonio tiene muchos compartimentos.
Cuenta con un círculo pequeño de amigos cercanos a los que conoció en la época en la que visitaba un único antro en el centro de la ciudad. Sus amigos le dicen cariñosamente La Toñi. Con ellos se reúne, bebe, se va de viaje, escapa los fines de semana a algún rancho, quinta o cabaña en la sierra. Con ellos canta a todo pulmón los grandes éxitos de Daniela Romo, Marisela y Amanda Miguel en las fiestas y en los bares. Con ellos puede simultáneamente ser Antonio y ser La Toñi. Se enamora, se desahoga, exprime sus corajes y carencias, comparte la ilusión de algún amor inolvidable, se reafirma en las prendas, los zapatos, la pinta varonil con el bigote y el bulto resaltado en la mezclilla.
En su trabajo “nadie sabe”, lo que en términos más precisos significa que nadie lo confronta, que nadie le hace preguntas directas y que nadie lo invita a eventos en los que se tenga que llegar con pareja. En su familia es el tío soltero, el que cuida a la abuela, el que va a dar guerra por la herencia, el tío vanidoso, empedernido, beato o mañosón según quien interprete, y nada más. Sus compañeros de trabajo tratan con respeto al Arqui, como le llaman, sin hacer preguntas personales, y hace mucho que para los parientes dejó de ser divertido especular sobre su vida sexual y todas las dudas se ahogan en la tranquilidad de un silencio que se traga las preguntas incómodas en nombre de la paz y de la abuela. Un silencio compartido que vela la vida privada del tío que es solamente lo que muestra: hombre, autosuficiente, devoto, solitario y buen hijo.
Antonio utiliza un tinte exclusivo para hombres que dice actuar sobre las canas para dar una apariencia natural, promesa que a su edad ya no se cumple. En un religioso culto a la imagen, él tiene muy claro lo que desea que el espejo le devuelva: el mismo reflejo que ha cultivado por veinte años, el de un hombre varonil que no se salga de la norma, que no llame la atención por diferente. Esa imagen de un padre genérico con voz estridente que es fiel a sí mismo. Su cuerpo ensaya después del baño, en el vestidor, el walk-in closet, observado por sus perfumes, camisas y cremas pour homme, for men, para hombres. El cuerpo refleja las marcas de años de autoconciencia y de luchas por la fidelidad a ese ideal hasta en el más mínimo movimiento. Antonio creció temiendo que se le notara el problemita, y entonces su cuerpo se instaló en un personaje copiado de arquetipos al alcance. El resultado se vislumbra en un cuerpo cansado de caminar como una estatua, que deja escapar manierismos discretos con alegría, a escondidas de su conciencia vigilante.
La vida sexual de Antonio también está sombreada por la oscuridad de los escondites. Para dar rienda suelta a su ideal de hombre con necesidades voraces, utiliza el manhunt, un catálogo de hombres en busca de citas por medio de internet. Su perfil es un torso sin rostro que muestra los vellos del pecho en medio de una camisa a cuadros desabotonada. La descripción del decapitado lo explica todo, aunque la falta de puntuación invite al interesado a hacer preguntas: Activo 100% regio sin lugar por el poniente.
La frase No tengo lugar dentro del argot de citas cibernéticas está investida de la condición de clóset. No tengo lugar porque vivo con mis padres, porque vivo con mi esposa y mis hijos, porque vivo con mis roomies que no saben, porque soy discreto, porque nadie sabe. El clóset se habita con orgullo por la discreción que implica no ser una loquita obvia, sola y desenfrenada. La discreción en Monterrey es un carácter de clase: significa no querer renunciar a los privilegios de la casa grande, herencia del padre macho que tiene su catedral y que visita las capillitas. Salirse de la catedral es muy difícil, se paga un precio muy alto que implica justamente afrontar el vendaval de los rumores. ¿Pos qué te falta mijito? Ese lo que quiere es andar de cabrón. No es socialmente aceptable salirse de la casa grande, aunque sea una no tan grande y de interés social, sin estar casado por todas las leyes. No hay independencia que valga pues en Monterrey la Independencia es territorio de la chusma.
Los regios bien, como la Toñi, no tienen lugar. Quien sí tiene lugar es propiamente el jotito asumido, o el closetero que se paga su capilla, su metejón, que tiene la propiedad aparte, la casa en renta, su cuarto clandestino para portarse mal, o el forastero. Es el caso de Chuchette, su amigo ingeniero originario de Torreón, que acaba de adquirir una casa de tres recámaras para ella sola en el sector de Carretera Nacional. Los frutos del trabajo duro de Jesús han permitido que esta vez las amigas íntimas puedan recibir el año sin restricciones. La anfitriona ha horneado el pavo y tiene varias botellas de vino de distintas denominaciones de origen; la doctora Jolette va a llevar las guarniciones, y la Toñi el postre.
Han decidido pasar juntas en la casa de Chuchette no sólo para celebrar la nueva propiedad sino para acompañar a su amiga en el placer de usar tacones del número 10 americano que ella compra en Laredo y que colecciona amorosamente. Las tres amigas calzan lo mismo y han planeado recibir el año que comienza doce centímetros más cerca del cielo. Después del vino y los abrazos, los gritos y el llanto de emoción de Jolette que siempre se pone sentimental en esta fecha, comenzó el karaoke informal con los éxitos de Marisela. Las tres entaconadas bailaron pedísimas y entusiasmadas una coreografía improvisada de La Dama de Hierro.
Sigo siendo tu esclava,
sigo siendo tu dama de hierro.
La que nunca te dirá que no.
La que siempre tiene listo un beso,
porque te quiero.
La Toñi se despide a las dos de la mañana con las mejillas y la nariz rojas por el vino. Sus dos amigas le ruegan que se quede a dormir, que está muy peda, que ya sigue la ronda con Daniela Romo. Otro día, dice la Toñi, que tiene que estar en casa para el rezo con las tías a mediodía, el recalentado del día primero y recibir a todas las visitas. Se sabe de memoria el camino, no hay tráfico y puede manejar como una reina, les dice para tranquilizarlas. Se quita los tacones dorados con olor a nuevo y los pone en la caja que corresponde en la sala reluciente y adornada con motivos decembrinos. Mientras se pone los calcetines, observa el árbol de navidad enorme, natural, adornado con esferas del tamaño de cabezas de bebé, listones gruesos y osos de peluche, los regalos falsos en la base, el nacimiento de porcelana fina. Cualquiera diría que en la casa vive una familia de cinco integrantes. Te quedó divino, Chuchette.
Manejando con fiera precaución por la avenida Lázaro Cárdenas, La Toñi sonríe de alegría. Esta fiesta de año nuevo estuvo increíble, piensa.
Qué bueno que Chuchette compró la casa, dice Antonio en voz baja mientras los coristas de Daniela Romo cantan juro, lo juro en sus bocinas y él va imaginando las futuras fiestas y reuniones íntimas.
−En mi casa, ni pensarlo.