Nos cita a las 3 de la tarde. Es junio. Hace un calor demencial. En mi mano llevo 300 pesos. Los únicos 300 que puedo gastar. Es el segundo piso de una barbería en Madero. Un club sofisticado, me dice Ray, que me apura a subir.
Nos recibe el enano. Debí apuntar su nombre, me recordaría Ray. Lleva chaqueta y bufanda. ¿Es de disfraces?, pregunto a Ray. No: el tipo tiene un problema en la tiroides. Pero el dueño no puede dejar el lugar sin aire acondicionado. Quien ahora cruza la puerta. Camisa sin mangas con el logo de The Cramps, zapatos de charol, Sprite en mano. Nos agradece haber llegado a tiempo.
Pasamos a la sala. Había más botellas de acondicionadores para pelo que muebles. Junto a la ventana, 5 cajas apiladas. Truena sus dedos y comienza a contar. Al aire. Como si fuera una clase infantil. Hay alrededor de 230 discos, dice. Los dejo solos. Y se va. No sin antes encajar en la puerta al enano. Como un tótem. No nos despegará la mirada la siguiente hora.
Hay un montón de discos de World Music. Yo-Yo Ma, Tom Zé, Janka Nabay, Alpha Yaya Diallo; compilaciones de Putumayo, Buda Musique, Domo, Electrecord. Hemos pasado ya por el segundo café. No hay nada. No me importaría, le digo a Ray, si ahora mismo teclean una clave y dejan abrir un sótano antiguo, como sorpresa. Esto es oro, me contesta: que no lo sepas atesorar, es tu pedo. Pero uno no puede atesorar lo que no ama. Si tuviera la edad suficiente para experimentar, le digo -ya algo exaltado- compraba ese de las congas verdes, o ese de los colmillos de elefante. Si fuera por las portadas, agrego, me compraría 3 metros de colores primarios y 2 metros de animales de Safari.
Ray carga ya con 10 discos. Su emoción le hace sudar. Al intentar ver un cuadro de Hot Rods en la pared, tropieza con una caja pequeña. ¿Esto qué es?, pregunta. El enano no alcanza a comprender. Por su cabeza, supongo, pasa otro enano como él que le dice que estamos ahí para comprar. Cualquier cosa sólida está a la venta, comenta.
Jamás había visto en persona la trilogía de Berlín. No sé si lo dije o lo pensé. Vi como un relámpago la cara de Brian Eno subiendo y bajando. Las peleas, los tragos, los adioses. Los brazos huesudos de Bowie llenos de químicos. El café rodando por el suelo, mojando hojas de partituras subrayadas con color rojo. Bowie grabando las guitarras de Yassassin, de Sound and Vision, retando a Eno a subir el volumen a los pianos en A New Career in a New Town. Las chicas, los crucigramas, la comida china, Iggy, Visconti, una visita rápida de Donovan, Ralph, Florian. Y antes de que pueda acariciar las esquinas de las portadas, Ray se da por enterado. Levanta la caja y la deja caer en un sillón. ¿Cuánto por estos, chaparro? 100 por los tres. Mi corazón tiembla. Por un movimiento brusco de pantalón-mano-pierna rompo uno de los billetes. Ahora Ray sabe que esto tiene que ser rápido, sino se arrepentirá. Con una voz más entrecortada que un telegrama, le digo al enano: voy a pagarte este dinero y vas a hacerme la persona más feliz del mundo. Quiero que esta tarde te vayas a tu casa pensando en eso. Si tienes familia, dile que tus acciones u omisiones llenaron de sangre el cerebro de un mortal. Que si mañana quieren ir a la iglesia, no hace falta dejar dinero en la caja. Que si quieren llevarle ropa y caridad a los pobres, tienen de sobra ganado el cielo tú y tus próximas generaciones.
El billete cae en sus manos.
Aún no puede ni cerrar la boca cuando ya estamos afuera. Con este botín, dice Ray, voy a armar una fiesta buenísima mañana en las cabañas. Con este botín, le digo, voy a apelmazarme todo el verano y lo que quede de mí en el invierno.