
Reflexiones del señor Z / ANAGRAMA
Contradíganme, pero sobre todo contradíganse ustedes mismos. Uno sólo debe mantenerse fiel a aquello que no dice
H.M. Enzensberger
Dato curioso: conozco la poesía de H.M. Enzensberger (Alemania 1929) y a decir verdad no hubo en principio mucha química, como luego se dice. ¿Entonces por qué compré este libro? En realidad no estoy muy seguro, pero creo que al ser otro género, al presentarse como un “posmoderno libro de aforismos”, me enganché.
¡Y vamos que si las expectativas fueron ampliamente superadas!
Es obvio que esta publicación trata precisamente de reflexiones, modos, formas de pensar. Lo original es que el autor dibuja (por así decirlo) un tipo al que da no sólo una voz, sino una personalidad que se manifiesta en actitudes, ideas, provocaciones, fijaciones, incluso en sus silencios.
El lugar de la acción es un parque, dentro de alguna ciudad. Esta referencia es curiosa, no sé si intencional, algo así como un escenario íntimo dentro de un lugar público.
Otro detalle entrevisto: el tiempo de esta narrativa inicia con la primavera, en los primeros días de abril, y termina a finales del otoño, ante la puerta misma del invierno. En ese momento acaban los paseos, los diálogos, el libro mismo.
Lo que importa es que en ese parque de pronto asoma el señor Z, un vejete en apariencia ocioso, conversador. Algunos paseantes se detienen, otros siguen de largo.
Conforme el texto avanza se van esbozando los personajes secundarios; estos interlocutores son de un perfil muy heterogéneo y cada uno (desde sus perspectivas) interpelan o asienten con el discurso del protagonista.
¿Pero quién es el señor Z?
Alguien podría decir que es Ezensberger, pero en realidad es la creación de un personaje que busca conversar con su autor. Este tipo se mueve indistinto entre la conversación jovial, el escepticismo socarrón, la serenidad y el desespero, que sin perder las formas, resulta evidente.
¿Los temas?
Muy variados, desde los clásicos como la fama, la muerte, la amistad (entre muchos otros) a esos acercamientos más actualizados que señalan los padecimientos crónicos de la sociedad actual, misma que nos toca padecer a todos y en todos lados. En ocasiones son planteamientos serios, otros no tan serios, incluso hay animadversiones tan simples (como ridiculizar a los perros y sus dueños) que ponen al señor Z ante el escarnio de sus seguidores.
En lo personal, encontré no pocos hilos de conversación que me identificaron con este singular personaje. Y no sólo la tirria a todo ese mundo de perros, sino igual en estos otros:
- La figura del especulador o la falta de principios como detonadores de las crisis económicas, mismas que luego degeneran en crisis sociales, de valores, de todo tipo.
- Defender la tendencia a quejarse sobre cualquier cosa.
- La aversión a la pedantería y astucia de los consultores de empresa, o de cualquier otro tipo de sabiondos.
- El gusto por la astronomía, sus “metáforas” que ahora rebasan incluso cualquier intento poético por explicar el origen y el tamaño del universo.
Ahora debo reconocer, que como aquellos personajes secundarios del libro, estuve al pendiente de la presencia del señor Z en aquel parque. No sólo para consentir, sino para argumentar en contra. Porque finalmente lo valioso de estas reflexiones está en ese espacio abierto para decirnos y contradecirnos, como se nos revela en la cita.
Y a propósito de contradicciones, bajo esa perspectiva, sin duda aquella falta de química con la poesía de Enzensberger debe ser revisada, y lo haré con gusto.