
Rodaje de Lugar de las palmas/ CINEASTAREGIO.BLOGSPOT.MX
El cine es, en primera instancia, una propuesta para la interpretación de la realidad y para la inserción de los individuos en ella.
– Susana Velleggia
A pesar del avasallante poder que ha tenido el cine producido desde la industria del entretenimiento, donde el concepto de producto, mercado y alienación fundamenta el estado de las cosas, sigue presente generación tras generación de cineastas y públicos la idea de que un filme puede ser también una obra poética y liberadora. Si no se abandona esa aproximación es porque el cine ofrece las posibilidades para materializar esa expectativa, por su lenguaje mismo como por su capacidad de incidir en la consciencia íntima del ser humano. Porque lo que define a un filme en su carácter, ya sea opresor o liberador, alienante o consciente, es la relación que hace con el espectador y las consecuencias extra cinematográficas que provoca.
“El documental no es tanto una cosa como una experiencia” dice la teórica Vivian Sobchack. Y puede aplicarse también al cine de ficción, porque lo importante aquí es remarcar el carácter profundo que puede tener una obra cinematográfica como medio de incentivar la empatía de una persona hacia un fenómeno humano e histórico, aunque se trate de algo fuera de su contexto cercano.
Conversando con el sacerdote católico mexicano, Raúl Lugo, me expresó una idea que me parece de una lucidez enorme: en este tiempo el evangelio de Jesucristo tiene un nombre, Derechos Humanos (se puede profundizar más en ello a través de su reciente libro “Dios, defensor de los Derechos Humanos”). Independientemente del aspecto religioso que hay en la idea, está el otro punto relevante, es decir, el sentido social que puede haber en el quehacer de cada quien. Entonces pregunto: ¿no sería pertinente considerar que dado el periodo histórico por el que atraviesa nuestro país un cine debe de tomar esta bandera también?
La búsqueda de esa opción cinematográfica ha creado corrientes y obras fílmicas de enorme valor. Tenemos la fortuna de que nuestra región latinoamericana ha sobresalido en esa idea del cine como medio para la memoria, para concientizar y transformar. Desde aquellos cineastas comprometidos con los procesos sociales durante los turbulentos años sesenta y setenta, que veían la cámara como un fusil de creación apuntado hacia las estructuras opresoras, poniendo al pueblo como protagonista de su historia y no como ente pasivo, mero consumidor de productos donde se encuentra ausente; cineastas comprometidos que padecieron persecución y exilio, e incluso asesinato, como los casos de Raymundo Gleyzer y Leonardo Henrichsen.
El cine tiene un enorme poder para penetrar el alma del espectador, para llegar a su sensibilidad y sumergirlo en la experiencia que mencioné en un inicio. Por eso mismo tiene el poder de llegar a los pueblos y de esta manera hacer resonar los temas urgentes que hoy nos atañen. Porque es ahí donde nos tenemos que centrar, en buscar la empatía y solidaridad de la gente común más que de los gobiernos, los cuales en la mayoría de los casos prefieren mirar hacia otro lado al ponderar intereses de otra índole más que los endebles derechos humanos en países obsequiosos como México.
El cine es de entrada un lenguaje, un soporte para la memoria, la consciencia y la comunicación entre lo múltiples planos del ser humano, lo que fundamentalmente es el arte mismo. Los mercaderes de la propaganda y la evasión lo saben y por eso producen esas obras desconectadas del espectador y establecen sus estructuras hegemónicas. El reto es para un cine opositor y en desventaja que trata de tomar las capacidades de este lenguaje para llevarlas por un sentido de compromiso. No se trata de negar la legítima existencia de obras cinematográficas desde la distensión y el entretenimiento, el problema es cuando ese cine se plantea como parte de una estructura política excluyente.
Dirijo ahora la mirada a nuestro contexto cercano: ¿Qué pasa en Nuevo León con un cine comprometido con nuestros procesos históricos?
La sociedad nuevoleonesa, por muchos años, recibió un discurso ideológico donde la politización del ciudadano era vista como algo indeseable, negativo. La malentendida mitificación del trabajo traía consigo el despojo de cualquier visión de consciencia política del individuo común como actor de su propia historia, para convertirlo en un ser meramente productivo. Eso, por fortuna, está cambiando a pesar de las resistencias que se dan desde los poderes políticos y fácticos, ahora los nuevoleoneses están entendiéndose como hacedores de su historia con la cual se han de comprometer. Falta aún, no tenemos los grados de participación que se requieren para generar una sociedad democrática consolidada e incluyente. El camino está trazado pero nada es seguro si no se insiste en ello.
Desde el cine podemos potenciar ese despertar como un importante elemento para construir la sociedad que queremos ser. Veo que entre los cineastas se va dando una mayor reflexión sobre los problemas que han aquejado profundamente a nuestro entorno, principalmente la violencia y sus víctimas, tratando de conectar nuestras problemáticas a lo que vemos en la pantalla. Desde distintos ángulos, estilos y formatos, desde la ficción, el documental y la experimentación audiovisual, han aparecido obras generadas desde la conexión con nuestra realidad específica y no como caja de resonancia aspiracional de un cine producido en las estructuras hegemónicas. Porque los nuevoleoneses necesitamos un cine para nosotros mismos, sí, pero también para aportar nuestra voz a la cinematografía del país, que debe formarse desde el poder de nuestra pluralidad, de nuestras diferencias, con un objetivo común: conocernos, entendernos y empatizar.
Antonio Gramsci dijo que cuando no termina de irse una época y la siguiente no ha emergido es el momento en el que surgen los monstruos. Son esos demonios que se manifestaron en la sociedad nuevoleonesa haciendo que un sector de creadores dirigiera la mirada hacia esos fenómenos. Existen filmes recientes como “Cumbres” dirigido por Gabriel Nuncio o “Gringo” de José Luis Solís, que exploran las entrañas de una sociedad tocada y trastocada por lo mismo que incubó.
En mi caso, desde el documental, trabajo un proyecto que está relacionado con el terrible crimen de la desaparición forzada, un problema profundo en nuestro país y estado, que se ha enfrentado a la reticencia de gobiernos ineficaces e indolentes. Desde la perspectiva de una familia, una madre y su hijo, que luchan en la búsqueda de su hijo y hermano pero, especialmente, por vivir a diario el dolor de la ausencia sin desmoronarse ni debilitar el vínculo que los une como familia y ante la sociedad.
“¿Por qué haces esta película? ¿por qué un tema como este?” me han preguntado. En otro momento articulé respuestas válidas pero complicadas, teorizando sobre el compromiso y el arte, pero a medida que fui adentrándome en el proceso, que me fui alimentando de la humanidad que irradian estas personas admirables, ahora mi respuesta es más sencilla: Lo hago por decencia, por moral, porque me causa conflicto vivir en un país donde pasan este tipo de cosas, porque no quiero más de eso, porque mi ciudad, estado y país no son los que deseo. Y lo que sé hacer es cine, bien o mal no me corresponde decirlo a mí.
OSCAR: QUE GUSTO SABER DE TI AMIGO…
Recibe un fuerte abrazo de:
Martín Javier Oviedo Hernández.