
Zapatistas / BBC.CO.UK
He pensado mucho en las coyunturas y lo que éstas nos provocan si les damos atención. La coyuntura puede ser brisa, lluvia o huracán, según la sensibilidad y la posibilidad de manifestarla en cada persona y colectividad. Pues bien, a una, ésta que escribe desde un espacio estructural, moldeado por el poder (la lengua), lo hace resistiendo también. Se trata de transmutar, transmigrar, darse muerte a sí mismo, muerte natural y necesaria: el movimiento, dice Deleuze, es ese componente que distingue las “derechas” de las “izquierdas”.
Las derechas se oponen al movimiento, le tienen muchísimo miedo, las izquierdas sin embargo tienen una inclinación hacia lo nuevo, hacia lo que cambia, la disidencia, el flujo del agua que pasa. Sin embargo hemos visto en la realidad histórica que los que claman ser de izquierda (suelen adornarse con palabras como “comunistas”, “socialistas”, “socialdemócratas”, etc.) sólo lo hacen en el discurso, retóricamente armado.
Es decir que no coincide lo que la izquierda dice ser con lo que la izquierda es; recuerdo ahora a Pedro Lemebel exponiendo la homofobia del Partido Comunista, el repudio de sus compañeros revolucionarios en su desconcertante texto Manifiesto[1]. Esa simple contradicción resuelve el problema de saber dónde colocarse ante tal dicotomía pues se anula a sí misma cuando notas que la izquierda se fue tanto a la “izquierda” que llegó a la derecha; el mejor ejemplo: partidos electorales de izquierda, candidaturas independientes, un chiste para los procesos de liberación. Sucede también cuando todo lo que tiene que ver con violencias inmediatas y directas (por ejemplo de género) se ve relegado ante las “grandes y verdaderas luchas”, porque se sigue creyendo que el enemigo está afuera, arriba, abstracto e inabarcable.
Pensemos cómo coinciden las dictaduras, monarquías, estrategias y estructuras de la derecha, siempre en defensa de la conservación y mantenimiento de la desigualdad estructural con los procesos aparentemente revolucionarios vueltos igualmente represivos, autoritarios, excluyentes y patriarcales; recordemos que “aunque el macho se vista de izquierda, macho se queda”.
Ya conocemos el mantra “abajo y a la izquierda”, metáfora muy adecuada para entender la especificidad de un camino político. Pero imaginémonos tratando de reivindicar un espacio “verdaderamente” de izquierda: nos haríamos bolas entre todos los criterios de qué es la izquierda en realidad, de qué éticas se construye una izquierda verdadera. Me parece más fácil saltarnos del binomio para dejar esa obsesión por la nomenclatura y volvernos a lo que realmente importa: ¿qué éticas nos conforman? ¿qué buscamos y observamos frente a lo social, frente a la vida? Por ejemplo preguntándonos ¿qué alternativas imaginar, crear y practicar frente a los sistemas de dominación que reconocemos existentes y aún vigentes?
Llamo sistemas de dominación a todas esas formas y mecanismos que cierran nuestra potencia de vida: la regulación de pulsiones, la incapacidad de decisión y voluntad de comunidades, la muerte a cuentagotas, dígase a cargo del Estado, capitalismo y patriarcado, por decir algunas de las instituciones más evidentes y nombradas. Cada quien y cada comunidad de muchos “quienes”, tienen una relación distinta con el poder porque sus máscaras y ajustes cambian según qué espacio se habita, sin embargo todos compartimos la vivencia de la dominación: la lógica relacional que pone en juego lo superior y lo inferior a lo largo de toda la estructura. En este sentido prefiero concentrarnos en el “abajo” del mantra ya señalado. Abajo no sólo pensando en las clases más desprotegidas, ultrajadas y sometidas en su vivencia diaria, sino en el abajo de la piel, en esas primeras capas que constituyen nuestros sujetos, la parte más marginal de nosotros mismos, en el terreno donde podemos hacer política inmediata: el día a día, aquí y ahora (no mañana cuando “Ganemos la revolución”). Abajo como lo que está más cerca de nuestro individuo, o sea, aquí mero en cómo vivo y vivimos, cómo me relaciono con cada una de las personas y vidas que me atraviesan.
Creo que la propuesta micropolítica surge en un momento en que las ambiciones y grupos de los movimientos revolucionarios del siglo pasado (terminar con el sistema económico opresivo y con las violencias históricas a través de la lucha armada) fueron atacadas por operaciones estatales de persecución, tortura y desaparición, de lucha entre paramilitares y guerrilleros, de prisiones y censura, en fin, de aniquilar la organización y la rebeldía del pueblo en las calles y grupos clandestinos. Entonces llega el silencio, llega la asfixia, y cómo seguimos movilizándonos después de las generaciones ausentes, las desaparecidas…ante este panorama ¿cómo recuperar y construir espacios políticos liberados en aras de liberación colectiva?
La propuesta no se trata de ensimismarnos en nuestros individuos y sus conexiones más íntimas, claro, no se trata de reducirlo a esto y esperar que las cosas cambien con el paso del tiempo, sino de ser conscientes que el espacio privado, ese que casi nunca se menciona en los grandes debates políticos, también es espacio de lucha y desestructuración, también impacta pues está en íntima conexión con nuestro quehacer ético, porque todo lo que hacemos tiene una dimensión política: la hacemos todos al caminar. El cambio de conciencia, gradualmente, hará que este esquemita groseramente repetido en la estructura (el arriba-el abajo), deje de sernos útil, deje de ser reproducido, o como mínimo que comience a ser cuestionado y combatido, como ensayo, como experimentación de hacer otra cosa, como chance de la voluntad por intentar ser distintos. Autogestionarnos no sólo en nuestros modos de producción económica, también en nuestras relaciones personales, laborales, amorosas, alimenticias, con las plantas, animales, comunidades. Todo está relacionado. Hay que comenzar a ganar autonomía dentro de todas aquellas esferas que nos sea posible tocar. Las instituciones de dominación dependen de nosotros, pero nosotros podemos prescindir de las instituciones.
De ahí que haya llegado a esta contingente definición de coyuntura: momento en donde el trabajo continuo por lo bajo (de base) cobra una vida explosiva que irradia como una ola en la superficie de las realidades, un punto nodal donde se concentran muchos esfuerzos pequeños, momentos históricos, épicos, donde las injusticias toman forma y son denunciadas dentro de los espacios legitimados (porque siempre están ahí innombradas), donde salimos del cerco del silencio que sigue conspirando, momentos no más intensos o más significativos, sino distintos, donde se aprovecha la oleada de miradas para abrir los párpados al mundo de la sumisión. Pero no caigamos en la ilusoriedad de antaño en creer que a partir de las coyunturas el sistema cambiará, algo que tiene tanto tiempo así tomará siglos, conllevará procesos largos y minuciosos para cambiar pero no debemos olvidarnos de suscitarlas, de aprovecharlas, la insurrección surge como acontecimiento, sin un sentido anterior pero completamente hilado a cada grupo y persona que en algún momento dijo no, en algún momento se paró frente al sometimiento, como anomalía inevitable, línea de fuga.
[1] “me apesta la injusticia y sospecho de esta pinche chueca democracia pero no me hablen del proletariado ni de la vanguardia del proletariado porque ser pobre, negro, indio y maricón es peor, hay que ser ácido para soportarlo”